Creer en la bondad del otro

lunes, 22 de octubre de 2007
image_pdfimage_print
Como elegidos de Dios, consagrados, tiernamente amados, revístanse de compasión entrañable y amabilidad, dulzura y de paciencia. Sean tolerantes los unos con los otros y perdónense si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor los perdonó, perdónense unos a otros.

Colosenses 3, 12 – 13

En la catequesis del viernes pasado iniciamos un proceso de reflexión en torno a algunos valores que en la educación pueden ayudarnos a configurar aquella persona que Dios quiere forma y que nos ha puesto bajo nuestro cuidado con la certeza absoluta de que el camino en el proceso educativo lo hace la persona que está en ese mismo proceso, nosotros, en todo caso, somos sus colaboradores. Cuando lo hacemos en la perspectiva de Dios nos damos cuenta que colaboramos con aquél que se va educando según lo que Dios va queriendo y entonces nuestra mirada está puesta en calidad de discernimiento entre lo que Dios quiere y el hermano, hermana al que tenemos que acompañar, sea nuestro hijo, nuestra hija, nuestro familiar, nuestro amigo, nuestro compañero, la persona que Dios ha puesto bajo nuestra responsabilidad en la comunidad, tendrá que ir encontrando, junto a un camino de discernimiento, esa mirada de Dios y esas posibilidades todas que se esconden en su corazón para alcanzar aquello que Dios tiene como proyecto en su vida.

Decíamos el viernes pasado que es clave para una posibilidad de crecimiento y de madurez en el que va haciendo camino de formación, la firmeza, y junto a ella la ternura. Estos dos opuestos en los que hay que aprender a encontrar un punto de reconciliación y que configurados en un mismo camino se abre una gran posibilidad para el que se va educando. Ser firmes y tiernos al mismo tiempo es posible.

Hoy queremos descubrir otra dimensión que enaltece a la persona que va haciendo camino de crecimiento y de madurez, es nuestra mirada como educadores de creer en la bondad del otro. Para que mi amor sea enaltecedor, para que potencie y eleve a los demás hacia su plenitud, para que los destrabe, los urja hacia la audacia de ser como Dios quiere que sean, un proyecto suyo, sólido, consistente, pleno, lleno de gozo y alegría, hace falta que junto a la firmeza sepamos incorporar en el proceso educativo, nosotros como instrumentos del mismo, la comprensión. ¿Qué es la comprensión? Es una capacidad del corazón, que aunque sabe ver y sabe descubrir lo crítico del otro no se detiene frente a ello sino que en todo caso va haciendo contacto empático con lo difícil y arduo, lo desafiante que lleva el otro en su corazón, se juega por todo lo bueno que hay en el otro porque cree y confía plenamente que lo difícil, lo conflictivo, puede ser superado desde el costado más positivo, el que llamamos resiliencia.

Resiliencia es la fuerza positiva dentro de nosotros que transforma todo aquello que se presenta como desafiante. Desde allí queremos hacer un camino de aprendizaje de privilegiar lo bueno, de detenernos a gozar lo positivo que el otro tiene, de mirar con predilección minimizando el peso de lo negativo. Para esto es clave la fe. La fe en mi mismo para llevar adelante esta tarea y por sobre todas las cosas la fe en mi hermano que tiene que aprender lo bueno y lo mejor que hay en el para poner en alto su espíritu y su ánimo de manera sostenida y desde allí afrontar la verdadera lucha de superar las dificultades, vencer los obstáculos, madurar y crecer paso a paso. Si creemos en nosotros mismos y en que podemos ayudar al otro a desarrollar y maximizar esta capacidad estamos habilitados y capacitados para favorecer, potenciar, enaltecer lo mejor que el otro tiene para crecer.

Es clave que creamos que es posible creer en el otro. ¿Por qué digo esto? Ayer veía un programa de televisión mientras veía al final del domingo la capacidad de detenerse frente a lo negativo para ser críticos hundiendo el cuchillo allí donde duele, y además una televisión que habla de televisión. En los medios de comunicación se habla de los medios de comunicación y parece que no hubiera otro tema que no ese, y mientras eso va siendo así la realidad pasa por otro lado, no está en los medios.

Qué capacidad para ver sólo el costado oscuro, negativo, de error. Tal vez sea por aquello que dice Aguinis: “Nos ha ganado el corazón de los argentinos el espíritu del tango”, como una mirada oscura y negativa, como una actitud pesimista frente a la vida. Por eso, para poder nosotros ayudar a otros a creer en el mismo hay que salir de los lugares de negatividad, este espíritu pesimista, esta actitud de andar con los lentes oscuros, mirando el costado negro de las cosas.

