El Arquetipo de los arquetipos

lunes, 13 de agosto de 2012
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1. Arquetipos: es más que una historia

 En este capítulo no narraré ninguna historia de mitos sino que reflexionaremos sobre lo que hemos leído a lo largo de estos diez capítulos. 

Este segundo tomo de Arquetipos ha sido más corto que el anterior, aunque un poco más intenso debido a las historias seleccionadas y la perspectiva desde la cual han sido contadas. El escenario y la estructura de toda esta temporada han sido tomados de algunas de las más importantes narraciones de los mitos griegos en torno a la famosa guerra de Troya. Además ha sido un ciclo en el cual -el protagonismo narrativo de las historias- lo han tenido las mujeres: Helena; Ifigenia; Electra; Hermíone; Andrómaca; Fedra; Antígona entre las figuras principales. Otras mujeres y también muchos hombres que aparecen en las historias de esta guerra tienen su papel al servicio del protagonismo de las mujeres principales. 

Este enfoque nos hace ver que, si bien en la cultura griega de la Antigüedad, las mujeres no tenían social y culturalmente un peso predominante y una influencia decisiva; en los mitos, en cambio, poseen un protagonismo muy destacado. 

Una buena historia necesita ser contada, sobre todo buscando la mejor manera posible. Arquetipos intentó ser más que una historia. Los mitos, en general, no pueden reducirse a mera ficción sino que tienen una función reveladora iluminando profundos sentidos humanos, haciéndonos comprender un poco más lo inexplicable del misterio de la condición humana y sus pasiones, sus luces y sombras, el mundo y sus misterios, la historia y sus enigmas, la naturaleza y sus secretos, lo sagrado y lo humano, lo divino y lo sombrío del corazón. Todo -en los mitos- constituye un espejo que refleja mensajes escondidos.

No sólo los mitos griegos sino los de otras culturas son frutos del inconsciente colectivo, el alma del mundo más allá del tiempo y el espacio que lo genere. El inconsciente –no sólo el colectivo sino también el personal- está poblado de arquetipos. Allí se encuentran: en el fondo de la psiquis humana, luego -en el consciente- se traducen en figuras, formas, imágenes, historias, ficciones y relatos dando origen a los mitos.

En la actualidad, el inconsciente no se interpreta como aquella zona del alma oscura y oculta, sepultada en el interno laberinto del alma. También el cuerpo es el espejo de nuestro inconsciente. Es el mapa en el que quedan registradas todas las huellas internas y externas de nuestro proceso vital. El inconsciente es el cuerpo o -mejor dicho- el cuerpo plasma una representación material, física y sensible del inconsciente. 

En nuestro cuerpo queda grabado toda nuestra historia vincular, emocional, sentimental, psíquica y espiritual. Es  la llave de lo que no se ve. Los síntomas que se revelan en el cuerpo son señales o mensajes que él emite.  El cuerpo real es la manifestación simbólica de nuestro inconsciente. Nos representa. Es la memoria de nuestras experiencias, en la que todo queda inscripto. No hay cuerpo sin memoria, no hay memoria sin cuerpo. No hay experiencia, sin repercusión en nuestro cuerpo. El reconocimiento de lo que somos y nuestra identidad pasa también por la experiencia corporal.

Los mitos no sólo son narraciones fantásticas que ilustran la inteligencia, cautivan la imaginación, mueven las pasiones y emociones sino que suscitan movimientos profundos donde el cuerpo no queda ajeno a esa conmoción estética y espiritual que producen. Los mitos impactan en todo lo que somos, resonando también en nuestro cuerpo y su sensibilidad. Toda nuestra emotividad queda hechizada, del mismo modo en que se ve impactada cuando cae bajo el influjo del amor.

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Los mitos son procesos arquetípicos del inconsciente colectivo que -con el paso del tiempo- cobran forma narrativa superando cualquier horizonte histórico y revelando los cuestionamientos más profundos de la existencia humana de una manera concreta, sin necesidad de un discurso abstracto. Son un acceso a la realidad a través de un conocimiento simbólico, distinto al de la filosofía o las ciencias, sin embargo, estos saberes también se han nutrido de los mitos, los cuales conforman  una fuente de inspiración inagotable y continua, siempre contemporánea y vigente.

