Jesús: nuestro gran tesoro

miércoles, 27 de julio de 2022

27/07/2022 – En la catequessi de hoy, junto al padre Gabriel Camusso, reflexionamos en torno al gran tesoro de nuestra vida: Jesús.

 

Jesús dijo a la multitud: «El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.»

 

 

Con el evangelio en la mano, con la Palabra del mismísimo Dios que en Jesús se nos ha revelado, y allí encontramos el camino, la verdad, y la verdadera vida, muchas veces no entiendo cómo se puede hablar de que ser cristiano es difícil y costoso.

Es verdad que hay que dejar cosas –muchas más de las que dejamos –, es verdad que hay que morir al pecado que todavía reside en nosotros, pero todo esto se hace con facilidad, porque hemos encontrado un Tesoro que vale mucho más sin comparación.

Más aún, las renuncias se realizan «con alegría», como el hombre de la parábola, con la alegría de haber encontrado el tesoro, es decir, sin costar, sin esfuerzo, de buen humor y con entusiasmo.

Si todavía vemos la vida cristiana, la del discípulo, como una carga, ¿no será que no hemos encontrado aún el Tesoro? ¿No será que no nos hemos dejado deslumbrar lo suficiente por la Persona de Cristo? ¿No será que le conocemos poco, que le tratamos poco? ¿No será que no oramos bastante? El que ama hace cualquier sacrificio por a su amada y el que ama a Cristo está dispuesto a cualquier sacrificio por Él.

Cristo de suyo es infinitamente atractivo, como para llenar nuestro corazón y hacernos fácil toda renuncia.
El mejor comentario a este evangelio son las palabras de san Pablo: «Todo eso que para mí era ganancia, lo consideré pérdida comparado con Cristo; más aún, todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús mi Señor. Por Él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo» (Fil 3,7-8).

El que de verdad ha encontrado a Cristo está dispuesto a perderlo todo por Él, pues todo lo estima basura comparado con la alegría de haber encontrado el verdadero Tesoro.

Un tesoro escondido en un campo

Flavio Josefo, historiador judío (La Guerra de los Judíos), nos narra que por temor a la guerra muchas gentes escondían objetos preciosos. En el Talmud, también se relatan historias de buscadores de tesoros escondidos en los patios de las casas, los entramados (vigas) y entre medio de las paredes, etc.

Jesús le narra a la multitud una parábola donde compara al Reino de los Cielos con un tesoro escondido en un campo, donde un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo

Vende todo lo que se tiene para adquirir el campo

La enseñanza que da Jesús nos explica como por un tesoro que se encuentra se vende todo lo que se tiene para adquirir el campo en el que se oculta. Así también para adquirir el Reino, la persona se ha de desprender y debe vender todo lo que sea obstáculo para obtenerlo y entonces ingresar en él.

En efecto el que encuentra un tesoro como este, el Reino de los Cielos, debe dejarlo todo por él, y renunciar con alegría a lo que tiene terrenalmente, es indudable, que no podemos comparar los bienes terrestres con la posesión de Dios, “Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al Dinero” (Mt 6-24).

Podemos ir a un momento de reflexión personal, de pausa junto a la música para dejar la palabra de Dios nos interpele, nos hable, resuene en el corazón, si tenés a mano el texto bíblico volvé a él. Leelo, escúchalo, quédate en el momento del texto que toca tu corazón, y desde allí rumiar la Palabra.

La alegría del Evangelio es como la alegría de aquél que, habiendo encontrado un tesoro, se vuelve loco de alegría, vuelve a casa y vende todos sus bienes, incluso los malvende, para poder comprar el campo en cuestión.

Los vecinos piensan que se ha vuelto loco, sospechan que quizá está siendo chantajeado por alguien y necesita dinero, o que tal vez lo haya perdido todo en una casa de juego.