Y tengo que creer que es posible que yo me saque los lentes oscuros, tengo que creer que es posible que yo me desprenda de la negatividad, tengo que creer que es posible que yo mire al otro desde un costado más saludable. Cuando es así y comienzo a creer en los demás, puedo encontrar lo que el otro tiene de mejor para dar. Hay una frase que he estado leyendo en parte de la bibliografía que hoy vamos a compartir que me pareció realmente llena de luz en este sentido. Decía en una entrevista dada a La Nación el 21 de junio del 98 Paul Ricoeur: “Para mí es un acto de fe fundamental creer en la posibilidad de poder liberar el fondo de bondad que existe en cada hombre”. Si vos sos educador, lo primero que tenés que hacer es ubicar tu foco de atención sobre esto, y tus posibilidades de liberar desde el fondo del corazón a quien se te ha confiado, lo mejor que tiene para crecer y para madurar. Es posible.

Dicen que la esposa de Bach aplicó mucho esto en su vida. Bach era una persona muy complicada, dicho por ella misma, por Ana Magdalena. Una persona sumamente difícil, hosca, tal vez como le suele pasar a estos genios, en el arte, en la música, en la pintura, una persona con demasiado fuego por dentro sin saber como canalizarlo, sin saber como canalizarlo desde lo vincular y dejado llevar por la pasión que genera el arte.

Ella misma dice lo difícil que era: “Sebastián era un hombre muy difícil de comprender de no amarlo”.  Es decir, sólo amándolo se lo podía comprender. Dicen que ha sido esta mujer, en la trastienda de la convivencia la que lo puso a Bach en donde después la historia del arte lo reconoció.

El mismo Descalzo, comentando sobre esto decía: “Bach llegó a ser lo que fue gracias al amor de Ana Magdalena, porque en realidad, este hombre, en su tiempo era uno más entre otros, aunque destacado músico no era más que Sebastián Bach. El genio de Bach alcanza toda su potencia por la presencia detrás de esta mujer que supo superar lo hosco de su actitud, lo difícil de su carácter, amándolo y descubriendo lo mejor que tenía el para dar. De eso se trata la catequesis de hoy. Intentaremos despertar en nosotros como educadores, en los que nos toque, lo mejor que podemos aplicar para ver en el otro y hacer foco en el otro, lo bueno que tienen para sacar de sí y desde allí animarlos poniéndolos en lo más alto a crecer en lo de todos los días.

La fe obra milagros. El creer en Dios y el creer que Dios nos da la posibilidad de mirarnos de una manera distinta y aprender a mirar a los otros de una manera diversa, obra los milagros que esperamos actúe en nosotros la vida en las cosas de todos los días. La fe es el caldo de cultivo de la vida. Si trato a alguien por lo que parecer ser de negativo y de acuerdo a sus falencias, a sus límites, si mi fe en su persona y en su futuro se nutre del pesimismo, si mi actitud afianza lo negativo, voy a recoger aquello que sembré, ni más ni menos. Si trato a alguien con el asombro de que sus capacidades, hoy quizás pequeñas, pero con la certeza de que se van a reubicar, lo voy a ayudar a ser más, a crecer más. Somos en gran parte producto de nuestros esfuerzos y de nuestra sabiduría, pero para que nuestra sabiduría y esfuerzo se plasmen positivamente, se desarrollen positivamente, hace falta tener crédito, es decir que alguien crea en nosotros. Sólo Dios sabe cuánto dependemos del estímulo de la imagen optimista que otros tienen de nosotros. Esto me parece a mí como uno de los ejes entorno de los cuales la Argentina no termina de encontrar rumbo, tenemos demasiada mirada negativa sobre nosotros mismos. Hay demasiado pesimismo: “somos así, esto no va a cambiar nunca, este país de…… “ y cuántas cosas que escuchamos mientras se debate en nuestra nación la lucha por superar dificultades que nos mantienen empantanados, metidos en el fango de un futuro que no sabemos como va a ser y por eso el presenta nos resulta tan pesado y tan duro. Cuándo, por el contrario, tenemos crédito, nos creen, cuando tenemos una mirada positiva sobre nosotros porque otros nos acompañan en aprender a querernos y mirarnos positivamente, entonces vamos encontrando la fuerza para salir adelante.

