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sábado, 10 de noviembre de 2007
Hoy me gustaría meditar sobre una realidad que se da siempre en nuestras vidas pero que sobre todo se agudiza en los últimos meses del año. Yo hace un tiempo atrás pergeñé un término que es un poco quizás gracioso pero yo le llamo síndrome del final. ¿A que le llamo síndrome del final? A una serie de síntomas que se van dando a partir de Septiembre ya, y que se agudiza en Octubre, mucho más en Noviembre en mucha gente. Niños, jóvenes, adultos, ancianos, trabajadores o jubilados que es una especie de acelere, de stress, por ahí de cansancio, de desaliento, de depresión, de fobias, de miedos donde se junta todo. Se juntan los cambios climáticos bruscos, el fin del año, los exámenes, las tensiones, el cansancio, pensar en las próximas navidades, que a quién invito a quién no invito, que se vienen las vacaciones, que a donde vamos, que no vamos, las fiestas, las despedidas, el recuerdo de los que ya pasaron, de los que ya no están, todo ese cúmulo de cosas que se manifiesta en la gente en depresión muchas veces, en cierta nostalgia, en cierta tristeza, melancolía también en agresividad y lo hemos visto en estos días en la sociedad argentina una agresividad violentísima, incluso aquí en esta zona, en el sur Santafesino, con la muerte de esas 4 personas violentamente.
Todo eso me ha hecho pensar que sería bueno hacer un programa sobre lo que son nuestras relaciones interpersonales en estas últimas semanas del año. La relación en la casa, en el hogar, con la familia, la relación en el trabajo, en la escuela, con los vecinos. En fin, me parece importante ver que está pasando porque al fin y al cabo a cada día le basta su propio afán, su aflicción, su pena y me parece que lo que Dios quiere es que vivamos bien cada día sin apuros, sin prisas psicológicas ni de reloj, sin permitir que la sociedad o los que nos rodean nos presionen de tal manera al punto de perder la libertad interior ante uno mismo, ante los demás, ante las cosas, los acontecimientos como suele ocurrir. Entonces me pareció importante partir de esta imagen, de este síndrome del final que a veces nos quita la paz interior, nos quita la alegría de vivir, nos llena de agresividad y quería empezar con un texto 1° de Juan 4-7 que dice
“ Si Dios nos ha amado tanto y de esta manera, incondicionalmente, nosotros debemos amarnos también unos a otros”
Te alabamos Señor, te alabamos y te bendecimos por esta palabra que nos da pié par entrar justamente a hablar de esto, del problema que tenemos con la imagen que en realidad proyectamos a los demás y la imagen que pensamos que tenemos ¿no? Y que provoca, además, una cantidad de agresividad, de complejos, de antipatías. Tenemos que decir que la mayoría de las tristezas íntimas del ser humano y de sus dificultades son las relaciones interpersonales, en la casa, en el hogar, en el trabajo, en la escuela, en la calle quizás nacen de la imagen que nosotros proyectamos de nosotros mismos, la imagen que cultivamos, alimentamos, servimos y adoramos. Aquí esta la fuente principal de nuestras frustraciones y de las colisiones fraternas. Parece quizás, demencia o enajenación pero se vive a sí mismo, se vive entre el deseo y el temor. Unos psicólogos dicen que la mitad de la vida el ser humano lucha a la ofensiva para dar a luz, alimentar y engordar, inflar la imagen de sí mismo, el prestigio personal, la popularidad, como me ven, que me aplaudan, que me feliciten, que me tengan en cuenta y la otra parte de la vida lucha a la defensiva o sea presa del temor, del miedo, de la angustia para no perder aquel prestigio que supuestamente a conseguido.
Esto es para pensarlo porque tiene gran verdad lo que dice este pensador. Justamente, en una sociedad que cultiva tanto la imagen, que cultiva casi siempre la imagen, que cultiva lo que aparece, no lo que se es sino lo que aparece, que cultiva mucho la vanidad, que cultiva mucho todo lo que es el cuerpo, todo lo que es el prestigio, el parecer, el pensar que estar en un medio o aparecer en un medio de comunicación es ser importante. Como será de cierto que los formadores de opinión hoy día, la gran mayoría de los argentinos, vamos decirlo claramente, los formadores de opinión en lo cotidiano son, muchas veces, personas huecas, frívolas, superficiales, que no han pasado ni por la secundaria, eso no interesa eh, pero quiero decir que no tienen capacidad de reflexión, de estudio, de profundidad, que son muchas veces manipulados por el poder político, económico. Estos son los formadores de opinión y mucha gente nuestra, aún mucha gente católica de misa dominical o misa diaria lamentablemente, a la hora de forjar sus criterios y actitudes de vida, no lo hace a la luz de la palabra de Dios o de un discernimiento en el espíritu Santo, sino de lo que dice la dama del sofá o la dama de los almuerzos o el que sonríe a la noche o el tildado y serio periodista del mediodía.
