Curación de un paralítico

jueves, 6 de marzo de 2008
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Unos días después, Jesús volvió a Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba en la casa. Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra. Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres. Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”.

Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: “¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?”. Jesús, advirtiendo enseguida que pensaban así, les dijo: “¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados” o “Levántate, toma tu camilla y camina”? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados – dijo al paralítico – yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. El se levantó enseguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: “Nunca hemos visto nada igual”.

Marcos 2, 1 – 12

 

La indiferencia no aparece como actitud en las personas que actúan en este texto del Evangelio. Nadie es indiferente.

Primero Jesús. El gesto de Jesús de no ser indiferente, no es sólo por que atiende a alguien sino por que donde él está, provoca el acercamiento de personas. Que interesante es esto. Jesús provoca inquietudes y búsquedas de soluciones. Despierta esperanza, caridad y sensibilidad. Quiebra la indiferencia y los hace caritativos.

Ahí también, entorno a Jesús se despierta el mal. Por ejemplo: El pensar mal o el juzgar mal.

Frente a Jesús no se puede ser indiferente. Esa es la clave de que allí hay una identidad, algo definido y auténtico. En el Evangelio, Jesús dice: “el que no junta conmigo, desparrama”. El Apocalipsis dice: “Te vomito de mi boca porque eres tibio, no eres ni frío ni caliente”. La Palabra de Dios tiene esto. Si hay algo que la caracteriza, es que la presencia de Dios hace que nada sea indiferente, ni el bien ni el mal. Es decir, en el lenguaje y en el estilo del cristiano, del discípulo de Jesús, el “ni” no existe. Es “no” o “sí”.

Cuantas veces nosotros jugamos a dos aguas. Cuantas veces buscamos la comodidad, el acomodo, la conveniencia.

A veces nos acostumbramos a la mediocridad. Hago algo bueno pero no lo hago del todo por que…… Esa persona que siempre se está cuidando y guardando, pero mal. Una cosa, es tener una medida de prudencia con uno.

Parte de la indiferencia es la mediocridad. Cuántas veces es la mediocridad, la raíz de nuestro “no te metas”, “yo no tengo nada que ver con esto”, “esto no es mi familia”, “yo no me voy a meter en cosas ajenas”. Todas expresiones que hablan cuando el corazón se va vaciando del poder del amor. Entonces, la mediocridad va dominando nuestras expresiones y nuestro estilo. ¡Que triste un corazón mediocre! Es triste por que la mediocridad termina en la indiferencia. En el abismo de la indiferencia. Es difícil salir de la indiferencia.

Para Dios es más fácil trabajar en alguien que es enemigo y no en alguien que es indiferente.

Cuando las personas que están a tu lado, te dicen que están con vos. Realmente te apoyan o te están usando. Cuando están ahí cerca pero no se involucran, no se comprometen en serio. Este estilo especulador en la que dicen “estoy con vos” pero en realidad te están usando. La mediocridad es utilitaria. El otro es conveniente, en tanto y en cuanto, me viene bien a mí. Me sea útil.

Si hay algo que está afuera del estilo de Jesús es la indiferencia. No podemos ser indiferentes. No es el estilo de los protagonistas del Evangelio. Jesús volvió a Cafarnaún Jesús y se difundió la noticia de que estaba en su casa”. Jesús provoca, atrae y moviliza.

¡Qué lindo para pensar en nuestra persona! Nosotros que nos presentamos frente a Dios, que leemos la Biblia, que oramos, que decimos que somos creyentes, que amamos a Dios ¿Miramos cuales son los frutos de nuestra vida? ¿Que provocamos en nuestra vida, en nuestro alrededor? ¿Construimos y generamos esperanzas?

Capaz que siempre estamos hablando mal, quejándonos o criticando. Es todo un lenguaje que tiene como raíz la mediocridad y que produce el hábito de la indiferencia.

Ni siquiera nos atendemos a nosotros mismos. Hasta nos olvidamos de nosotros mismos. Fíjense la mediocridad hasta donde llega. Tiene consecuencias lamentables.

El discípulo de Jesús no puede ser indiferente. No quiere y no soporta ser indiferente. Jesús provoca todo esto ¿Qué provoco yo?

“Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra”. Acudieron tantos a Jesús que no había lugar donde ubicarse. Quedó superada la casa. La gente estaba afuera esperando. Jesús atiende. Jesús se manifiesta.

Cuando hablamos de Dios, hablamos de la trascendencia, del “Trascendente”. Hablamos del “Esencial”, de aquel sin el cual no se puede vivir por que es el que ha creado todo. Es el que tiene derecho a todo y el que se merece toda nuestra alabanza, nuestra gloria y nuestro amor.

¡Qué lindo poder amar al más Amable!. Para poder amar al más Amable, el más Amable nos amó primero. Se acercó y vino para traernos no sólo un mensaje, sino una acción liberadora. Una acción en la cual nos resucitó y nos devolvió la esperanza. ¡Que increíble como Jesús hace que uno sea concreto en la esperanza! Que uno pueda sentir un llamado, una atracción y una necesidad.

