1) A amar se aprende amando
Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD
Jean Pierre Camus, obispo de Belley, cuenta una conversación que tuvo con san Francisco de Sales: “En una ocasión pedí al obispo de Ginebra que me dijera qué debía hacer para alcanzar la perfección. ‘Debes amar a Dios con todo tu corazón, respondió, y a tu prójimo como a ti mismo’. No le pregunté dónde está la perfección, sino cómo llegar a ella. ‘La caridad, respondió, es tanto el medio como el fin. La única manera por la que podemos alcanzar la perfección es, después de todo, la misma caridad… Así como el alma es la vida del cuerpo, la caridad es la vida del alma’.
‘Ya sé todo eso, repliqué. Pero lo que quiero saber es cómo uno ha de amar a Dios con todo su corazón, y a su prójimo como a sí mismo’. Y él nuevamente respondió: ‘Debemos amar a Dios con todo nuestro corazón y a nuestro prójimo como a nosotros mismos’. ‘No he avanzado nada, repliqué. Decidme cómo debo adquirir tal amor’. La respuesta del obispo fue muy sencilla: ‘Igual que a hablar se aprende hablando y a correr corriendo, se aprende a amar amando’”.
No cabe duda de que el amor es un aprendizaje que requiere la gracia de Dios, pero también decisión y esfuerzo por parte de quien quiere amar.
El amor es salud del alma, afirmaba san Juan de la Cruz. Quien ama tiene vida y comunica vida. El amor renace y tiene un gran poder de curación. El odio y el resentimiento sólo pueden destruir.
Jesús insistió en el mandamiento principal: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el más grande y primer mandamiento. El segundo, semejante a éste, es: Amarás al prójimo como a ti mismo” (Mt 22,37-39).
Juan cita las palabras de Jesús durante la última cena con los discípulos a quienes amaba: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 13,34). Y una vez más: “Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15,12). Él, “habiendo amado a los suyos… los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). “Nadie tiene amor mayor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13).
Pablo insistirá en la importancia del amor. “Si no tengo caridad, no soy nada” (1 Co 13,2). Lo primero es el amor. Aunque entregue mi cuerpo a las llamas, aunque sepa todas las lenguas del mundo, aunque me desprenda de todo… si no tengo amor, que es Dios, todo es malgastar energías, que diría san Agustín.
Los santos han sido, esencialmente, personas que han amado. Descubrieron en el amor su vocación principal y optaron por el amor.
2) A abrir camino me llamas
No hay caminos en mi vida, Señor;
apenas senderos
que hoy abro y mañana desaparecen.
Yo estoy en la edad de los caminos:
caminos cruzados, caminos paralelos.
Yo vivo en encrucijada
y mi brújula, Señor,
no marca el norte.
Yo corro cansado hacia la meta
y el polvo del camino
se me agarra a cada paso,
como la oscuridad a la noche.
Yo voy a galope caminando,
y a tientas busco un rastro,
y sigo unas pisadas. Y me digo:
¿Dónde me lleva el camino?
¿Eres quien ha extendido
a lo largo de mi vida un camino?
¿Cuál es el mío?
Si Tú me lo has dado
me pertenece.
¿Dónde me lleva? Si Tú lo has trazado
quiero saber la meta.
Señor, yo busco tu camino (sólo uno),
y me fío de tu Palabra.
Dame fuerza, tesón a cada paso
para caminar contigo.
Yo busco ahora un camino, Señor.
Tú, que eres Camino,
da luz verde a mi vida
pues a abrir camino Tú me llamas.
Fuente: pastoralsj.org
3) ¿A que llamamos error?
Libro: "El Camino hacia Tu Ángel Solar"
Decimos que "Errar es humano" y somos humanos.
¿Porqué acusarnos entonces de aquello que consideramos que hemos hecho de manera equivocada.?
Justamente es allí donde está la enseñanza…
Si podemos ver nuestro error, es que hemos podido tomar en cuenta el hecho de las consecuencias que emanan de él.
Entonces, lo lógico es quitarnos el complejo de culpa y ver con alegría el aprendizaje que nos dejó.
Si lo vemos desde otro punto de vista, el no equivocarnos hubiera sido acertar con la decisión justa, en el momento preciso.
El pasado es pasado y no vuelve, no hay corrección al respecto.
Entonces vivamos el presente con la alegría correspondiente a hoy, porque sabemos que si en algún momento se nos presenta algo similar, ya no va a ser acertar a tientas ni a ciegas, sino dar con lo justo por experiencia propia.
Si sabemos recoger las enseñanzas no hay motivos de sentirnos culpables
De eso se trata la vida… es una ilación continua de enseñanzas y aprendizajes.
Entonces desterramos la palabra error y con ella el complejo de culpa y tomamos a aquello que tanto nos marcó como la enseñanza maestra oportuna.
Esto nos lleva derechito al perdón.
Perdónate a ti mismo, por haberte culpado !!!
No juzgar y perdonar… empiezan por no juzgarte y perdonarte.
4) A pie descalzo
Autor: Emilio L. Mazariego
A pie descalzo, Señor. De puntillas, no.
A pie descalzo, calcando la planta desnuda en la arena,
despojados de la sandalia,
así entramos en la aventura de orar, Señor Jesús.
A pie descalzo, paso a paso,
como niños que comienzan a caminar,
así abrimos el camino, Señor.
A pie descalzo, en busca de originalidad,
de pureza, de las raíces de la vida,
así caminamos, Señor.
A pie descalzo, despojados de todo lo que no somos,
A pie descalzo, desnudos de postizos,
con sencillez, sin hacer ruidos,
sin afán de dejar pisadas para que otros nos sigan,
así caminamos, Señor Jesús.