Esto es un problema. El individuo es una realidad conjunta y un conjunto de realidades. El individuo tiene una figura física, una morfología, tiene medidas anatómicas, altura, color, tiene un coeficiente intelectual que puede ser ponderado y mensurado con un test incluso. Tiene además una estructura temperamental una caracterología que hemos hablado de ello ¿recuerdan? Tiene un equipo instintivo, campos de energía, tiene reacciones primarias o secundarias y todo ese conjunto está presidido y compenetrado por una ciencia que integra todas esas partes, por eso no es un disgregado sino un unificado y ojala que así siempre sea. Que por la presencia del Espíritu tengamos una gran unidad interior en él de todas estas cosas.
Todo este conjunto de cosas unificadas les ponemos un nombre, por ejemplo, Roberto Fernández.. El nombre es una etiqueta para la diferenciación social pero no altera en nada la realidad del sujeto. Podría llamarse de otra manera y tener las mismas realidades. Pues bien a ese nombre la sociedad lo reviste de una aureola, digamos así. Esa aureola es lo que llamamos prestigio personal que en el fondo no es otra cosa que la opinión pública favorable sobre tal nombre. Tiene un buen nombre, decimos. La opinión, a su vez, es la visión que la sociedad tiene sobre el fulano este. Así pues, la sociedad que rodea al individuo tiene una imagen, opinión, visión sobre tal sujeto. Expresándonos a la inversa diríamos que tal sujeto proyecta tal imagen sobre la opinión pública. A lo proyectado llamamos el personaje de la persona, y fíjense que hay empresarios, políticos, artistas que gastan millones en consultoras que manejan el tema de su imagen, como tiene que moverse, como tiene que vestirse, como tiene que ir, con quién tiene que ir. A la gran mayoría de las personas no les interesa lo que se es sino ¿Cómo me ven? Les interesa la imagen más que la realidad, la mentira más que la objetividad y así el ser humano de la sociedad se lanza a participar de la carrera de las apariencias y ahora que viene el fin de año ni les digo.
En el típico juego de quién engaña a quién, de cómo causar mejor impresión, en el trabajo, en la oficina, en la empresa, en la compañía. Se podrían escribir libros enteros demostrando como el mundo es un inmenso estadio en el que el orgullo de la vida juega el gran match de las etiquetas, formas sociales y exhibiciones económicas para competir por la imagen social. Combate en el que a los seres humanos no les interesa ser ni siquiera tener sino aparecer. Todos saben que están participando y representando una comedia, que no es la divina comedia ¿no? Pero que hacer, ya están metidos en el escenario y no pueden salir de allí porque perderían su imagen y eso para ellos equivaldría a morir como un suicidio. Para gran parte de los mortales no existe mayor placer que tener una imagen esplendida proclamada y adorada por las multitudes. Se trata en el fondo del deseo idolátrico que está en lo más profundo y oscuro del ser humano, la idolatría superior a todos los demás deseos y satisfacciones. Ahí está, en ese oscuro deseo del corazón humano donde está la fuente de toda superstición también está la fuente de toda idolatría, idolatría de si mismo incluso.
