Amarte

miércoles, 7 de mayo de 2008
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“Este es mi mandamiento.  Ámense los unos a los otros como yo los he amado.  No hay amor más grande que dar la vida por los amigos.  Ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando.  Yo no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor.  Yo los llamo amigos; porque les dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.  No son ustedes los que me eligieron a mi, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den frutos y ese fruto sea duradero.

Así, todo lo que pidan al Padre en mi nombre, él se los concederá.  Lo que yo les mando, es que se amen los unos a los otros.”

Juan 15, 9 – 11

El evangelio de hoy tiene como dos ideas básicas. Por un lado la amistad de Jesús con los discípulos, y como consecuencia, el amor fraterno. Hoy leía una cosa realmente hermosa en un cuadernillo de espiritualidad. Algo que en estas vacaciones había estado meditando en el curso de formación del que participé, donde Aldo Ranieri, este sacerdote salesiano el, italiano, formado entre los mapuches, convertido a un biblista extraordinario. Estudió en Jerusalén. El nos presentaba la figura de Abraham como el amigo de Dios, en el único lugar en la Biblia donde Dios, él dice tener un amigo.-Mi amigo Abraham- .

Esto que también después la Biblia, lo refiere a Daniel, o a Moisés que hablaba de Dios como un amigo, Dios lo dice de Abraham. Y lo dice de cada uno de nosotros. Ese amor de Amistad incomprensible por parte de Dios. Quiere valerse de nosotros para hacer presente su obra. Su obra de amor para con los hombres. Y a partir de allí devolvernos la Gracia de la transformación de la propia historia.

El texto de hoy habla de esto justamente. La declaración de amor por pare de Dios, y de este amor de amistad para con Dios que se traduce, se palpa, se vivencia a partir del amor fraterno.

El texto, podría decir yo, empieza y concluye con la misma consigna. Dios manda el amor. Esto es lo que resulta como raro. Que Dios esté mandando amar. Cuando en realidad nuestra concepción más primaria con respecto del amor, es lo que se nos viene, cuando hablamos del amor o cuando pensamos en él, tal vez invadidos de la cultura en la que vivimos, es que esto resulta como algo espontáneo. De hecho decimos: “si te enamorás no hace falta hacer una elección. Te enamorás”. El amor no puede como elegirse en cierto modo. No parece ser la perspectiva de Jesús.

Parece que el Amor necesita opción, necesita elección. Es más, puede estar mandado también. Es más, Jesús lo manda.

Esto nos sirve para cuando por allí, en algunos vínculos de amor, nosotros, percibimos que se apagó, se extinguió, el fuego primario. El primer fogonazo. A lo que llamamos primer amor. Y entonces, elegirlo, es renovarlo. Y cuando es mandado, puede ser vivido en plenitud. Puede ser vivido al máximo. Jesús manda el amor.

Este es mi mandamiento-dice Jesús- Esto es lo que yo les indico. “Ámense unos a otros, como yo los he amado”. Como si no bastara con el impulso de afecto. Como conocedor de nuestra naturaleza frágil y de lo difícil que es mantener las elecciones cuando tienen que ver con los vínculos con los demás, el Señor nos dice: no es suficiente que ustedes queden libres, a su propio deseo. O a su impulso. Es necesario ubicar la dimensión. La medida del amor, en esta clave, en este lugar, de ser vivido porque así yo se los pido. Y que sea entre ustedes. Aun cuando esto tenga costos que parezcan difíciles. Sobre todo cuando las diferencias empiezan a marcar las distancias, éstas se acortan cuando aprendemos a responder por la fe. Guiados sólo porque Jesús así nos lo pide, a responder desde un amor que el lo manda. Yo les mando que se amen. Yo les indico. No lo les estoy sugiriendo. Yo te mando amar.

Es un mandato ciertamente seductor el de Jesús.

No es una voluntad de poder que se impone. Sigue siendo una invitación. El evangelio siempre será una invitación, y si no será una ideología, de carácter social, o fundamentalista religioso que nada tiene que ver con propuesta de Jesús. Siempre el evangelio, tiene que traducirse en una sugerencia.

Y una sugerencia que descubra a los demás y a nosotros mismos primeros la cercanía. Ayer tuve un diálogo, con el obispo de Jujuy, monseñor Marcelino Palentini. Realmente en este tiempo de haber estado presente en la obra de Radio María, en distintos lugares, he tenido la oportunidad de conocer a muchos de los obispos de la Argentina.  Pero pocas veces uno encuentra un hombre, un cura, un sacerdote, un pastor, un obispo como este. Tan cercano. La gente lo dice en Jujuy. Los jujeños son testigos de esta cercanía, simpleza. Y hablando él me decía; a cerca de ¿Cuál era la figura del Pastor en este tiempo? El pastor tiene que ser un hombre que escucha. Y un hombre que sepa estar al lado de…

Y hablábamos como en la escucha y el estar, o brota de la caridad, para que sea realmente signo de la presencia de Dios, o se transforma en una estrategia estéril. Cuando el Señor manda amar lo hace desde esta perspectiva. De quien asumió el lugar de estar y de recibir a todos. Y particularmente a los más pobres entre los pobres, para comunicarles la presencia del Amor. En esa dimensión nos quiere a nosotros, Amando fraternalmente e indicándonos el camino del amor para acortar las distancias.

