11/05/2022 – En el ciclo “Terapéutica de las enfermedades espirituales”, el padre Juan Ignacio Liébana, párroco en Campo Gallo y rector del santuario santiagueño de Huachana, presentó algunas otras estrategias para hacerle frente al mal espíritu y comenzó a ahondar en las virtudes. “Los pensamientos son como la cabeza de la serpiente, del mal. Los Padres de la Iglesia nos enseñan con sutileza a enfrentar los vicios y las pasiones, por ejemplo desde los pensamiento. Los Padres también hablan de que hay que estar vigilantes y atentos. Estas dos disposiciones se hallan con frecuencia sugeridas en las sagradas escrituras. Debemos estar atento a uno mismo, velar por uno mismo, según la recomendación frecuente de los Padres, ya que es el camino más seguro hacia la curación”, dijo.
“También está el rechazo de los malos pensamientos y en ese caso se pueden adoptar dos actitudes. La primera, que podemos llamar “antirrética”, consiste en autorizar al pensamiento a penetrar más allá, hasta el primer grado del estadio de la vinculación, donde se entabla con él una discusión desprovista de toda pasión, contradiciéndolo y refutándolo, oponiéndole argumentos contrarios, que, en la práctica, son la mayoría de las veces breves resúmenes de las Escrituras que responden exactamente a él. Al respecto, Evagrio escribió un tratado, titulado antirrético, en el cual propone para cada gran tipo de pensamiento los pasajes bíblicos adecuados para oponerse a él. Conviene destacar que este modo de combate debe estar reservado para aquellos que están lo bastante avanzados espiritualmente como para no dejarse seducir en esta discusión por los argumentos del enemigo y para no ser vencidos finalmente por él. Dice Abba José de Panefo: “El que es capaz de resistir y de luchar sin ser vencido, que los deje entrar; mientras que el débil, que no es capaz de ello y más bien daría su asentimiento no debe hacerlo”. Este método es el más riesgoso y el menos aconsejado por la mayoría de los Padres, ya que implica que se conceda cierto interés al pensamiento, que se le haga caso, que se lo deje entrar. En tanto, la refutación rápida es el método más sugerido y más conveniente, que consiste en no dejar en absoluto entrar al pensamiento que se presenta, y en rechazarlo desde que nace, en el mismo instante en que aparece, es decir, mientras todavía no es más que una sugerencia. Por tanto, no es aconsejable entretenerse, dialogar con la sugerencia demoníaca. Según un símbolo utilizado a menudo por los Padres, si se deja pasar la cabeza de la serpiente, todo su cuerpo la seguirá con facilidad”, manifestó Liébana.
“El papel de la oración y de la paciencia son fundamentales. En la lucha contra los pensamientos, sea la refutación “larga” o la “rápida”, la oración desempeña, en efecto, un papel indispensable junto a la atención y la vigilancia. Para los Padres es el principal remedio para el combate contra los malos pensamientos, siguiendo el mandato de Cristo: “velen y oren para no caer en la tentación”. Lo más que aconsejan los Padres es recurrir a la “oración de Jesús”, que presenta varias ventajas en este campo. Por una parte, a causa de la brevedad de su fórmula, puede, tal como conviene, ser opuesta instantáneamente a la sugerencia y permite al hombre ser tan rápido como ésta en reaccionar. Como dice san Juan Clímaco, permite “rechazar mediante una sola palabra los pensamientos en el mismo momento en que se presentan”. También su invocación continua favorece y lleva a la práctica esa vigilancia que los Padres nos sugieren, esa “custodia del corazón”. Por último, y sobre todo, el Nombre de Jesús contiene una gran fuerza contra los pensamientos y contra aquellos que los sugieren, como dice san Juan Clímaco cuando aconseja: “Flagela a tus enemigos con el Nombre de Jesús, pues no hay arma más poderosa en el cielo y en la tierra”. No se trata, aquí, de una fórmula mágica. Al invocar el nombre de Jesús, el hombre se refugia en Cristo para recibir de él protección y ayuda, con la gracia que lo auxilia y mediante la cual vence a sus enemigos”, subrayó el sacerdote de la arquidiócesis de Buenos Aires.
