17/02/2022 – “Ten cuidado con tu vida, tal vez sea el único evangelio que algunas personas vayan a leer”, decía San Francisco de Asís. Reflexionamos juntos el Evangelio del día e invitados por el padre Javier nos disponemos a preguntarnos ¿Qué Evangelio de Jesús vas a encarnar en tu vida pensando en quienes lo están leyendo?
Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Ellos le respondieron: “Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas”. “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Pedro respondió: “Tú eres el Mesías”. Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días;y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”. Marcos 8,27-33
Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Ellos le respondieron: “Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas”. “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Pedro respondió: “Tú eres el Mesías”. Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días;y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”.
Marcos 8,27-33
Como compartíamos ayer estamos exactamente a mitad de camino en el evangelio de Marcos. Hasta aquí Jesús se ha encargado de que no se distorsione la misión que él ha venido a cumplir. Una muletilla acompaña cada uno de sus prodigios: “no lo digan a nadie “. Esta expresión impide que las expectativas de mesianismo se proyecten sobre el de manera equivocada. Jesús no es un revolucionario político, ni un líder religioso que trae una novedosa doctrina que busca transgredir el orden. Jesús obra desde el silencio, el servicio, el compromiso con las periferias, y el anuncio del reino de amor y paz que traen las relaciones fraternas justas.
Esa misión alejada de la imposición y la violencia va a ubicar a Jesús en el lugar de uno más entre la gente: ¿no es el hijo de María y José?, ¿sus parientes no viven entre nosotros? Todo de la mano de una predicación distinta hecha con autoridad y acompañada de milagros que obra entre los que creyendo se dejan transformar por Jesús.
El corazón de su anuncio es el abajamiento hasta tocar las heridas del pecado y de la muerte: “comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad”
Este abajamiento de Jesús hasta el lugar de los infiernos, entremezclándose con los pobres y pecadores, tocando sus llagas y pecados y sanando sus heridas, no corresponde a las expectativa de mesías que se anidaban en su pueblo. Eso explica la actitud de Pedro que lo lleva aparte para reprenderlo cuando Jesús anuncia el camino de la cruz: “Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo”. La vocación de amor de Jesús lo lleva a donde están los más frágiles y crucificados de todos los tiempos, se hace uno como ellos.
En el anuncio de la Cruz de Cristo está escondido el grito clamoroso de todos lo sufrientes de la humanidad. El, como dice el profeta Isaías: “llevó nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores; con todo, nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido.” Is 53,3,. Contemplamos al siervo doliente y en El a todos los hombres y mujeres heridos.
Basta recorrer las Escrituras para descubrir cómo el Padre bueno quiere escuchar el clamor de los pobres: «He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, he escuchado su clamor ante sus opresores y conozco sus sufrimientos. He bajado para librarlo […] Ahora, pues, ve, yo te envío…» (Ex 3,7-8.10), y se muestra solícito con sus necesidades: «Entonces los israelitas clamaron al Señor y Él les suscitó un libertador» (Jc 3,15). Hacer oídos sordos a ese clamor, cuando nosotros somos los instrumentos de Dios para escuchar al pobre, nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto, porque ese pobre «clamaría al Señor contra ti y tú te cargarías con un pecado» (Dt 15,9).
La Iglesia ha reconocido que la exigencia de escuchar este clamor brota de la misma obra liberadora de la gracia en cada uno de nosotros, por lo cual no se trata de una misión reservada sólo a algunos: «La Iglesia, guiada por el Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor por la justicia y quiere responder a él con todas sus fuerzas». En este marco se comprende el pedido de Jesús a sus discípulos: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mc 6,37), lo cual implica tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres, como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos. La palabra «solidaridad» está un poco desgastada y a veces se la interpreta mal, pero es mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad. Supone crear una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos.