Pidan y se les dará

miércoles, 5 de marzo de 2008
image_pdfimage_print
“Pidan y les dará, busquen y encontrarán, llamen y Dios les abrirá.  Porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra y al que llama Dios le abre.  ¿Quién de ustedes, si su hijo le pide pan le da una piedra?.  ¿Si le pide un pez, le dará una serpiente?.  Pues si ustedes que son malos saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más su Padre del Cielo dará cosas buenas a los que se las pidan.  Así pues traten a los demás como ustedes quieren que ellos los traten, porque en esto consiste la ley y los profetas.”

Mateo 7, 7 – 12

En estas jornadas anteriores hemos hablado, recordando lo que el catecismo nos decía de la oración. Y creo que es bueno referirse al catecismo, y recordar lo que quizá ya tantas veces hemos escuchado, o meditado o compartido en nuestras comunidades, o en nuestra vida personal espiritual. Y dando gracias a Dios, porque en este espacio de la catequesis, el Señor nos está alentando a la oración.

Vamos a volver a recordar lo que decía Santa Teresita “para mí la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor, tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría,” (de la autobiografía de santa Teresita, cosa que el catecismo tiene muy en cuenta).

Esta elevación que hacemos, este impulso del corazón, esa mirada hacia el cielo, decía San Juan Damaceno, “es una elevación del alma a Dios. También es una petición de los bienes convenientes.” Una petición. Esta idea de petición de lo que conviene. No sólo de lo que deseo, porque también nuestros deseos deben ser ordenados, educados según el plan de Dios.

Y realmente, uno en la medida que va haciendo un camino de sinceramiento, de confrontación con Jesús y encontrándose con la verdad, se va conociendo a sí mismo. Esta es una de las Gracias lindas que tiene la oración. Por eso el Señor nos llama y nos pone también en la responsabilidad de hacer un camino de autoconocimiento. En realidad, no es un autoconocimiento sino es un mutuo conocimiento. Dios nos va conociendo, se nos va haciendo conocer, nosotros vamos conociéndolo a Él y en esa medida nos vamos conociendo y entendiendo a nosotros mismos.

La oración, realmente, es el gran camino del encuentro y del conocimiento. Decíamos también que la oración se hace desde el corazón, porque es el espacio del diálogo, de las decisiones, el espacio donde nos adentramos en nosotros mismos, es el espacio de la alianza.

¿Y de qué manera se ora? Se ora con humildad.

No se puede hablar de la confianza si no se habla de la humildad. Ese ser tierra, ese consciente de mi pequeñez, ese saber que lo que Dios me pide es algo que yo no puedo realizar. Verdaderamente y concretamente. Yo puedo hacer muchas cosas buenas, puedo hacer el bien, puedo decir la verdad, pero eso no me hace cristiano. Lo que me hace cristiano es, que Cristo con su Espíritu anime mi vida interior.

Entonces lo que yo puedo por mi mismo ya no lo hago por mí mismo, y no sólo se queda en lo que yo puedo, sino que cuando yo animado por el Espíritu de Jesús obro confiando en Él, el Espíritu de Dios me transporta en el obrar al modo de un hijo de Dios. Y esto es un don sobrenatural, es una Gracia. Esta es la invitación linda que nos hace el Evangelio en este camino de la Cuaresma, en este retiro espiritual, para esta jornada de hoy.

Poner nuestra vida en las manos de Dios de verdad. Confiar verdaderamente en Dios. Depender de Dios. Esta palabra depender es como una mala palabra, eh. Algo que a nosotros nos cuesta, no nos gusta la palabra depender. Nos suena a algo muy indignante, algo que no nos hace valiosos. Eso es lo que nosotros pensamos, cuando hablamos sólo desde nuestro conocimiento y desde nuestra pequeña percepción de la realidad… Pero yo creo que todos nosotros podemos dar testimonio de que cuando nos ponemos en las manos de Dios, y cuando confiamos, ahhhh…. Qué distinta que es la vida!!!!

Yo digo, un niño es caprichoso, se maneja solo y los papás lo quieren retener, se les escapa, le dicen “no toques esto”, y él va y lo agarra, lo rompe. Hace todo lo que no se debe y todas las picardías. Pero un día ese niño se cayó, se golpeó y se le salió un diente, y se lastimó toda la cara. Y lo único que puede hacer es llorar apasionadamente y correr hacia los brazos de Dios. Y ahí descubre el niño que no puede y que Dios es toda su seguridad. Esta experiencia de la dependencia tan saludable para los niños es quizá una linda figura que nos ayude en esta jornada a comprender que depender de Dios no es una pérdida de la dignidad ni una renuncia a nuestra condición de persona. Todo lo contrario, nunca somos más nosotros que cuando nos ponemos en los brazos de Dios.

Jesús insiste, porque todo el que pide recibe. ¿Es ésta tu experiencia? Todo el que busca encuentra, ¿te pasa así? Y al que llama Dios le abre, ¿es verdad?

La Palabra de Dios no puede basarse en la mentira, y si algo que tiene que ver con la verdad es la Palabra de Dios. No sólo tiene que ver con la verdad, es la Verdad. Es la Verdad que debo descubrir y que me debe envolver y ganar el sentido de la vida. Esta Palabra debe ganar el sentido de mi vida. Me debe dar ese sabor, ese gusto, esa entrega, me debe hacer nacer esa experiencia de la confianza.

Recordando la Palabra, pidan y se les dará. Hay como no sólo un deseo que se manifiesta, Dios pone de manifiesto su corazón acá. Fíjense ustedes como si se ponen a tratar de percibir, si Jesús estuviera ahora aquí sentado contigo, conmigo acá, hablándome de frente y mirándome a la cara, a los ojos. Y el Señor para decirme estas palabras me tiene que mirar. No siempre que hablas estás mirando al otro a la cara, por ahí mirás para otro lado, hacés gestos. Pero cuando hay alguna cosa que se dicen mirando fijamente, que se dicen mostrando un interés particular, hay como una necesidad de puntualizar en algo que es importante, también con los gestos y con la mirada.

Yo me imagino que Jesús me puede decir las bienaventuranzas, y las está diciendo para todos y mira y da vuelta la cabeza. Pero cuando me dice esto, es como que se pone delante de mí y me mira a los ojos para decirme “pedí y Dios te va a dar”.

¿Podríamos hacer práctico esto? ¿Se puede corroborar esto en nuestra praxis cristiana? ¿Qué te ha dado Dios que le hayas pedido? ¿Y cómo se lo pediste? ¿De qué manera le pediste vos a Dios, que Dios te concedió? ¿Cómo fue tu pedido? Fue así simplemente, fue… ¿cómo fue tu confianza? ¿Qué te pasó por dentro cuando hablaste con el Señor? Qué lindo poder dar este testimonio.

También podemos preguntarnos cómo pedimos, no? Para que Dios nos dé. O ¿desde dónde pedimos? ¿Pedimos desde el corazón o desde la desesperación? ¿Pedimos desde la confianza, desde el abandono en el Padre y desde la disponibilidad a realizar lo que Dios nos envíe o pedimos desde el capricho de querer vivir lo que queremos vivir y Dios tiene que venir a nuestra ayuda? Vale la pena preguntárselo.

La Palabra dice, “pidan y se les dará”. Qué lindo como volver a caer en la cuenta ¿cómo le estoy pidiendo a Dios? Si es que le estoy pidiendo. “A no padre, siempre pido para otros, para mí nunca pido nada”. ¿Por qué no pide para usted? ¿Usted no necesita? Lo primero es pedir por usted, la caridad empieza por casa.

Muchas veces dejamos lo personal para lo último. Quizá a veces, ese “rezo por otros y no rezo por mí”, en el fondo es una falta de confianza. Es una falta de vivir este pedido del Señor. El Señor me mira, me está pidiendo, es un mandamiento. Es un mandamiento, Jesús me deja un mandamiento “pedí y Dios te va a dar”. Es como un mandato, un imperativo.

