La centralidad en Cristo

lunes, 6 de agosto de 2012
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El que me ama, dice Jesús en el evangelio de Juan capítulo 14 del verso 21 en adelante, y cumple mis mandamientos, ese será amado por mi Padre y Yo lo amaré y me manifestaré a él. El que me ama será fiel a mi palabra y mi Padre lo amará, iremos a él y habitaremos en él. Palabra del Señor

 

En el camino que Teresa nos viene acompañando nos ha introducido en el castillo interior que es todo nuestro ser personal, llevándonos por los distintos lugares donde Dios nos habita completamente y no ha ido mostrando morada por morada toda la belleza y riqueza, todos los riesgos y las atenciones que debemos tener hasta llegar a este punto a donde Dios nos invita a ir, a la séptima morada, al lugar donde Dios nos espera para establecer con nosotros una profunda comunión de vida, desposorio interior le llama Teresa de Jesús, comunión de vida toda en Cristo.

 

Pareciera que todo está dicho en este camino espiritual, pero el poder de Dios no tiene límites y tampoco lo tiene su amor, dice Teresa, en los éxtasis, Dios se comunicaba en forma secreta y escondida, aquí en esta última morada es distinto, ya no hay secretos, se quitan las escamas de los ojos del alma como a Pablo cuando también fue develado en el misterio de Cristo y la persona que llega a esta etapa del camino espiritual se encuentra con el misterio de Dios en su totalidad, es el encuentro que la persona tiene de manera viva con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Llega como una nube luminosa, dice Teresa, y se entiende esta verdad de la fe con la propia mirada interior. Se le comunican al alma las tres divinas personas y le dan a entender aquellas palabras de Jesús, que él, el Padre y el Espíritu Santo vendrán a habitar en el alma de quien lo ama y guarda sus mandamientos.

El camino por el cual llegamos a este lugar es sin duda el impulso del amor de Dios en su iniciativa quien purgando de maneras diversas todo nuestro ser nos lleva a ser uno con él.

Este es el motivo por el cual uno recorre el camino detrás de Jesús. En términos de amistad, el don de la amistad tiene esta posibilidad de ser uno en el otro. El amigo no es solamente un compañero de camino es uno viviendo en el otro. Cuando la amistad viene de Dios, somos nosotros en él y es él en nosotros. Pablo en este camino interior, al culmen llega a decir “ya no soy yo, es Cristo quien vive en mi”, Cristo murió y entregó su vida por mí.

No es que la persona se confunda en su identidad, sino que encuentra su más honda identidad a partir de esta inhabitación de las tres personas en Cristo con el que ha recorrido camino de interioridad hasta llegar a lo más profundo del corazón.

 

Esta situación, dice Teresa, no deja a la persona ensimismada sino la hace expansiva. Este grado de pertenencia al misterio de Dios no nos saca de nosotros mismos ni del vínculo con los demás, al contrario, profundiza la relación de nosotros mismos y nos pone de cara al vínculo con todos sin excluir a nadie. Esta gracia nace de la centralidad en Jesús, es un encuentro de profunda intimidad, presencia de Dios habitándonos en lo profundo del ser y haciéndonos expansivos en la manera de vincularnos desde él con todos. Y siente el alma, dice Teresa, el deseo de ser universal, Teresita encontró la centralidad en Cristo, en el corazón de la Iglesia.

 

Esta centralidad para cada uno de nosotros tiene rasgos distintos, algunos lo encuentran en el servicio a los pobres, otros lo encuentran en la palabra de Dios, a mí por ejemplo, la experiencia de encuentro con la espiritualidad teresiana, me resulta centrante. Tiene un don Dios para mí en el seguimiento del camino de Teresa de Jesús.

Para otros es la figura de Francisco de Asís y la capacidad que tiene Francisco de ser todo permaneciendo pobre, siendo muy rico siendo pobre, y el camino franciscano le ofrece toda una posibilidad.

Te quiero conducir a que cualquiera sea el modo por donde Dios te ha ido llevando por la vida, él busca ocupar el centro de tu corazón.

 

La vida centrante en Cristo. ¿Por qué caminos Dios te ha llevado para hacer centro en tu vida?

 

La habitación definitiva de Dios en el alma tiene lugar en esta morada, dice Teresa, aunque a decir verdad la comunión total y perfecta solo se da en la otra vida.

Cuando se presenta por primera vez, se presenta Cristo visible a los del alma con gran resplandor, hermosura y majestad como después de suscitado y le dice al alma que ya es hora que tome sus cosas como propias pues él se ocupará de las suyas.

