La cama

miércoles, 22 de agosto de 2012
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Una cama es un mueble que se utiliza para dormir, aunque también suele usarse para otras actividades: leer, sentarse, descansar, saltar, tener relaciones sexuales, comer, jugar (sobre todo los niños), reposar en períodos de enfermedad, etc. La cama es, además, uno de los lugares más comunes donde las personas mueren.

Para los nómades, las camas eran simplemente mantos o alfombras que se extendían sobre el piso. Esta seguía siendo la costumbre en tiempos de Jesús entre las familias más humildes, en las casas donde no había cuartos individuales y todos dormían en una pieza común, como podemos apreciar en la parábola del amigo inoportuno:

5 Jesús agregó: «Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: “Amigo, préstame tres panes, 6 porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle”, 7 y desde adentro él le responde: “No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos”. 8 Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. (Lc 11,5-7)

 

Los colchones se extienden lado a lado dentro de la pieza en una línea tan larga como sea necesaria para que todos los miembros de la familia duerman juntos. El padre duerme en un extremo de la línea y la madre en el otro para cuidar que los niños al rodarse no se salgan de debajo de la colcha.

 

Un avance importante constituyó el elevar las camas para evitar inundaciones, suciedades e infecciones. Con frecuencia, y muy especialmente en los lugares fríos, se colocaba sobre la cama un pabellón o baldaquino ya desde las civilizaciones remotas, como se manifiesta en los relieves asirios y como se han visto en algunos ejemplares hallados en Egipto. Este pabellón, con unas cortinas, servía para reducir el tamaño del habitáculo consiguiendo que el calor corporal lo calentase con más facilidad que a toda la habitación. Desde el siglo XV dicho pabellón suele montarse en forma de lujosos doseles ya solos, ya apoyados sobre columnillas que se alzan sobre los pies o ángulos de la cama. En los países cálidos, estos cortinados se confeccionan de tules o telas ligeras, para evitar la presencia de insectos (son los mosquiteros).

 

Por todo esto podemos decir que la cama, como otros muebles del hogar, es también uno de los símbolos de estatus y posición social.

 

En la legislación argentina, la cama es uno de los bienes inembargables:

a) Artículo 1618 del Código Civil

“No son embargables:

El lecho del deudor, el de su cónyuge, los de los hijos que viven con él y a sus expensas, y la ropa necesaria para el abrigo de todas estas personas.”

 

 

En cuanto a su simbolismo, en la literatura universal encontramos tres motivos principales que tienen como elemento importante la cama:

1. La cama de los amantes, ya sea en los cánticos de bodas (el Cantar de los Cantares), y en la poesía erótica y romántica.

2. La cama del moribundo, donde éste pronuncia sus últimas palabras. En la Biblia, esto se expresa en el género literario “testamento”, por ej. Gén 49.

3.  La cama del enfermo.

 

Enfermos y diagnósticos

 

Términos griegos:

kliné:  lecho, cama.

katakeimai: estar en cama; igual que en castellano, la expresión es sinónimo de “estar enfermo”.

 

Tradicionalmente la clínica (del griego kliné: "lecho", "cama") es el diagnóstico realizado al pie de la cama del enfermo a través del relato de su sintomatología y de los signos obtenidos en la exploración física.

El clínico es aquel médico que diagnostica y trata a sus pacientes.

La historia clínica es donde se recogen todos los datos clínicos.

 

Historias al borde de la cama

 

Jesús realizó numerosas curaciones. Los casos en que la persona enferma se encuentra en su casa, en cama, son los siguientes:

 

 

la suegra de Pedro          Mc 1, 29-31 y //

la hija de Jairo                Mc 5, 21-24.35-43 y //

la hija de la cananea       Mc 7,24-30 y //

el criado del centurión    Lc 7,1-10

 

En todos estos casos, el ruego por la curación es indirecto, es decir, otra persona pide por la persona enferma.

 

 

Género Literario “Historias de curaciones”

 

Ø      indicación del lugar;

Ø      aparición del enfermo, presentación de la historia clínica, con exposición de la gravedad para hacer resaltar luego el poder de Jesús;

Ø      ruego directo o indirecto de la curación;

Ø      procedimiento de la curación (palabra, etc.);

Ø      constatación de la curación y sus consecuencias;

Ø      (en ocasiones una orden de silencio);

Ø      reacción de los espectadores: alabanza, alegría, temor; o del curado.

