Epifanía y vida

viernes, 26 de octubre de 2012
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Seguimos con el libro “Mente abierta, corazón creyente” del Cardenal Bergoglio. La catequesis de hoy tiene mucho de “Espera”. El Cardenal la titula, “Epifanía y vida”. Nos vamos a unos de los momentos más hermosos que nos narra el evangelio de Lucas 2, el encuentro entre dos ancianos y la sagrada familia. La entrada de Jesús en el templo. Entrará por primera vez el hijo de Dios en el templo. Y quien entra en el templo es un hombre con nuestra carne, con nuestra misma sangre, porque Él quiere participar de esa condición. Es la primera vez desde la tarde del Génesis en que nuestra carne justifica, entra la casa del Padre. Han pasado siglos y ahora se cumple la promesa. Es un anciano de un pueblo. Significados en Simón y Ana. La ancianidad de un pueblo lo que lo reciben. Perciben que Jesús es algo más que un hombre perfecto, es el Salvador, Dios y por eso alaban y dan gloria. Detrás de esa carne saben descubrir la divinidad. Los dos ancianos se expresan, paciencia y esperanza, fidelidad y alabanza.

Descubrir en estos ancianos la combinación entre paciencia y alabanza. Paciencia, saber esperar. Saber esperar los tiempos de Dios. Saber esperar a veces largos tiempos. Pero esperanza, saber que Dios es fiel, que Él cumplirá sus promesas. Y por eso se hace canto de alabanza. El que es fiel, alaba al Señor, no se asusta, ni se impacienta. Sabe esperar porque sabe en quién ha puesto su esperanza. El impaciente, en el fondo es un descreído. Necesita ver rápido porque su fe no ha echado raíces.

El cardenal Bergoglio nos dice: “El Padre espera a su hijo Adán”. Hace siglo que lo viene esperando, como el Padre de la parábola. “Y sale a su encuentro en la persona del Espíritu que inspira a esos dos ancianos a hablar, a dar gloria. Ellos se pusieron a dar gracias a Dios y hablaban a cerca del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

Se cumple aquello que todo lo oculto será proclamado desde las terrazas. Hay luz en el templo. Porque entra la luz. Luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel. En ese día en el que nosotros lo llamamos el día de la Candelaria, se hará sirio la noche de Pascua y sol resplandeciente al final de la historia. Los justos buscarán la luz. Como dice el himno de la fiesta de epifanía, “en el templo hoy hay luz”.

Me pregunto ¿Yo también descubro esa luz? Estamos en el año de la fe y justamente una de las imágenes es la luz de la fe. ¿Yo también se descubrir y percibir la presencia del Señor en mi vida? ¿Vivo en la acción de gracias? ¿Mi vida se hace canto de alabanza? En el templo hay luz. ¿En mi vida hay luz?

 Le pidamos al Señor que al comenzar el día, cuando sale el sol muchas veces apagamos la luz. Sin embargo cuando comienza nuestro día necesitamos esa luz, la luz de la fe que nos permite caminar no en tinieblas, que nos permite comenzar nuestras actividades de una manera nueva. Esa luz no es artificial, es la luz de Cristo que viene a iluminar nuestra vida, que viene a hacer que nuestra vida tenga sabor, que se llene de esperanza porque Él es fiel.