La amistad de la que habla Jesús en el evangelio, no es cualquier tipo de amistad. Es la amistad que Dios propone. Y la que él dice, puede ser un nuevo modo de vincularnos entre nosotros, para encontrar el sentido que por ahí, hemos perdido a la vida. Y que tiene como dimensiones tan amplias y tan grandes. Tan extraordinariamente transformantes que, incluye a todos, más aun, a los no incluidos. A los excluidos. A los que llamamos hoy, a los que permanecen como al margen, a las orillitas de la vida social. Y están allí desposeídos bajo diversas formas de desposesión. No hablamos en este sentido, de la pobreza sólo en clave material. Sino también a veces de la que sufren los que pueden tener mucho, pero estar ciertamente abandonados. Es el amor que incluye a todos. El amor de inclusión, el amor de amistad que propone Jesús. Y como sabe que nuestra naturaleza es frágil, para poder responder a esta exigencia incluyente del amor, que supone una apertura de entrega que no puede dejar a nadie a los costados, el Señor lo manda.

Este es el camino.

La amistad suele definirse en términos de igualdad. Y no de superioridad o inferioridad.

Lo decían los clásicos. La amistad supone o hace iguales a los amigos.

San Agustín lo dice hermosamente. “La amistad es como un alma en dos cuerpos distintos”. No puede haber igualdad entre Jesús y los discípulos. Entre Dios y nosotros. Sin embargo Cristo establece amistad con los suyos. ¿Cómo lo hace? Haciendo valer nuevas razones por las que se accede a una amistad e intimidad en la que él tiene la iniciativa.

A ver escuchemos que dice Jesús; “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Yo nos les llamo siervos. Porque el siervo nos sabe que hace su Señor. A ustedes los llamo amigos. Porque todo el que ha oído a mi Padre, y lo que él le ha dado a conocer es mi amigo. No son ustedes los que me eligieron, soy yo quien los ha elegido.”

Es toda una nueva perspectiva la de la amistad que Jesús propone.

Supone una capacidad contemplativa de parte nuestra de descubrir cuanto Dios nos ama para llegar a entregarnos la propia vida. ¿Cómo esta entrega de vida que Dios nos invita a contemplar, es no para observarla como un espectador frío, sino como uno que se involucra con lo que contempla y forma parte de la historia de lo que mira.

Interactúa con lo que observa y con lo que recibe como mensaje de ofrenda de la vida de parte de Dios. Pero además, esto mismo, nos equipara a Dios. Nos eleva en nuestra condición natural-como dice san Agustín.

Se hace uno de nosotros para hacernos uno de Él. Para sumarnos a Él.

Y entonces ahí nos iguala. Pero por elección suya. No por decisión nuestra. “Ustedes son amigos míos, y son amigos entre ustedes porque Yo los elegí. Y los elegí para que vivan como hermanos. Ámense y yo voy a permanecer en medio de ustedes.

Atención porque aquí se juega la continuidad de la presencia de la obra de Dios en medio de nosotros. En el amor que seamos capaces de expresarnos y manifestarnos.

La obra de Dios es tan grande que Jesús ha dicho claramente en el evangelio del domingo que pasó. “Ustedes harán obras como las que yo hice, o mayores aun.” Pero claro, la condición es que ustedes vivan en comunión conmigo. Permanezcan en mi amor.

En la escucha de la Palabra y en la respuesta fiel a la invitación que yo les hago, a vivir según lo que mi palabra enseña. Y lo que mi palabra enseña, es que ustedes se amen. Hay mucho lugar por donde darle vuelta a la historia. De esto se  trata la propuesta.

He encontrado esta mañana, en razones para el amor este libro al que recurro con frecuencia para, compartir con ustedes las reflexiones de Martín Descalzo, una carta de amor al final del libro, de Descalzo a Dios.

 

La compartimos, parte de ella.

 

…Podría concluir esta carta, Dios mío amor mío, esto es todo lo que tengo que decirte, gracias, gracias.

Desde la altura de mis 55 años, vuelvo mi vista atrás, y qué encuentro sino la interminable cordillera de tu amor. No hay rincón en mi historia en el que no fulgiera tu misericordia sobre mí. No ha existido una hora en que no haya experimentado tu Presencia amorosa y paternal, acariciando mi alma.

