5º Encuentro: El Catequista alcanzado y habitado por Cristo

viernes, 31 de marzo de 2017
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Rezar (5)

31/03/2017 – En el 5º encuentro del ciclo radial de Catequesis profundizamos sobre el catequista que es alcanzado y habitado por Cristo. Debajo compartimos el material elaborado por el ISCA (Instituto Superior de Catequesis Argentino).

 

¿Qué significa ser alcanzado por Cristo?

El catequista es un hombre consustanciado con la Palabra, es ella la que lo alimenta, lo configura, le da identidad y profundidad. Es la Palabra la que lo pone en sintonía con todas las situaciones vitales de la humanidad a través de los tiempos.

Dice la «Declaración sobre el hermano de las escuelas cristiana en el mundo actual, La Salle, Roma, 1967»:

«La Catequesis hunde sus raíces en la vida y se orienta hacia la vida. Antes de preciarlo con palabras el catequista toma a su cargo la tarea de descubrir en su persona el Mensaje Evangélico que tiene misión de transmitir; revela, en efecto, al Cristo Salvador y servidor de los hombres, haciéndose a sí mismo servidor de ellos, y preparándolos para una vida consciente y más responsable; en una palabra, más humana. Revela la religión del amor fraternal en la medida en que les da muestras del beneficio que supone para ellos el amor obsequioso y desinteresado que les prodiga. La Palabra de Dios no cae, así, de la altura ni en forma abstracta sobre individuos anónimos, sino que de contínuo viene a completar, ilustrar, profundizar lo que ha sido objeto de experiencia humana. Los hombres no encuentran al Dios que los llama por su nombre en los libros ni en las palabras, sino más bien en la persona de su catequista».

Un texto con algunos años pero que conserva su vigencia. Para abordar el tema del catequista alcanzado por Cristo tenemos que mirar el encuentro del Catequista con la Palabra. En este camino recorreremos algunos textos que se relacionan con la figura de San Pablo que nos pueden servir de orientación para descubrir lo que es ser alcanzado por Cristo.

El apóstol creía tener su vida resuelta. La cultura de su tiempo y una fe basada en la Ley judía lo animaban a emprender con toda decisión su proyecto de vida : Saulo un buen judío, radicalmente convencido de haber sido elegido para una misión: defender su fe.
Pero el encuentro con Cristo (Hch 9,1-19; 22,3-21 y 26,9-23) lo convierte. Este relato que en el libro de los Hechos aparece contado en tres partes, es un modelo de conversión.

Nosotros también podemos buscar en la historia de la Iglesia y también en nuestra comunidad, testimonios diversos de personas que han transformado su vida en el encuentro con Cristo y pueden decir como Pablo: «Ya no soy yo, sino Cristo quien vive en mi».

Pablo, perseguidor de los cristianos que fue alcanzado por el Señor en el camino a Damasco nos ayudará a comprender como hemos sido llamados a ser caminantes y a comunicar nuestra propia experiencia de fe a los hermanos. En ese caminar muchas veces tenemos tropiezos, despistes, nos detenemos…y finalmente entendemos que todo nos conduce a dejar nuestras vidas: lo que somos y hacemos en manos del Padre.

Es un camino cargado de conversión y confianza en Él. Muchas veces creemos haber llegado a la meta y está la tentación de instalarnos: dejar todo de lado, descansar, la quietud. Pero ese piso seguro se resquebraja y la supuesta estabilidad y seguridad se ve interpelada por un nuevo desafío, y nos desespera pensar que no estamos preparados para eso. Solo es posible vivir y encontrar nuevamente el rumbo y el sentido si nos dejamos alcanzar por el Señor y dejamos todo en sus manos.

Conviértanse y crean

El catequista, siguiendo los pasos de Pablo, en el encuentro con la Palabra puede ir descubriendo la acción providente de Dios en su proceso personal y en el de la comunidad que comparte la fe. Es el camino que hacemos en toda Cuaresma pero que no tiene que quedar reducido a una época del año sino que es una dinámica permanente. En ese proceso de conversión la gracia nos permite descubrir el sentido de heridas, dolores, pena profunda… cicatrices que se producen en todo proceso de cambio y que tenemos que saber acompañar en los otros. Pero también buscar que alguien nos acompañe en nuestro caminar. Volvemos a la Palabra para ver en el libro de los Hechos (Hch. 9, 17-18) cómo Pablo ciego necesita de otro de la comunidad que lo ayude a recobrar la vista. Dios le envía un hermano para que vuelva a ver y el encuentro sanador con el hermano conduce a Pablo al Bautismo para que se pueda unir profundamente al misterio de amor del Señor que lo buscó en el camino a Damasco.