Y al hablar de la Palabra, esta confianza, esta certeza de que Dios se encarga de nosotros, este estar bajo la providencia de Dios, contemplando lo que es la oración. Tomando el catecismo, también decimos, que el vocabulario neotestamentario, o sea del N.T., sobre la oración de súplica, “que está lleno de matices, pedir, reclamar, llamar con insistencia, invocar, clamar, gritar, incluso luchar en la oración, como decía San Pablo”. Pero la forma más habitual, por ser la más espontánea, siempre es la petición. Jesús dice “pidan, busquen, llamen”. Hablando de que insistamos, que el Señor está feliz cuando insistimos.

Viste que nosotros pedimos una vez, ya dos veces no, o hasta una tercera vez. Pedro decía ¿cuántas veces tengo que perdonar, hasta siete veces? Se da cuenta que a todo le ponemos un límite, porque tenemos muchos mambos, muchos conflictos. Hablamos de dignidad y de que uno no se tiene que arrastrar, eso en el lenguaje humano. Pero parece que ante Dios la cosa no es así.

Pidan, insistan, busquen, golpeen, llamen, nunca les van a negar nada. El Señor nos da esta certeza. Este es el mandamiento que nos invita a vivir en este día Jueves de la Cuaresma. Afirmarnos en la capacidad de petición.

Mediante la oración de petición, dice el catecismo, “mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios, por se criaturas, no somos ni nuestro propio origen ni dueños de nuestras adversidades, ni nuestro fin último. Pero también por ser pecadores, sabemos como cristianos que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya es un retorno hacia Dios”.

A veces, nos hacemos tanto mambo, “que yo soy un pecador, que no soy digno de Dios”. Hay gente que he conocido, que va, pide perdón, se confiesa, reconoce sus pecados, recibe la absolución, pero después no van a comulgar. ¿Por qué? “Porque no se lo merecen”. Todas esas ideas raras, esa justicia que tomamos en nuestras manos… y el Señor es más simple. El Señor quiere la comunión con Él, el diálogo con Él, está dispuesto a ayudarnos.

Hay un trozo de la Sagrada Escritura, (que nunca lo encuentro, pero que lo leí varias veces, no me acuerdo la cita), pero dice “Dios se interesa por todas las necesidades de ustedes, por todas vuestras cosas”. Realmente es así. Saber que el Señor se interesa nos llena de confianza.

¿Cómo me voy a acercar al Señor? Cuántas cosas hay que pedirle al Señor. ¿Y cómo se las voy a pedir hoy? Mañana es otro pedido, otra receta, otro Espíritu, otra respuesta a otra Gracia.

Hoy el Señor quiere darme la Gracia de aprender a ser insistidor, confianzudo en serio, a poner mi vida en sus manos de verdad. “Pidan y se les dará”. Y Él me va a decir con insistencia, porque todo el que pide recibe. Mirá con qué seguridad me habla Jesús esta mañana, “todo el que pide recibe”.

¿Cómo estás pidiendo? Estás pidiendo para que Dios te conceda lo que vos querés o estás pidiendo de tal manera que ¿desde dónde pedís? Desde los proyectos de Dios o desde tus proyectos personales. Acá viene una pregunta importante. Porque oramos para hacer la voluntad de Dios, no para que Dios haga la voluntad del hombre. Es el hombre que tiene que ir configurándose y conformándose con el designio de Dios, por eso Dios pone su corazón en medio de los hombres, en Cristo. Tenemos que identificarnos, tener los sentimientos de Cristo Jesús, como dice Pablo.

Entonces, pedimos desde nuestra búsqueda de la voluntad de Dios. Se entiende que la oración no es una búsqueda caprichosa, y se entiende que Dios quiere todo lo que necesitamos, según su plan y según lo conveniente a cada uno. Y si bien, dice Pablo, todo me es lícito, pero no todo me conviene, y eso se aplica a la oración.

Yo puedo pedir de todo, pero también tengo que adecuarme, fundamentalmente, cuando oro, oro para que se haga la voluntad de Dios en mi vida. Y en ese campo pido lo que sea: dinero, salud, amor, crecimiento en la fe, recuperar un perdón, una sanación, superar una dificultad. ¿Y cuándo me va a conceder el Señor? Y que se yo. Eso no te corresponde a vos.

