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La belleza de la cruz
martes, 16 de octubre de 2007
Nadie ha subido al Cielo sino sólo el que ha bajado del Cielo, el Hijo del Hombre.
Recuerden la serpiente que Moisés hizo levantar en el desierto: así también tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, y entonces todo el que crea en él tendrá por él vida eterna.
¡Así amó Dios al mundo! Le dio al Hijo Único, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.
Juan 3, 13 – 16
La crucifixión es un suplicio horrible, uno de los mas horribles que existen, y es vergonzoso porque expone al condenado no solo al tormento sino que también al ridículo, con los espasmos que hacen para huir del sufrimiento y pasar de una punzada de dolor a otra terrible y mas atroz, es un suplicio cruel, cínico.
Tal vez en la película la pasión hayamos podido acercarnos con crudeza y realismo a qué es verdaderamente el proceso de pasión, crucifixión por el que pasaban los crucificados, es expresión de la barbarie humana, de los que lo inventaron en la antigüedad, estaba en principio reservado a los esclavos, después a los traidores y alcanzó posteriormente a los enemigos, la crucifixión es algo que espanta y si pudiéramos ver cuando se ejecuta como pudimos verlo de algún modo en la crueldad de la película la pasión, nos pasa que nos deja aterrorizados, sin palabras, por eso al principio el cristianismo no representaba nunca a Jesús crucificado, prefería mas bien mostrar la cruz, una cruz dorada sin Jesús, como símbolo de la victoria sobre la muerte, la cruz era además no solo infante y cruel para Jesús sino también símbolo de la derrota de haber sido rechazado de su aparente fracaso. Pablo dice “Nosotros predicamos a Cristo crucificado, para algunos un escándalo, para los judíos una locura, para otros es un sin sentido, para nosotros es la fuerza y la sabiduría de Dios” sin embargo aquí está el misterio, la locura que es la cruz, esta realidad abominable, horrenda, es llamada bienaventurada y santa, la liturgia del Viernes Santo lo canta “Adoramos tu cruz” adoramos el misterio de la cruz y es llamado santo también el clavo de la cruz, aquel que dice Martini está contenido en las reliquias que permanecen allí en la Catedral del que fuera Obispo de Milán de San Ambrosio.
El signo de la cruz es el gesto del amor y de la bendición, la cruz, nuestra aliada, la belleza que allí se esconde en medio del terror y del tormento, la posibilidad de encontrar lo bello en medio del horror, la belleza de la cruz contemplarla como lo hicieron los santos puestos de rodillas, como de hecho lo cuenta el ex Obispo de Milán, el Cardenal Martini, allí en la sacristía de la Iglesia Catedral de su ex diócesis él encontró en la figura de San Carlos Borromeo arrodillado al pie de la cruz, orando, una fuerza que le atraía para animarse a proponer esto que verdaderamente atrae desde el horror porque esconde ciertamente belleza la cruz, “cuando yo sea elevado en lo alto atraeré a todos hacia a mí” el horror de suyo no atrae, que hay de bello detrás de la cruz, la belleza que salva.
La filósofa mística alemana carmelita, Edith Stein ha elegido un texto para reflejarnos este maravilloso misterio de gloria que se esconde en la cruz, la muerte en la guerra en 1917 un amigo suyo filósofo Adolf Reinaj supuso un giro en la vida Stein la mujer de Reinaj, Ana, había acudido a Edith para ordenar los apuntes y las cartas del marido, ella aceptó con un cierto embarazo, en el temor de no saber consolar a la viuda, de hecho cuando se encontraron el rostro de Ana aun transido por el dolor dice Edith Stein estaba transfigurado por una luz misteriosa que dejaba intuir la aceptada y serena aceptación de la pasión de Cristo.
Fue mi primer encuentro dice Edith con la cruz, confesará ella ya monja carmelita con el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz, mi primer experiencia de la fuerza divina que emana de la cruz y que se comunica a todos aquellos que la abrazan. Por primera vez dice Edith me fue dado contemplar en toda su luminosidad, en toda su realidad a la Iglesia nacida de la pasión salvadora de Jesucristo, en su victoria sobre el aguijón de la muerte, fue en aquel momento cuando mi incredulidad se quebró y Cristo se levantó radiante ante mi mirada, Cristo en el misterio de la cruz y concluía ella diciendo por eso mi profesión religiosa en el Carmelo no podía expresar ningún otro deseo sino el de recibir el apellido de la Cruz, Teresita Renata del Espíritu Santo, Edith Stein, la mujer enamorada del crucificado.
En este relato se entiende aquella expresión del teólogo, predicador de Juan Pablo II en la Casa Pontificia, Rainero Canta la Mesa cuando dice la pasión se coloca en el corazón del mismo misterio de la transfiguración, la gloria de Cristo no es inseparable ni un instante de la cruz.