Ayer mismo recibía la carta de una amiga, que acaba de enterarse de mi problema de salud y me escribe furiosa. Una gran carga de rabia invade todo mi ser, y me rebelo una vez más y otra vez contra ese Dios que permite, de que personas como tú, sufran. Pobrecita! Su cariño no le deja ver la verdad.

Porque aparte de que yo no soy más importante que nadie, toda mi vida es testimonio de dos cosas: en mis 50 años he sufrido no pocas veces, de manos de los hombres. De ellos he recibido arañazos y desgarramientos, soledad e incomprensiones, pero de Ti nada. Nada sino sólo la interminable siembra de tus gestos de cariño. Mi última enfermedad es uno de ellos. Me diste primero el ser. Esta maravilla de ser hombre, el gozo de respirar, la belleza del mundo. El encontrarme a gusto en la familia humana, el de saber que a fin de cuentas, si pongo en la balanza todos esos arañazos y zancadillas recibidas serán siempre muchísimo menos, mucho menos que el gran amor que ese mismo hombre puso en el otro plato de la balanza de mi vida.

¿He sido acaso un hombre afortunado, fuera de lo normal? Quizás… Pero en nombre de que podría yo fingirme un mártir de la condición humana, si sé que en definitiva, he tenido más ayuda y comprensión que dificultades. Y además Tú acompañaste el don de ser, con el de la fe. En mi infancia yo palpé tu Presencia. En todas las horas para mí tu imagen fue la de un Dios sencillo, la de un Dios de casa. Jamás me atemorizaron con tu Nombre y me sembraron en el alma esa asombrosa capacidad. La de saberme amado, la de sentirme amado. La de experimentar tu Presencia cotidiana, cuando corrían las horas.

Hay entre los hombres, lo sé, quienes maldicen el día de su nacimiento, quienes te gritan que ellos no pidieron nacer. Tampoco yo lo pedí, porque antes no existía, pero de haber sabido lo que sería mi vida, con qué gritos te habría implorado la existencia y ésta precisamente, que de hecho me diste. Supongo que fue absolutamente decisivo el nacer en la familia que tú elegiste para mí. Hoy daría todo, cuanto he conseguido después, sólo por tener los padres y hermanos que tuve. Todos fueron testigos vivos de la presencia de tu amor. En ellos aprendí fácilmente quién eras y cómo eras. Desde entonces amarte y amar, por tanto, a todos y a todo empezó a resultar cuesta abajo. Lo absurdo habría sido no quererte. Lo difícil habría sido vivir en la amargura. La felicidad, la fe, la confianza en la vida, fueron para mí como el plato de natilla que mamá pondría infatigablemente a la hora de comer. Algo que vendría con toda seguridad, ese plato de natilla. Y que si no venía era simplemente porque aquel día estaban más caros los huevos. No porque hubiera escaseado el amor. Entonces aprendí, ahí también, que el dolor era parte del juego. No una maldición, sino algo que entraba en el suelo del vivir. Algo que, en todo caso, siempre sería insuficiente para quitarnos la alegría. Gracias a todo ello, ahora siento un poco de vergüenza al decirlo. Ni el dolor me duele, ni la amargura me amarga. No porque yo sea un valiente, sino sencillamente porque, al haber aprendido desde niño a contemplar ante todo las zonas positivas de la vida, y al haber asumido con normalidad las negras; resulta que cuando éstas llegan, ya no son negras sino sólo un tanto grises.

Otro amigo me escribe en estos días, que podré soportar las diálisis chapuceándome en Dios. Y a mí eso me parece un poco excesivo y melodramático. Porque no es para tanto. ¿O es que de pequeño me chapuzaron? Ya en la presencia normal de Dios, en Ti me siento siempre acorazado contra el sufrimiento. O tal vez, ese verdadero dolor aún no me llegó.

A veces pienso que he tenido demasiado buena suerte. Los santos te ofrecieron cosas grandes. Yo nunca he tenido nada serio qué ofrecerte. Me temo que a la hora de mi muerte, voy a tener la misma impresión, que en el momento tuvo mi madre. La de morirme con las manos vacías, porque nunca me enviaste nada, realmente, cuesta arriba para poder ofrecértelo. Ni siquiera la soledad. Ni siquiera esos deseos a la nada, con que Tú regalas a veces a los que verdaderamente fueron tuyos. Lo siento, pero ¿Qué hago yo si a mí no me has abandonado nunca?

A veces, me avergüenzo pensando que me moriré sin haber estado nunca a tu lado en el huerto de los olivos. Sin haber tenido, yo mi agonía del Getsemaní. Pero es que Tú, no sé por qué jamás me sacaste del domingo de Ramos. Incluso alguna vez, en mis sueños heroicos, he pensado que me habría gustado tener yo también una buena crisis de fe, para demostrarte a ti y a mi mismo, que la tengo.