Pero yo estoy hablándole a ustedes y a mi mismo que estamos siguiendo a Jesús y que incluso vivimos y participamos de una comunidad de vida, en la parroquia, en el grupo, en el movimiento, pero seamos claros no pocas veces el mundo, así como lo dice san Juan, el mundo con minúscula se traslada a estas comunidades y la cuestión del nombre o prestigio personal o el cargo o no cargo es frecuentemente la raíz de innumerables conflictos y fuente de fricción. Unas veces manifestadas y otras sutiles ahí subterráneas, digamos pero que siempre están. Y ahí falta una profunda sanación interior y ahí hay una falta de conciencia de que debo sacar estos fantasmas hacia fuera para poder entonces, volver a encontrarme conmigo mismo, con el Señor en mí y con esa paz profunda que es un anticipo del cielo en la tierra. ¿Qué les parece a ustedes esto? ¿será así de esta manera? ¿Cuáles serían para ustedes las causas que van provocando generalmente esto en la familia, en el trabajo, en las comunidades parroquiales, en los movimientos?. ¿No será que nos falta una mirada como la del Señor? El Señor miró al corazón, los hombres y mujeres miran las apariencias. ¿No será que a veces en la iglesia miramos demasiado las apariencias? Estamos hablando de la imagen de esa imagen que muchas veces nos hace perder la paz, la paz interior. Yo creo que eso es lo que nos pone un poco nerviosos quizás hacia el final del año ¿no? Hemos dicho que el ser humano es un conjunto de realidades presidido por una conciencia, una toma de conciencia y esta conciencia posee la noción exacta en su conjunto, entonces tenemos, atención a esto, sabiduría que significa una visión y apreciación proporcional de la realidad, como decía san Ignacio de Loyola tanto, cuanto. Tenemos también humildad hay tres palabras que son casi como sinónimos objetividad, humildad, sabiduría pero en contraste con esta sabiduría puede darse, en diferentes grados, un proceso de enajenación, diríamos así que consiste en que la conciencia comienza a separarse de la apreciación objetiva de su conjunto en un doble movimiento. Primero, no gusta ni acepta su realidad sino que la resiste y la rechaza, al mismo tiempo desearía ser de otra forma.
Ese desearía se transforma paulatinamente en yo deseo, del desear ser así pasa insensiblemente al imaginar ser así esto es, el deseo desenfoca la visión y la visión desenfocada acaba por enturbiar la imagen de si mismo y termina el ser humano, varón, mujer, rechazando su realidad y adhiriéndose a la imagen aureolada o ilusoria de la realidad que justamente no es y después se pasa a confundir y a identificar lo que soy con lo que quisiera ser o imagino ser. Y poco a poco la simbiosis avanza hacia la profundidad total hasta que se pierde la noción de la realidad y solo va quedando lo que imagino ser que levanta vuelo hasta inflarse por completo en cuanto van aumentando las distancias entre la mentira de la realidad y la realidad misma. Y así, si nos vamos enajenando o sea alienando de la realidad ya estamos entrando, casi insensiblemente, en la esfera de la locura, si, si, que tiene diferentes nombres, neurosis, esquizofrenias acompañado por fobias, pánicos y todo esto que hoy día se da con tanta frecuencia.
Vamos a una montaña y situemosno en un plano inclinado de pronunciado desnivel el sol nos da por un costado y por el otro nuestro cuerpo proyecta una sombra alargada, pongámosle de 40 metros. Vamos a suponer que yo mido 1,80 mt entonces ¿Cuál es la verdad y cual la mentira? ¿mi altura real o la longitud de la sombra que proyecta mi altura? ¿Dónde está la ficción y donde la realidad? Y aquí nos encontramos con otra novedad, ahora entra en juego el elemento emocional. El proceso explicado hasta ahora había sido una actividad intelectual, era una acción desenfocada y alucinante, si se quiere pero visión, pero el ser humano aquí y ahora puede empezar a adherirse emocionalmente o sea con la afectividad, con la emotividad, con la sensibilidad a la imagen idealizada e ilusoria de si mismo y esta adhesión puede tener en algunos casos un carácter hasta morboso cuando su intensidad vital es desproporcionada.