Esta historia que comparto ahora es de dos amigos: “Gastón le dice siempre a su hermano Ricardo que cambie esa cara de tristeza y amargura que pone. Ricardo le responde que se esfuerza, aunque lastimosamente sin éxito, lo cuál vuelve a provocar, pasado el tiempo, el reclamo de Gastón. Finalmente Gastón cambia radicalmente la postura. Un domingo, luego de una larga charla, le dice: Ricardo, no hace falta que cambies esa cara, yo te aprecio y te seguiré queriendo así como sos. El encuentro al mes siguiente tiene una gran novedad, Ricardo reconoce que ha empezado a cambiar. A la pregunta del porqué responde: – las cosas son claras, antes me pedías algo bueno pero sólo me mostrabas la exigencia de una meta, ahora, al asegurarme tu amistad, despertaste en mí una fuente de renovada energía y empecé a cambiar”.

No es sólo la meta que hay que alcanzar la que muestra el rumbo, también es el ánimo desde donde ubicarse para hacerlo, con firmeza, sostenido, con metas claras, con objetivos bien definidos, con desafíos importantes, sí, pero con un ánimo también igualmente sostenido, claro, firma. Ese del que ayer hablaba Jesús en el Evangelio cuando nos decía: “Oren sin cesar, recen de manera insistente” Es no repetirse en la oración sino repetirse en la oración de manera sostenida, confiada, con el ánimo puesto en alto”. La oración repetida, la oración sostenida le da firmeza a nuestra lucha cotidiana y por eso Jesús recomienda la oración incesante. La oración sin desfallecer pone en alto el corazón para la lucha, para el combate de todos los días. En ese espíritu Dios nos quiere renovando en nosotros la mirada positiva en nosotros y sobre los demás, dándonos mutuamente crédito para que a partir desde un lugar distinto, desde un aire distinto, desde una confianza nueva, poder asumir desafíos nuevos.

Decía Eveli: “Amar a un ser es creer, es esperar en el siempre. Los padres que no creen ya en las infinitas posibilidades de bien que encierran los corazones de sus hijos, en realidad lo que tienen es poco amor por ellos, no tienen bastante fe ni bastante valor para amarlos, porque el amor verdadero sostiene al otro en lo mejor que tiene para dar. Entonces, cuando esto es así, los hijos se vuelven al exterior, buscan alrededor de ellos un amigo, una amiga, un maestro, alguien que sabrá creer de nuevo en ellos y que les permitirá crecer”.

Cuando creemos en la persona a la que acompañamos en su proceso de crecimiento la estamos amando de una manera única. Creer en el otro con realismo, creer desde una mirada que sea lúcida pero igualmente confiada. Quien nos ama y cree en nosotros nos lleva a atrevernos a ser mucho mejores, más tiernos, más generosos, más vulnerables, más tiernos que con ningún otro.

Amar a alguien, decía el, es dirigirle nuestra mirada más fuerte es despertar en el un ser escondido y mudo que no puede resistirse a nuestra voz, un ser tan nuevo que ni siquiera el que lo lleva conoce, y tan sincero sin embargo que no puede dejar de reconocerlo cuando surge pujante desde sus entrañas.

En el proceso educativo lo que hay que hacer es sacar a la luz lo mejor que el otro tiene y esto sólo es posible cuando se genera un vínculo entre el educador y el educando que nace de la confianza y esta confianza no es un crédito barato, no es un crédito dado a la mansalva, no es una dádiva, es una confianza que sabe que el otro va a dar respuesta y que uno de este lado la está esperando y la espera confiado de que el otro la va a dar y la va a dar bien.

Es como cuando el papá, la mamá, o el hermanito mayor le dice al que está aprendiendo a caminar: “vení” y le estira los brazos y el que está aprendiendo a caminar, puestito sobre la pared, sobre sus piecitos, después de haber superado el andar por el piso, se anima a dar uno y otro paso porque sabe que del otro lado hay alguien que está viendo que es posible que de un pasito, dos, tres, cuatro pasitos. La alegría que resulta de ese pequeño paso de crecimiento, a lo largo de la vida después se prolonga en un gesto semejante y es justamente cuando estamos de pie y cuando alguien nos invita a caminar, cuando nos animamos a crecer.

Hay que liberarse de las miradas negativas sobre nosotros y sobre los demás y esto por un acto de amor que renueva el crédito, la confianza, y que nos anima a seguir hacia adelante.

Siempre recuerdo la frase de Emanuelle Ferrario, presidente mundial de la Familia Mundial de Radio María.

Cuando iniciamos el proyecto en la Argentina, y preocupados nosotros sobre cómo íbamos a hacer para cubrir todo el territorio nacional, me dijo algo que me quedó grabado para siempre en el corazón a la hora de mirar cómo conducir el proyecto, me dijo: “Mirá Javier, en la vida es más importante tener crédito que tener dinero” y es verdad, es mucho más importante saber que uno tiene la espalda cubierta y que por eso puede caminar libre en las manos de Dios Padre que tener con qué resolver las cosas en adelante.