 

Esta visión, dice Teresa, es muy diferente a las anteriores, sus palabras poseen una fuerza única, son reales y eficaces, cumplen y realizan lo que dicen, es una toma definitiva del alma. En este momento da la impresión de que Dios da un anticipo de toda la alegría, gozo y paz que va a haber en el cielo. No hay palabras ni comparaciones para describir lo que se vive aquí, se realiza la unión de Dios y la pequeñez nuestra, como una gota de agua se confunde en la inmensidad del océano.

 

Hay una perspectiva de universalidad cuando el alma está centrada en Dios, uno es todas las cosas y todas las cosas están en uno, es la experiencia de Francisco de Asís cuando a todo lo reconoce fraterno, cercano, no hay lugar con el cual no pueda vincularse, en Francisco hasta la misma muerte le resulta fraterna, no hay lugar para el desprecio, es el amor vivido en plenitud, eso que Jesús proclamaba cuando hablaba del amor a todos sin excluir a nadie, también a los que no nos resultan familiares y cercanos y hasta los enemigos que atentan contra nosotros. Esta universalidad de entrega de amor en Cristo nos lleva a territorios cada vez más amplios, no es fruto de la razonabilidad sino es fruto de un amor que lo copa todo. Los resultados de esta unión en el centro con Dios son similares a los relatados anteriormente, dice Teresa, refiriéndose a la sexta morada pero aquí están puestos en su grado más alto. La persona que recibe este don se entrega enteramente a las obras de Dios sin acordarse para nada de sí misma. Parece que se cumplen las palabras que le dirigió Cristo, ya no le interesa ser nada ni que le considere en nada. Se preocupa por su propia fama en la medida en que eso sirve para la gloria y la honra de Dios, tampoco desea como antes morir para ver a Dios, ahora prefiere vivir muchos años para trabajar por él, para dar a conocer el evangelio, se trabaja para que todos conozcan a Dios, para que sea servido y para que sea amado con todo el corazón.

 

Aun cuando todo se mueva alrededor de uno, el alma en esta etapa del camino, da a entender Teresa de Jesús, se encuentra en una profunda quietud, se encuentra junto al mismo Jesús, lo cual no quiere decir que falte la cruz, pero sin pérdida de la paz interior. Algunas veces el Señor deja sola al alma por un día, para que entienda más que lo que tiene le viene regalado, para que se mantenga en humildad, en sencillez. Tampoco quedan estas almas libres de faltas, en esta etapa de centralidad, cometidas por inadvertencia.

Para terminar hay que recordar que las personas que más cerca estuvieron de Cristo fueron las que más sufrieron. 

 

El otro día compartiendo la celebración eucarística en la Radio, en el día del amigo, yo les compartía sobre esta frase de Teresa que acabamos de decir, que los que más cerca están de Dios son los que más padecen y sufren porque ese es el camino que el Señor quiso elegir para regalarnos la amistad, la entrega de la vida, no se sufre por sufrir, se sufre por la entrega del darse, del donarse.

Cuenta la historia y Teresa lo refiere en su biografía, de que en un momento de mucho combate, de mucha lucha en la reforma del Carmelo, Teresa se quejó al Señor por todo lo que la hacía sufrir, entonces el Señor le dijo, así trato yo a mis amigos, y Teresa, sin pelos en la lengua le dijo, con razón que tenés tan pocos.

 

Maximiliano Herraiz García, un autor muy recomendable a la hora de leer la vida y las obras de Teresa de Jesús, en este texto de la oración “historia de amistad” plantea sobre este lugar donde estamos parados ahora en la séptima morada lo que vamos a reflexionar a la luz de lo que él nos regala, el matrimonio espiritual o la unión transformante.

 

Estamos ubicados en esta espiritualidad teresiana, en esta centralidad de vida en Cristo con la que el Señor nos llama a dejarnos transformar por su presencia en el corazón y en el centro de nuestra vida.

 

Maximiliano Herraiz García comentando el texto de la séptima morada dice, el proceso llega a su plenitud, el movimiento de interiorización ha culminado en el centro, en la morada de Dios, allí el hombre descubre a Dios en lo muy interior, en una cosa muy honda – cita allí a Teresa en la sexta morada y comienza a hacer citas en torno a la séptima. Algo inefable, dice Teresa, apenas pueden balbucearse unas palabras para explicar lo que allí acontece fallan aquí las comparaciones. “no se puede decir más de que queda el espíritu de esta alma hecho una cosa con Dios”, en general señala que “hay grandísima diferencia de todas las gracias pasadas y tan grande es el desposorio interior, el matrimonio espiritual, como la hay entre los dos desposados que ya no se pueden apartar”. Hermosa expresión como para que nos podamos dar cuenta de qué se trata esto de estar profundamente en Dios.

