7º morada: donde habita Dios

martes, 19 de julio de 2016
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19/07/2016 –  Llegamos a la última morada, el recinto más interno del corazón donde habita Dios. Teresa plantea que es aquí donde se da el desposorio interior, en la íntima unión con Dios. Da la impresión, en ese momento, de que Dios da un anticipo de toda la alegría, gozo y paz del cielo. No hay palabras, ni comparaciones, para describir lo que se vive. Se realiza la unión de Dios y la pequeñez, como una gota de agua en la inmensidad del océano”.

 

“El que me ama y cumple mis mandamientos, ese será amado por mi Padre y Yo lo amaré y me manifestaré a Él. El que me ama, será fiel a mi Palabra y mi Padre lo amará, iremos a Él y habitaremos en Él”.

Juan 14, 23

A través de sus moradas, Teresa nos ha introducido en el castillo interior, que es todo nuestro ser personal, llevándonos por los distintos lugares donde Dios nos habita. Ella nos ha ido mostrando cuarto por cuarto, morada por morada, tiempo por tiempo, las distintas etapas del camino espiritual con toda su belleza y riqueza, con todos los riesgos y las atenciones que debemos tener hasta llegar a donde Dios nos espera para establecer con nosotros una profunda comunión de vida, el “desposorio interior”, como le llaman algunos místicos. “Pareciera que todo está dicho en este camino espiritual. Pero el poder de Dios no tiene límites y tampoco lo tiene su amor. En los éxtasis, Dios se comunicaba de forma secreta y escondida. Aquí en esta última morada es diferente. Se quitan las escamas de los ojos del alma para que vea y entienda”. Como le ocurriera también a San Pablo, la persona que llega a esta etapa del camino espiritual se encuentra con el misterio de Dios en su totalidad. “Se le muestra la Santísima Trinidad con una calidez inaudita; llega como una nube luminosa y se entiende esta verdad de la fe – por así decirlo- con los propios ojos. Se le comunican las Tres Divinas Personas y le dan a entender aquellas palabras de Jesús: que él y el Padre y el Espíritu Santo vendrán a habitar en el alma de quienes lo aman y guardan sus mandamientos”.

El camino por el cual llegamos a este lugar es sin duda el impulso del amor de Dios en su iniciativa, quien purgando todo nuestro ser de maneras diversas nos lleva a ser uno con Él. Este es el motivo por el cual se recorre el camino detrás de Jesús, en términos de amistad. Este hermoso don tiene la posibilidad de ser uno en el otro. El amigo no es solamente un compañero de camino, es uno viviendo en el otro. Cuando la amistad viene de Dios, somos nosotros en Él, y Él es en nosotros. San Pablo, en el culmen de su peregrinar interior, llega a decir en Gálatas, capítulo 2 versículo 20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. No es que la persona se confunda en su identidad: Al contrario, encuentra su más honda identidad a partir de esta inhabitación de las tres personas en Cristo con el que ha recorrido camino de interioridad hasta llegar a lo más profundo del corazón. Esta situación no deja a la persona ensimismada sino que la hace expansiva. Este grado de pertenencia al misterio de Dios no nos saca de nosotros mismos ni del vínculo con los demás, sino que profundiza la relación con nosotros mismos desde la más honda identidad y nos pone de cara al vínculo con todos, sin excluir a nadie. Es la gracia de expansividad que nace de la centralidad en Jesús. Es que la vida ha encontrado su eje central, que es Cristo. Todo surge de este encuentro de profunda intimidad, que no es intimismo sino presencia de Dios habitándonos en lo profundo de nuestro ser.

El alma siente el deseo de ser universal, como le pasó a Santa Teresita de Jesús, que quería ser todas las cosas, hasta que ella encontró la centralidad en Cristo. Teresa de Ávila lo indica con esta expresión: “Se está mucho más alerta que antes para todo trabajo en bien de la Iglesia y los hombres”. Es decir, no perdió la universalidad y al mismo tiempo encontró el secreto de la centralidad, que es el amor. En este caso hay que tener en cuenta que para cada persona, la centralidad en Cristo tiene rasgos distintos, de acuerdo al llamado que nos hace el Señor. Algunos encuentran a Jesús en el servicio a los más pobres, otros lo encuentran en la Palabra de Dios, y así sucesivamente.

Santa Teresa

El Amor centrante que se hace universal

“La habitación definitiva de Dios en el alma tiene lugar en esta morada. Aunque, a decir verdad, la comunión total y perfecta sólo se da en la otra vida. Cuando sucede por primera vez, se presenta Cristo, visible a los ojos del alma, con gran resplandor, hermosura y majestad, como después de resucitado y le dice al alma que ya es hora de que tome sus cosas como propias, pues Él se ocupará de las suyas. Esta visión, es muy diferente a las anteriores. Sus palabras poseen una fuerza única. Son reales y eficaces. Cumplen y realizan lo que dicen. Es como una toma de posesión definitiva del alma. Da la impresión, en ese momento, de que Dios da un anticipo de toda la alegría, gozo y paz del cielo. No hay palabras, ni comparaciones, para describir lo que se vive. Se realiza la unión de Dios y la pequeñez, como una gota de agua en la inmensidad del océano”. Cuando el alma está centrada en Dios y cuando Dios está centrado en el alma hay una perspectiva de universalidad. Se podría decir que cuando eso ocurre, “uno es todas las cosas y todas las cosas están en uno”. Es la experiencia de San Francisco de Asís cuando a todo lo reconoce fraterno, cercano, no hay lugar con el cual no pueda vincularse. En Francisco hasta la misma muerte le resulta fraterna; a nada le tiene desprecio. Es la universalidad que deja el amor vivido en plenitud. Es aquello que Jesús proclamaba cuando hablaba del amar a todos sin excluir a nadie.