Justamente, cuando se tiene crédito, cuando se hace creíble el camino, nos animamos a caminar en libertad, no con ingenuidades desprendidos de las dádivas fáciles, confiando en que con el trabajo de todos los días ese crédito se renueva. Donde esa creencia se potencia.

En el proceso educativo hace falta darles crédito a las personas. En el proceso educativo hace falta renovarnos en el crédito que es renovarnos en el amor, en la confianza. Que el Señor derrame en abundancia su presencia de amor sobre nosotros, los que tenemos que educar, y nos ayude a creer cada vez más en las personas que Dios pone a nuestro cuidado.

A este camino de crédito respecto a las posibilidades que están en el otro para crecer y madurar le vamos a llamar “Proceso del amor enaltecedor”. Y ¿cómo es este proceso?

Lo primero es inclinar mi corazón empáticamente para descubrir todo lo bueno que hay en el otro. Es decir, buscar la forma de sintonizar lo que hay de positivo en el otro despejando lo negativo que hay en el otro, dejando de lado lo oscuro que hay en el otro, intentando ver con lentes claros y poniendo en otro lugar los lentes oscuros. Para empezar siempre me puede faltar tiempo, hay otras cosas que me parecen que son más importantes, y la verdad sea dicha que mientras vamos haciendo el camino en el proceso de crecimiento y acompañamiento en la educación nos pueden ganar más las exigencias que la mirada de este costado positivo respecto del otro. Hay que animarse a desprenderse de los apuros y detenerse sobre lo esencial y lo esencial es que el otro tiene posibilidades.

Las tengo que tener claras, tengo que tener una lista de todas las posibilidades que tienen las personas que Dios me confía y sobre ellas apuntalar el trabajo para después poder  tener de dónde exigir en el otro el paso de madurez y de crecimiento. Para mí, como compartíamos antes, según la expresión de Paul Ricoeur, es un acto de fe fundamental creer, decía el en la posibilidad de poder liberar el fondo de bondad que existe en cada hombre. Para nosotros, como educadores es fundamental poder liberar el fondo de bondad que hay en la persona que Dios nos confía.

El segundo paso es llenarnos de asombro, de gratitud, de orgullo, de muchos otros sentimientos hermosos que vienen de lo bueno en el otro, gozo entonces con el bien que me rodea. El clima de mi corazón es casi siempre el de un día soleado, donde a mí todo me parece básicamente primero bueno.

En el espíritu pesimista, en el espíritu taciturno, en la mirada con lentes oscuros, es lo contrario, primero todo está mal, después veremos si hay algo bueno. Para un espíritu positivo que busca enaltecer al otro en la búsqueda de lo mejor de él mismo, tiene que haber un sol constante que irradie sobre aquellas zonas que son desde donde puede afrontar los desafíos de la vida.

El tercer paso es, con mucha naturalidad, sin exigencias para con nosotros mismos en el valorar al otro, compartir el valor. No solamente asombrarme y guardar para mí, no es solo decir qué bien que anda sino que bien que andas. El alentarlo, el mostrarle el mejor costado, como va creciendo, el decirle que tenemos el privilegio de estar juntos, el decirle que uno está feliz de saber que crece, que madura, esa expresión del padre cuando el hijo cumplió con la meta: “te pasaste campeón”, esa expresión que es natural, espontánea, que brota del corazón, de esas no hay que dejarse ganar por las dificultades de la vida y animarse a liberarlas siempre que tengamos delante nuestro una actitud de admiración ante todas las posibilidades que esconde la persona que nos ha confiado Dios y sin entrar en competencias, sin entrar en envidias. Suelen aparecer en el corazón del educador cuando ve todas las posibilidades que se le abren por delante en el camino a la persona que Dios le ha confiado para que crezca.

El cuarto paso tiene que ver con: “Crezco y doy un nuevo paso de sabiduría”. A menudo nuestro amigo, nuestro compañero de trabajo nos resulta intolerable, algunos momentos, soportarlo es un acto de heroísmo. Claro, cuando lo bueno no termina por aparecer porque el otro tampoco lo quiere encontrar, se vincula con el costado menos positivo y se pierde la posibilidad de desarrollar dentro de sí mismo lo mejor porque está como preñado, como enganchado desde lo que no está tan bien. Cuando esto es así comienza a generarse un círculo vicioso donde el otro, parado en lo negativo, se empieza a vincular negativamente ante las cosas y resulta un tanto insoportable.

