Preparen los caminos que el Señor viene

jueves, 16 de diciembre de 2021
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16/12/2021 –  En el tiempo del Adviento hay una figura clave: Juan el Bautista quien hoy pone hoy en el centro la liturgia de la iglesia en el texto que compartimos en Lucas 7, 24-30.¿Quien es Juan el Bautista? Una voz que grita en el desierto “preparen los caminos del Señor”. El es la voz, no la palabra, reflejo de la Luz no la luz misma. El sabe ubicarse en el lugar donde indica los caminos.

 

“Cuando los enviados de Juan partieron, Jesús comenzó a hablar de él a la multitud, diciendo: «¿Qué salieron a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salieron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que llevan suntuosas vestiduras y viven en la opulencia, están en los palacios de los reyes. ¿Qué salieron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta. El es aquel de quien está escrito: Yo envío a mi mensajero delante de ti para prepararte el camino. Les aseguro que no hay ningún hombre más grande que Juan, y sin embargo, el más pequeño en el Reino de Dios es más grande que él. Todo el pueblo que lo escuchaba, incluso los publicanos, reconocieron la justicia de Dios, recibiendo el bautismo de Juan. Pero los fariseos y los doctores de la Ley, al no hacerse bautizar por él, frustraron el designio de dios para con ellos”.

Lucas 7,24-30

 

 

La figura de Juan el Bautista no es siempre fácil de entender. Cuando pensamos en su vida es un profeta, un hombre que fue grande y luego termina como un desgraciado.

Entonces ¿Quién es Juan? “Yo soy una voz, una voz en el desierto”, pero es una voz sin Palabra , porque la Palabra no es Él, es otro. He aquí cuál es el misterio de Juan: Jamás se apodera de la Palabra, Juan es aquel que indica, aquel que señala. El sentido de la vida de Juan es indicar a otro.

Verdaderamente Juan era el hombre de la luz, llevaba la luz, pero no era luz propia, era una luz reflejada. Juan es como una luna, y cuando Jesús comenzó a predicar, la luz de Juan comenzó a disminuir y a apagarse. Voz no Palabra, luz, pero no propia.

Juan parece ser nada. Aquella es la vocación de Juan: aniquilarse. Y cuando nosotros contemplamos la vida de este hombre, tan grande, tan potente -todos creíamos que fuese él el Mesías- cuando contemplamos esta vida, como se anonada hasta la oscuridad de una cárcel, contemplamos un gran misterio.
No sabemos cómo habrán sido los últimos días de Juan, no lo sabemos. Sabemos sólo que fue asesinado, su cabeza sobre una bandeja, como gran regalo de una bailarina a una adúltera. Creo que no se puede caer más que esto, anonadarse. Aquel fue el fin de Juan.

En la cárcel, Juan experimentó la duda, tenía una angustia y llamó a sus discípulos para ir a preguntarle a Jesús: “¿Eres Tú, o debemos esperar a otro?”. En su vida hay oscuridad, dolor, ni si quiera esto le fue ahorrado a Juan.

La Iglesia existe para proclamar, para ser voz de una Palabra. De su esposo, que es la Palabra. Y la Iglesia existe para proclamar esta Palabra hasta el martirio. Martirio precisamente en las manos de los soberbios. En los soberbios de la tierra.

Juan podía hacerse importante, podía decir algo por sí mismo, sólo esto: indicaba, se sentía voz, no Palabra.

El secreto de Juan. ¿Por qué Juan es santo y no ha pecado? Porque jamás, tomó una verdad como propia. No quiso hacerse ideólogo. El hombre que se negó así mismo, para que la Palabra descienda.

Y nosotros, como Iglesia, podemos pedir la gracia de no convertirnos en una Iglesia ideologizada.

 

 

Fuente: Homilía Papa Francisco 24 de Junio de 2013