¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?

jueves, 26 de julio de 2012
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Queremos descubrir, con Cristo Jesús, el sentido y el valor, la dignidad de nuestra vida, de nuestro ser hombres creados a imagen y semejanza de Dios. Todo lo que esconde y supone este misterio de nuestra humanidad, cómo y de qué manera tenemos que tener consideración por nosotros mismos para que la obra que Dios comenzó en nosotros se vea plenificada y, para gloria suya, veamos completado en nuestra propia existencia lo que Dios pensó, soñó y creó como proyecto de vida para cada uno de nosotros.

 

El misterio del hombre y el llamado a la felicidad

 

Si hay algún lugar donde esto se ve reflejado en la Buena Nueva de Jesús es en las Bienaventuranzas, que son el decálogo de la felicidad del hombre en la perspectiva de Cristo. Por eso quiero compartir con todos ustedes la Oración de las Bienaventuranzas:

 

ORACIÓN

Bienaventurados son aquellos que se levantan contentos cada mañana, agradecidos simplemente por vivir un nuevo día, nuestro camino hacia Ti, oh Dios.

Bienaventurados son aquellos que se perdonan a sí mismos sus faltas de atención, sus errores y caídas, abriéndose a tu divino perdón.

Bienaventurados son aquellos que tienen ojos para ver la simple belleza de una margarita, el esplendor de una puesta de sol, la majestad de una montaña y te alaban en esas maravillosas manifestaciones.

Bienaventurados son aquellos que poseen oídos para escuchar el sonido de la lluvia cayendo, los momentos íntimos de sus propios corazones, las risas de los niños al jugar, tu voz dentro de todas las voces.

Bienaventurados son aquellos cuyos corazones acogen el amor y el cariño de otros, sin sentir la necesidad de ganárselos, recordando que en el amor de los demás conocemos el poder de Tu amor por nosotros.

Bienaventurados son aquellos que confían y creen que este viaje humano es un viaje sagrado, y que Tú, oh Dios, estás encontrándonos una y otra vez en nuestro caminar.

Amén.

Que vos también puedas ser bienaventurado/a y que puedas descubrir tu gozo y tu felicidad, que lo encuentres este día y que lo puedas celebrar en cada momento de la jornada. Bienaventurado, feliz, que el gozo y la paz de Cristo llenen tu corazón.

 

Dice el Salmo 8 (v. 5 y 6):

 

“¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él,

el ser humano para darle poder?

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,

lo coronaste de gloria y dignidad.”

 

Esta pregunta, de cara al misterio de Dios, está escondida en lo profundo de cada corazón. Cristo, en la revelación del misterio del Padre, le descubre al hombre la grandeza de su vocación. Es decir que esta pregunta encuentra respuesta en Cristo, imagen del Dios invisible.

 

El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Y esa imagen, deformada y alterada por el pecado, viene a ser reconstituida y restaurada en su belleza original y ennoblecida con la gracia de Dios. La imagen divina está presente en el corazón de todo hombre y busca resplandecer. ¿Y cuándo resplandece? En la comunión con las personas, que a semejanza de la unidad de la Santísima Trinidad, mostramos este rostro de nobleza que el amor regala con capacidad de hacerlo todo nuevo. De allí que, a la hora de soñar con un mundo distinto, lejos de apartarnos de las situaciones que muestran a una humanidad rota, resquebrajada, corrompida, la invitación es a acercarnos como buenos pastores a esos lugares porque es en el encuentro desde el amor donde esas realidades comienzan a ser distintas.

 

Estamos dotados de un alma espiritual, inmortal. Nosotros somos una criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma; desde el momento mismo de la concepción estamos destinados a la felicidad eterna, a la plenitud, a reflejar el rostro de lo divino. Nosotros, como personas, participamos de la luz y la fuerza del Espíritu con el que Dios viene a hacer nuevas todas las cosas.

 

Mediante la razón tenemos la capacidad de percibir la voz de Dios que impulsa a hacer el bien y a evitar el mal. En estos tiempos, el sopesar, el discernir la realidad exige de nosotros mayor fineza y atención para que nuestro compromiso de corazón sea inteligente. Un corazón inteligente y una inteligencia que sea capaz de comprometerse en el amor es lo que necesita el mundo de hoy. Todo hombre está llamado a seguir esta ley que resuena en la conciencia y que se realiza en el amor de Dios y del prójimo. El ejercicio de la vida moral proclama la dignidad de la persona humana; y en el comportamiento ético que nace de una mirada razonable frente a la llamada a hacer el bien y evitar el mal está la fuerza transformadora de la sociedad. Por eso, nuestro compromiso en la caridad por hacer el bien, despierta necesariamente el bien. Pareciera que el mal tras mal va constituyendo un círculo de violencia, de agresividad, de oscuridad, de sinsentido que nos va como envolviendo bajo las sombras de que todo da exactamente lo mismo. Cuando aparece una luz de fuerza de bien, comprometida con una realidad humana que reclama de la presencia del amor, es como que se rompe ese círculo y el bien comienza a multiplicarse; y somos capaces de ver cómo detrás de un gesto sencillo, comprometido y sostenido en el tiempo, otros más vienen a sumarse para comenzar a construir lo nuevo que se está esperando. Recuperar el sentido de la razón que muestra el camino del bien y nos aparta de lo que no nos hace bien, nos permite salir de ese relativismo moral en el que la sociedad de hoy define todo como exactamente lo mismo; es “el absoluto de lo relativo” ha dicho Benedicto XVI cuando estaba a punto de asumir su pontificado y nos invitaba a diferenciarnos del mal y a construir bajo las fuerzas del bien.

 

A veces sentimos al corazón como dividido. Como dice el apóstol Pablo, no hago el bien que quiero, y hago el mal que no quisiera hacer. El hombre está dividido interiormente. Por eso toda vida humana, singular y colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramática entre nuestra búsqueda de hacer bien el bien y esta fuerza del mal que opera dentro de nosotros buscando quitarnos la luz y trayéndonos la sombra y la oscuridad.

 

Jesús, por la gracia de su Pasión, nos libró de Satán y del pecado y nos mereció la vida nueva en el Espíritu Santo. Su gracia, el don de su presencia, viene a restaurar en nosotros lo que el pecado había deteriorado. El que cree en Cristo es hecho hijo de Dios y esta adopción filial lo transforma, dándole la posibilidad de seguir el ejemplo de Jesús. Nos hace capaces de obrar rectamente y de practicar el bien. No podemos obrar el bien sin esta presencia que nos libera de ese lugar donde sentimos que el alma está dividida y la vida es un drama, de lucha entre el deseo de hacer bien las cosas y esta fuerza del mal que opera dentro nuestro buscando sacarnos del camino para obrar en sentido contrario. Sólo Jesús es capaz de librarnos y llevarnos al triunfo en ese combate.

 

Las bienaventuranzas están en el centro del mensaje de Jesús. Con ellas Jesús recoge las promesas hechas al pueblo elegido, pero las perfecciona, orientándolas hacia un orden nuevo, el Reino de los Cielos.

 

«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Bienaventurados los mansos, porque ellos posseerán en herencia la tierra.

Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.

Mateo, 5, 3-11
Las Bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesús y describen su caridad; expresan nuestra vocación de estar asociados a la gloria de su Pasión y su resurrección, porque es en medio del drama, del dolor, del sufrimiento donde Dios nos dice sé feliz, te doy la gracia para que seas feliz, mi presencia de amor entregada en la cruz es fuerza para que vos también puedas vencer en ese lugar donde sentís que sos vencido y ser plenamente feliz.

 

 

Padre Javier Soteras