En ese momento hay que crecer en sabiduría y en capacidad de tolerancia, buscando la forma de serenarlo, aprendiendo a escucharlo, recibirlo, acogerlo, amarlo, y desde ahí, entonces, alentarlo. Sobretodo cuando los fracasos se dan en el proceso de crecimiento, y en la lucha, el intentar alcanzar objetivos resulta que no solamente no se alcanza sino que se dan tres pasos para atrás para dar sólo un pasito para adelante. Es en ese momento cuando el que educa tiene que saber abrazar, tiene que saber contener, tiene que saber sostener, y al mismo tiempo alentar y no solamente sostener, tolerar, alentar, abrazar, contener, sino decir: “y esto, acordate que está en vos y vos podés”. Que el vos podés no sea un mandato externo que está emparentado con el deber ser que haga que el otro encuentre el “yo puedo” en una fuerza de voluntad que termina por hacerlo rígido ante las situaciones de la vida.

Que el “vos podés” sea un acto inteligente que surja del amor que contiene y que termina siempre por descubrir, aprendiendo a tolerar las dificultades, en el otro, lo mejor que tiene para dar. A veces nuestros “vos podés” son como los aguantes en la cancha, como la barra que le hacemos al otro sin que estemos del todo convencidos de que el otro lo pueda hacer, casi como un acto mecánico de alentarlo con más fuerza de voluntad que inteligencia aplicada a descubrirle al otro las posibilidades que tiene de salir adelante. Y hace falta esta actitud en el educador, es la actitud inteligente, sabia, hermanada con la tolerancia, fuerte desde el saber soportar los fracasos y al mismo tiempo muy inteligente y sabio para decir por donde se puede seguir adelante una vez más insistiendo en las posibilidades que la persona tiene. El crecimiento surge de las posibilidades que la persona tiene. Es un arte educar, es un arte acompañar, y el Señor nos quiere regalar en estos días en que estamos compartiendo las catequesis algunas herramientas que nos sostengan en los procesos pedagógicos que debemos aprender a incorporar a la hora de hacernos buenos educadores.

Recordamos la Palabra con la que abrimos nuestro encuentro para descubrir que es desde la Palabra desde donde Dios nos invita a esto: “Revístanse tiernamente de compasión entrañable, de amabilidad, de humildad, de dulzura y de paciencia. Sean tolerantes unos con otros, perdónense si alguien tiene queja contra ustedes. El Señor los perdonó”.

El Señor nos invita a crecer juntos y en este crecer juntos en la tarea de educar el Señor nos dice que debemos aprender a mirar lo mejor que hay en el otro. Esto es ser verdaderamente comprensivo y saber enaltecer las posibilidades que se esconden en aquél que Dios nos ha confiado.

Estamos compartiendo un grupo de catequesis que nos ayudan a tomar algunos instrumentos, herramientas, que colaboran y salen a nuestro encuentro de educadores. El viernes pasado hablábamos de la firmeza y de la ternura, juntas, hermanadas, para sostener a la persona que va creciendo bajo las exigencias que supone el superar los límites y al mismo tiempo hacerlo con la fuerza que da el amor par alcanzar esos objetivos que suelen ser arduos. Hoy nos hemos detenido sobre otro aspecto que es la bondad que está escondida en el otro.

Para poder alcanzar esos objetivos hace falta ponerle en el corazón al otro la mirada más positiva que sea posible a favor de todas las potencialidades, fuerzas escondidas dentro suyo para que pueda llevar a cabo su tarea de crecimiento y de madurez. Y hemos dicho que a partir de Colosenses 3, 12 – 13 que para eso hace falta desarrollar la capacidad de la comprensión.

El poder creer en nosotros como educadores, el creer en los demás que se nos confían para que puedan alcanzar esa mirada positiva superando el pesimismo, pusimos algunos ejemplos, algunas historias, hemos visto como la fe en este creer obra verdaderamente milagros, también nos hemos detenido sobre un proceso para alcanzar esto en cuatro etapas: Inclino mi corazón hacia el otro, me desprendo de los apuros y me detengo frente a lo esencial en el proceso educativo que es ponerlo al otro de cara a todo lo que tiene de posibilidad. Hemos también compartido el segundo paso como el saber asombrarme con el otro de su propio asombro ante sus logros. El tercer paso es compartir este asombro, este sentimiento con el que se va educando, festejando con orgullo lo que va alcanzando y ante los fracasos que la persona va encontrando como parte del camino en su proceso de madurez y crecimiento saber esperar, tolerar, aguantar, contener siempre llevando la mirada sobre el lugar más importante, más positivo, donde están las fuerzas para salir adelante.