17/10/2013 – Dios ha venido a impactar con su gracia en medio de la pobreza, de la humildad y de la sencillez. Por eso, reconocer nuestro costado más débil nos abre a la presencia transformadora de Dios.
Es propio de San Lucas escribir para los no judíos. Él da realce a la expresión de Simeón acerca de la universalidad de la Salvación: “Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel”.
“El Padre Fiorito dice que el punto de impacto de la Gracia de Dios es la debilidad que hay en nosotros” @Pjaviersoteras — Radio María Arg (@RadioMariaArg) octubre 27, 2014
“El Padre Fiorito dice que el punto de impacto de la Gracia de Dios es la debilidad que hay en nosotros” @Pjaviersoteras
— Radio María Arg (@RadioMariaArg) octubre 27, 2014
“Fíjese quien con quien está hablando: una criatura débil, frágil, pecadora y Dios, el Señor del universo que lo creó todo” SantaTeresa — Radio María Arg (@RadioMariaArg) octubre 27, 2014
“Fíjese quien con quien está hablando: una criatura débil, frágil, pecadora y Dios, el Señor del universo que lo creó todo” SantaTeresa
A este anciano, el paso de los años, lejos de apagarle la mirada, le abre la visión y le permite ver, alabar, bendecir y profetizar para todas las naciones respecto del niño. De un modo particular, se refiere al vínculo que éste tendrá con su Madre: “A ti mujer una espada te atravesará el corazón” .
Sin duda esta profecía apunta a aquel lugar del vínculo entre María y el niño que alcanzará su plenitud en “la hora” de Jesús, según la expresión del Evangelista San Juan. Allí es cuando muestra a la Madre traspasada por el dolor a los pies de la cruz, donde recibe también ella, misteriosamente, en lo profundo de sus entrañas, la lanza que atraviesa el corazón de su hijo.
En este pasaja de la presentación de Jesús en el Templo (Lc 2, 22-40), aparece también la profetiza Ana. Hay algo que caracteriza a todos en esta escena: Ana, Simeón, María y José corresponden al grupo de los que bíblicamente son reconocidos como los pobres de Yavé o los “anawin”. Estos tenían la particularidad de, en espíritu profético, aguardar la llegada del Mesías con humildad y sencillez. Eran del pueblo de Israel de un nivel que llamaríamos clase media baja, de gente trabajadora. Estos son los pequeños, los simples los sencillos, que aguardan la manifestación del Mesías según aquella perspectiva que los grandes profetas habían anunciado, particularmente Jeremías, Ezequiel e Isaías.
Los “humildes de Israel” esperan al “Humilde Servidor” que había sido anunciado y ahora se manifiesta en la carne de este niño. Se abre un tiempo nuevo sobre toda la humanidad. La luz -dice Simeón- es para alcanzar a todo hombre, a toda mujer que sencillamente espera el tiempo de la plenitud.
Dios ha venido a impactar con su gracia en medio de la pobreza, de la humildad y de la sencillez. Por eso reconocer nuestro costado más débil nos abre a la presencia transformadora de Dios. Él nos quiere asumiendo lo más frágil de nuestra condición, ahí donde nos aprieta el zapato, donde sentimos que no alcanza con nuestras buenas intenciones o ganas… El evangelio está llamado a germinar en nuestro barro, en nuestra condición más frágil. ¿Dónde me reconozco más vulnerable? Seguramente allí Dios viene a actuar con su gracia con mayor poder sobre vos.
Detengámonos por un momento en lo que tienen en común estos personajes que rodean al Niño: un corazón humilde y sencillo, corazón de pobres que esperan al Señor. Hace falta tener conciencia de polvo y de barro, tener memoria viva de nuestra condición frágil y hacerlo existencialmente a partir del reconocimiento de nuestra pobreza. La Gracia de un corazón sencillo es lo que buscamos para que no se nos oculte a nosotros la manifestación de ese Dios que quiere revelarse en lo más profundo de nuestro corazón y en medio de la vida, de lo cotidiano. Un Dios que no quiere ocultarse a nuestros ojos, sino que -a veces- somos nosotros mismos los que nos ocultamos a su mirada porque nuestra actitud no es justamente la de ellos: humilde, pobre sencilla y esperanzada.
Un corazón humilde y arrepentido sabe reconocer la propia debilidad, el propio pecado, asume su condición humana. Aquello que Teresa de Jesús decía tan maravillosamente cuando hablaba del encuentro con Dios y la actitud que debíamos asumir frente a Él: “Fíjese quien con quien está hablando: una criatura débil, frágil, pecadora, herida y Dios, el Señor del universo que lo creó todo”.
En realidad esta condición nuestra se descubre sólo en su riqueza escondida a la luz de la presencia de Dios. No se puede entrar por este territorio de tanto dolor sino es por el camino del Dios viviente, el que nos hace sentir como niños en brazos de una madre cuando nos acuna en nuestra propia debilidad. Queremos encontrarnos con nuestras cenizas, pero sabiéndonos en brazos del más grande.
