La autoridad de Jesús

martes, 5 de septiembre de 2023
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05/09/2023 – A lo largo de este mes de septiembre, mes dedicado a la Biblia, mes dedicado a la Palabra, no podemos no interesarnos por trabajar y dejar que esa Palabra de Dios actúe en nuestros corazones. Es un desafío que vos y yo tenemos que tener durante todo el año, pero más a lo largo de este mes. No como algo externo solamente, sino como una gracia que va respondiendo a las inquietudes que van apareciendo en nuestros corazones.

Dame, Señor, un corazón:
que se compadezca del dolor del hermano,
que se convierta,
encuentre el camino,
que no le amargue la vida a los demás,
sino que alegre sus días.
Dame, Señor, un corazón:
que ame y se deje amar
sin reservas ni heridas.
Dispuesto a recibir tu gracia
divina y transformadora.
Dame, Señor, un corazón:
abierto a creer en Vos,
en tu amor que nunca se agota,
Un corazón como el tuyo,
noble y sincero,
que siga tus enseñanzas
con humildad y sinceridad.
Dame, Señor, un corazón:
Que perdone sin medida,
porque se reconoce misericordiado.
Que busque reconciliación y unidad,
Esperanza y paz.
Dame un corazón, Jesús,
lleno de tu paz y tu luz,
que sea palabra de consuelo,
y escucha atenta.
Que se alegre en tu presencia
y en la verdad se fortalezca.
Dame un corazón, Jesús,
que refleje tu amor en cada paso.
Un corazón, Jesús,
como el tuyo.
“Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (Ezequiel 36, 26).
Amén

Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y enseñaba los sábados.Y todos estaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad.En la sinagoga había un hombre que estaba poseído por el espíritu de un demonio impuro; y comenzó a gritar con fuerza;”¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios”.Pero Jesús lo increpó, diciendo: “Cállate y sal de este hombre”. El demonio salió de él, arrojándolo al suelo en medio de todos, sin hacerle ningún daño.El temor se apoderó de todos, y se decían unos a otros: “¿Qué tiene su palabra? ¡Manda con autoridad y poder a los espíritus impuros, y ellos salen!”.Y su fama se extendía por todas partes en aquella región. San Lucas 4,31-37.


El Evangelio de hoy nos cuenta que el Señor bajó a Cafarnaúm y que enseñaba con autoridad. Acordate de esta frase porque es muy importante. Todos quedaban asombrados por esa autoridad y por esa autoridad Jesús hacía milagros. Fíjate cómo hoy en día la sociedad en la que vivimos tiene una gran crisis de autoridad. Todo se cuestiona, todo se responde, hay muy poca docilidad. Claro, porque para poder practicar bien la autoridad hay que saber estar a la altura.

El Evangelio de hoy nos dice que Jesús hablaba con autoridad, es evidente que no se trata de la autoridad “formal” que puede tener uno por el puesto que ocupa o el cargo, sino la autoridad que tiene una persona cuando en su vida existe una unidad total, una coherencia entre lo que dice y lo que vive.

El Papa Juan Pablo II decía que la misión que tenemos como cristianos es proclamar el Evangelio con la Palabra, pero sobre todo con la coherencia de vida. Sólo así serán testigos creíbles de la esperanza cristiana y podrán difundirla a todos.