Cuantas veces uno está distraído haciendo cosas pero tiene un impulso o una necesidad de hacer algo bueno. Por ejemplo: Me voy a ofrecer para ir a visitar a los presos. Entonces, uno siente ese impulso y es fiel a ello. Ahí es Dios que está pasando. Eso interior, eso bueno, es amar al Bueno. El Bueno, primero nos amó a nosotros. La bondad que podamos tener y el amor que podamos dar, no es que no lo tengamos. No es que no nazca de nuestro corazón. Nace de nosotros pero es Dios quien está impulsándolo aunque no nos damos cuenta.

A veces creemos en Dios como alguien extraño. Pero no, el Señor está en nuestra vida. Él es nuestra vida. Pablo de tal manera lo va a llegar a querer que va ha decir “para mí, la vida es Cristo y la muerte es una ganancia”.

Verlo a Jesús, es posible. Que bueno que todos nosotros sin importar la situación en que estemos, podamos encontrarnos con él. Tantas veces tenemos filtros en nuestra manera de obrar. Cuantos prejuicios tenemos en la cabeza que no nos permiten acercarnos a Dios. A veces nos acercamos con tanta culpa a Dios, con tan poca naturalidad y con tan poca confianza. Pensar que el Señor es tan simple. Sólo pretende que estemos dispuestos a conversar con él.

Dios quiera que nunca nos falte el comprender que Jesús no solo es necesario sino que es posible. Todo lo que es necesario debe ser posible en la vida. Jesús es lo más necesario. Por eso Jesús es lo más posible. Lo más abordable. Por eso es capaz en su amor tan grande de despojarse de todo.

Hay signos tan claros de entrega, de cercanía y de que la puerta está abierta en Jesús. Hay signos tan claros de que es necesario que nosotros entremos en comunión con Jesús, y que él quiere estar con nosotros ¿Cómo resistirnos? Quizá la jornada de hoy sirva para que nos acerquemos a Jesús. Para que él pueda tocarnos y devolvernos un poco la mirada. Quizá perdimos la expectativa y la ubicación. Jesús debe tocar esa mirada del corazón y debe sanar. Anímate, deja que Jesús te toque. Es más, búscate un lugar, siéntate a solas, busca un silencio y empieza a hablar con él. Dile: “no sé que hacer Señor, siento que estoy como enfermo por que quisiera amar y no puedo. Quisiera perdonar y no puedo. No sé que hacer con esto”.

Quizá ni siquiera tienes fuerzas para eso. Quizá tengan que venir otros para cargarte como se cargó a aquel paralítico y para presentarte a Jesús. ¡Qué lindo gesto de amor!

¿Que te puede devolver aquel que ni siquiera puede hacer algo por sí mismo? Ese es el amor de caridad al que estamos llamados. Amar, sin esperar nada a cambio, como dice la Palabra. Poder estar con esa persona, hacer algo por ella aunque no me va ha poder devolver. Aquella que no puede por sí misma.

¿Sabes cuanta gente no puede porque está herida profundamente o está desilusionada hasta el fondo?. Que no puede salir de un pecado o de una desgracia.

¿Sabes los años que gente que está nuestro alrededor está postrada? Quizá yo pueda junto con otros. ¡Que lindo cuando nos juntamos a orar por lo demás! Cuando la gente carga la camilla del prójimo. Cuando carga con su debilidad y siente como propio, el dolor que tiene el otro. Esto es la caridad.

Si nos animamos, escuchando esta palabra del Evangelio, a poner nuestra vida como la de Jesús. ¡Que lindo que podamos vencer nuestras indiferencias! Toda indiferencia debe ser quebrada por la fuerza del amor.

Cuanta fe y cuanta certeza había en estos hombres que llevaron al paralítico. Lo cargaron sobre sus espaldas y lo llevaron. Abrieron ese boquete en el techo para luego presentarlo a Jesús.

La gente lo lleva para buscar la salud del cuerpo pero Jesús sale perdonando sus pecados. Tal vez hay que aprender de la sabiduría del Señor. La raíz del mal siempre será el pecado.   

Hay tanta gente que tiene salud y que no tiene problemas económicos, laborales o familiares pero no tienen sentido de la vida. No tiene ganas de vivir, no tiene amor, no tiene ilusión.

Podemos no tener muchas cosas que pedimos a Dios pero si tenemos la fe y la confianza en Dios, podemos en esta relación con él, descubrir un sentido al dolor. Por ejemplo: dar un sentido a nuestro sufrimiento. Nuestros sufrimientos no pueden ser un obstáculo, tienen que tener una finalidad.

Tiene que tener en nuestra vida de fe como cristiano, algún sentido trascendente, algo que nos haga crecer. Ya que también muchas veces la cuestión nuestra no está en lo que debemos solucionar sino más bien en lo que debemos aceptar.

Quizá tenemos que interceder y presentar a cuantos están en la camilla donde la única búsqueda que tienen es de cosas inmediatas. Están como paralizados en lo inmediato. Necesitan ciertamente descubrir un sentido de la vida.

Cuanto hay que orar por los demás. Cuanto hay que hablarle a la gente. Escucharlos y aconsejarle. Ayudarlo, animarlo y comprenderlo.

Cuantas maneras de ser samaritanos y de cargar la camilla. Cuanta necesidad hay de que esa camilla llegue a los pies de Jesús. Cuantos hay que tienen necesidades pero que no saben que tienen que ir a Jesús. Será necesario que usted que conoce a Jesús sienta como propio eso del otro y lo presente al Señor. Jesús obrará lo que sea necesario.