“Lo que caracteriza al ser humano en su estado de integridad es la sobriedad, la vigilancia, la atención del corazón, y la facultad de juicio y de discernimiento de las cosas espirituales. Decir que el espíritu vuelve a su orden propio y recupera su ejercicio normal significa que deja de verse arrastrado a su pesar por las imágenes y los pensamientos, de ser cautivado por ellos, de estar siempre distraído, dispersado, dividido y, por último, enajenado por ellos y, a través de ellos, por los demonios. Por la práctica asidua de la vigilancia y de la oración, la mente se purifica, se afina y se agudiza”, dijo Juani. “En cuanto a la ascesis corporal y en torno a estas prácticas hay que citar el ayuno, las vigilias, los trabajos fatigosos y las metanías. Estas prácticas ascéticas no son un fin en sí mismas, sino que buscan debilitar el apego al cuerpo y a sus placeres, asumiendo sus sufrimientos, pero con el fin de someterlo al alma, con el objetivo también de purificarlo para mortificar las pasiones que están ligadas a él”, agregó.
“Pero ante todo esto, los Padres de la Iglesia presentan una serie de virtudes para hacerle frente al mal espíritu. En cuanto a la templanza, la acción terapéutica orientada a curar las enfermedades espirituales debe abordar en primer lugar la gastrimargía. Por una parte, porque esta pasión es la más grosera y primitiva; por otra, porque la victoria sobre ella condiciona el combate contra las demás pasiones. La templanza ordena nuestra relación con los alimentos, buscando en ellos cubrir la necesidad y asegurar la vida, mantener o restablecer la salud del cuerpo, evitando buscar el placer sensual y superar los límites de la estricta necesidad. Esta terapéutica no consiste en abstenerse de los alimentos u odiarlos, sino en evitar la pasión y los deseos apasionados que se relacionan con él. La lucha contra esta pasión se realiza principalmente mediante la renuncia al placer sensible que la suscita y la nutre. La pasión consiste en la búsqueda desesperada del placer y el apego al mismo. Los Padres recomiendan evitar cualquier exceso y dan como principio concreto de aplicación el no comer ni beber hasta saciarse y quedarse siempre con un poco de hambre y un poco de sed. Esto contribuye a apartar el placer sensible, cuya búsqueda lleva a sobrepasar los límites de lo necesario, y también a evitar las repercusiones indeseables sobre el estado del alma y los inconvenientes que una comida y una bebida demasiado abundantes representan para la vida espiritual”, graficó.
“Otras virtudes son la continencia y la castidad que sirven para hacerle frente a otra pasión “corporal” ligada a la gastrimargía, cuya terapéutica buscará permitir al hombre consagrar toda su potencia de deseo y de amor a Dios y no ya a la “carne”. Para la castidad, los Padres recomiendan los ayunos, las vigilias y el trabajo fatigoso, prácticas que buscan “debilitar” al cuerpo para privarlo de una energía excesiva que podría fácilmente invertirse en la sexualidad. El trabajo evita la ociosidad, que favorece el nacimiento de pensamientos apasionados y fantasías. Las vigilias reducen el sueño, cuyo exceso favorece la lujuria. El ayuno evita el exceso de comida que, según los Padres, es uno de los principales factores que favorecen la lujuria. A estas prácticas hay que añadir el huir de la ocasión, favorecida por la soledad, el silencio y la oración, muy útiles para combatir esta particular enfermedad, a fin de que el espíritu enfermo deje de ser estorbado por múltiples imágenes y logre una mirada interior más pura. Estos medios mencionados son muy valiosos, pero no alcanzan para acabar con esta pasión, ya que la función sexual no arraiga solo en el cuerpo, sino también en el alma, la sexualidad humana es psíquica tanto o más que física. De ahí que el remedio no pase solamente por la continencia corporal, necesaria, por cierto, como primer paso. La principal terapéutica de la lujuria está en la “custodia del corazón” que, como vimos anteriormente, ayuda a rechazar los pensamientos, recuerdos e imaginaciones malas desde el momento en que surgen”, sostuvo el padre Liébana.