“¡Che, los católicos son aburridos!”, “¡Son unos hipócritas!”, “Si voy, me van a mirar mal”, “¡Qué retrógrados, todos iguales!”, “¡Viven encerrados, unos cuadrados!”, etc, etc, etc… ¿Te suena alguna de estas frases? Es la imagen que muchos tienen de la Iglesia, de la fe e incluso del mismo Dios.
Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Y a la hora de vivir la fe, queda claro que lo que los demás ven (y juzgan) en uno, es la propia vida. Cuentan que san Francisco de Asís decía justamente eso: “ten cuidado con tu vida, quizás sea el único evangelio que muchas personas vayan a leer”. Para ponerse a pensar, ¿no? Cuánto nos cuesta la coherencia, cuánto nos cuesta que Jesús esté presente en todos los ámbitos de vida. Pero ese es el mejor testimonio que podemos dar a los demás. Mostrarnos como somos, con nuestros defectos y virtudes, pero intentando que se nos note que nos sabemos amados por Dios y dispuestos a hacer el bien. “La Iglesia no es un museo de santos sino un hospital de campaña para pecadores” (Papa Francisco) ¿Se puede hablar de Dios sin hablar de Dios? ¡Claro que se puede! Eso es el testimonio. Acordate que las palabras convencen, pero los gestos arrastran. ¡Eso es el testimonio! A veces es todo lo que necesita Dios para empezar a actuar en la vida de alguien. No es contar lo que vos hacés por Dios sino lo que Él hizo y hace por vos. ¡Tenés que ser instrumento de misericordia de Dios, tenés que ser la caricia de Dios! ¡No le tires la biblia por la cabeza al primero que se te acerque! Acompañá con paciencia, en lo sencillo, en lo de todos los días. En lo cotidiano.

El mismo san Francisco decía: “predicá el evangelio en todo momento, y cuando sea necesario, usá las palabras”. De nada sirve hablar mucho de Dios si antes no hablás con Él. De nada sirve predicar mucho, si no lo vivís. Hacer, pensar y decir a Jesús. ¡Lindo desafío! Es una gracia que solamente la locura del amor de Dios nos puede regalar. Empezá a vivir la alegría de ser cristiano.
¡Que te vean alegre! Por favor, que te vean alegre.

¿Te animás?

Jesús pone las cosas en su lugar, en orden. El espíritu del mal desordena, divide, genera confusión, no permite la comunión. El señor con su autoridad pone las cosas en su lugar. Jesús unifica.

Nos podemos preguntar qué es la coherencia. Relación o unión que debe existir entre fe y vida, entre aquello que creemos -el Señor Jesús y su Evangelio- y el modo como vivimos en lo cotidiano. En esta coherencia está el secreto de la santidad, a la que Dios nos llama a cada uno de nosotros, en nuestro propio estado de vida. Por ello es tan importante que de la fe en la mente y en el corazón pasemos a la fe en la acción.

En primer lugar, recuperar la autoridad para servir. Gracias a la fe sabemos que el Señor nos ha regalado el don de cuidar y de estar al servicio de los demás. A mayor servicio, mayor plenitud. Acordate, es un vaciarme para llenarme. Esa es la definición de servicio, un vaciarme de mí para llenarme del otro y llenarme de Dios. Te cuento algo que me pasaba cuando ingresé al seminario. Yo pensaba que era como una escalera al seminario donde uno iba subiendo peldaños, iba cumpliendo pasos hasta llegar al objetivo que era la sacerdocia, además del discernimiento. Y después me di cuenta de que sí, es verdad, es una escalera el seminario. Pero en vez de una escalera para subir, es una escalera para ir bajando, para ir haciéndose chiquito, para ponerse al servicio de los demás. Bueno, la vida de fe, la tuya, la mía también, es eso, es un camino de descenso. La palabra en griega es kénosis, de abajamiento, es lo que hizo el Señor con la encarnación. Dios se hizo hombre. Ese es el camino del servicio, un abajamiento para servir a tus hermanos. Por eso preguntate cómo viene tu abajamiento hoy, cómo viene tu humildad, cómo estás trabajando tu soberbia. Acordate que un humilde levantado es un soberbio destronado. A veces Dios permite que nos caigamos del caballo, que probemos un poco la tierra, solamente para levantarnos de nuevo, para que resucitemos, pero desde la humildad. Desde ahí es donde podemos hablar y dar testimonio. En estos tiempos, lo vamos viendo, no hay nada peor que un soberbio con poder. Y claro, nosotros necesitamos personas que convenzan por su testimonio. No hay nada peor que un soberbio con poder. Y la corrupción de lo mejor, que es el servicio, se puede convertir en lo peor. Ya la gente no cree a los que tienen autoridad. Y qué bueno que es recuperar esta referencia, el marco, la guía, una autoridad que nos oriente. Y esa autoridad viene de Jesús. Es Jesús el que con mucha claridad nos dice vení por acá, seguí este camino, esto está bien, esto está mal, vení conmigo. Por eso que tu autoridad sea para el servicio.


