La avaricia

viernes, 23 de mayo de 2008
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Jesús les dijo entonces una parábola: “Había un hombre rico, al que sus tierras le habían producido mucho, que se decía a sí mismo “¿qué voy a hacer?. No tengo donde guardar mi cosecha”. Después pensó: “Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes. Y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida.” Pero Dios le dijo:  “Insensato, esta misma noche te reclamarán tu alma. ¿Qué te quedará y qué será de lo que amontonaste?”. Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios”.

Lucas 12, 16 – 21

Los pecados capitales son aquellos que nos conducen hacia aquello lugares donde la vida se hace menos digna cuando nos apartamos de Dios, donde nos olvidamos de nosotros mismos y perdemos el control de todo lo creado.

La AVARICIA es la búsqueda desenfrenada de posesión de bienes materiales y espirituales; es querer aferrarnos y encontrar seguridad donde no la hay, terminando entonces en la idolatría del dinero y en la acumulación, como si con ello pudiéramos reemplazar al Dios vivo, que es el Único que nos da certeza y firmeza.

Es necesario aprender acerca de la avaricia para confrontar con nuestra vida y ver en qué medida nosotros también, ante la incertidumbre del futuro, buscamos acumular, aferrar, apegarnos a los bienes.

El afán por el tener es la raíz de todos los males. No se puede servir a Dios y al mismo tiempo al dinero.

San Jerónimo decía que en la avaricia anida la semilla del mal. Y el apóstol San Pablo la llama “servidumbre de ídolos”.

Busca en primer lugar el Reino de Dios, y todo lo demás vendrá por añadidura.

La avaricia brota en estos tiempos como consecuencia lógica del desarrollo sin fin, propio del pensamiento liberal, en que el hombre cree poder desarrollarse sin límites en lo relativo a la posesión de bienes. El horizonte es el desarrollo en sí mismo, entendido bajo el signo del valor económico, y el motor es el proceso de consumo. Ausente Dios en la sociedad en que vivimos, no siendo Él el fin último hacia donde caminamos sino el desarrollo sin límites, queda un gran vacío existencial que debe ser llenado con algo: con el consumismo. En la sociedad de consumo las personas se entienden a sí mismas y encuentran su identidad en la medida en que poseen bienes. Por lo cual tiene valor sólo el que tiene; y el que no tiene, no vale, no cuenta, está excluido, desplazado. La marginalidad, la orilla, la desposesión es establecida por este sistema, en el cual se es alguien en la medida en que se posee.

Esta lógica de posesión sin fin, sostenida por la liturgia, por el ritual del consumo, encuentra un templo simbólico en el que está este nuevo dios que ha construido la sociedad de consumo, y donde se alimenta el espíritu de la avaricia: el shopping. Incluso en algunos lugares del mundo se han entregado o vendido espacios religiosos dedicados al culto, para constituirse en shoppings o paseos de compras. Un ejemplo local: el Buen Pastor en la Ciudad de Córdoba.

En este sentido hay que abrir los ojos, porque es posible que, aunque no lo querramos, estemos siendo llevados de las narices a una nueva ligazón, una nueva religión: la del tener, donde yome doy razón de ser; y si no tengo y no puedo consumir, me siento fuera del sistema.

Hay un modo de convocatoria litúrgica a este lugar donde el dinero es dios y el objetivo final es es desarrollo sin fin: la publicidad, que invita a ir a este “templo” llamado shopping.

En todo esto, hay una lógica de avaricia: las personas tendemos a encontrar la estabilidad emocional en el poseer, que es lo que da placer. Y es ese espíritu hedonista el que determina el nuevo rostro de la plenitud. La plenitud está dada por el placer: si hay placer, la persona está bien; si no hay placer, la persona no está bien. Entonces, lo que se consume es en función a cuánto placer me genera o me produce eso. De hecho, toda la convocatoria litúrgica en torno al consumo, a través de la publicidad, intenta penetrar por aquellos lugares de vacío donde nosotros no nos encontramos a gusto, para invitarnos a ir a otros lugares donde vamos a hallar la solución a nuestras grandes crisis existenciales, nihilistas, sin contenido.

Si analizamos la publicidad, cualquiera sea, veremos que lo que se ofrece como atractivo para adquirir lo que se está vendiendo, es algo que viene a dar respuesta a nuestra necesidad. La publicidad trabaja sobre nuestras necesidades, las cuales están conectadas con nuestros hondos y profundos vacíos existenciales. Todo tiende a responder a la pregunta vital: ¿qué será de mi futuro? Esta pregunta surge en el hombre, peregrino en el mundo, cuando piensa en el mañana. Porque sobre el hoy se puede tener la certeza de que transcurre más o menos bien. Pero, ¿y el mañana? ¿Qué será?