Ser alcanzado por Cristo nos introduce en este proceso de dejarse interpelar por la Palabra, dejarse acompañar por otros y dejarse transformar por el Espíritu.

  • Saulo es cegado por una luz que lo deja “tirado” en medio del camino de su vida.
  • Desde ahí cambia el rumbo, pasa a ser otro hombre.
  • El encuentro con la Palabra del Padre lo deja “sin palabras y sin luz”
  • Necesitó la ayuda de los demás, aún en medio de la desconfianza que su vida anterior provocaba en los otros…(¡era el perseguidor!)
  • Cuando Ananías, fiel al Señor, le impone las manos y lo bautiza a Saulo, se tranforma en Pablo, Apóstol de Cristo
  • Primero se hace discípulo: escucha al Señor, dialoga con Él, recibe la Buena Noticia…
    y luego se convierte, se desinstala, se bautiza y la Gracia lo transforma en testigo que es capaz de afirmar «Ay de mí si no evangelizara».
  • Podemos mirar nuestras propias vidas para reconocer en nosotros estos pasos del proceso de conversión: ¿cuándo quedamos detenidos en el camino de la vida?, ¿cómo fue nuestro encuentro con el Señor?, ¿quién nos ayudó en el proceso?

 

Reconocer nuestras propias grietas

Cuento: La vasija agrietada

 

«Un cargador de agua de la India tenía dos grandes vasijas que colgaban a los extremos de un palo y que llevaba encima de los hombros.

Una de las vasijas tenía varias grietas, mientras que la otra era perfecta y conservaba toda el agua al final del largo camino a pie, desde el arroyo hasta la casa de su patrón, pero cuando llegaba, la vasija rota solo tenía la mitad del agua. Durante dos años completos esto fue así diariamente. Desde luego, la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, pues se sabía perfecta para los fines para los que fue creada. Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable porque sólo podía hacer la mitad de todo lo que se suponía que era su obligación.

Después de dos años, la tinaja quebrada le habló al aguador diciéndole: “Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas sólo puedes entregar la mitad de mi carga y solo obtienes la mitad del valor que deberías recibir.”

El aguador apesadumbrado, le dijo compasivamente: “Cuando regresemos a la casa quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino.”

Así lo hizo la tinaja. Y en efecto, vio muchísimas flores hermosas a lo largo del trayecto, pero de todos modos se sintió apenada porque al final, sólo quedaba dentro de sí la mitad del agua que debía llevar.

El aguador le dijo entonces: “¿Te diste cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino?

Siempre he sabido de tus grietas y quise sacar el lado positivo de ello. Sembré semillas de flores a todo lo largo del camino por donde vas y todos los días las has regado y por dos años yo he podido recoger estas flores para decorar el altar de mi Madre. Si no fueras exactamente cómo eres, con todo y tus defectos, no hubiera sido posible crear esta belleza.»

Todos tenemos defectos, debilidades y cualidades y debemos buscar lo positivo en eso, nunca debemos sentirnos menos o más que otros, porque todos tenemos una meta que cumplir, un trabajo que hacer. Cada uno de nosotros tiene sus propias grietas. Superarlas implica un trabajo personal profundo y comprometido de conversión. Recordando lo que nos decía Ernesto Sábato: «El ser humano sabe hacer de los obstáculos nuevos caminos porque a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer» (La Resistencia, Ernesto Sábato).

Nosotros también somos catequistas con grietas, convivimos con ellas y a veces las ignoramos. Así se profundizan y nos instalamos en esa grieta. Si logramos, con la gracia de Dios y nuestra humildad, asumirlas, reconocerlas podremos convertirlas en fecundas. Por eso para cambiar y crecer como catequistas hay que tener una profunda actitud de humildad y pequeñez, reconocer nuestras carencias. El exceso de protagonismo o autorreferencialidad no conduce a nada, nos deja detenidos en el camino.

El encuentro profundo con la Palabra del Padre nos pone de pie para seguir caminando con la certeza que no podemos solos. La clave está en dejarnos alcanzar por el Señor que nos toma con todas nuestra grietas para ayudarnos a renacer como testigos apasionados de su Evangelio.

Ejemplo del Kintsugi que el es arte de los japoneses de cubrir con oro las grietas de una vasija con el espíritu de que cuándo algo valioso se quiebra, una gran estrategia a seguir es no ocultar su fragilidad ni su imperfección, y repararlo con algo que haga las veces de oro: fortaleza, amor, virtud y por supuesto la Gracia.

 

 

Abrir la puerta para que entre el Señor

Un catequista alcanzado por Cristo comienza a sentirse “habitado” por Él. Seguimos mirando a Pablo y vemos como él decía con pasión: «no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí.» (Gal 2,20).

