El pan se amasaba en la artesa, instrumento familiar tradicional (Ex 12,34) con levaduras; en el caso del pan de cebada, de mijo o cebada virulenta; y del pan de trigo, con levadura de trigo. El pan es símbolo de la comida en general (Gn 3,31; 37,25; Ex 2,20; 1 Sm 28,22-25); se le daba un carácter místico y sagrado; se reconocía la santidad del pan, por lo cual se respetaba hasta en el partirlo (Mt 6,11; Jn 6,35). Por esta actitud religiosa el pan no se cortaba sino que se partía con los dedos, porque sería como cortarse la propia vida (Lm 4,4; Mt 26,26). Había dos clases de pan: el de cebada, utilizado por los más pobres (Jc 7,13; Jn 6,9) y el de trigo, utilizado por los más ricos, de modo que comprar este pan hacía que el individuo se elevara en la clase social. Tenían tres formas: pequeños (especie de felipes) que deben haber sido los que el joven dio a Jesús; los más grandes y redondos, tipo torta (1 Sm 17,17) y delgados como papel, tipo hojaldre, que se usaban en lugar de cubiertos y se podían doblar y enrollar para viajes. (Ricardo Pietrantonio, Itinerario Bíblico, Ed. La Aurora)
Ofrenda a Dios que se comparte con el necesitado: Lv 23,9-14; Dt 26,1-11.
El pan cotidiano, el pan nuestro de cada día: 1 Re 19,5; Sal 79 (78) 29; Lc 10,7; Mt 6,11.
El pan y la palabra: Dt 8,3; Lc 24,13-35.
Desde los tiempos de Abraham y Sara
1 El Señor se apareció a Abraham junto al encinar de Mamré, mientras él estaba sentado a la entrada de su carpa, a la hora de más calor. 2 Alzando los ojos, divisó a tres hombres que estaban parados cerca de él. Apenas los vio, corrió a su encuentro desde la entrada de la carpa y se inclinó hasta el suelo, 3 diciendo: “Señor mío, si quieres hacerme un favor, te ruego que no pases de largo delante de tu servidor. 4 Yo haré que les traigan un poco de agua. Lávense los pies y descansen a la sombra del árbol. 5 Mientras tanto, iré a buscar un trozo de pan, para que ustedes reparen sus fuerzas antes de seguir adelante. ¡Por algo han pasado junto a su servidor!”. Ellos respondieron: “Está bien. Puedes hacer lo que dijiste”.
6 Abraham fue rápidamente a la carpa donde estaba Sara y le dijo: “¡Pronto! Toma tres medidas de la mejor harina, amásalas y prepara unas tortas”. (Gén 18)
17 Cuando Abrám volvía de derrotar a Quedorlaomer y a los reyes que lo acompañaban, el rey de Sodoma salió a saludarlo en el valle de Savé, o sea el valle del Rey. 18 Y Melquisedec, rey de Salém, que era sacerdote de Dios, el Altísimo, hizo traer pan y vino, 19 y bendijo a Abrám, diciendo:
19“¡Bendito sea Abrám de parte de Dios, el Altísimo, creador del cielo y de la tierra! 20 ¡Bendito sea Dios, el Altísimo, que entregó a tus enemigos en tus manos!”.
Y Abrám le dio el diezmo de todo. (Gén 14)
EL REPARTO DE LOS PANES
Hacer una lectura comparada de los seis relatos de multiplicación de panes y peces :
El evangelio de Marcos presenta una primera multiplicación a orillas del lago de Galilea, en territorio judío Mc 6,30-44 y otra multiplicación al otro lado del lago, en tierras paganas: Mc 8,1-10;
Mateo sigue este esquema de dos multiplicaciones: Mt 14, 13-21 y 15,32-39.
Lucas y Juan presentan una sola multiplicación: Lc 9,10-17; Jn 6,1-13
Publicado en el libro “Palabras y Pasos”, de María Gloria Ladislao, Ed. Claretiana
…Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos.
Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron:
– El lugar está deshabitado y la hora está ya pasada; despide a la gente para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos.