Esta universalidad de entrega de amor en Cristo nos lleva a territorios cada vez más amplios. Esta experiencia de universalidad no es fruto de una lógica de razonabilidad, sino que es fruto de un amor que lo copa todo dentro de sí mismo y más allá también. “Los resultados de esta unión con Dios son similares a los relatados anteriormente pero llevados a un grado máximo. La persona que recibe este don, se entrega enteramente a las obras de Dios sin acordarse para nada de sí misma. Parece que se cumplen las palabras que le dirigió Cristo. Ya no le interesa ser nada, ni que le consideren nada. Si se preocupa por su propia fama, es solamente en la medida de que eso sirve para la honra de Dios. Tampoco desea, como antes, morir para ver a Dios, ahora prefiere vivir muchos años para trabajar por Él, para dar a conocer el evangelio. Se trabaja para que todos conozcan a Dios y no solo para que sea conocido sino para que sea servido, para que sea amado con todo el corazón”. Aun cuando todo se mueva alrededor de uno, “el alma se encuentra en quietud casi siempre, pues se encuentra junto al mismo Señor. Sin embargo, no falta la cruz pero sin pérdida de la paz interior. Algunas veces, el Señor deja sola al alma, por un día, para que entienda más que lo que tiene es regalado, para que se mantenga en la humildad. Tampoco quedan esas almas libres de leves faltas, cometidas por inadvertencia. Para terminar, hay que recordar que las personas que más cerca estuvieron de Cristo fueron las que sufrieron más”.

Hablando de esta Séptima Morada teresiana, Maximiliano Herraiz García afirma: “El proceso llega a su plenitud. El movimiento de interiorización ha culminado en el centro. En la morada de Dios. El hombre descubre a Dios ´en lo muy interior; en una cosa muy honda`. Algo inefable. Apenas pueden balbucirse unas palabras. Y fallan también las comparaciones. ´No se puede decir más de que… queda el alma, digo el espíritu de esta alma, hecho una cosa con Dios. Hay grandísima diferencia de todas las (gracias) pasadas, a las de esta morada, y tan grande del desposorio espiritual al matrimonio espiritual, como lo hay entre dos desposados que ya no se pueden apartar”. Hermosa expresión la que utiliza Santa Teresa, con el comentario de Herraiz García, para entender de qué se trata esto de estar profundamente en Dios: “En el matrimonio espiritual, ´siempre queda el alma con su Dios en aquel centro`”. No es que falte la cruz, no es que no haya combates o sacudidas alrededor y dentro de uno mismo, pero en el fondo del corazón hay paz; en lo más hondo del ser hay experiencia de encuentro con Jesús y allí radica la gracia transformante.

Agrega Herraiz García: “La gran purificación a que ha llegado le hace posible recibir la comunicación de Dios con fortaleza, sin el más mínimo estorbo, con deslumbrante claridad, en lo muy interior: ´Notoriamente ve que están (las divinas Personas) en lo interior de su alma, en lo muy interior… Y en faltando las ocupaciones, se queda con aquella agradable compañía`”. Es decir, cuando se está solo no se está solo, la persona que está centrada en Dios está muy bien acompañada por el Señor mismo. Y aún cuando se está con otros, no se deja de estar con quien está dentro, con Cristo. “Comunicación íntima trinitaria: ´Aquí se le comunica todas tres personas`”. Teresa expresa que vive la experiencia de estar metida dentro del Misterio Trinitario, al mismo tiempo que este misterio la habita desde lo más hondo. “La presencia del hombre a Dios es también total, sin fisuras. ´Lo esencial de su alma jamás se movía de aquel aposento`”. Se trata de una experiencia de centralidad, no es estar absorbido en Dios sino permanecer en Dios.

Esto es lo mismo que dice la Palabra de Dios en el Evangelio de Juan, en el capítulo 15, cuando nos llama a dar mucho fruto, utilizando la imagen del sarmiento y la vid. Dice Jesús en versículo 4: “Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí”. A veces, Dios se ausenta un tiempo de un corazón que estaba consolado y lo hace para que descubramos que esta gracia de centralidad y de presencia de Él en lo más íntimo del corazón es un regalo, es un don del Cielo. Que quede claro que nada de esto es fruto de un esfuerzo personal, ni se logra queriendo conquistar al Señor. En todo caso, si Dios se siente atraído a venir al alma es por el camino de la humildad que ha hecho esta persona.

“Esta presencia total, desde la raíz más honda del ser, se manifiesta como polarización existencial, de servicio pleno, de amor y vida”. Teresa manifiesta sobre esto: “Sentía yo un olvido de si, que, verdaderamente parece ya no es. Su gloria tiene puesta en si pudiesen ayudar en algo al Crucificado”. Esta expresión es la de todos los santos, que quieren llegar a ser uno en Cristo hasta el punto de que la vida también se vaya con la de Jesús. El deseo de morir para gozar de Dios se convierte en el deseo de vivir para servir más a los demás. En la Séptima Morada la persona ya no se quiere morir sino que se da cuenta que viviendo aquí es como puede hacer mucho bien y con eso llevar a muchos para que se encuentren con Dios. Este grado de profunda presencia del Señor en lo más hondo del ser, hace al alma más expansiva. Mientras mayor intimidad con Dios, mayor expansividad interior.

Padre Javier Soteras