En Arquetipos se ha intentado contar las historias lo más linealmente posible ya que son bastante complejas en sí mismas. En la mitología griega, hay personajes principales y secundarios sin que haya personajes pequeños. Todos tienen su genealogía, atributos y características. Las narraciones están llenas de detalles y bifurcaciones que ramifican las historias, entrelazando continuamente personajes y circunstancias. 

Se ha procurado presentar una narración sencilla, despojándola de accesorios y de información para no desviar el centro del mensaje. Se exploró el perfil psicológico y emotivo de los personajes. Como los mitos ya están inventados, se ha ensayado, utilizando diversas fuentes para la investigación de la historia, llenar algunas lagunas que presentan los sucesos, dar coherencia al relato con espíritu crítico, sobre todo cuando se presentaban diversas perspectivas desde distintas fuentes de investigación. En todo esto se ensayó imprimir un sello personal. 

Ojalá se hayan escrito y escuchado bellas versiones. Aquí se tomaron algunas licencias literarias y creativas, sin traicionar la esencia del mensaje. Los mitos -al ser narraciones ancestrales que recorren tiempos y los lugares- se enriquecen y re-inventan con el aporte de las diversas culturas. Aún hoy siguen re-escribiéndose. Es la forma en que permanecen perennemente como clásicos. La re-escritura es la forma en que los mitos se reciclan todo el tiempo. Se re-inventan y se re-escriben, aún hoy, con miradas actuales re-significándolos para este presente. Cada cultura aporta una mirada que enriquece. Los mitos de ayer siguen vivos, hoy. 

El mundo y las culturas siguen escribiendo y el espíritu humano continúa narrándose -a sí mismo- en sus propios mitos. Lo que pasa a nivel cultural también sucede en lo personal. Cuando uno narra o escribe algo, se está relatando a sí mismo, otorga un texto a partir de su contexto. Toda escritura es una forma de proyección. Todo lo que alguien escribe, de alguna manera, es autobiográfico, ya que nos involucra desde adentro,  plasmándose en palabras y emociones. Toda escritura es la prolongación de la textura del alma. 

Más allá del estilo del escritor o el género escogido, todo texto busca y encuentra su propia forma. No hay historias buenas o malas, grandes o pequeñas. Lo prioritario es la forma de contarlas. Una historia de pobres recursos literarios, narrada magistralmente, puede alcanzar un brillo inusitado. Una gran historia, contada pobremente, se desmerece. Más importante que la historia es la mirada que se otorga, la forma de ver y contar, la voz y el alma que cada uno pone en la historia. Lo que hace que algo sea creíble –como es el caso de las ficciones tomadas de los mitos- no está en su verosimilitud sino en el encuentro único que se produce a través de la narración entre el que narra y el que escucha, el que escribe y el que lee. En el encuentro mágico de estos dos mundos personales, allí  acontece el texto y la historia como posibles. 

En el escenario del texto hay diferencia entre leer, expresar, interpretar y transmitir. Leer es el mero acto de la lectura. Expresar es comunicar agregándole emoción. Transmitir es involucrarse personalmente. Interpretar es ponerse emocionalmente al servicio de un texto, protagonizarlo actoralmente, sin distancia entre lo que decimos y cómo lo decimos. 

Hay una intensidad creciente: desde afuera hacia adentro, del texto a la emoción, hasta comprometerse personalmente identificándose con el mensaje del texto. 

En Arquetipos, además, hubo que encontrar puntos de lecturas entre las historias de los mitos y la herencia de los valores espirituales cristianos, sobre todo, en historias muy trágicas llenas de guerra, venganzas, homicidios, traiciones, entre otras pasiones humanas devastadoras. No obstante, en medio de cualquier oscuridad del corazón humano, la más mínima grieta permite el paso de la luz. De relatos muy complejos y oscuros siempre se pudo sacar un mensaje que permitiera vislumbrar la esperanza.

Arquetipos es un universo donde todo es posible. Los mitos no son meramente literatura fantástica. Nos convocan a la magia sutil de la expresión estética y espiritual. No hay fronteras para el espíritu. No hay límites para la imaginación. No hay confines para la fantasía. No hay umbrales para los sueños.

