Noveno mandamiento – La purificación de los deseos

jueves, 13 de septiembre de 2012
image_pdfimage_print
 

 

 

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica*a partir del punto 2514 en adelante:

 

            “EL NOVENO MANDAMIENTO

 

          No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo (Ex 20,17).

 

          El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón (Mt 5,28)”

 

Un proceso de purificación necesitamos desde lo más hondo de nuestro ser, porque naturalmente hemos nacido heridos por el pecado.

 

“2514 San Juan distingue tres especies de codicia o concupiscencia: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida (cf 1 Jn 2,16). Siguiendo la tradición catequética católica, el noveno mandamiento proscribe la concupiscencia de la carne; el décimo prohíbe la codicia del bien ajeno.

 

2515 En sentido etimológico, la "concupiscencia" puede designar toda forma vehemente de deseo humano. La teología cristiana le ha dado el sentido particular del movimiento del apetito sensible que contraría la obra de la razón humana. El apóstol S. Pablo la identifica a la lucha que la "carne" sostiene contra el "espíritu" (cf Gal 5,16.17.24; Ef 2,3). Procede de la desobediencia del primer pecado (Gn 3,11). Trastorna las facultades morales del hombre y, sin ser una falta en sí misma, le inclina a cometer pecados (cf Cc Trento: DS 1515).”

 

Es como si se nublara la visión a partir de un deseo desordenado que no permite, justamente, orientar nuestro comportamiento según lo que razonable y humanamente nos es indicado.

 

Cada uno de nosotros puede distinguir como espacios de lucha interior donde su vida hoy se va debatiendo para que sea el espíritu el que prevalezca en el propio comportamiento.

¿De dónde viene esta lucha? Viene porque la fuerza con que el pecado y el espíritu del mal obran sobre nuestra herida de ir en contra de lo que Dios quiere lucha contra el Espíritu de Dios que busca configurar en nosotros su proyecto de asemejarnos cada vez más a Él. Es lo que llamamos desorden en nosotros. El desorden en nuestra vida tiene características distintas y es justamente contra eso con lo que luchamos.

En nuestro ser personal hay distintos aspectos y dimensiones con los que peleamos y luchamos interiormente para poner las cosas en su lugar, la casa en su lugar.

 

Dice el Catecismo:

 

“2516 En el hombre, por que es un ser compuesto de espíritu y cuerpo, existe cierta tensión, tiene lugar una lucha de tendencias entre el "espíritu" y la "carne". Pero, en realidad, esta lucha pertenece a la herencia del pecado. Es una consecuencia de él, y al mismo tiempo una confirmación. Forma parte de la experiencia cotidiana del combate espiritual.

 

Uno combate contra su impaciencia. La carne tiende como a ponernos ansiosos frente a las dificultades que debemos resolver y no llegamos -aparentemente- a resolverlas en término.

Uno lucha y se enfrenta con la ira, que es como un fuerte impulso ante las situaciones que no podemos resolver, desbordándonos alrededor de ellas sin poder dar sobre el eje de la dificultad para superarla o vencerla.

Uno puede luchar contra las tentaciones que vienen de un comer desordenadamente, sea por comer menos en busca de esa figura esbelta que presentan las publicidades, o sea que desbordados por la ansiedad, comemos más de lo que corresponde. Entonces nuestro vínculo con la alimentación no es ordenado.

Uno lucha contra el decir de su propia lengua y entiende que tantas veces la lengua suelta, en una expresión crítica insana, lejos de generar un factor de comunión termina por ser una espada que divide; y tiene tanto poder este pequeño músculo ubicado en nuestra boca que es capaz -en pocas muecas- de dejar desairado a más de uno y descalificado al hermano con la expresión lenguaraz con la que a veces, desenfrenadamente, nos manifestamos.

Luchamos contra la propia senualidad, tan exacerbada en esta sociedad pansexualista que ha venido a poner al placer sexual como el paradigma por el cual todo se lee y todo se entiende.

Luchamos contra la avidez del poseer. Si hay algo que identifica la condición del hombre en este tiempo es que es en cuanto tiene. Por lo tanto, si la lógica es el poseer en el mundo en que vivimos, nosotros estamos tentados a querer tener más para pertenecer más y ser más.

Son luchas interiores en las que participamos, aspectos diversos en donde la vida se debate por quedar en clave de espíritu, superando lo que la carne, en su lenguaje desordenado, viene a plantearnos como desafío.

 

Cuando uno se va registrando a sí mismo y se conoce en su propia fragilidad y debilidad, reconoce por dónde la herida le marca un lugar de desafío (el desafío de estar permanentemente en el trabajo de velar sobre el propio desorden interior que se manifiesta de tantas maneras para ir en contra de lo que es el plan, el proyecto de Dios para parecernos a Él) y entonces uno va descubriendo que se trata de hacerlo a pulmón, con esfuerzo; de conquistar paso a paso espacios donde las dificultades no se ofrecen como una pared que se levanta delante de nosotros, sino como una gran oportunidad en la que Dios nos bendice para superarnos.

