Venga a nosotros tu Reino

miércoles, 26 de septiembre de 2012
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Reflexionaremos acerca de esta petición del Padrenuestro: “Venga a nosotros tu Reino”, siguiendo al Catecismo de la Iglesia Católica* a partir del punto 2816 en adelante.

 

Dice el Catecismo:

 “2816 En el Nuevo Testamento, la palabra "basileia" se puede traducir por realeza (nombre abstracto), reino (nombre concreto) o reinado (de reinar, nombre de acción). El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en el Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y la Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Ultima Cena y por la Eucaristía está entre nosotros.

 

Que venga tu Reino, el definitivo, donde se manifieste plenamente tu gloria, mientras va llegando en cada acontecimiento y en cada hermano.

 

“El Reino de Dios llegará en la gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre:

 

          Incluso puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque resucitamos en él, puede ser también el Reino de Dios porque en él reinaremos (San Cipriano, Dom. orat. 13).

 

2817 Esta petición es el "Marana Tha", el grito del Espíritu y de la Esposa: "Ven, Señor Jesús"

 

          Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento del Reino, habríamos tenido que expresar esta petición, dirigiéndonos con premura a la meta de nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el altar, invocan al Señor con grandes gritos: ‘¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de la tierra?’ (Ap 6, 10). En efecto, los mártires deben alcanzar la justicia al fin de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la venida de tu Reino! (Tertuliano, or. 5).

 

2818 En la oración del Señor, se trata principalmente de la venida final del Reino de Dios por medio del retorno de Cristo (cf Tt 2, 13). Pero este deseo no distrae a la Iglesia de su misión en este mundo, más bien la compromete.”

 

Dios quiere instalar en este mundo definitivamente el nuevo orden. Por lo tanto, si bien es cierto que esperamos los tiempos finales, en el tiempo que transcurre aspiramos a ver anticipados los tiempos que vendrán. Por eso, que venga tu Reino, Señor, y se instale en medio de nosotros, tiene que ver con nuestra convivencia de todos los días, particularmente en los ámbitos donde la vida florece, crece y manifiesta tu gloria. En particular, en la vida de la familia, de la comunidad, de la sociedad a la que pertenecemos; en el ámbito del trabajo; también entre nuestros amigos; allí donde en la soledad nos encontramos con Vos pero estamos en comunión con todos. ¡Que venga, Señor, tu Reino!

 

 

“2819 "El Reino de Dios es justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rm 14, 17). Los últimos tiempos en los que estamos son los de la efusión del Espíritu Santo. Desde entonces está entablado un combate decisivo entre "la carne" y el Espíritu (cf Ga 5, 16-25).”

 

Combate entre la fuerza de Dios que opera en nosotros para llevarnos a buen término, a donde Dios nos convoca y nos llama a ser suyos, y la fuerza del mal que busca de mil formas, como dice San Ignacio de Loyola, impedir que nosotros avancemos hasta donde Dios nos convoca.

 

          “Solo un corazón puro puede decir con seguridad: ‘¡Venga a nosotros tu Reino!’. Es necesario haber estado en la escuela de Pablo para decir: ‘Que el pecado no reine ya en nuestro cuerpo mortal’ (Rm 6, 12). El que se conserva puro en sus acciones, sus pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios: ‘¡Venga tu Reino!’ (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 13).”

 

Que venga tu Reino, Señor, y que se instale en medio de nosotros. Que podamos descubrir en el gozo, la paz, la alegría, la presencia anticipada de ese estado final de orden y de armonía con el que venís a instalar un nuevo código de convivencia humana bajo los signos de tu Reino.

 

“2820 Discerniendo según el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre el crecimiento del Reino de Dios y el progreso de la cultura y la promoción de la sociedad en las que están implicados. Esta distinción no es una separación. La vocación del hombre a la vida eterna no suprime sino que refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz (cf GS 22; 32; 39; 45; EN 31).

 

2821 Esta petición está sostenida y escuchada en la oración de Jesús (cf Jn 17, 17-20), presente y eficaz en la Eucaristía; su fruto es la vida nueva según las Bienaventuranzas (cf Mt 5, 13-16; 6, 24; 7, 12-13).”

 

 

Cuando decimos venga a nosotros tu Reino, estamos pidiéndole a Dios que sean justamente las bienaventuranzas como nuevo decálogo las que nos marquen el camino que nos lleva hacia donde Él señorea y gobierna.

Jesús, desde tu entrega de amor, con todo el corazón y sabiendo de la necesidad particular que tenemos de tu presencia en nuestra vida, te decimos que vengas, que adelantes los tiempos. Te lo decimos en el Espíritu Santo y te lo decimos como pueblo: que venga tu Reino.

