09/01/19.- Dios, en su eterna sabiduría, nos invita a salir, a ir siempre un poco más allá. Pero, en esta misión que el Señor nos encomienda, corremos el riesgo de “remar muy penosamente”, con “viento en contra”, al igual que le sucedió a sus primeros discípulos. Por eso, al vernos así, Jesús vuelve a salir a nuestro encuentro, viene hacia nosotros para decirnos: “Tranquilícense, soy yo, no teman”. Sólo si Jesús es el centro de nuestras vidas podemos caminar y vencer al mar de nuestros pecados y, de este modo, descansar en vientos de paz y tranquilidad.
Después que los cinco mil hombres se saciaron, en seguida, Jesús obligó a sus discípulos a que subieran a la barca y lo precedieran en la otra orilla, hacia Betsaida, mientras él despedía a la multitud. Una vez que los despidió, se retiró a la montaña para orar. Al caer la tarde, la barca estaba en medio del mar y él permanecía solo en tierra. Al ver que remaban muy penosamente, porque tenían viento en contra, cerca de la madrugada fue hacia ellos caminando sobre el mar, e hizo como si pasara de largo. Ellos, al verlo caminar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y se pusieron a gritar, porque todos lo habían visto y estaban sobresaltados. Pero él les habló enseguida y les dijo: “Tranquilícense, soy yo; no teman”. Luego subió a la barca con ellos y el viento se calmó. Así llegaron al colmo de su estupor, porque no habían comprendido el milagro de los panes y su mente estaba enceguecida.
Mc. 6,45-52.
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