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Contar historias ha sido siempre, a lo largo de los tiempos, un asunto serio y entretenido a la vez. La herencia inagotable de la imaginación se va pasando de generación en generación cuando la madre, el padre, los abuelos o los tíos les narran historias a sus pequeños. Todos ingresamos a un mundo mítico. 

Las historias sobreviven, son semillas llevadas por el viento, impulsadas por la voz vuelan a través del tiempo y la memoria, surcan generaciones, transitan senderos olvidados dando lugar a nuevas historias, ofreciendo esperanza, prodigando un alimento espiritual único, irradiando luz desde épocas remotas y rincones lejanos y desconocidos. 

Cada autor se pierde en el anonimato de los siglos volviéndose sólo un transmisor, un mensajero, un intérprete de sueños y designios. Cada poeta añade a las historias algo de su propia imaginación, y así, crecidas y multiplicadas, vuelven a revivir de nuevo. 

La capacidad  germinativa de las historias permanece siempre joven y viva, esperando solamente un contacto, una palabra, una idea, una voz, una frase, un texto para volver a despertarse. Con cada historia narrada vuelve a contarse la osadía del espíritu humano y la recreación de este mundo en otro, un poco más bello, más digno y más humano. En cada historia, hay un sentido, una razón para cambiar y una esperanza para ser mejor. 

2.  Mitos: poemas de la fantasía

Los mitos existen en todas las culturas. Las religiones incluso se sirven de elementos míticos como un género literario para expresar sus convicciones de manera escrita. Por ejemplo, el taoísmo es una tradición filosófica y religiosa que lleva más de dos milenios en los pueblos de extremo Oriente. Hay un poema taoísta del escritor chino Han Yu (768-824) del siglo ocho y nueve después de Cristo -traducido por Octavio Paz (1914-1998), escritor y poeta mexicano, premio nobel de literatura en 1990- que habla de un  lamento del universo por la pérdida del equilibrio natural en el mundo, buscando el centro de la unidad y el reencuentro de todos los seres. Los poetas tienen -en este cometido- una función especial ya que ayudan a la recuperación del mundo y su armonía siendo la voz del cosmos. El texto dice así:

“Todo resuena, apenas se rompe el equilibrio de las cosas. Los árboles y las yerbas son silenciosas; el viento las agita y resuenan. El agua está callada: el aire la mueve, y resuena; las olas mugen: algo las oprime; la cascada se precipita: le falta suelo; el lago hierve; algo se calienta. Son mudos los metales y las piedras, pero si algo los golpea, resuenan. Así el hombre. Si habla, es que no puede contenerse; si se emociona, canta; si sufre, se lamenta. La música nos sirve para desplegar los sentimientos comprimidos en nuestro mundo interno. Escogemos los materiales que más fácilmente resuenen y con ello fabricamos instrumentos sonoros: metal y piedra, bambú y seda, calabazas y arcilla, piel y madera. El cielo no procede de otro modo. También él escoge aquello que más fácilmente resuena: los pájaros en la primavera; el trueno en verano; los insectos en otoño; el viento en invierno. Lo mismo sucede entre los hombres; el más perfecto de los sonidos humanos es la palabra; la poesía, a su vez, es la forma más perfecta de la palabra. Y así, cuando el equilibrio se rompe, el cielo escoge entre los hombres a aquellos que son más sensibles y les permite que resuenen." 

Los mitos pueden interpretarse como una forma poética del pensamiento de la humanidad. Siempre nos van a acompañar a lo largo de las épocas. En todo tiempo habrá mitos. En la actualidad también existen. Cada cultura los genera. Unos más elaborados, otros más simples. Cada momento histórico recrea su memoria, sus convicciones y creencias. Los mitos nos hacen resurgir y emerger desde la ancestral memoria de los siglos.

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Sigilosas palabras y elocuentes silencios.

Las palabras son un trabajo y un desvelo.

Un horizonte y un viaje.

Un camino y muchas huellas.

Son aire y espíritu.
Nos atrapan.

Trampa y laberinto.

Un minúsculo universo en movimiento.

Fuegos que incendian.

A veces, hieren y matan.

Otras, dan vida y sanan.
Pueblan el mundo y los silencios.

