16/08/2018 – La hermana Clara María Berceche, en torno al tema de la pedagogía schoenstatiana, compartió la forma que tenía el Padre José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt, de acompañar, que se basaba en escuchar, admirar y amar a aquel que tenía en frente. Expresó también que les enseñó que “Hay que mirar la vida, no desde abajo, no como lo hacen los topos, que están siempre metidos en la tierra, escarbando en la oscuridad, sino mirar hacia arriba”. “Lo que nos ofrece Schoenstatt -dijo- es mirar la vida hacia los ideales, o sea, elevarnos lo máximo posible, así como lo hacen las aves, las águilas, los cóndores”.
“El Padre José Kentenich al hablar de la persona humana, se declaraba “moderadamente optimista”. ¡Cuántas personas conoció!! ¡A cuántas escuchó!!! Supo de desilusiones, de fracasos humanos, pero sin embargo, él siempre apostó a lo bueno de la persona humana, porque no la miraba solamente desde el punto de vista moral, esto está bien, esto está mal, esto se hace, no se hace, es pecado, no es pecado… sino que siempre miraba la vida desde los ideales y trataba de encontrar en cada persona, aquello a lo cual fue llamado desde la existencia, o sea, para qué lo creó Dios, qué es lo que Dios pensó para esta persona”, acertó.
La hermana Clara puso el ejemplo de las plantas que tienen su tiempo para crecer, y dijo que con las personas ocurre lo mismo.
“La educación en una familia, en un internado, en un colegio, en una universidad, tiene que ser gotita a gotita, ninguno de nosotros llegó a ser lo que es, de un tirón”, expresó.
Habló sobre la pedagogía de la alianza, desde donde se nos invita a hacer alianza entre los que forman parte de la familia, hay que hacer una alianza de amor con los hijos. Meditó también sobre la pedagogía de confianza y de vinculación.
“El padre Kentenich tenía una gran capacidad de escucha. Todos los que pasaron por su cercanía, decían que él sabía escuchar, jamás miraba el reloj, se concentraba en lo que la persona le contaba, como si fuera lo único que existía en el mundo”. “Tampoco era una persona que daba discursos, o que daba recetas, él escuchaba y trataba de que la misma persona se diera cuenta qué tenía que hacer”, recordó la hermana Clara María.
“La corrección es hija del amor”, señaló la hermana Clara María, y nos dejó una anécdota:
Un hijo disgustaba a su padre. El muchacho no se comportaba como lo esperaba: era flojo, insolente y caprichoso. Cuando el padre ya no supo qué hacer, fue a ver al rabino. Éste lo observó y le dijo al padre: “Déjamelo aquí y tú sigue ocupándote de tus negocios”. El chico esperó un tremendo sermón lleno de amenazas. ¿Pero qué hizo el rabino? Tomó al muchacho por la cabeza, colocándola sobre su corazón. Se dice que más tarde el chico llegó a ser un gran rabino. Y siempre le contaba a la gente que aquel momento que pasó sobre el corazón del rabino fue el verdadero momento de su educación.
Finalmente, dijo que “Jesús es el gran pedagogo, es un gran maestro de perder tiempo en nosotros”, indicó la hermana Clara María Berceche, del Movimiento de Schoenstatt.
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