Ésta es también la lógica que mueve al personaje del pasaje evangélico antes transcripto, que viene para hacernos un llamado de atención, a despertarnos de dónde hemos sido impulsados por el espíritu del mundo que nos dice “tranquilo, tenés asegurado tu futuro, has acumulado suficiente como para que estés tranquilo.” ¡Como si en las cosas pudiéramos encontrar la tranquilidad!

Si mi pensamiento es: “tengo mi casa, mi autito, mi trabajo… suficiente, ¿para qué más?, ¿para qué hacerme problema?”, debo también preguntarme: ¿dónde está puesta mi seguridad?

El Evangelio es muy claro en este sentido, cuando dice “allí donde está tu tesoro, está también tu corazón.” Si el tesoro, si el objeto y aspiración de mi vida es vivir tranquilo (“tengo mi casa, mi auto, mis hijos van al colegio, ya trabajé demasiado, tengo un buen pasar económico o al menos me alcanza para pucherear”), si en eso ponemos nuestra seguridad… eso es la muerte, dice Jesús, eso no es vida.

San Bernardo decía que la avaricia, que es este afán de poseer y creer encontrar en la posesión de un bien determinado al dios que viene a dar respuesta a nuestra razón de ser, es arrastrada sobre las ruedas de cuatro vicios que son: la pusilanimidad, la inhumanidad, el menosprecio de Dios y el olvido de la muerte. Y los caballos que tiran son: la tenacidad y el robo, ambas conducidas por el ansia del poseer. La avaricia es la única que no tolera varios conductores, le basta con uno, que está maravillosamente preparado y es infatigable para su trabajo; azuza a los caballos con dos vivísimos látigos: la pasión por adquirir y el miedo por la bancarrota.

¿Cómo se trabaja frente a este espíritu que nos invade de alguna forma a todos y toca un lugar frágil de nuestra vida: la necesidad de seguridad y el creer encontrarla en el poseer?

Justamente la cara contraria a la avaricia es vivir en el espíritu de pobreza que Jesús nos testimonia con su gran ejemplo. Hay dos tipos de pobreza: la causada (que es pecado) y la elegida, que es amor.

La idolatría, el afán de tener, la avaricia, causa la pobreza de muchos y tiene su raíz en el pecado de la falta de sensibilidad por la justicia y por el hermano que necesita. A veces, el pecado que atenta contra la posibilidad de todos de acceder a los bienes, es estructural. Entonces, la injusticia se establece generando conflictos a tal punto que es capaz de llegar a la revolución y al enfrentamiento entre pueblos, clases, grupos.

El amor, en cambio, nos lleva a compartir, a hacernos solidarios con las necesidades de los hermanos. El que se empobrece, se enriquece. Pedro se lo dice a Jesús: “Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Hemos dejado casa, padre, madre, hermanos, campos.” Y Jesús les dice: “Ustedes recibirán el ciento por uno en esta vida, y la vida eterna.”

¿Acaso no deseamos esto, al pretender una patria de hermanos? Buscar, justamente, una redistribución de la riqueza, a la vez que buscamos la construcción de un nuevo proyecto nacional. Que esto no sea sólo un discurso, sino que realmente cada uno ponga lo mejor para el bien de todos.

Tal vez la mayor autoridad para invitarnos a recorrer este camino de entrega, para ver cómo Dios lo multiplica en el ciento por uno, sea San Francisco de Asís, quien decía: “Donde hay pobreza con alegría no hay codicia ni avaricia.”

Pobreza con alegría implica descubrir que la gran riqueza del hombre es una sola: Dios, el tesoro. De esto habla la Palabra cuando dice: “el que lo ha encontrado es capaz de venderlo todo. Es como una perla preciosa que se halla escondida en un campo. El que la encuentra, vende el campo para quedarse con la perla.”

Francisco de Asís nos invita a descubrir la pobreza desde la alegría.

Dante Alighieri, en “La Divina Comedia” ubica al Emperador Constantino en el infierno y afirma: “¡Cuántos males causaste a la Iglesia, Constantino, no por tu conversión, sino porque de ti vino el primer papa que fue rico!”