Nosotros somos prepotentes a veces cuando oramos, y por eso nos desanimamos. Piénsenlo un poquitito. Le pedimos a Dios, no nos concede lo que le pedimos, ya nos enojamos, nos desanimamos. Cuántas veces le pasa eso a la gente. Pero es que hay tiempos que no son los nuestros. Nosotros no agotamos la verdad. Y cuando oramos, no oramos porque tenemos derecho, oramos porque necesitamos. Y oramos porque no podemos vivir como hijos de Dios y eso se logra según un proceso que está en Dios y no en nosotros.

Somos creaturas, no señores, no Dios. Y somos pecadores.

El proceso de purificación que necesita cada corazón, eso depende del plan de Dios, no depende de nosotros. Lo que nos corresponde a nosotros es pedir con insistencia. Clamar, gemir, gritar, luchar en la oración, como nos enseña el catecismo. Ah! Qué lindo poder rezar así con esta libertad, sin exigirle a Dios.

El catecismo dice, que la petición del perdón es el primer movimiento de la oración de petición. Recordamos al publicano; ten piedad de mi que soy un pecador Lucas 18. Es el comienzo de una oración justa y pura (dice el catecismo).

Y yo pienso que le pedimos a veces mal al Señor porque, vamos directamente el grano, sin ninguna preparación, sin ningún abajamiento. Por eso a veces vamos con prepotencia, y Dios no nos puede escuchar así.

Allí lo que nos pasa es que no somos humildes. La humildad, dice el catecismo, confiada, nos devuelve a la luz de la comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los unos con los otros. Entonces, cuanto pidamos lo recibimos de Él. Tanto la celebración de la Eucaristía, como la oración personal, comienzan con la petición de perdón. Yo creo que la liturgia en este sentido, es muy educativa. Primero hacemos la entrada a la eucaristía. Entramos cantando, a la presencia de Dios. Entramos hacia Dios, vamos al encuentro con Dios; y luego nos saludamos y lo primero que hacemos es purificar el corazón. Pedir perdón.

La petición cristiana, dice el catecismo, está centrada en el deseo y en la búsqueda del Reino que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús. Por tanto hay una jerarquía en las peticiones, primero el Reino de Dios, a continuación, lo que es necesario para acogerlo, y para cooperar con su venida. Esta cooperación con la misión de Cristo y del Espíritu Santo, que es ahora la de la Iglesia, es objeto de elaboración de la comunidad apostólica. En los Hechos de los apóstoles podemos leer esto. En la revelación de Pablo. El apóstol por excelencia que nos revela, como la solicitud divina por todas las Iglesias, debe animar la oración cristiana. Al orar, todo bautizado trabaja, en la venida del Reino de Dios.

Nosotros decíamos de otra, manera, esto lo leíamos en el Catecismos, en el 2632, que la oración está supeditada a la Voluntad de Dios. Es algo característico de la oración cristiana.

Jesús oraba al Padre. Y del Padre recibía la iluminación y el conocimiento. Era sostenido y fortalecido y Jesús oraba con lágrimas también. Y hasta con sangre. Poca gente ha transpirado sangre en la vida. Jesús ha vivido esta experiencia. Es una experiencia de oración.

Creo que, vamos a Dios de esta manera no? Pidiendo perdón. Como disponiéndonos a que su Reino llegue a nosotros. Y lo que nos interesa es que se cumplan los designios de Dios sobre nosotros. Siempre hemos de orar de esta manera. Nunca dejemos de pedir lo que necesitamos. Pero siempre según tu voluntad, Señor.

Como decía Jesús en la oración del huerto, si es posible Padre, que pase de mi este cáliz, pero que no se cumpla mi voluntad sino la tuya.

Que la tierra se vaya haciendo camino ante tus pasos,

 que el viento sople siempre a tus espaldas.

Que el sol brille cálido sobre tu cara.

Que la lluvia caiga suavemente sobre tus campos.

Y hasta tanto volvamos a encontrarnos,

que Dios te guarde en la palma de sus manos.