Dios no tienta, pero Dios permite que entremos en la prueba. Ésta es una distinción muy sutil que hacemos, pero necesaria a la hora de entender que el tentador es uno solo y que si Dios permite que seamos tentados y puestos a prueba es porque Dios sabe que contamos con la gracia suficiente para ir justamente en contra de aquello que aparece delante de nosotros, superarlo y vencerlo.

 

El espíritu de la lucha interior es el camino por el cual el corazón se va purificando de toda avidez de posesión más allá de lo que nos corresponde. Entonces se desarrolla la gracia y la virtud de la fortaleza, que tiene como dos movimientos dentro de nosotros. Por un lado, la virtud de la fortaleza nos capacita para resistir el mal recibido, a la espera de la venida del bien deseado. Nadie resiste por resistir; como dice San Ignacio de Loyola: el que está en estado de desolación, que sea capaz de resistir a la espera de la manifestación de la consolación. Nadie resiste, aguanta o sufre porque cree que allí está la razón de ser que explica su existencia. Uno aguanta esperando por lo que vendrá. Este aspecto de la virtud de la fortaleza está directamente vinculado con el don de la paciencia, hupomone, que significa permanecer por debajo, resistiendo, a la espera de la manifestación de lo que llega. Esto es el ser paciente de una manera activa. Mientras, avanzamos sobre el camino por el que somos invitados a avanzar. Por otro lado, la virtud de la paciencia tiene otra dimensión: la magnanimidad, es decir, amplitud de alma, grandeza interior. Nuestro pueblo necesita de almas grandes, grandeza de alma. El magnánimo no se achica ante la dificultad, tampoco con temeridad. La fortaleza le da el equilibrio justo.

Estamos llamados a vencer; no solamente a resistir, sino a superar los obstáculos y a vencer, con magnanimidad, sin temeridad, con prudencia. Con una inteligencia racional sobre lo práctico y concreto, sobre saber medir qué se sigue de esta acción que voy tomar.

 

Puede ayudarnos mucho en la lucha cotidiana por afrontar las dificultades que tenemos como una espina clavada en la carne (según la expresión de San Pablo) y hacer este proceso de purificación y de semejanza a Dios yendo con el alma limpia de corazón, el darnos cuenta de cuánto cuestan las cosas importantes. La cultura del llame ya no nos ayuda mucho, de toque ese botón para conseguir lo que usted busca, o la cultura del juego y la fortuna donde por un golpe de suerte la vida cambia del ayer al hoy con una visagra que se llama loto, prode, quini, etc. Lo que ayuda para entender las grandes conquistas que los hombres hemos alcanzado como sociedad en su conjunto o cada uno en lo personal, es tomar nota de cuánto nos ha costado conseguir determinados logros; por ejemplo el estudio, en que la constancia y el esfuerzo tienen su gran mérito.

Cuando nos encontramos ante el desafío de querer superar dificultades que arrastramos desde hace tiempo, lo primero que pensamos es bueno, me pongo manos a la obra, y nos lanzamos de golpe con todo. Despacio, paso a paso, poco a poco, tramo por tramo, conquista tras conquista. Hoy debo tener un objetivo. En este sentido, es muy interesante el esfuerzo que se hace en Alcohólicos Anónimos. Las metas no son largas sino breves: hoy. Por hoy hay una agenda que cumplir, hoy hay un objetivo que desarrollar; el plan, a mediano y largo plazo. Al final de la historia lo veo con mi inteligencia, antes de alcanzarlo, pero para llegar tengo que arrancar desde aquí, donde estoy y como estoy. Y es clave el asumirnos, el hacernos cargo, el ponerle nombre y apellido a lo que nos pasa, sin esquivarle al bulto, sino encontrándonos con nuestra propia realidad.

 

El camino de la purificación interior, del crecimiento, de la madurez, de la fortaleza, supone disciplina, trabajo, lucha, esfuerzo. No bajo el signo de las grandes conquistas todo terreno, sino de la conciencia clarísima de que solamente podemos todo lo que estamos llamados a ser si la gracia de Dios viene a nuestra ayuda y nos muestra que sin ella nada podemos ni alcanzamos.