Queremos hoy en esta catequesis alternar con esta actitud de espera propia del cristianismo, manifiesta en esta gran fiesta de la Epifanía, que el Cardenal Bergoglio nos invita hoy a reflexionar, con la alabanza y la acción de gracia por la presencia de tantas personas que en el África hacen realidad ese reino. Por eso nos unimos a este sacerdote que está en Mozambique, damos gracias por su ministerio. Le pedimos al Señor que nos conceda esa actitud de vigilancia. La presencia de dos ancianos en el templo es paradigmática. La vida cristiana es un estar atento, un vigilar, un no distraernos en medio de las ocupaciones de este mundo. Saber que nuestra vida tiene algo que debemos entender. Dice San Efren: “El Señor no ocultó el tiempo de su venida, para que estemos prevenidos y para que cada uno de nosotros piense que ello puede tener lugar en el propio tiempo. Con la última venida pasará algo semejante a lo que pasó con la primera. Pero el que desde toda la eternidad había determinado este día y describió detalladamente las señales que lo precederían, ¿Cómo podía ignorarlo? Por eso con aquellas palabras invitó a considerar sus señales, para que desde entonces y para siempre las generaciones de todos los siglos pensaran que su venida podría acontecer en su tiempo. Hay que estar en vela. Porque cuando el cuerpo duerme, nuestra naturaleza lo que domina y obra no es guiada por nuestra voluntad. Por ejemplo la tristeza domina el alma, entonces el enemigo ataca. Por eso hay que estar atento. Es el Señor el que viene y esta es la razón por la que nosotros debemos velar y vigilar. Debemos esperar su revelación, Él se va a manifestar. Revelarse es descubrir algo desconocido, des esconderse. Manifestarse implica algo de transformación, de transfiguración. Manifestarse es actualizar la Epifanía. Nosotros creemos y reconocemos que la revelación de alguna manera ya se ha cerrado con la muerte de los apóstoles. Pero esa revelación se hace dinámica en la historia y ese Jesús, Señor de la historia quiere manifestarse también en nuestra vida. Por eso es un lindo ejercicio estar atentos, descubrir en todo momento esa presencia viva del Señor. Cuantas veces si miramos con ojos atentos y vigilantes vamos a ver esa manifestación del Señor. A veces en el rostro de un niño, en una palabra dicha por una persona al pasar. Ser capaces de descubrir a ese Dios que se sigue manifestando. Esto implica a estar atento porque ese Señor a veces aparecerá de improviso. Las vírgenes, en Mateo 24, podían dormir pero de tal manera que estuvieran prontas a la mínima señal. Marcos 13, nos advierte que tenemos que cuidar la puerta. Todo esto se llama vigilancia activa. Se nos pide hacer cosas y no hacer otras cosas. Esta vigilancia activa tiene que ver con la fidelidad. El infiel se adueña de la cosa encomendada, ya sea para usufructo propio, ya sea para mala administración o pereza. Hay una gran diferencia entre el ciervo fiel y el infiel. La falta de vigilancia y la infidelidad van juntas. Se alimentan mutuamente, una a otra, porque no se acepta la invitación del Señor a estar vigilantes, el corazón se empieza a pegar en su propio juicio, empiezo a ocuparme de mi propio negocio desentendiéndome del castillo interior. Los invitados a la boda prefieren realizar su propia fiesta. Muchas veces el infiel juega a dos puntas, va a la fiesta pero se reserva el vestido, el no estar en ella con todo su corazón. Por eso la vigilancia no solo debe ser activa sino también expectante. ¿Qué significa expectante? Vamos a ver en la Escritura como los varones justos, las mujeres piadosas y el pueblo fiel hace de su esperanza una esperanza expectante. Juan el Bautista que manda a preguntar a Jesús si es Él a quien hay que esperar o José de Erimatéa que aguardaba, o a Simeón o al pueblo fiel al que habla Ana. Cabe la pregunta si nuestra vigilancia, si nuestro modo de vivir el cristianismo tiene eso de esperanza expectante. “Así lo espero ansiosamente y no seré defraudado” dice el apóstol Pablo. O toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios. Esperamos con constancia. Esta expectativa tiene la virtud de apurar la venida del reino de Dios. De ahí que San Pedro nos diga: “Esperando y acelerando la venida del día del Señor” y nos aconseja que mientras esperamos procuremos vivir de tal manera que Él nos encuentre en paz, sin manchas, ni reproches. ¿Qué significa el estar expectante? Es el no estar instalado, el no estar satisfecho. Hay una herida de amor, ya tenemos la presencia pero no vemos su rostro. Herida expectante, corazón herido de amor. Como dice San Juan de la Cruz, sólo se llenará con presencia de amor. “Mi corazón está inquieto y no descansa sino en vos”, en palabras de Agustín. No estamos aburguesados, algo nos falta. Esperamos al Señor para un día contemplarlo plenamente.

Consigna: Si conoces algún sacerdote, religiosa, laico, si tu comunidad tiene alguna misión en África, compartirlo con nosotros.

El cardenal Bergoglio nos propone cuando tratamos de contemplar estas dos imágenes de estos dos ancianos que tienen mucha juventud en su corazón porque saben esperar, confían. La iglesia tiene 2000 años pero la iglesia tiene que renovar permanentemente esa actitud de vigilancia expectante que la va a mantener joven. El Cardenal Bergoglio nos propone que recemos con tres signos: “Deja mirar, mirarte simplemente. Dejar abierta solo la mirada. Mirarte toda sin decirte nada, decirte todo mudo e irreverente, no perturbar el viento de tu frente, solo acunar mi soledad violada, en tus ojos de Madre enamorada y en tu nido de tierra transparente. Las horas se desploman, sacudidos muerden los hombres necios la basura de la vida y la muerte con sus ruidos. Mirarte Madre, contemplarte a penas. El corazón callado en tu ternura, en tu casto silencio de azucena”

Que María nos cuide, nos purifique la mirada, nos ayude a seguir sosteniendo esa espera, esa vigilancia expectante de ese hombre Simeón. De un anciano que tiene mucho para enseñarnos. ¿A quién sostienes en tus manos? Dinos anciano Simeón ¿Porqué te sientes tan alegre? “Porque ya he visto al salvador. Este niño será bandera y signo de contradicción. Con su muerte traerá la vida. Por la cruz la resurrección. Jesús, el hijo de María es el hijo eterno de Dios. La luz que alumbra a las naciones, los caminos de salvación”.

                                                                                                              Padre Alejandro Puíggari