Todas las cosas alguna vez se vuelven palabra.
Una lágrima, una sonrisa, una mirada,

en alguna ocasión se convierte en palabra.

No hace falta, ni siquiera, pronunciarla con los labios.

Son puertas y puentes.

Hay quienes se vuelven mudos de tantas palabras

y hay quienes son elocuentes con sólo su silencio.

Necesitamos palabras para el alma.
Alas que sobrevivan al tiempo.
 

Ellas buscan una voz que las pronuncie

y una mano que las escriba.

Hay quienes se dedican sólo a las palabras.

Se convierten en magos, orfebres y maestros.

Arquitectos de un mundo invisible.

Embajadores de lo intangible. 

Hasta en el lenguaje con Dios

necesitamos  la transfiguración de  palabras en silencios

y de silencios en palabras.

Dios también tiene su propio lenguaje.

3. Jesús parábola arquetípica

Jesús no es un mito. Sin embargo su figura, muchas veces, se ha mitificado y otras tantas desmitificado. En la Biblia aparecen -en numerosos relatos- elementos de comprensiones míticas del mundo que existían en la Antigüedad e incluso en la época de Jesús. Aún en el presente hay comprensiones míticas para aquello que no logramos descifrar e interpretar con el alcance del conocimiento y los recursos técnicos y científicos actuales.

El pensamiento mítico no es de inferior calidad intelectual que el saber racional abstracto. Al contrario, el pensamiento mítico ha acompañado el conocimiento racional antes, durante y después de su propia formulación. El saber mítico aún continúa vivo en muchas formas del discurso elaborado de las culturas actuales, tanto desarrolladas como no desarrolladas, técnica y científicamente.

Respecto a los elementos de comprensiones míticas que existen en la Biblia, específicamente en el Nuevo Testamento, hay algo en torno a las parábolas del Señor no suficientemente reflexionado: la parábola detrás de la parábola. Cuando interpretamos una parábola del Señor, pocas veces caemos en la cuenta que Jesús es -en sí mismo- una Parábola divina del Padre. La frase del Señor “quien me ve a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9)  nos afirma que Él es la clave, el código y la explicación humana del misterio divino.

El camino del misterio de la Encarnación -el movimiento del descenso para el rescate y el ascenso para la liberación-  describe el trazado divino de la Palabra hecha “traducción” del modo divino del ser de Dios en la condición humana. Jesús es, Él mismo, Palabra, Verbo, Alfabeto y Gramática concreta con la que Dios relata –desde la caligrafía humana- su misterio con tinta de carne, sangre y Espíritu.

Jesús es la Parábola que está en todas las parábolas del Reino. Es la Parábola Arquetípica que se encuentra en toda narración del Evangelio, el reverso del todo relato parabólico. En él está la llave de la comprensión.

Él es el tesoro y la perla escondida, la semilla de mostaza, el trigo en el campo de cizaña, la semilla tirada en las diversas tierras, el hijo pródigo, el pastor que busca la única oveja perdida. Él es el secreto mensaje de toda Parábola. Ellas lo describen en la hermosura de su todo misterio y nos hacen descubrir que también nosotros somos una parábola de Dios. Nuestra persona y nuestra vida conllevan un mensaje. Para uno mismo y para los demás. Hay vidas que encarnan la misericordia, hay otras que revelan la sabiduría, otras manifiestan el amor. Cada persona, cada vida, cada historia es una parábola. Cada uno es un arquetipo a descifrar. Cada parábola y cada arquetipo subsisten en nosotros, perviven en todos y en cada uno.

No hay que confundir parábola con mito o peor aún con cuento del cual hay que extraer una moraleja o máxima. Cuando leemos o escuchamos una parábola es preciso habitar su  atmósfera interna y vivenciarla por dentro. Las parábolas hay que transitarlas, andarlas; recorrerlas. Dentro de las parábolas, ocurren cosas. Ellas nos revelan el mundo de Jesús, suprema Parábola de Dios y Arquetipo del Reino de Dios.  

Cada parábola es como el hueco de una cerradura: vista de lejos sólo se percibe la figura del cerrojo; en cambio, si nos inclinamos y acercamos nuestros ojos, vemos lo que se despliega detrás de la puerta. En cada parábola hay que sumergirse, dejarse llevar, ser cautivado y encantado. En ese mundo, para Dios, “no hay nada imposible” (Lc 1,37).