En este caso, el orgullo, la vanidad y el narcisismo pueden alcanzar alturas demenciales mas aún, cuando la adhesión a esa imagen aureolada toma carácter simbiótico, entonces sobreviene un terrible desequilibrio en toda la personalidad y entonces aparecen depresiones descontroladas, megalomanías, extraños complejos, compulsivilidad a la hora de comprar, de tener satisfacciones sexuales, locuras narcisistas como quien vive en un castillo de cristal suspendido en el aire. Incluso también se da un seudo misticismo religioso en esta etapa. Todo esto se da en la mayoría de los mortales aunque en diferentes grados, en un periplo variadísimo de intensidad y de color. Todavía más, la adhesión a su imagen en ciertos grados es un elemento positivo para la productividad en la vida porque nos da autoestima y hasta podría ayudar al crecimiento fraterno porque uno sabe quién es y hasta donde puede dar pero eso no desvirtúa la idea central que estamos desenvolviendo aquí, esto es, que la preocupación por la propia imagen roba la alegría del vivir y origina gran parte de las dificultades fraternas porque el que está preocupado por su propia imagen termina siempre siendo un ensimismado, un replegado sobre si mismo y por supuesto allí entra todos los miedos, los complejos, las dudas, las desconfianzas y después las críticas, las murmuraciones, los celos, envidias, en fin. Pero llega un momento en que se da un enfrentamiento de las dos imágenes, la social, digamos así, y la interior y este es el punto de fricción y aquí comienzan propiamente los problemas y desencuentros de la fraternidad ya sea en la casa, en el trabajo, en la escuela. El individuo sufre y está deprimido porque no le aprecian como él cree que se merece que no le valoran como él cree que se merece. El otro vive preocupado porque siente que su imagen social va perdiendo esplendor en comparación del brillo que tiene su imagen de si mismo. Por decir, la semana pasada este sujeto sufrió una terrible depresión porque le criticaron si, si, porque le criticaron una cosa que hizo. ¿Y como se explica una crisis tan aguda?
En realidad hubo desproporción entre la pequeña crítica y la tremenda depresión. La tal desproporción fue precisa y exactamente la existente entre la imagen social y la imagen inflada que el sujeto se tiene de si mismo. Entonces ese otro hermano de la comunidad no sabe que hacer y como hacer para adecuar y hacer coincidir la imagen social con la imagen que tiene de si mismo. En cualquier comunidad humana se forman dos bandos.rivales. Cada grupo está capitaneado por su respectivo líder, en un análisis en profundidad observaremos que se trata de una guerra de imágenes aunque en la periferia no lo parezca. Como los adolescentes ¿vieron?. En la convivencia diaria hasta puede parecer que las banderas de la guerra tengan un fulgor sacrosanto. Los unos dicen que se trata de preservar los valores religiosos, los otros dicen que se trata de luchar por la promoción social sin embargo, detrás de tales banderas, combaten las imágenes de sus respectivos intereses. Esto, ciertamente, no siempre es así porque a veces todo está mezclado, pero bueno, en general suele darse esto.
No raras veces, las otras personas de personalidad más apagada, acoplan su propia imagen a la imagen del líder como vagón de cola identificándola simbióticamente y luchan juntos haciendo bandera común e imagen común y los pequeños se sienten crecidos porque están al lado del gran jefe, como los matoncitos se sienten crecidos cuando están al lado del gran matón. El amor se confunde entonces con el aprecio cuando no con la obsecuencia, con la llamada incondicionalidad. El aprecio es consecuencia de una opinión favorable o sea imagen porque generalmente el amor y el aprecio van juntas. Aprecio, el aprecio es adhesión el desprecio es rechazo y normalmente existe aprecio donde existe una opinión favorable. Me ama significa me aprecia, me aprecia significa tiene una buena opinión, imagen de mi. En última instancia en el amor se libra casi siempre la batalla de la imagen. Este individuo se mantiene cerrado entreabierto o abierto frente a otro según el aprecio que el primero perciba de parte del segundo
No me quiere significa no me aprecia, no me aprecia significa tiene una pobre idea de mi. La falta de confianza en cualquier comunidad es debida a la falta de apertura. La falta de apertura se debe a la falta de aprecio y esto a su vez se debe a las imágenes deformadas que mutuamente se tienen los miembros del grupo. Y entonces uno se pregunta, en medio de tantos acomplejados que hay, tristongos y depresivos y envidiosos y antipáticos, tilingos y tilingas y todo eso y ¿como salimos de este atolladero? Miren, evidentemente y es lo que hablaremos un poco después, sin apabullarnos, sin angustiarnos el que nos da la imagen objetiva de lo que somos es la mirada del creador sobre nosotros y la misma mirada de Jesús en nosotros puesta sobre nosotros mismos que nos da cada día el punto exacto y equilibrado de lo que somos y de lo que proyectamos. Pero mientras avanzamos en esto me gustaría que pensaran que ahora se habla mucho de estos libritos de autoayuda que abundan por todas partes que hablan de la paz, mucha paz pero si no hay conversión del corazón, si no hay apertura al amor incondicional de Dios, la paz tuya durará menos de lo que dura, por ejemplo, un globo inflado en la puerta de un recién nacido, es decir, yo creo que tenemos que ser muy consciente de que tenemos toda la gracia necesaria para poder vivir en relaciones más armoniosas, mas asociativas y más reales.