Cuando nosotros podemos hacer consciente esta bipolaridad de Dios y nosotros, en un encuentro de desigualdades podemos entonces entrar en esta dinámica de los sencillos y de los pobres, de aquellos a quienes Dios prepara para revelarles su misterio.
El Padre Fiorito dice que el punto de impacto de la Gracia de Dios es justamente este: la debilidad que hay en nosotros y no nuestros esfuerzos y nuestros méritos de generosidad o de virtud. ¿Acaso Jesús no dijo: “Yo he venido por los enfermos, no por los sanos; por los pecadores, no por los justos?” Cuando reconocemos nuestro propio pecado, nuestra pequeñez y nuestra fragilidad; cuando en mi corazón claramente se manifiesta mi condición de criatura, a mis ojos y a los ojos de los demás soy justamente eso que dice tan maravillosamente este Padre Jesuita: “Somos un lugar de impacto de la Gracia de Dios” Un lugar donde viene a confluir Dios con su Gracia para quedarse y para revelarse a nosotros. Es el lugar donde la manifestación de Dios y su amor se hacen palpables.
Hay pasajes bíblicos en los que se hace evidente esta condición desigual entre Dios y nosotros. Los apóstoles frente a la pesca milagrosa; Pablo cuando es derribado del caballo; Moisés frente a la zarza ardiendo, el relato del hijo pródigo; la mujer adúltera y muchos otros. Recordemos aquel pasaje de la Palabra donde aparecen dos actitudes bien diferenciadas: un publicano y un fariseo oraban en el Templo. El fariseo decía: “Señor, te agradezco por no ser como este publicano que está acá atrás”, y presentaba todas sus “cartas” y sus “credenciales” en la oración; mientras que el publicano, atrás, al final del Templo, recogido en sí mismo y sin animarse a levantar la cabeza, se reconocía como pobre y pecador.
Ésta es la actitud que tenemos que trabajar y recrear en nosotros para abrirnos a la manifestación gloriosa del Hijo de Dios. No es un espíritu de menosprecio a la propia persona ni de desvalorización de sí mismos, sino una actitud gozosa de estar cara a Dios con nuestra propia debilidad, aunque nos dé vergüenza de estar frente a Él. “Verguenza y confusión de mí mismo” pide San Ignacio al comienzo de los ejercicios. Sólo cuando es así la gracia del Señor opera en nosotros.
Cuando recreamos esta actitud interior con paz, con gozo y con alegría, nosotros también, como Ana, Simeón, María y José, somos objeto de la manifestación de la Gloria de Dios. A nosotros también se nos hace presente el Niño que nos trae la salud y la salvación y …¡en cuántos lugares de nuestra vida hace falta que de verdad aparezca esta luz y se manifieste esta Gracia de redención y de Salvación! ¿O no hay, acaso, lugares de sombra, angustia, tristeza, depresión, de sentir que la vida no tiene sentido, esos lugares que invaden nuestro interior y cargamos como un peso demasiado pesado para nuestros hombros? Ese es el lugar que queremos reconocer para permitir a Dios que impacte allí con su Gracia.
Muchas veces estamos parados frente a estos lugares de sombra y de muerte con temor y con soberbia. No permitimos que nadie entre; ni nosotros mismos nos atrevemos a entrar allí y preguntarnos: ¿qué nos pasa? Tal vez porque no estamos hechos para permanecer en la poquedad, sino que estamos llamados a una mayor grandeza, pero sólo en Dios. No se puede entrar a estos lugares sin una lámpara encendida. En realidad, aún en medio de tanta fragilidad, nuestro interior es una mina de oro escondida a nosotros, pero de la que Dios puede sacar maravillas.
Así entramos a este lugar poco habitado por nosotros, dejando que Dios haga de Dios, y buscando estar en paz a partir de estaposibilidad de explorar con Él no explorado. No se entra a estos lugares de cualquier manera, o se entran de la mano de Dios y su luz, o nos resultan inhabitables.
¿Qué es lo que nos impide superar esta barrera?: entre otras cosas, una imagen que tenemos de nosotros mismos que no siempre es la mas adecuada ni la que corresponde a la realidad. Solemos ser un tanto narcisistas y nos enamoramos de nosotros mismos y de lo que somos, aunque no sea siempre todo tan bueno. Romper con esta auto-imagen a partir de un encuentro sincero con nosotros mismos es los que nos va a abrir a esta actitud interior humilde, sencilla, simple, terreno indispensable para que se manifieste el Dios que se muestra allí a Simeón y a Ana, que María y José llevan en sus brazos. Será para nosotros también Gloria, alegría, gozo y paz.
Para la reflexión personal:
Padre Javier Soteras
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