San Pablo tiene dos expresiones, la predicación de la cruz para aquellos que se salvan para nosotros es la fuerza de Dios, en cuanto a mí Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo por el cual el mundo está crucificado para mí y yo estoy crucificado para el mundo.
Surge la pregunta, cómo es posible hablar de fuerza de gloria, de gloriarse de la cruz, de la belleza de la cruz, cuando la referencia que hacemos al principio es el horror, cuando contemplamos la película de la pasión como referencia mas directa de lo que significa el camino de la cruz, nos muestra la crueldad, la barbarie, es posible hablar y tiene sentido remarcar la gloria, la fuerza y el gloriarnos en la cruz y en el crucificado porque en Jesús crucificado nosotros contemplamos una múltiple certeza, primero la certeza de que Dios nos ama incondicionalmente, entregó su vida por nosotros en ese lugar, en el patíbulo de la cruz, segundo porque la certeza de que todas nuestras culpas han sido perdonadas desde la cruz, tercero la certeza de que Jesús nos es cercano y compasivo en nuestras pruebas y en nuestros dolores y cuarto la certeza de que tendremos la valentía de sufrir por él si nos animamos a emparentarnos con la cruz, podemos subrayar solamente la certeza del amor incondicional de Dios y de su persona, todas nuestras culpas explica la seguridad y la firmeza con la que en su momento el Papa Juan Pablo II en el primer domingo de cuaresma del año jubilar quiso realizar un valiente gesto de arrepentimiento en nombre de la Iglesia, en aquel pedido de perdón tan cuestionado por algunos miembros de la curia romana y lo hizo con la certeza de que Dios es Padre Bueno, rico en misericordia, en perdón, también nosotros podemos como decía él perdonar y humildemente pedir perdón sabiendo que todo esto está vivido en verdad ante el crucificado y que todo nuestro propósito de no volver a cometer nunca los errores del pasado se apoyan no en nuestra fragilidad manifiesta, clara sino en la fidelidad de Jesús en la cruz, en la compasión que él nos ha mostrado, en su amor hacia nosotros hasta la muerte, miremos al crucificado, miremos los clavos que lo atravesaron, miremos la lanzada que atravesó su costado y la cruz se convertirá en nosotros en gloria espléndida capaz de irradiar armonía y verdad a nuestras relaciones, es una radiante belleza que quiere envolver todo nuestro acontecer diario la cruz, la tenés allí puesta a los pies de tu cama, preside tu casa, la cruz da vida, la cruz vivifica, la cruz transforma, la cruz congrega, la cruz reúne, reconcilia, está llena de vida, es el árbol de la vida el que se nos ofrece en la cruz, mirarán al que ellos mismos traspasaron y todos serán atraídos por la fuerza que se esconde detrás del mismo misterio del crucificado.
Hermano/a que estas pasando por un momento duro que no sabes cómo sobrellevar lo que te ocurre, que sentís que el peso de la historia puede mas que tu buena voluntad de querer levantar cabeza, que sentís que la angustia que te invade por dentro nada tiene que ver con el sol radiante que envuelve la ciudad, tu angustia no te permite contemplar ni la claridad del sol, ni lo diáfano de la atmósfera, puede mas la angustia que te gana el corazón y te hace bajar la cabeza y ver todo oscuro, por tu sentimiento, por tu peso la cruz puede ser tu respuesta si te animas a creerle al que dice “Yo estoy entregando mi vida por vos en este momento, yo estoy muriendo en este momento, yo estoy una vez mas repitiendo la pascua por vos, fue hace dos mil años y se actualiza cada día, cada instante, es un presente que continúa el de la pascua de Jesús en la cruz, de esa que se enamoró Francisco de Asís cuando en San Damián encuentra al crucificado que le habla y le dice “Francisco reconstruye mi casa” y comienza por reparar aquel templo, termina por reparar su propia historia y continúa colaborando en la reparación de la Iglesia que necesitaba y mucho de la presencia de aquel hombre invitado a vivir en radicalidad la vida del Evangelio.
Hermano la cruz es fuerza redentora, es fuerza transformadora, hagamos como los testimonios que han ido apareciendo en el relato, como Juan Pablo II al que tantas veces lo hemos visto ante el Báculo Papal presidido por la cruz concentrado en él, en él abrazo y apoyado como haciéndose uno con el crucificado, como Edith Stein que ante la cruz de la vida de Ana su amiga descubre que el Señor allí se le muestra, crucificado y transfigurado al mismo tiempo, como San Carlos Borromeo que en el cuadro aquel de la catedral de Milán aparece de rodillas frente al misterio de la cruz, como Teresa de Jesús que ante el Cristo coronado de espinas permaneció un largo rato durante toda la noche pidiéndole que la transformara, que la cambiara, que no se movería de ahí hasta que no hiciera su vida distinta, hasta que no le encontrara sentido a su vida, así también hoy vos podes dejar que te hable el crucificado, ese que ha estado en silencio tal vez como solo un adorno en tu casa, ocupando un lugar entre los recuerdos religiosos que tenés casi como muertos en los distintos rincones de tu hogar, dale el lugar que se merece al crucificado, es árbol de vida, no es signo de la muerte, es bella expresión de la ofrenda de la vida por amor, el único capaz de hacer bello lo mas horrible, lo mas espantoso, si la cruz es bella es porque el amor es grande.