Quiero tocar un punto importante también y es este. Este tipo de choque entre las dos imágenes que decía, la social y la interior, provoca en gente muchas veces acomplejadas o frustradas sabiendo que los frustrados son sujetos que no se han realizado o no se sienten realizados, que son negativos y los negativos necesitan destruir porque ellos solamente se sienten realizados entre comillas, destruyendo en los demás aquello que ellos no fueron capaces de construir. Estos frustrados agresivos no perciben, sin duda, la diferencia entre la persona y la imagen. Sería rarísimo que alguien intentara o quisiera arruinar la persona del otro, solo un psicópata ¿no es cierto? Hacerlo a propósito digo. Por eso los hachazos los dan en la estatua es decir, la imagen de la persona y se sienten construirse a si mismos, derribando y destruyendo las estatuas entre comillas, de los demás. No hay ser más temible que un frustrado, es capaz se desencadenar cualquier cantidad de energía reactiva por la vía de compensación porque la frustración conduce necesariamente a la agresión. Los que no hacen nada necesitan criticar a los que hacen algo se sienten felices cuando escuchan “todo va mal”. El día en que todo realmente marchara mal, el día en que los demás fracasaran con la consiguiente caída de sus estatuas, estos sujetos negativos se sentirían contentos y aliviados. De alguna manera, digamos, se sentirían realizados. Pero también los acomplejados que no hay que confundirlos con los tímidos, son especialmente peligrosos en el sentido de la agresividad. Llevan allá abajo, en sus sótanos un pozo de resentimiento que surge y aflora a la superficie cada vez que se presenta una oportunidad para complicar. Como en su intimidad se sienten fracasados a veces aparecen humildes y frecuentemente causan impresión de bondad pero, de repente, nadie sabe porque misteriosos resortes compensatorios, comienzan a molestar hasta conseguir un clima extraño. Otras veces, todo está en calma y en el momento menos pensado sacan desde el subsuelo una singular carga negativa para enrarecer una situación comunitaria y molestar a una o varias personas con intrigas y mecanismos complicados y cuando lo han conseguido quedan tranquilos y satisfechos. También la envidia en sus variadas manifestaciones, es una reacción agresiva al sentir, pálida, digamos, su propia imagen ante el resplandor de la imagen del otro. La luz de la imagen ajena deja al descubierto la opacidad de la propia imagen y se siente la necesidad de eclipsar la imagen del otro. También la depresión nace en la misma tierra impulsada por los mismos mecanismos. La depresión se parece tanto a la tristeza que a veces es difícil percibir sus diferencias y ambas están enmarcadas generalmente en el problema de la imagen. Este individuo está deprimido porque no se siente aceptado y esto significa, con otras palabras, que este individuo percibe y siente la desaprobación entre la imagen que el tiene de si mismo y la poca imagen y poco aprecio que los demás tienen de el.
Esto que le sucede en la intimidad lo manifiesta con expresiones como esta “no me aprecian” y ello lleva a otra frase “no me aprecio, no soy digno de ser querido, no me quiero” La depresión, sin embargo, puede tener otras raíces, por ejemplo, cuando se trata de una depresión de carácter maníaco y acomete violentamente a la persona con cierta periodicidad. En ese caso la depresión surge desde una misteriosa combinación entre los códigos genéticos y la composición bioquímica de esas personas. Después están las llamadas antipatías instintivas que en realidad no son instintivas, son la evocación de una historia olvidada.