A pie descalzo, con el corazón en vilo,
entrando en lo desconocido, en lo inútil,
en lo que no se mide, en lo no comerciable,
así entramos ,Señor Jesús.
A pie descalzo, en la aventura de llegar a Dios,
de experimentarlo, de sentirlo cercano, amigo,
fascinados por lo desconocido
y atraídos por el Trascendente,
A pie descalzo, buscando como peregrinos
el sentido último de la vida
y la razón última para vivir,
ponemos en el camino de la oración
nuestro ser cristiano
porque queremos vivir el amor al Padre
como lo vivió Jesús, el Señor.
Porque tu amabas, Jesús, amamos nosotros.
Porque tu orabas, Jesús, oramos nosotros.
Tu estilo de vida ,Jesús , es la única razón
para esta aventura, esta experiencia.
Esta revolución del corazón llamada oración.
Jesús, creemos que la puerta por donde Dios
entra en el interior del hombre es la oración.
Abierta ésta, Señor. El se comunica con sus gracias
Cerrada ésta. Señor, el corazón se queda vacío y solo.
A pie descalzo, paso a paso , sin desánimos
conscientes de la necesidad de orar,
despiertos a la audacia de comenzar un camino nuevo,
abrimos nuestro camino, Señor Jesús, en tu nombre.
Nos unimos a ti, que eres el gran Orante.
Confiamos en la luz y en la fuerza de tu Espíritu
y te pedimos que nos muestres el rostro del Padre.
A pie descalzo, caminamos contigo,
tu en medio de nosotros.
A pié descalzo caminamos con tu Espíritu,
tu Espíritu en nuestro corazón en búsqueda.
A pie descalzo, caminamos bajo las alas,
cobijados en la gran ternura del Padre que nos quiere.
A pie descalzo ,con el corazón desnudo te decimos:
Maestro, enséñanos a orar. ¡Maestro¡
5) Brotará la esperanza
Durante la Segunda Guerra Mundial, Victor Frank llegó al campo de concentración. La secreta razón por la que él no quería suicidarse era que tenía dos metas específicas: encontrarse con su familia y escribir un libro.
“El error de la gente, dice Frank, es preguntarse: ¿Qué puedo esperar de la vida? Cuando el acierto está en preguntarse: ¿Qué está esperando la vida de mí?”.
Vivimos de rentas. A veces almacenamos esperanza, pero poco a poco vamos agotándola y no la reponemos en nuestro caminar. Es preciso, pues, soñar; pero es, sobre todo, necesario renovar nuestra esperanza en Dios y seguir trabajando.
Isaías fue un profeta soñador. Soñó que todas las naciones se dejarían instruir por Dios y desde ahí podrían caminar por las sendas de la paz y del amor. Soñó que todas las personas se podrían dar la mano, podrían hacer de las lanzas podaderas, que a los niños se les enseñaría a cuidar y defender la paz y no a adiestrarse para la guerra.
La historia ha tenido grandes soñadores. También cuentan los pequeños, los que con su vida purifican el aire de odio, rencor, violencia… Estos soñadores esperan un presente y un futuro mejor. Así, hay madres que esperan ver al niño que llevan en las entrañas, jóvenes enamorados que se desean y se buscan, enfermos que anhelan una buena noticia del médico…
Si hay gente y lugares de esperanza, también hay rostros que de alguna forma proclaman con sus vidas que no es posible la esperanza. Son personas abatidas, destrozadas, sin ganas de respirar ni de vivir. Se han cansado de caminar, de luchar y, por supuesto, de soñar. Hay infinidad de rostros como el del ludópata que se ha arruinado, el del padre de familia que perdió el trabajo, el del hincha que contempla la derrota de su equipo, el del enfermo que no tiene cura, el del drogadicto que, a pesar de las promesas, no logra salir de la adicción. Toda esta gente manifiesta una angustiosa búsqueda de sentido, necesidad de interioridad, deseo de aprender nuevas formas y de encontrar esperanza.
La esperanza es gozosa, paciente y confiada. Gozosa por el bien que se espera y por la ilusión con que se espera. La alegría y la paciencia son dos alas que nos permiten volar por encima de todas las dificultades.
La esperanza cristiana tiene un fundamento último en Dios que no nos puede fallar, porque “es imposible que Dios mienta” (Hb 6,18), porque “Él permanece fiel” (2 Tm 2,13).
Debemos esperar con paciencia y confianza un mundo mejor, y debemos hacerlo con una espera activa y colectiva. Debemos esperar como la madre, el enfermo, el preso… como tanta gente que vive de esperanza. Es necesario que brote la esperanza en nuestras vidas. “Dios, difiriendo su promesa, ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma, y, ensanchándola, la hace capaz de sus dones. Deseemos, pues, hermanos, ya que hemos de ser colmados” (San Agustín).
Y junto a esos deseos hay que pedir, también, al Señor, que fortifique los corazones, que haga fuertes las rodillas de los débiles, que cure las heridas de los enfermos, que devuelva la alegría y la esperanza a los tristes y deprimidos.
Si abrimos la puerta a la esperanza, todo recobra luz y color; todo se llena de sentido y la vida brota en pleno invierno. Cada día se nos repite: Brotará un renuevo del tronco de Jesé. Sobre él se posará el Espíritu del Señor. Y Él podrá llenarlo todo de espíritu nuevo, de ideales nuevos, de valores nuevos, de gracia. Esperamos un cielo nuevo y una nueva tierra que, entre todos, podemos hacer realidad.