 

Dice el Documento de Aparecida:

“382. “El plazo se ha cumplido. El Reino de Dios está llegando. Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1, 15). La voz del Señor nos sigue llamando como discípulos misioneros y nos interpela a orientar toda nuestra vida desde la realidad transformadora del Reino de Dios que se hace presente en Jesús. Acogemos con mucha alegría esta buena noticia. Dios amor es Padre de todos los hombres y mujeres de todos los pueblos y razas. Jesucristo es el Reino de Dios que procura desplegar toda su fuerza transformadora en nuestra Iglesia y en nuestras sociedades. En Él, Dios nos ha elegido para que seamos sus hijos con el mismo origen y destino, con la misma dignidad, con los mismos derechos y deberes vividos en el mandamiento supremo del amor. El Espíritu ha puesto este germen del Reino en nuestro Bautismo y lo hace crecer por la gracia de la conversión permanente gracias a la Palabra y los sacramentos.

383. Señales evidentes de la presencia del Reino son: la vivencia personal y comunitaria de las bienaventuranzas, la evangelización de los pobres, el conocimiento y cumplimiento de la voluntad del Padre, el martirio por la fe, el acceso de todos a los bienes de la creación, el perdón mutuo, sincero y fraterno, aceptando y respetando la riqueza de la pluralidad, y la lucha para no sucumbir a la tentación y no ser esclavos del mal.”

Presencias del Reino. Le pedimos a Dios que en estos lugares de vivencia personal y comunitaria de bienaventuranza, en este trabajo de servicio a los más pobres, la lucha contra el espíritu del mal, la posibilidad de ser justos en la distribución de los bienes con los que contamos y el perdón, el don de la reconciliación, vengan a nosotros. ¡Que venga tu Reino, Señor!

“384. Ser discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos, en Él, tengan vida, nos lleva a asumir evangélicamente y desde la perspectiva del Reino las tareas prioritarias que contribuyen a la dignificación de todo ser humano, y a trabajar junto con los demás ciudadanos e instituciones en bien del ser humano. El amor de misericordia para con todos los que ven vulnerada su vida en cualquiera de sus dimensiones, como bien nos muestra el Señor en todos sus gestos de misericordia, requiere que socorramos las necesidades urgentes, al mismo tiempo que colaboremos con otros organismos o instituciones para organizar estructuras más justas en los ámbitos nacionales e internacionales. Urge crear estructuras que consoliden un orden social, económico y político en el que no haya inequidad y donde haya posibilidades para todos. Igualmente, se requieren nuevas estructuras que promuevan una auténtica convivencia humana, que impidan la prepotencia de algunos y faciliten el diálogo constructivo para los necesarios consensos sociales.”

Al partir el Pan reconocemos que la presencia del Reino es visible, cuando partimos el pan de la misericordia en las distintas obras con las que Dios nos compromete manifestar nuestra fe.

“385. La misericordia siempre será necesaria, pero no debe contribuir a crear círculos viciosos que sean funcionales a un sistema económico inicuo. Se requiere que las obras de misericordia estén acompañas por la búsqueda de una verdadera justicia social, que vaya elevando el nivel de vida de los ciudadanos, promoviéndolos como sujetos de su propio desarrollo. En su Encíclica Deus Caritas est, el Papa Benedicto XVI ha tratado con claridad inspiradora la compleja relación entre justicia y caridad. Allí nos dice que “el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política” y no de la Iglesia. Pero la Iglesia “no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia”. Ella colabora purificando la razón de todos aquellos elementos que la ofuscan e impiden la realización de una liberación integral. También es tarea de la Iglesia ayudar con la predicación, la catequesis, la denuncia, y el testimonio del amor y de justicia, para que se despierten en la sociedad las fuerzas espirituales necesarias y se desarrollen los valores sociales. Sólo así las estructuras serán realmente más justas, podrán ser eficaces y sostenerse en el tiempo. Sin valores no hay futuro, y no habrá estructuras salvadoras, ya que en ellas siempre subyace la fragilidad humana.”

Es necesario que la ayuda a los más necesitados venga a poner de pie a los que así lo necesitan, promoción para sus propias vidas. Y allí tal vez se juegue el gesto de misericordia que podemos hacer cuando con esta conciencia de dignidad común que tenemos con todos nuestros hermanos, nos detenemos ante los más frágiles para alcanzarlos en el camino, tomarlos de la mano y acompañarlos en el proceso de ir empoderándose de herramientas que dignifiquen su vida. Esto es trabajar por la justicia y por un estado de igualdad entre todos y cada uno de los que formamos parte de la comunidad a la que pertenecemos. Nosotros, como Iglesia, no podemos quedarnos al margen de la lucha por la justicia. Por el contrario, deberíamos estar a la cabeza. Claro que a veces nos apocan el alma, como Iglesia en este tiempo, los mismos dolores que Iglesia hacia adentro tenemos y que tantas veces son motivo de escándalo en la sociedad, que no nos permiten dar los pasos que deberíamos dar en el compromiso que tenemos con Jesús. Es que no somos el mejor testimonio, ni tampoco se espera de nosotros que lo seamos para echar mano a la obra. Tal vez comencemos a serlo cuando, saliendo de nuestro ostracismo, nos animemos de verdad a asumir, aún encima de nuestras fragilidades y debilidades, el compromiso que nos toca a partir del Evangelio, para que el mundo en el que vivimos sea mejor.

 

 

Padre Javier Soteras



* De aquí en adelante, cuando se trate de cita textual del Catecismo de la Iglesia Católica, irá entre comillas.