09/10/2013 – En el marco del mes de misión, la Catequesis misionera sigue recorriendo diferentes ciudades del norte de nuestro país. Hoy, desde la ciudad de Salta, en un colegio Salesiano, el Padre Javier Soteras hizo una fuerte invitación a renovar recuperar la alegría que se convierte en compromiso para la construcción de un mundo nuevo.
¿A dónde vamos?
Este interrogante se nos clava en el corazón cuando contemplamos la realidad que nos rodea… Es una pregunta instalada, casi que se respira. ¿A dónde vamos?
Esta pregunta, en parte nace de un reflejo negativo con el que se nos pinta la realidad en los medios. En parte viene de los datos reales de la economía doméstica que nos dice que entre el mundo del bienestar y nuestra capacidad económica hay un abismo… y lamentablemente a veces nos enganchamos detrás de esas demandas como si allí encontráramos el cielo. En parte la discusión por el poder, en un mundo pensado para unos pocos, donde la mayoría quedamos fuera. Forma parte de nuestro desconcierto el mundo global muy maltratado, que desde las leyes de la naturaleza reacciona sin piedad. El hombre lobo del hombre, autodestructivo, en donde no sabe gobernarse ni gobernar lo que Dios nos ha regalado.
El Señor de la historia
La realidad y el aire que respiramos tiene esta pregunta que genera angustia… Una cierta preocupación que en parte nos ciega y nos entristece, cuando nos quedamos prendidos a las circunstancias. Si fueran las circunstancias las que marcan el rumbo y no el Señor de la historia, entonces estamos perdidos a nosotros mismos. El hombre es capaz de un destino mejor, y no estamos librados a la suerte. Tenemos un horizonte mucho más grande si nos abrimos a una luz distinta. El que sonríe sabe de alguna manera a dónde va. La sonrisa es como el fruto del encuentro con lo esperado, y también surge cuando nos encontramos con lo inesperado que resulta más grande aún a lo que imaginábamos. La alegría del cristiano existe porque en el fondo tiene en lo más profundo de su corazón una certeza de cielo, y ese es el motivo por el cual cantamos. Las circunstancias no son las que determinan que hagamos o dejemos de hacer, sino el hecho de contemplar al Dios viviente. Ese es el que marca el rumbo, y nos hace ir más allá de lo esperado.
Por ejemplo, un Beethoven sordo, genera la pregunta ¿cómo puede ser que un hombre sordo tenga esa capacidad? En un contexto inesperado, Dios hace aparecer la belleza.
Pensemos en Francisco de Asís enamorado de la pobreza, siendo hijo de un rico. Dios muestra la contracara de lo esperado, sorprendiendo. ¿Quién diría que el petiso rosarino que juega en el Barcelona es el mejor jugador del mundo? Más alla de sus habilidades, cuando era chico era demasiado petiso, por lo que sus condiciones no estaban dadas para ser el mejor. A partir de un tratamiento fue ganando algunos centímetros.
Esta limitación de las circunstancias las superamos nosotros con la certeza de que Dios está con nosotros. El cielo se nos ha acercado, y lo contemplamos.
Un mundo que busca rumbo
La tendencia que seguimos todos, de alguna manera, es seguir la corriente como si el colectivo social fuera una masa amorfa conducida por un “Don nadie”. Y lo hacemos sin detenernos mucho a pensar en la gestación del propio destino. El fenómeno de la cultura de masas nos iguala, pero para abajo. Nos uniforma para dominarnos. Siendo un mundo fuertemente individualista, rompe con la persona. Detrás de un mundo de la supuesta libertad, todos estamos uniformados, y el dinero marca el rumbo.
La vida pasa en lo de todos los días y yo no puedo esperar que la Quiniela me salve. Si la expectativa está puesta ahí, no confío en el Dios viviente, sino en el "dios-dinero" y el "dios-poder". No está mal el dinero o el poder en sí mismo, sino que si están asociados al mercado les rendimos culto. Ese Dios tiene un cielo, que se llama “bienestar”. Y el shopping le rinde culto a éstos dioses, y el sacrificio está en tanto trabajo, hasta esclavizarnos, para responder a las pautas de bienestar.
Francisco viene siendo muy crítico de esta cultura y de este "dios", por eso le dice a al Iglesia que tiene que correrse de este lugar de “mundanidad” para ir a otro lugar. “Una Iglesia pobre para los pobres”, una Iglesia contracultural de la cultura que domina juzgando… sólo el 20% accede al mundo del mercado, y el 80% queda fuera. En ese contexto, nosotros aparecemos con un mensaje superador.
¿Qué hacemos cuando las cosas andan mal?
Martín Descalzo se pregunta qué hacer cuando el mundo anda mal. Y plantea que hay tres respuestas idiotas: gritar, llorar y desanimarse. Y una sola vale la pena: hacer.
Es tiempo de hacer, de manos a la obra, de comprometernos y “agarrar al toro por las astas”. Sobre los lamentos y quejas, tiene que aparecer otra cosa, la de la gente que haga bien el bien, y así se construye la esperanza. Si uno para hacer va a esperar que todos lo aplaudan, no tiene ni que empezar.
La invitación es a hacer en las condiciones que estamos, no esperar las ideales. Jesús nació fuera de condiciones ideales: María no esperaba tener un hijo.. Además Jesús nace de una madre soltera… Nace desde el principio, huyendo de Egipto porque Herodes anda buscando al niño para matarlo. Luego se radica en Nazareth, que ni aparece en el mapa. Sin embargo en lo escondido, en el silencio y en un contexto desfavorable, Dios nos sorprende con el nacimiento del Salvador.
En la historia de Jesús, aparece la muerte de su amigo Lázaro. Jesús llora… pero luego le dice “¡Lázaro, sal fuera!”. Miremos con dolor, pero no nos refugiemos en las lágrimas… Salgamos de la oscuridad de la tristeza, para poner manos a la obra.
Responder al mal con mucho bien
¿A dónde va el mundo que se pierde a si mismo? El mal tiene que ser para nosotros, una provocación para ir hacia adelante, para mejorar y crecer. La verdadera guerra está en el corazón de cada uno de nosotros. Yo soy mi propio campo de batalla… San Pablo dirá “Hago el mal que no quiero, y dejo de hacer el bien que quisiera”. El hombre debe animarse a pelear la batalla de no abandonarse de sí mismo, de seguir creyendo y trabajando.
El mundo no era mejor que el nuestro cuando vino Jesús, y era aun quizás más corrupto que el nuestro. Sin embargo, el Señor vino y eligió el modo de transformación que es capaz de cambiar el corazón humano desde su raíz: el amor capaz de transformar la historia. Cuando parece que todo está perdido, suele estar comenzando algo nuevo mucho mejor.
El camino sin salida es el desánimo, del de aquel que ha perdido el coraje de seguir esperando porque el desánimo le ha hecho perder la esperanza. Frente a la desesperanza nos hace falta una verdadera rebeldía que nos impulse a poner manos a la obra.
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