Claramente es la imagen de sentirse habitado por Otro. Imagen que nos recuerda la experiencia de muchos profetas que tenían la certeza de que las palabras que pronunciaban no eran de ellos sino del Señor.

El “hombre viejo” que era Saulo queda sepultado, sin sentido y sin horizonte porque se fundamentaba en la observancia de la Ley. El ahora discípulo Pablo ha experimentado profundamente en su vida la Cruz. Su vida nueva se va a fundamentar en la Persona de Cristo, que lo habita. Por eso comienza a vivir la experiencia de resucitado transformando su vida a la luz del misterio pascual.

Estas dos dimensiones de alcanzado y habitado por Cristo no nos constituyen como catequistas sino que es la experiencia de todo creyente. Hacen al ser más profundo nuestro y desde ahí es que podemos asumir la misión de contar la experiencia de fe a todos y mostrar el camino de esa experiencia.

Abrir las puertas al Señor es dejarlo actuar con su gracia para iniciar el proceso de la conversión que no es una opción pasajera. En el mismo texto de Gálatas citado más arriba, Pablo nos dice que: estando bajo la Ley muriendo se liberó de su dominio, para reconocer al Cristo como único Señor. Es decir que pasó de la muerte a la vida en Cristo. Allí está el fundamento de la vida de la comunidad y de todo creyente en Jesús.

Hay un texto hermoso de Chiara Lubich que nos invita a hacerle espacio al Señor para poder escucharlo y alimentarnos de su Palabra:

«Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco» (Mc 5,31)

…También Jesús, cada tanto, se alejaba de sus muchas ocupaciones. Había enfermos que curar, multitudes que instruir y alimentar, pecadores que convertir, pobres que ayudar y consolar, discípulos que guiar… Sin embargo, aunque todos lo buscaban, él sabía retirarse, lejos de los centros poblados, a la montaña, para estar sólo con el Padre. Era como si volviese a casa. En su coloquio personal y silencioso encontraba las palabras que luego le diría a su gente, comprendía mejor su misión, recobraba fuerzas para encarar el nuevo día. Eso es lo que él quiere que hagamos también nosotros.

«Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco»

No es fácil detenerse. A veces estamos tomados por el ritmo vertiginoso del trabajo, de las actividades, como a merced de un engranaje del cual hemos perdido el control. Muchas veces la sociedad nos impone un ritmo de vida frenético: producir cada vez más, avanzar en la carrera, sobresalir… No es fácil enfrentar la soledad y el silencio tanto fuera como dentro de nosotros. Sin embargo, son condiciones necesarias para escuchar la voz de Dios, para confrontar nuestra vida con su Palabra, para cultivar y ahondar la relación de amor con él. Sin esta savia interior corremos el riesgo de girar en el vacío y de que nuestro mucho trajinar termine resultando infructuoso»…

La puerta de nuestras manos

Nos decía Marcelo Murúa en una reflexión cuando nos preparábamos para el Jubileo del 2000, que como …«catequistas somos testigos de lo que anunciamos. Es decir, transmitimos con nuestras vidas lo que presentamos con la palabra. Nuestro ejemplo es la mejor enseñanza y será ciertamente lo que ayude a enraizar el evangelio en los demás.

  • Como la planta, que bañada por la luz y regada por el agua, brota y da fruto, también nosotros, si abrimos la puerta del corazón y la del entendimiento, podremos abrir las manos para ofrecer las semillas de nuestro trabajo.
  • Abrir las manos significa practicar lo que anunciamos, lo que anida en nuestro corazón.
  • Abrir las manos significa vivir, como Jesús, para mostrar con la vida, y con gestos concretos, que es posible una existencia distinta, ofrecida a los demás, generosa con todos, abierta al Padre y a los hermanos.
  • María nos enseña con su testimonio que la verdadera transmisión de la Buena Noticia comienza con la práctica. Luego de la anunciación sabemos que se dirigió en forma rápida y resuelta a colaborar con su prima Isabel, que necesita una mano pues era mayor y había quedado también embarazada. (Lc. 1, 39-56).»…

Si el Señor ha entrado en nuestro corazón nos podemos dejar nuestros puños cerrados guardando ese tesoro solo para nosotros sino que nos vemos urgidos por comunicarlo.

Revisamos nuestra tarea como catequistas y, con los pies en la tierra, reconocemos nuestras fragilidades y debilidades, reconocemos nuestras pobrezas y límites; pero frente a eso nos maravilla nuevamente lo que el Señor puede cambiarnos cuando le abrimos el corazón.

Apoyados en la certeza de nuestra fe en el Señor de la Vida asumimosla misión de contagiar la alegría del Evangelio a nuestros hermanos.