 

En este trabajo de disciplina interior, a veces en la espiritualidad, aparece también colándose el espíritu del mundo. Hay algo en el mundo de hoy, desde hace un tiempo a esta parte, donde el hombre se ha apartado de Dios porque ha entendido que hay muchas posibilidades de ser más allá de lo que suponía; y las conquistas que la ciencia y la técnica han desarrollado respecto de lo que el hombre es capaz de alcanzar con su esfuerzo, con su inteligencia, con su capacidad y con su buena voluntad han hecho un hombre sin Dios, un súper hombre. Al punto tal de manipularlo todo, hasta la vida misma. Y entonces hoy podemos tener hombres congelados en su primera etapa de ser, cuando un óvulo y un esperma son unidos artificialmente y desde ese lugar, lo que devenga: vientres alquilados, etc. Pongo esto como ejemplo para decir que el hombre realmente es capaz de mucho, de grandes cosas, como llegar a la luna, o destruirlo todo en Hiroshima y Nagasaki. La capacidad del hombre sobre sí mismo y su dominio sobre la naturaleza lo han confundido y no puede registrar su propia fragilidad y debilidad. Y entonces encubre esta debilidad detrás de una razón falsa que lo constituye en súper hombre. En la disciplina interior del trabajo por superar nuestras dificultades podemos generar también algunos esquemas de comportamiento estereotipado que esconden nuestra debilidad y nos hacemos hombres espirituales todo terreno. Pero no es ésta la propuesta del Evangelio. Es decir, hay ciertas propuestas espirituales que se parecen mucho a este espíritu del mundo donde el hombre cree poder hacerlo todo. Pero no es eso de lo que hablamos cuando decimos de la necesaria disciplina en el trabajo interior para superar las dificultades y resisitir a los embates con los que tenemos que aprender a convivir en medio de la conflictividad. Debemos comprender que solo con la gracia de Dios y con mucho esfuerzo podemos superar las dificultades. Llevo en mi carne clavada una espina, dice San Pablo. Yo soy un súper apóstol, más que todos ellos, afirma. Pero lo dice desde un lugar de humildad, de sencillez, y por la gracia de Dios soy lo que soy: capaz de superar obstáculos, pasar hambre, estar encarcelado, caminar largas leguas para predicar el Evangelio, atravesar mares… En el espíritu de lucha no se trata de tirar golpes al aire, sino concentrar la mirada en el Señor y saber que, en la conciencia de nuestra propia debilidad Dios nos da la gracia suficiente para ir más allá de lo que por nuestra propia fuerza somos capaces de ir. Éste es el punto donde Dios nos invita a comprometernos en el combate cotidiano. Éste combate interior nos conduce a la purificación del corazón.

 

 

          LA PURIFICACION DEL CORAZON

 

“2517 El corazón es la sede de la personalidad moral: "de dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones" (Mt 15,19). La lucha contra la codicia de la carne pasa por la purificación del corazón: Mantente en la simplicidad, la inocencia y serás como los niños pequeños que ignoran el mal destructor de la vida de los hombres (Hermas, mand. 2,1).”

 

El ideal en torno al cual construimos nuestro entender del modelo del ser cristianos con el que somos llamados a estar en comunión con Dios nos puede jugar una mala pasada cuando, llevados de la mano del deber ser, no entendemos que, en realidad, hacia donde somos conducidos como ideal supone un proceso y una posibilidad de ir siendo lo que estamos llamados a ser. En este sentido es también una tentación el espíritu fariseo que establece detrás de la ley el código de comportamiento sin entender que es la gracia de Dios la que va configurando paso a paso y poco a poco dentro de nosotros lo que estamos llamados a ser. Eso supone darse licencia para la imperfección: no pactar con lo imperfecto, no decir y bueno, a las cosas las hacemos como pueden ir saliendo; sino poner todo de nosotros para hacer muy bien el bien, sabiendo que posiblemente todavía no hemos alcanzado la meta y que nos llevará tiempo ser lo que estamos llamados a ser. Mientras tanto, uno disfruta verdaderamente cuando pone todo de sí a la hora de querer hacer las cosas; uno se goza interiormente, aunque sabe también en conciencia, con humildad y sencillez, que no alcanzó aún la meta. Así vamos purgando el alma, purificando el corazón.

 

“2518 La sexta bienaventuranza proclama: "Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8). Los "corazones limpios" designan a los que han ajustado su inteligencia y su voluntad a las exigencias de la santidad de Dios, principalmente en tres dominios: la caridad (cf 1 Tm 4,3-9; 2 Tm 2,22), la castidad o rectitud sexual (cf 1 Ts 4,7; Col 3,5; Ef 4,19), el amor de la verdad y la ortodoxia de la fe (cf Tt 1,15; 1 Tm 3-4; 2 Tm 2, 23-26).”

 

Dios nos ama como somos. Si no caemos en la cuenta de esto, difícilmente podamos dejarnos acompañar por ese Dios que nos lleva a ser mejor de lo que somos. Solamente desde este lugar podemos dar pasos verdaderamente de crecimiento y de superación, por la gracia de Dios.

 

 

Padre Javier Soteras



* De aquí en adelante, cuando se trate de cita textual del Catecismo de la Iglesia Católica, irá entre comillas.