Pero Jesús les dijo:
– No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos.
Ellos respondieron:
– Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados.
– Traiganmelos aquí, les dijo.
Y después de ordenar a la gente que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la gente. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.
(Evangelio según San Mateo 14,13-21)
La ambientación en la cual se desarrolla la escena la conocemos por boca de los discípulos: "El lugar está deshabitado y la hora está ya pasada." ¿Pasada para qué? Si era el atardecer, seguramente ya pasada para la cena. Los discípulos, con tanta gente alrededor, están preocupados por la hora de la comida. Probablemente, de su propia cena. Y el lugar está deshabitado. ¿A quién recurrir? No somos más que este puñado que estamos aquí, y pronto va a ser de noche, y habrá que andar a oscuras y más lento, y además con hambre. La solución propuesta por los discípulos es despedir a la gente, y que cada uno vaya a comprarse algo de comer. Después de haber estado juntos alrededor de Jesús, que se dispersen y que cada uno solucione el problema de la comida por sus propios medios.
Pero Jesús no despide a la gente, al contrario, hace que la gente se quede y se quede más cómoda, recostada en la hierba. Y reparte lo que hay. Los discípulos pasaron de ver a la gente como problema o como adversaria de sus proyectos -la propia cena- a ser colaboradores para que todos comieran. "Comieron todos", dice el texto, o sea que obviamente en ese todos también están los discípulos. En este lugar deshabitado, sin nadie a quien recurrir, todos y todas los que estamos acá, con la presencia de Jesús, comimos con lo que teníamos y quedamos saciados.
Y recién después Jesús – y no los discípulos – despidió a la gente.
Al comenzar el relato los discípulos quieren que Jesús despida a la gente para que vayan a buscarse ellos su propia comida. Después de haber compartido la comida entre todos, después de que comer no fue un acto individualista por el que cada uno sacó sus monedas y compró su pan, sino que comer fue poner en común frente a Jesús lo que teníamos… entonces sí, después de esto, Jesús no tiene problema en despedir a la gente. Jesús había curado a sus enfermos y había saciado su hambre. Y lo más importante: no los había dejado a merced de sus escasas posibilidades individuales. No había permitido que cada uno comprara la comida que pudiera – como era el deseo de los discípulos -. Jesús estaba allí para que todos y todas, los discípulos, cinco mil hombres y las mujeres y los niños, comieran juntos.
Como miembro de esta sociedad, profesional universitaria con mi trabajo y mis posibilidades económicas -aunque sean las posibilidades económicas que da vivir en la Argentina- tengo los medios suficientes para ir y comprar mi comida. Para buscarme un refugio yo en este lugar deshabitado y procurarme mi alimento. La cuestión es que con las transacciones comerciales se calma el hambre pero el espacio sigue estando deshabitado: me compro mi comida y la como en mi casa. Creo que no podemos los cristianos seguir denunciando simplemente que esta sociedad neoliberal es individualista mientras nos vamos contagiando y confundiendo en ella.
Como discípula, a veces también siento la "molestia" de que mi cena, que yo me compré con mis monedas, se demore por las necesidades de los otros. La tentación de resolver mi cena, la de mi esposo, la de mi familia, la de mi grupito, y que los demás, bueno, que se arreglen con sus medios. Que vayan ellos a comprarse su comida a otro lado. La transformación de los discípulos en este texto es tremenda: de querer sacarse el problema de encima pasan a poner lo que tienen y colaboran en la distribución. Con lo cual, también quedó resuelto el problema de la cena de ellos.
De las muchas lecturas que tiene este pasaje, hoy quiero rescatar esta. El Evangelio como esa palabra que nos asegura que la solución no siempre es dejar que cada uno se arregle como pueda. Que nos incita permanentemente a confiar en que es mejor comer con otros. Que las escasas posibilidades individuales pueden resolver el problema si no nos dispersamos. Que cualquier lugar deshabitado e inhóspito puede convertirse en espacio de relaciones. Que poner los propios panes en común no me obligará a renunciar a mi cena sino, al contrario, la transformará en abundancia, banquete y fiesta.