Un cristiano coherente es aquél que sostiene con sus obras lo que cree y afirma de palabra. No hay diferencia entre lo uno y lo otro. Se descubre en él o en ella una estrecha unidad entre la fe que profesa con sus labios, la fe acogida en su mente y corazón, y su conducta en la vida cotidiana: su fe pasa a la acción, se muestra y evidencia por sus actos. Así los principios tomados del Evangelio orientan su conducta y su pensamiento cristiano, su piedad y afectos, y se reflejan en la acción práctica. Esta coherencia la vive no sólo cuando las cosas se le presentan “fáciles”, sino también cuando es puesto a prueba.

Llamados a ser santos, experimentamos múltiples dificultades para realizar esta vocación. Estas dificultades para vivir la coherencia las encontramos dentro de nosotros mismos, en nuestra fragilidad o en nuestra débil voluntad ante nuestra inclinación al mal, ante los malos hábitos o vicios de los que, a veces, es difícil despojarse. No es raro experimentar que, aunque me haya propuesto firmemente ser cada día más santo, haga el mal que no quiero y que deje de hacer el bien que me había propuesto hacer.
Fijate cómo a veces no entendemos lo que significa autoridad. Una cosa es tener autoridad y otra muy distinta es ser autoritario. Quien tiene autoridad no está diciéndole a los otros todo el tiempo lo que tienen que hacer, sino que orienta, acompaña. El que tiene autoridad se lo ha ganado y su testimonio es creíble porque tiene coherencia, no porque ande mandando. Te lo repito, tu testimonio va a ser creíble porque tengas coherencia, no porque andes mandando y diciéndole a los otros lo que tienen que hacer. La autoridad se manifiesta en la firmeza, en la seguridad. Pero esto es diferente de la dureza. La firmeza viene de la mano de la caridad y de la misericordia. La dureza de la mano del juicio y de la condena. Sería bueno que hoy analices cómo viene tu autoridad y cómo les decís las cosas a los demás. Que tu palabra sea tu vida. Que tu verdadero anuncio sea tu testimonio. Anunciá con ese testimonio y si te equivocás, bueno, pedí perdón. Acordate que no solamente hay que vivir la autoridad, sino también ser dóciles a lo que los otros nos dicen. ¿Vos estás escuchando los consejos de las personas que te acompañan en tu caminar? ¿O creés que ya te sabés toda? No te olvides que la autoridad también es humildad.

Estoy llamado a ser un apóstol. Cada cual en su puesto y lugar, desde el propio estado de vida, nuestra misión es la de anunciar el Evangelio, transmitir al Señor y hacer partícipes a muchos otros del don de la reconciliación que Él nos ha traído. Ello implica necesariamente que yo mismo me esfuerce por ser el primero en acoger y vivir el Evangelio con máxima coherencia.

Con autoridad Jesús le hablaba a los espíritus impuros, dice la palabra. La autoridad de Jesús es definitiva porque habla con poder. Y lo que dice, lo cumple. Por eso es necesaria la fe para descubrir que cuando Dios habla en tu vida, las cosas cambian. Cada vez que recibes la absolución, en la reconciliación, es la autoridad de Dios la que se hace presente. Un poder que libera, que perdona. ¿Por qué te vas a seguir presionando o llenándote de culpa? ¿Por qué? Si Dios ya habló. Y cuando Dios habla, las demás voces se callan. Todas las otras voces se callan. Porque el que Dios hable, significa que la autoridad llega a tu corazón. Permitas que ese corazón escuche algo diferente. Por menos, por menos que Dios, nunca.