Vamos a suponer que yo viví una situación conflictual con determinado individuo hace muchísimos años y aquel recuerdo ya está muerto y enterrado. Si yo ahora sin saber como y sin promediar fricción alguna siento una viva repulsa contra este sujeto, es porque aquel individuo de antaño resucitó en este otro por medio de no se cuales asociaciones combinadas. Con otras palabras, el fenómeno debe interpretarse en el sentido de que ese sujeto me recuerda y evoca entre brumas invisibles e inconcientes, a aquel otro que en otro tiempo amenazó el fulgor de mi prestigio
Y también aquí entra la transferencia. Se transfiere el recuerdo e imagen de una persona ausente en el espacio o el tiempo, a otra persona presente como se ve entre las antipatías llamadas instintivas como que esa persona me recuerda a la otra y cosas así. Pienso que mas o menos en síntesis está la cosa presentada. Veremos ahora como despertar de esto porque debe quedarnos claro que el secreto de la sabiduría esta en esto, es darse cuenta de que el nombre es un vacío como la sombra. La imagen interior de si mismo es también un vacio como la ilusión. Nada de eso es real, nada de eso es objetivo, entonces es importante despertar. Despertar significa tomar conciencia de que nos preocupamos por algo irreal de que vivimos al servicio de una ficción de que estamos haciendo en la vida una representación teatral como aquellos que fabrican una figurita y hacen gestos y gastan las mejores energías en esa pantomima. Despertar, entonces, incluye el convencerse que lo importante es ser poner en movimiento todas las potencialidades hacia la máxima plenitud dentro de nuestras limitaciones. No vale la pena sufrir y preocuparse por apariencias que son hijas de la fantasía.
Despertar significa liberarse de la tiranía de la ilusiones. Darse cuenta de todo eso ya es liberarse solo con eso desaparecen las preocupaciones inútiles y llega la paz. Muchas veces en muchos de nosotros se percibe en los rostros tensos, la falta de paz y eso es principalmente fruto de las preocupaciones íntimas por su efigie, por hablar con una palabra ¿no?. Y con esas cargas es imposible desenvolver relaciones armoniosas con los demás. Los hermanos, en cuanto se den cuenta que están perdiendo la paz por apariencias inexistentes, por causas que no vale la pena de sufrir van a sentir alivio y paz y ahora si podrá haber gozosa alegría con los demás miembros de la comunidad. Eso es entonces, liberarse, despertarse, tomar conciencia de que estábamos soñando y acabar con la adoración de mi propia estatua, romper todas las ligaduras que me ataban a mi yo, sentirme libre, ser lo que soy, transformar la agresión en amor y utilizar tanta energía para estimular, animar y acoger a los hermanos. Nos sentiríamos plenos realmente.
Por eso esta experiencia que te invito a hacer en estas últimas semanas del año en este mes de María que estamos viviendo, mes de gracia y bendición, es la experiencia de despertar, si, despertar, tomar conciencia de que la imagen que tanto te preocupaba es vana ilusión y entonces sentirías la sensación de un tremendo alivio y automáticamente se evaporarían las antipatías, los resentimientos y todo sería paz. Es una experiencia liberadora, profundamente liberadora. Esta es la sabiduría. ¿Qué es el nombre? Una etiqueta acoplada a una imagen, un vestido y ¿Qué es la imagen? Otra etiqueta acoplada a la persona, vestido también ¿Qué significa, que es, por ejemplo, el nombre? El nombre de Rubén Bellante, Ricardo Grela soporte de aire que sustenta una figura y la figura que sustenta una opinión lo importante es la persona, lo decisivo no es la imagen ni el nombre sino que yo sea verdad, producción, amor. Todo esto significa humildad. Este despertar es una verdadera purificación transformadora, es la conversión que nos introduce en el reino de la sabiduría la sabiduría nos remite al reino del amor. Ahora si podemos hablar del amor fraterno entonces, ahora si esta es la disposición que San Pablo pedía a los fieles de Filipo la disposición de Jesús. El, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de siervo, de esclavo pasando por uno de tantos y así, actuando como un hombre cualquiera se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz. Siendo omnipotente no soñó en omnipotencias renunciando a todas las ventajas de ser Dios se sometió a todas las desventajas de ser hombre. Es en la escena de la pasión donde la intimidad de Jesús aparece con mayor resplandor. Allí aparece.
Entonces, que maravilloso, para poder amar es necesario ser simples, sencillos, vulnerables, frágiles, pobres, rectos, sinceros, transparentes, espontáneos, vacíos de si mismo esta es la manera concreta y eficiente de prepararse para una hermosa fraternidad anticipo del cielo en la tierra aquí y ahora. Anticipo de la resurrección allí en tu hogar, en tu casa, en tu comunidad parroquial, en tu movimiento allí en tu trabajo, en tu escuela en tu universidad, allí donde estas, esto es la actitud interior tuya.
Padre Rubén Francisco Bellante
Participa
Radio María