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Hay diferencia entre leer, expresar, interpretar y transmitir. Leer es el mero acto de la lectura. Expresar es comunicar agregándole emoción. Transmitir es involucrarse personalmente. Interpretar es ponerse emocionalmente al servicio de un texto, protagonizarlo actoralmente, sin distancia entre lo que decimos y cómo lo decimos. 

Hay una intensidad creciente: desde afuera hacia adentro, del texto a la emoción, hasta comprometerse personalmente identificándose con el mensaje del texto. 

En Arquetipos, además, hubo que encontrar puntos de lecturas entre las historias de los mitos y la herencia de los valores espirituales cristianos, sobre todo, en historias muy trágicas llenas de guerra, venganzas, homicidios, traiciones, entre otras pasiones humanas devastadoras. No obstante, en medio de cualquier oscuridad del corazón humano, la más mínina grieta permite el paso de la luz. De relatos muy complejos y oscuros siempre se pudo sacar un mensaje que permitiera vislumbrar la esperanza.

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En los relatos de Arquetipos se intentó explotar los puntos más dramáticos de las historias, poniendo el acento en las emociones de los personajes, insertos en medio de las situaciones que les tocaba transitar. Se buscó indagar el lado humano de las protagonistas, sin un juicio ético previo. No se procuró clasificar en buenos o malos. Todos han estado circunstanciados en sus contextos. Mostraron la ambigüedad, la ambivalencia y hasta la paradójica contradicción del corazón humano, en sus matices. 

Respecto a la perspectiva cristiana -para posicionarse frente al mito- no se quiso hacer un “paralelismo” entre el mundo griego y el bíblico. Tampoco una mera comparación y, muchos menos, una “mixturación”. Se anheló un horizonte integrador, una síntesis superadora. 

No se efectuó una transposición de los parámetros griegos al cristianismo, ni tampoco hacer un bautismo cristiano de los mitos griegos. Se procuró un diálogo entre ambos universos de comprensión cuyo puente estuviera en la clave humana. Este eje posibilitó indagar en la condición humana que se expresa en los mitos y en el misterio de la Encarnación, propuesto por el cristianismo.

El esfuerzo estuvo centrado en descubrir que los mitos están vivos, dinámicos, vigentes y actuales. Siguen rigiendo el inconsciente, la personalidad, la conducta y la vida. Se trabajó para que mostrar los arquetipos, no de forma abstracta, sino concreta, a partir de la narrativa psicológica. Se quiso transmitir una mitología narrativa actualizada. Los arquetipos y los mitos han configurado, ayer y hoy, la historia y la cultura. 

Muchos mitos, muy conocidos, han quedado afuera. Necesariamente hubo que hacer una selección de contenidos. Lo importante es descubrir que cada de nosotros también constituye simbólicamente de un arquetipos viviente y concreto. 

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A menudo en diversos sentimientos de amor, admiración y respeto –entre otros- se da psicológicamente lo que se llama un proceso de idealización al sublimarse la imagen de una persona o algunas de sus características. Esto siempre se pone en movimiento el mecanismo de una función arquetípica. 

Hay personas que las idealizamos desde la figura arquetípica del sabio, el valiente, el enamorado, el luchador, el héroe, etc. 

Los arquetipos actúan dinámica y continuamente en nuestra psiquis, aunque no seamos conscientes de ello. Los arquetipos, en nosotros y en nuestras conductas, son más comunes de lo que creemos. Ellos también despiertan, desde dentro de nosotros mismos, profundas emociones. 

4. La Trinidad, Jesús, el Reino de Dios, María: todo puede interpretarse como un Arquetipo

No quiero terminar este ciclo de Arquetipos sin referirme a María. En diversas culturas y religiones se ha hablado del arquetipo del “eterno femenino”. Esta expresión -inventada por el escritor alemán Goethe (1749- 1832)-  se refiere a la calidad de mujer, la esencial e irrenunciable feminidad.

En las culturas antiguas de egipcios, persas, druidas, escandinavos, mayas y tibetanos han venerado la madre naturaleza y sus ciclos, como una diosa poderosa. En la fe cristiana, el arquetipo del eterno femenino lo realiza plenamente María: mujer, virgen, madre, esposa, discípula. La mirada creyente la ha sublimado aún más debido a la exención del pecado original. Ella es una creatura plena de la gracia de Dios. Realiza el culmen del arquetipo femenino.  