 

(R. Krüger, S. Croatto, N. Míguez, Métodos Exegéticos, Ed. Educab, Bs.As., 1996)

 

Una adolescente en problemas

 

Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi hija está llegando a su fin;  ven a imponerle las manos, para que se cure y viva». Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados. (Mc 5, 21-24)

 

Al final del relato sabremos que la hija de Jairo tenía doce años. ¿Qué puede pasarle a una niña de doce años como para que esté “llegando a su fin” ? Aunque la traducción suene extraña, quiero ser fiel al texto griego, que aquí no usa la palabra usual para decir “morir”, sino esta expresión “llegar a su fin”. ¿Al fin de qué?

Como en otros casos de milagros que tienen por protagonistas a mujeres, esta niña está en la cama, adentro de la casa, muy grave, sin ningún diagnóstico certero. No sabemos con precisión qué tiene.

 

El relato de este milagro se interrumpe con la aparición de la mujer que sufría hemorragias desde hacía doce años. Algo une a esta mujer madura con esta mujer-niña. La niña de doce años se está muriendo, llega a su fin. La mujer sangrante hace doce años que está muerta en vida. La niña de doce años se está acercando, o ha entrado ya, en la pubertad, cuando su cuerpo empieza a perder sangre periódicamente. La mujer madura hace doce años que sangra.

Y si la mujer sangrante salió a la calle a buscar la salvación, la mujer-niña de doce años, por el contrario, está en la cama, está adentro de la casa, sin salir, sin poder pedir ayuda. Es su papá el que sale a buscar al Maestro para decirle: “Mi hija está llegando a su fin”.

 

La adolescencia duraba muy poco en aquella cultura. Cuando la niña tenía su primera menstruación, se realizaba el compromiso matrimonial, acordado por ambas familias. Al año del compromiso, los jóvenes se casaban.

Esta niña pertenecía a una familia especial. Su padre era uno de los jefes de la sinagoga. Con semejante cargo, sólo podemos pensar en un buen cumplidor de los preceptos religiosos. Seguidor seguramente de las prácticas fariseas, puntilloso en la observancia de la ley.

 

 Cuando una mujer tenga su menstruación, será impura durante siete días, y el que la toque será impuro hasta la tarde.

 Cualquier objeto sobre el que ella se recueste o se siente mientras dure su estado de impureza, será impuro.

 El que toque su lecho deberá lavar su ropa y bañarse con agua, y será impuro hasta la tarde.

 El que toque algún mueble sobre el que ella se haya sentado, deberá lavar su ropa y bañarse con agua, y será impuro hasta la tarde.

 Si alguien toca un objeto que está sobre el lecho o sobre el mueble donde ella se sienta, será impuro hasta la tarde.  (Lev 15, 19-23)

 

Todos los cuerpos cambian a los doce años. Pero para una niña perteneciente a una familia cumplidora de la ley, este cambio venía acompañado de imposiciones. No más la libertad de andar por toda la casa, de tocar cualquier cosa, de ayudar a cocinar… Esas eran algunas de las cosas, además de los cambios físicos, que afectaban el cuerpo de una muchachita de doce años. “Mi hija está llegando a su fin”.  Y para este cuerpo que está agonizando, Jairo pide sanación y salvación con el cuerpo: “Ven a imponerle las manos”.

 

 Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: «Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?». Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: «No temas, basta que creas». Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo: «¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme». Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!». En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que dieran de comer a la niña. (Mc 5,35-43)

 

Primero, sacar a todos del medio. ¿Qué hace toda esa gente contemplando el espectáculo de una niña que no puede soportar su cuerpo de doce años y está tirada en la cama? Afuera todos. Sólo el papá y la mamá, y algunos de los discípulos como testigos de la comunidad. Nadie más.

Sin temor a la impureza de esta muchachita que ya todos creen muerta, como tantas otras veces, Jesús toca. La toma de la mano. Y le ordena: Talitá kum, ¡Levántate! Para que no sea la hora del fin, sino la hora de resurgir, de estar de pie, de caminar de un modo nuevo. Esta es la voz que la niña-mujer necesitaba oír. Una voz que llega hasta ella con palabras que no la hunden sino que la elevan, una voz para sacarla a ella y a sus papás del miedo de este momento. Y una mano que no va a cumplir las prescripciones del Levítico – “no tocar, no tocar, no tocar” – sino que está ahí justamente para tocar, para establecer contacto, para que este cuerpo de doce años siga conectado a otros cuerpos, a otras vidas, a toda la posibilidad de relación.

 

María Gloria Ladislao