Pero aquel hombre sabe muy bien adónde quiere llegar, y no le importa lo que digan de él. No le impresionan las palabras ni los juicios de los demás, porque sabe que el tesoro que ha encontrado vale más que todo cuanto tenía.
También el mercader que ha encontrado la perla preciosa lo vende todo, y la gente piensa que quiere cambiar de oficio o que no está en sus cabales. Pero él sabe que, cuando tenga la perla preciosa, tendrá un bien mucho mayor que todas las demás perlas juntas y que, si quiere, podrá incluso volver a comprarlas todas.

La alegría del Evangelio es propia de aquel que, habiendo encontrado la plenitud de la vida, se ve libre, sin ataduras, desenvuelto, sin temores, sin trabas. Ahora bien, ¿creen, acaso, que quien ha encontrado la perla preciosa va a ponerse a despreciar todas las demás? ¡Ni mucho menos! El que ha encontrado la perla preciosa se hace capaz de colocar todas las demás en una escala justa de valores, de relativizarlas, de juzgarlas en relación con la perla más hermosa.

Y lo hace con extrema simplicidad, porque, al tener como piedra de comparación la perla preciosa, sabe comprender mejor el valor de todas las demás.

El que ha encontrado el tesoro no desprecia lo demás, no teme entrar en tratos con los que tienen otros tesoros, puesto que él está ahora en condiciones de atribuir a cada cosa su valor exacto.

Encontrarte con Jesús, experimentar que Cristo está vivo, y te invita a seguirlo, siendo su discípulo misionero, no es negar el resto de tu vida, al contrario es incorporar desde Jesús la vida diaria, allí es donde Jesús quiere ser anunciado y compartido.

En este día la Palabra de Dios nos presenta el final de las parábolas del reino, nos suscita sentimientos claros, por ejemplo la alegría, alegría del encuentro, del tesoro, de la perla.

Alegría que está muy unida a una decisión, si el peón que encuentra el tesoro, no se decide a venderlo todo a arriesgarlo todo, se va a quedar sin nada, solemos decir, sin el pan y sin la torta. Sabe, está convencido, que su alegría será completa cuando pueda comprar el campo, y hace todo lo que está a su alcance para hacerlo.

Se despoja de todo, sin dudas hoy también el Señor me está poniendo frente a un tesoro, el de su Palabra, el de su presencia, su amor. ¿Estaré dispuesto a despojarme de todo, para alcanzarlo a Él? ¿Qué me está constando en este tiempo dejar de lado, vender, mal vender, es decir ir contra corriente, para tener el gran tesoro que es Jesús?
No hay dudas, el reino de los cielos, el caracú del reino es para entendidos, como lo era el peón, que vio en ese tesoro la oportunidad de su vida, o el coleccionista de perlas. Es para entendidos, no para unos pocos seleccionados, tipo élite. Es para quienes en algún momento han hecho la experiencia de Jesús.

Entendidos en las cosas de Dios. Y en el mismo Evangelio quienes son estos, los pobres los sencillos, de hecho así meditábamos hace unos domingos, “Te alabo Padre del cielo y de la tierra…”.

Ser conscientes de esta realidad es fundamental, para no contagiarnos con el espíritu del mundo, para no cansarnos de hacer el bien, de ser buenos, una gran tentación en este tiempo que vivimos. Tantas veces aparece a los ojos de los hombres, que los vivos, los pícaros, los malandras, los hipócritas, los ladrones, los corruptos, son todos quienes tienen la delantera en este tiempo. Son los exitosos. Y esto lo entendemos, pero se complica cuando nos toca cerca, un amigo, un compañero de trabajo, un vecino, un familiar, entra en este rubro “de los malos” me pone a prueba. ¿Cómo estoy reaccionando ante eso?

Hay un tiempo para todo nos dirá el eclesiástico. También aquí hoy el Evangelio nos pone ante esto, un tiempo para buscar, y un tiempo para disfrutar del encuentro, sobre todo un tiempo para vivir, obrar, y un tiempo en el que se cosecha. Y desde el que se obrará el juicio de Dios. El de Dios, no el nuestro.