  • Fuimos alcanzados por Cristo que nos llamó a continuar su misión en la construcción del Reino como catequistas…
  • Reconocemos que estamos habitados por Él y esa es una experiencia que no podemos callar
  • Somos testigos de su entrega amorosa por cada uno de nosotros para que otros crean en Él y lo reconozcan como el único Señor.

 

Idea que queremos destacar al final: Abrimos la puerta al Señor que nos busca sin desmayo y eso nos transforma. Esa experiencia de fe es la que no podemos dejar de trasmitir a todos.

TEXTOS PARA REFLEXIONAR:

Imágenes bíblicas para el acompañamiento – Dolores Aleixandre

 

La voz anónima

En muchos pasajes del Evangelio aparecen de pronto gentes desconocidas que, en determinados momentos, toman la palabra, interpelan a los protagonistas, actúan a favor o en contra de ellos, murmuran o aprueban y, finalmente, desaparecen sin dejar rastro.
Voy a fijarme solamente en algunos de ellos, reunidos por unas características comunes: no tienen nombre ni rostro, no actúan por propia iniciativa sino enviados por otro y desempeñan una función de comunicación, de acercamiento y de creación de vínculos. Son éstos:

  • los criados a quienes el rey envió a decir a los invitados: “Tengo el banquete preparado, venid a la boda.” (Mt 22,4)
  • los que envía Jesús a llamar al ciego Bartimeo y le dicen:
    “-¡Animo! Levántate, que te llama.” (Mc 10,49)
  • la voz que grita en medio de la noche:
    “-¡Aquí está el novio!¡Salid a su encuentro!”(Mt 25,6)

Podemos decir de ellos que están ejerciendo colectivamente una labor de “acompañamiento” para con otros, y dando testimonio de que, como ocurrió con la profecía a partir de Joel (“Vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños,
vuestros jóvenes verán visiones… (Jl 3,1-3), ese “carisma” o ministerio ha dejado de ser función de un grupo selecto, dotado de especial sabiduría, prudencia y don de consejo y ha pasado a ser don y tarea para todos.

Porque nos va creciendo la conciencia de que para hacer camino detrás de Jesús en unas circunstancias hostiles, necesitamos ir juntos, apoyando a los otros y dejándonos acompañar por ellos, contando con su fuerza y aprendiendo también a sostener su debilidad.
Por eso nos hacen falta hombres y mujeres que sueñen sueños y nos hablen de ese banquete que el Señor prepara para todos los pueblos y en el que enjugará las lágrimas de todos los rostros (Is 25,6-8); que se dirijan a nosotros no como a súbditos obligados a cumplir normas, sino como a gente que tiene la dicha de estar invitada a una fiesta real; y que nos hablen del Reino no como de un deber ni una conquista, sino como de un proyecto de inclusión por el que vale la pena apasionarse y entregar la vida.

Y si estamos en la cuneta, hundidos en nuestra ceguera, sólo podremos ponernos de pie y acercarnos a Jesús para ser sanados, cuando alguien nos diga palabras de ánimo y ponga debajo de nuestros pies vacilantes la seguridad de que él sigue llamándonos y que nunca ha perdido la confianza en nosotros. Y esa es la tarea eclesial más urgente: ofrecer a los hombres y mujeres de nuestro mundo vías creativas de comunicación con la fuente de la vida.1

Pero la noche se hace larga, el que esperamos se retrasa y la oscuridad que se prolonga asedia nuestra esperanza y nos lleva a preguntarnos si llegará alguna vez la madrugada.

Por eso gritamos impacientes, como en el oráculo desde Seir:

“Vigía ¿qué queda de la noche?
Vigía ¿qué queda de la noche?…”
(Is 21,11)

Un profeta del exilio había convocado a un heraldo haciéndole este encargo de parte de Dios:

“Súbete a un monte elevado,
heraldo de de Sión,
alza fuerte la voz,
heraldo de Jerusalén;
álzala, no temas,
di a las ciudades de Judá:
“Aquí está vuestro Dios”(Is 40,9).

También hoy hace falta que, desde su puesto de guardia, algunos hagan el oficio de centinelas para seguir oteando el camino y sacudiendo nuestro sopor y nuestro desánimo con su grito:

“-¡Llega el novio!
¡Salid a su encuentro!”(Mt 25,6)

No es tarea de unos pocos solamente, nos toca a todos ir relevándonos para compartir intemperies, noches y cansancios.

Sentimos que nuestra esperanza es frágil, tenemos miedo de que se nos agote el aceite de las lámparas y por eso nos va la vida en que hombres y mujeres de entre nosotros sigan acompañando nuestra espera y manteniéndose en vela “al acecho del Reino”.

Porque va a ser su voz la que nos convoque a salirle al encuentro.