Día 18: Las bienaventuranzas

viernes, 8 de marzo de 2013
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Seguimos andando este camino que es parte del gran camino de la vida, camino en que queremos esclarecer hacia dónde vamos y sobre todo elegir en este momento concreto de nuestras vidas aquellos medios que el Señor quiere que elijamos para poder amarlo, y servirlo mejor, en definitivca su voluntad para mí. El Señor me ha llamado para hacer esta experiencia y me eligió asi como estoy, no con lo que debería haber sido o con lo que podría ser, sino que me ama así como soy.

Nos ponemos en su presencia, y podemos ayudarnos con el Salmo 148:

¡Aleluya! Alaben al Señor desde el cielo, alábenlo en las alturas;

alábenlo, todos sus ángeles, alábenlo, todos sus ejércitos.

Alábenlo, sol y luna, alábenlo, astros luminosos;

alábenlo, espacios celestiales y aguas que están sobre el cielo.


 

Texto para hoy: Mt 5, 1-16

A los humanos nos gusta contemplar el fuego en los fogones o el mar en movimiento, allí donde no tiene sitio la rutina.  Nos gusta la novedad y a nadie se le oculta que con el tiempo, muchas veces, los más altos ideales, los mayores amores y los mas fuertes entusiasmos corren el riesgo de perder su vigor. Sin darnos cuenta ellos empiezan a morir en nosotros, y con ellos poco a poco, somos nosotros los que morimos. Curiosamente nuestro ocaso interior no es sólo cosa nuestra, porque la pérdida puede afectar a otros… la sal se ha desvanecido y “si la sal pierde su sabor ¿con qué se la salará?".

Vamos a detenernos en esta simple preguntas de Jesús porque en ella están en juego dos cosas: la calidad de nuestra vida y el valor de nuestro testimonio. Vale la pena preguntarnos si no vamos perdiendo el sabor. El testimonio cristiano no es sólo una cuestión de palabras. El cristiano muestra su verdad con el ejemplo de vida, por eso no es extraño que Jesús queriendo precisar nuestra misión en el mundo haya comparado nuestra tarea con el oficio humilde de la sal. En el cristianismo la calidad de la vida está muy ligada a la misión que hemos de desempeñar para hacer felices a los demás. Por eso es esta la ocasión para preguntarnos con mucha sencillez y claridad por el modo como estamos viviendo el sermón de la montaña, por que es ahí donde se habla de la fuerza de la sal.

En el sermón de la montaña se resumen las más radicales exigencias del cristianismo, del que quiere ser discípulo-misionero de Jesús, por eso frente a ellas podemos calibrar nuestro sabor. Allí se pide al seguidor de Cristo que con su vida y su palabra sazone la existencia humana, su modo de vivir no es algo encerrado y debe ser tan sabroso que pueda empapar con sabor la vida de los demás. Allí se nos enseña a perdonar, a amar al enemigo, a tener una justicia más exigente que este mundo porque no se contenta con la letra sino que va al fondo de la verdad… Allí se nos enseña a ser profundos en la pureza, a limpiar nuestros ojos de toda mirada torda, a no juzgar al projimo, a reconciliarnos con el hermano antes de acercarnos al altar, a no vivir para amontonar tesoros que la polilla se come, a no transformar el dinero en dios… Se nos enseña también a no ostentar tratando de ser vistos y aprobados por los hombres, y sobretodo a confiar en la providencia y a orar al Padre con la confianza y el amor que sólo un hijo puede tener.

 

Sermón de la montaña, termómetro del seguimiento

El sermón del la montaña nos ofrece criterios muy distintos a los criterios de este mundo. Para Jesús son felices los pobres, los que tienen hambre de justicia, los que rechazan la violencia, los que trabajan por la paz, los misericordiosos…

El cristianismo no consiste sólo en creer en Dios, sino que supone tratar de vivir el sermón del monte en la realidad de cada día. Ésto supone mantener viva la llama de nuestra vocación a la santidad que fue encendida en nosotros con la gracia bautismal. Santidad que toma diversas formas según la misión que cada uno recibe. Esa manera como cada uno ha de entregarse a la comunidad, depende del Espíritu y para eso son los ejercicios, para ir encontrando ese modo desde donde Dios quiere que ame y sirva: si lejos o cerca, si sano o enfermo, si triunfante o perdedor, si callando o hablando…

A través de la oración, de su inspiración, del discernimiento, de los acontecimientos de la vida el Señor me irá ubicando. Pero hay una condición previa, que veíamos en el comienzo de los ejercicios, que es la renuncia evangélica, lo que San Ignacio llama la “indiferencia”. Es estar dispuestos a venderlo todo y seguirlo, es estar dispuesto a entrar por la puerta estrecha… Éstos son los santos y el pueblo fiel sabe quiénes son sus santos.

 

La petición más profunda del hombre de fe que resume en sí la gloria de Dios, el orden del mundo y el fin de la vida es “hágase Tú voluntad”. Quisiera que cambiáramos a “Hoy quiero hacer tu voluntad, eso busco en los ejercicios”. Para poder cumplirla tengo que conocerla y ése es mi deseo: buscar, para saber; saber para actuar. Aprender a tomar las mil decisiones diarias, pequeñas y grandes, fáciles y difíciles, de sorpresa o de rutina que integran mi vida con atención y fe, con conocimiento de causa y alegría de ejecución.

Si son las decisiones las que hacen la vida, quiero que mis decisiones sean lo mejor que puedan ser. Por eso pido al Señor “dominar el arte de elegir porque quiero saber escoger”.

 

El Cura brochero y la belleza de la pobreza

El pueblo fiel saber por instinto quienes son los santos, esos regalos grandes que Dios nos ha hecho, como grandes luminarias de consuelo y de fervor que Dios ha colocado en medio de su iglesia. Son para nosotros, sobretodo una nueva forma de imitación de Cristo en la vida de todos los días. Los santos son una imagen, una ejemplificación del evangelio en la vida diaria. El Padre José Gabriel del Rosario Brochero, es una respuesta a nuestro tiempo. Dios quiere que se vea su santidad para la edificación del pueblo de Dios.

El cura Brochero vivió la belleza de la pobreza que en él fue generosidad de entrega. Porque la belleza es lo que se percibe cuando la verdad se une al amor, como si al juntarse estas dos virtudes se produjera un desborde, algo que se exterioriza, que se ve, que se goza… expresión visible del bien y de la bondad.

La belleza de Jesús es la belleza del exceso del amor, es una distinta, belleza de amor que lleva al Hijo de Dios inmortal a hacerse pobre y prisionero de la muerte para hacer ricos a nosotros, a elegir la forma de esclavo para darnos a nosotros la condición de hijos…

Es la belleza de la pobreza y del amor sacerdotal del Cura Brochero; es la belleza del amor crucificado, del don de sí mismo hasta el final. Es esta belleza que habla desde el silencio de la cruz y se expresa en el grito de abandono del viernes santo “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Es la única belleza que salvará al mundo.

Es la belleza de creer en el bien y en amor no obstante todo y contra todo. Es como nos decían las bienaventuranzas, la belleza de perdonar al enemigo, de presentar la otra mejilla al violento, de dar la vida por el otro sobretodo por quien es mas débil, más pobre y está más solo que uno… Es la belleza de quien ama también a quien no lo ama o a quien no ama a nadie. Ésta es la belleza de la pobreza que vivió profundamente el pastor, el sacerdote, el guía de su pueblo, el Cura Brochero. Por eso suplicamos al Señor que complete su obra y lo glorifique con la corona de los santos.

 

P. Julio Merediz