Dicen que la auténtica fe se prueba en el crisol. Y yo no he conocido otro crisol que el de tus manos siempre acariciantes. Y no es claro que yo haya sido mejor que los demás. El pecado ha puesto su guardia en mí, y Tú y yo sabemos hasta qué profundidades. Pero la verdad es que ni siquiera las horas de la quemadura, he podido experimentar plenamente la llama negra del mal, de tanta luz que Tú mantenías a mi lado. En la miseria he seguido siendo tuyo. Y hasta me parece que tu amor era tanto más, cuanto más niñeras hacía yo. 

También me gustaría presumir ante Ti de persecuciones, dificultades, pero Tú sabes que aún en lo humano, me rodeó siempre más gente estupenda que traidora. Y que recibí por cada incomprensión diez sonrisas. Que tuve la fortuna de que el mal nunca me hiciera daño y sobre todo que no me dejara amargura adentro. Que incluso, de aquello saqué siempre ganas de ser mejor, y hasta misteriosas amistades.

Luego me diste el asombro de mi vocación. Ser cura es incomprensible. Tú lo sabes. Pero también maravilloso. Yo lo sé. Hoy no tengo, es cierto, el entusiasmo del enamorado de los primeros días, pero por fortuna, no me he acostumbrado a decir misa. Y aún tiemblo cuando me confieso. Y sé aún lo que es el gozo soberano de poder ayudar a la gente y siempre más de lo que yo personalmente sabría. Y del poder anunciarles Tu nombre.

Aún lloro, ¿sabes? Leyendo la Palabra, cuando explicas la vuelta del que perdió el camino, en la parábola del hijo pródigo. Aún gracias a Ti no puedo decir sin conmoverme, esa parte del Credo, que habla de tu Pasión y de tu Muerte. Porque naturalmente, el mayor de tus dones fue tu Hijo Jesús. Y si yo hubiera sido el más desgraciado de los hombres, si las desgracias me hubieran perseguido por todos los rincones de mi vida, sé que me habría bastado recordar a Jesús para superarlas. Que Tú hayas sido uno de nosotros, me reconcilia con todos nuestros fracasos y vacíos.

¿Cómo se puede estar triste sabiendo que este planeta ha sido pisado por tus pies? ¿Para qué quiero más ternuras que la de pensar en el rostro de tu Madre y de mi madre? María.

He sido feliz. Claro. ¿Cómo no iba a serlo? He sido feliz ya aquí. Sin esperar la gloria del cielo.

Mirá Tú ya sabes que no tengo miedo a la muerte, pero tampoco tengo ninguna prisa, aunque llegue. ¿Podría estar allí más en tus brazos de lo que estoy ahora? Porque éste es el asombro: el Cielo lo tenemos ya desde el momento en que podemos amarte. Tiene razón mi amigo Cabo de Villa, nos vamos a morir sin aclarar cuál es el mayor de tus dones. Si el de que Tú nos ames o el de que nos permitas amarte.

Por eso me da tanta pena la gente que no valora sus vidas. Pero si estamos haciendo algo que es infinitamente más grande que nuestra naturaleza. Amarte. Colaborar contigo en la construcción del gran edificio del amor. Me cuesta decir que aquí te damos gloria. Me parece demasiado. Yo me contento con creer que mi cabeza, reposando en tus manos, te da la oportunidad de quererme. Me da un poco de risa eso de que nos va a dar el Cielo como premio. ¿Como premio de qué? Sos un tramposo. Nos regalás tu Cielo y encima nos das la impresión de haberlo merecido.

El amor, Tú lo sabes muy bien, es Él sólo su propia recompensa. Y no es que la felicidad sea la consecuencia o fruto del amor. El amor ya es por sí solo la felicidad. Saberte Padre es el Cielo…

Claro que, no me tienes que dar porque te quiera. Quererte ya es un don. No podrás darme más. Por todo eso Dios mío, he querido hablar de Ti y contigo en esta página, de mis razones para el amor.

 

Aquí tengo una frase hermosa de Juan Pablo II, que acabo de encontrar, que dice: “el amor es un desafío que Dios nos lanza permanentemente. Quizá para incitarnos a desafiar el destino.”

Ojalá lo podamos hacer en el día de hoy. Que descubramos que apostar de nuevo por el amor, después de un arañazo fuerte que la vida nos puede haber dado, (como decía recién Descalzo), vale la pena mucho más que permanecer ahí, sin saber para dónde arrancar ni qué hacer. Como si la vida pudiera tener sentido quedándonos solitos en algún rincón de la existencia, después de haber sido golpeados por ella misma de alguna forma.

Que Dios no de la Gracia de poder superarlo en los fracasos del amor y encontrar, en una apuesta nueva por el amor, la respuesta al sentido que estamos buscando para nuestra vida.