Edith Stein escribía en una carta: “Existe una llamada a sufrir con Cristo y por eso a colaborar con él en la obra de la redención, si estamos unidos al Señor somos miembros de su cuerpo místico, Cristo continúa viviendo en sus miembros y sufre en ellos y el sufrimiento soportado en unión con él es un sufrimiento asentado en la gran obra de la redención y por eso mismo fecundo”. Ella experimentó lo que significa estar injertada en la pasión de Jesús hasta la muerte, en la cámara de gas murió en el campo de concentración.
Carlos María Martini nos sugiere a modo de conclusión en un relato suyo respecto de la belleza de la cruz, del valor y de la fuerza que se esconde en él a reflexionar como en un examen de vida. Cuando se habla de cruz, qué entiendo yo, qué se me viene a la mente, quizás decía él las fatigas propias de la vida cotidiana, aquellas a las que damos el nombre de cruz, quizás a la paciencia que me es tan necesaria en las pruebas, pero quizá y sería mucho mas justo me viene a la mente el amor de Dios por mí, la certeza de ser perdonado por él, la fuerza de la pasión y de la muerte cruenta de Jesús que me salva.
Y sugiere Carlos María Martini acostumbrarnos a usar la palabra cruz no solo para las cargas pequeñas o grandes de la vida sino para confesar que Dios nos ha amado mucho, que nos ha dado su hijo, que Jesús nos ama y nos perdona, y nos lleva a resurgir a una vida nueva, por eso cuando entendemos cargar con la cruz tal vez tengamos que comenzar a comprender qué es cargar, abrir el corazón para aprender a cargar con el amor de Dios, saber llevar dentro nuestro y comunicar el amor de Dios, porque en realidad en la cruz alcanza el amor de Dios su plenitud, quien quiera seguirme que cargue con su cruz, quiere decir que cargue primero con su peso, con la cosa de todos los días, que cargue esto con el amor de Dios, esto es lo que hace que el yugo nuestro sea suave, liviano, llevadero.
Lo segundo que propone Carlos María Martini es cómo miro a las personas crucificadas del mundo que nos rodean, es decir, a los pobres, a los enfermos, a los marginados, a los leprosos del cuerpo y del espíritu, a los prófugos, a los que no tienen techo, a los desesperados, a los presos, ¿Los miro con fastidio, girando la cabeza, miro hacia otra parte, con desprecio o quizá se mirarlos con amor, con deseo de consolarlos, de confortarlos, de compartir, de saber estar con los amados, los privilegiados de Dios?
La tercera pregunta es ¿Qué actos de amor y de sacrificio me propongo personalmente para, como dice el texto de Pablo, completar en mí lo que falta a los sufrimientos de Cristo, tal vez no sea algo en particular, tal vez tenga que ser lo de todos los días vivido en esa clave de unión, comunión, alianza, de saber permanecer y tener constantemente la mente elevada a Dios dándole lo mejor y cuando lo peor nos salga también saber ofrecerlo, con humildad, con corazón contrito, rasgados interiormente en la presencia de Dios saber bajar la cabeza cuando erramos, nos equivocamos y saber permanecer aunque con un poco de rubor en su presencia, que saludable que es para el camino de la humildad esta actitud interior.
Cuarto, una pista de reflexión, volviendo a la leer el texto bíblico de la transfiguración, los párrafos de Edith Stein, cuál de todos estos párrafos me impresiona mas y porqué, como para que nos quede a trabajar durante el día este momento de reflexión compartida a la mañana en torno a la cruz, no como cosa que debe ser rechazada, como que debe ser puesta solo como adorno sino como árbol que da la vida y que se emparenta en cada uno de nosotros.
Es posible descubrir que la vida es bella en medio del dolor, del drama, del sufrimiento, que en medio del terror se esconde un costado de belleza que lo puede mas que todo y que en definitiva no hay dolor, sufrimiento, amenaza, tribulación que pueda contra la vida, que la vida es la palabra definitiva y que en definitiva cuando sabemos permanecer de pie en la vida, en los momentos mas duros y difíciles sabemos recibir también la resurrección como fruto que brota de ese lugar de sufrimiento. La vida es bella aun cuando en la cruz aparezca ese costado de horror, la cruz misma es bella.
Padre Javier Soteras
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