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El rostro del Dios cristiano -revelado por Jesús- tiene en la interpretación de la fe componentes arquetípicos. Decir “Padre”, “Hijo” y “Espíritu” son nombres arquetípicos que los empleamos para la designación del Dios cristiano, atribuidos simbólicamente a las Personas divinas. La Trinidad es el Arquetipo del Dios cristiano. 

Lo mismo sucede con el amor. La vivencia universal del amor, en todas y en cualquiera de sus formas, corresponde a una realidad que se caracteriza por una experiencia arquetípica en la que existen elementos comunes. La vivencia del amor tiene elementos arquetípicos, universales a todo amor: gozo, placer, entrega, donación, fecundidad, sacrificio.

La experiencia espiritual que transita por el crecimiento de la madurez de la fe puede ser guiada desde un “acompañamiento espiritual arquetípico”. Es preciso discernir -en el itinerario interior- cuáles son los arquetipos predominantes de la personalidad y las energías que despiertan en el consciente y en el inconsciente de quien va haciendo el proceso espiritual. Siempre hay fuerzas arquetípicas que nos influencian desde adentro de nosotros mismos. Vivimos habitados por las pulsiones de aquellos arquetipos con los cuales más nos identificamos internamente. 

El dinamismo del proceso psicológico y espiritual puede ser concebido como un “viaje”, una peregrinación hacia nosotros mismos, dinamismo interior de movimiento, búsqueda y cambio. Estamos vivos y recorremos, paso a paso, nuestro propio viaje, llenos de símbolos y de arquetipos que nos muestran las tensiones y las fuerzas internas que moldean nuestro propio paisaje, dibujando el rostro que está esculpido en nuestro interior. Somos arquetipos. 

En realidad, todo puede ser leído e interpretado arquetípicamente: el cosmos, la humanidad, Dios, el propio yo. Todo puede ser captado simbólicamente. 

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Jesús Arquetipo de Dios y del hombre.

Jesús, Arquetipo del Padre y del Espíritu,

Modelo de toda la Creación y del hombre nuevo

en donde nuestra condición humana

ha sido creada según la imagen y semejanza de Dios. 

Jesús, Parábola de todos los misterios.

Signo de todas las señales.

Luz del reino de los cielos.

Tú nos enseñas el rostro arquetípico de Dios:

Padre, Hijo y Espíritu. 

Arquetipo del Dios Trinidad:

Comunión, igualdad, alteridad y diversidad. 

Jesús, Arquetipo del amor universal.

Tú que eres el Camino,

realiza nuestro viaje junto a nosotros, Peregrino.

Tú eres el Arquetipo humano y divino,

Que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Amén. 

Frases para pensar

1-      “El cuerpo es el espejo de nuestro inconsciente. Es el mapa en el que quedan registradas todas las huellas internas y externas de nuestro proceso vital”. 

2-      “No hay historias buenas o malas, grandes o pequeñas. Lo prioritario es la forma de contarlas”.

3-      “Más importante que la historia es la mirada que se otorga, la forma de ver y contar, la voz y el alma que cada uno pone en la historia”.

4-      No hay fronteras para el espíritu. No hay límites para la imaginación. No hay confines para la fantasía. No hay umbrales para los sueños”.

5-      “Las historias sobreviven, son semillas llevadas por el viento, impulsadas por la voz vuelan a través del tiempo y la memoria, surcan generaciones, transitan senderos olvidados dando lugar a nuevas historias”.

6-      “Con cada historia narrada vuelve a contarse la osadía del espíritu humano y la recreación de este mundo en otro un poco más bello, más digno y más humano”.

7-      “Cada persona, cada vida, cada historia es una parábola. Cada uno es un arquetipo a descifrar”.

8-      “Estamos vivos y recorremos, paso a paso, nuestro propio viaje, llenos de símbolos y de arquetipos que nos muestran las tensiones y las fuerzas internas que moldean nuestro propio paisaje, dibujando el rostro que está esculpido en nuestro interior. Somos arquetipos.”.