“Siempre queda el alma con su Dios en este centro”, esto es lo que decíamos, por la descripción que hace Teresa, no es que falte la cruz, no es que no haya combates, no es que no haya sacudidas alrededor de uno y dentro de uno mismo, pero en el fondo del corazón hay paz, en lo más hondo del ser hay experiencia del encuentro de Jesús, el resucitado, con los discípulos y allí radica la gracia transformante. La gran purificación a que ha llegado hace posible recibir la comunicación de Dios con fortaleza, sin el más mínimo estorbo, con deslumbrante claridad, en lo muy interior, notoriamente ve que están las tres divinas personas en lo interior de su alma, “y en faltando las preocupaciones se queda con aquella agradable compañía”. Digamos así, cuando se está solo no se está solo, cuando se está solo se está muy bien acompañado y cuando se está con otros, no se deja estar con quien está dentro. ¿Qué se da aquí? una comunicación íntima, trinitaria, aquí se le comunica “todas tres personas”, dice Teresa.

Hay una experiencia de estar dentro del misterio trinitario y que el misterio trinitario nos habita desde lo más hondo, la presencia del hombre a Dios es total, sin fisura, lo esencial de su alma jamás se mueve de aquel aposento, es centrante.

 

No es estar absorbido en Dios sino de permanecer en Dios, un poco lo que la Palabra dice en el evangelio de Juan como invitación que nos hace en el capítulo 15 para llamarnos a dar mucho fruto, utilizando la imagen del sarmiento y la vid.

Dice Jesús allí “permanezcan en mí como Yo en el Padre”, si ustedes permanecen en mí como permanece el fruto del racimo en la vid, ustedes van a dar muchos frutos.

 

Es esta conciencia como regalo de Dios, Teresa dice, a veces Dios da la gracia de ausentarse para que uno mismo descubra que solo esta gracia de centralidad y de presencia de él en lo más íntimo del corazón es un regalo, es un don del cielo, no es fruto de un esfuerzo, no se logra queriéndolo conquistar. En todo caso, dice Teresa, en todo el camino Dios se siente atraído a venir al alma por el camino de la humildad, por eso aquí como en ningún otro lugar, Dios invita a la sencillez y a la humildad.

 

¿De qué presencia se habla aquí? de Dios, de la presencia de Dios en el alma, de una presencia en la raíz del ser. Se manifiesta como polarización existencial, dice Herraiz García, comentando a Teresa de Jesús, de ese amor y de esa vida de Dios en nosotros y cita a Teresa, “sentía yo un olvido de mi misma que verdaderamente parece que uno ya no es, su gloria tienen puesta en si pudiesen ayudar en algo al crucificado” que buena expresión! Es de todos los Santos, es llegar a querer ser en Cristo uno hasta el punto de que la vida se vaya con la de Jesús, en ese sentido.

 

Los deseos de morir para gozar de Dios se convierten en deseos de vivir para servir más y “si pudiese ser parte que siquiera un alma le amase mas y le alabase por mi intercesión, que aunque por poco tiempo le parece importa más que estar en la gloria”.

 

Ayer decíamos, la sexta morada es la que explica ese soneto hermoso de Teresa, que dice:

 “vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero, que muero porque no muero” Esto de tanto deseo estar en Dios que la persona siente que solamente por el camino de entregar su vida y morir, es como puede permanecer en Dios y por eso se muere por el hecho de todavía no haber partido.

En la séptima morada parece que ocurre otra cosa, la persona ya no se quiere morir sino que se da cuenta que es viviendo aquí como puede hacer mucho bien y entonces llevar a muchos para que se encuentren con Dios, porque toma conciencia desde lo más hondo del ser del clamor que Dios tiene por todos.

 

Este grado de profunda presencia del Señor en lo más hondo del ser hace el alma más expansiva, mientras mayor intimidad, mayor expansividad. Atención con experiencias falsas al respecto. No es intimismo es expansión de la vida, es entrega de la vida lo que surge de este lugar de profundo encuentro con el Señor.

 

Dejamos a Teresa en el camino y nos vamos a adentrar en su amigo y compañero de marcha Juan de la Cruz, a partir del lunes. Vamos a seguir un texto de las obras completas de Juan de la Cruz, comentado por Maximiliano Herraiz García.