La invitación que nos hace el espíritu de la pobreza es justamente a vivir con lo necesario. No vivir miserablemente, no es invitación a la miseria; es ordenar la vida según un proyecto y un fin que incluye también lo económico. No está mal tener bienes; hay que preguntarse ¿qué lugar ocupan los bienes que tengo, en mi proyecto de vida personal y familiar? Si hay algo de lo que tengo que no lo uso, no me pertenece. San Juan Bosco decía: “en tu ropero hay ropa que no es tuya, aunque la hayas comprado vos, o vos seas el destinatario del regalo que te hicieron. Pero hay ropa que no es tuya, porque no la usás”. ¿Cuánta ropa acumulamos y cuánta ropa verdaderamente usamos?

Molesta ver que algunas personas hacen gala de su lugar público en la sociedad, desplegando un vestuario que termina siendo una ostentación, una cachetada para un pueblo que se debate en cómo va a distribuir su riqueza.

En este momento la Argentina está viviendo una crisis institucional que no está determinada por una crisis económica como en anteriores oportunidades, sino por la abundancia.

La abundancia puede poner en crisis. Porque la crisis, que es oportunidad de crecimiento al producirse un quiebre con lo que fue y abrirse un tiempo nuevo, puede estar determinada también por lo que uno posee. Hay que pensar cómo uno va a utilizar y qué va a hacer con eso que posee. No se puede (a mi parecer) invitar a distribuir la riqueza a un sector social y desplegar un vestuario que es escandaloso; ni mostrar un rostro declamando la pobreza sin ponerse en un lugar más austero al hacer la invitación, para que ésta sea un poco más creíble.

La Iglesia misma tiene que analizar hacia adentro cómo administra la riqueza que tiene. Y no me estoy refiriendo a las del Vaticano, que han dejado de ser patrimonio exclusivo de la Iglesia, pasando a ser patrimonio de la Humanidad. La riqueza arquitectónica, monumental y pictórica del Vaticano pertenece a la Humanidad toda. Tal vez haya que pensar si en el Vaticano o en otras organizaciones eclesiales, los bienes económicos que poseemos están siendo utilizados al servicio de la evangelización.

No se habla de tener poco o tener mucho, sino que lo que se tenga se utilice para lo que debe ser utilizado.

Esta obra que nosotros compartimos lleva mucha inversión, pero aquí las cuentas al final resultan cero, entre lo que ingresa y lo que sale. No se guarda nada, porque cuando empecemos a acumular algo, vamos a empezar a tener problemas. Si alguna vez nosotros tenemos un superávit en lo económico, por el generoso aporte de la gente, eso será para pensar en un nuevo proyecto que todavía no ha llegado. En este sentido, es muy interesante la perspectiva que tiene el Presidente de la Familia Mundial de Radio María: al final del ejercicio económico del año que pasó, en el Consejo Directivo (del cual formo parte), dio un superávit y él dijo: “Yo estoy preocupado porque esto está aquí y no está en otro lado.” Y apareció entonces el proyecto de Radio María Holanda, que suponía una inversión muy fuerte y que dejó las arcas de la Radio María Mundial en cero. Entonces él dijo: “Ahora sí estoy tranquilo.”

Ésta es la lógica del Evangelio, y en la medida en que nosotros damos generosamente, Dios nos devuelve en el ciento por uno. De esto somos testigos aquí, y vos también, hermano que aportás, que has dado de lo tuyo en la pobreza en muchos casos. Recuerdo a finales del año pasado, cuando buscábamos sumar el aporte que necesitábamos para iniciar la instalación de las nuevas emisoras, llegaron dos aportes: una persona donó diez mil dólares y al mismo momento que nos llegaba esa noticia, abajo, en el ingreso a la Radio, recibíamos un envío de una persona desde un pueblito de Salta: envuelto en papel de diario, una alcancía de plástico que tenía todas las moneditas que había juntado para Radio María. ¿Qué vale más? Las dos cosas. De lo primero yo soy testigo que la persona que lo dio, lo dio de corazón. De la segunda, a todos nos salta a la vista que hizo lo mismo. ¿Qué valor tiene uno y otro? La entrega del corazón con que se hizo. ¿Qué recibe uno y otro? No tengo dudas que el ciento por uno.

Es la lógica que no corresponde a la economía en la que acumular bienes pareciera ser lo que le da seguridad al hombre. Y en realidad, como dice Martín Descalzo, lo único que esto trae es un gran bostezo existencial y un gran aburrimiento, por no saber qué hacer cuando todo está puesto en su lugar. Y estamos bajo ese equilibrio del que habla el sicoanálisis de Sigmund Freud, donde la conflictividad se compensa, se alcanza la homeostasis, que es el equilibrio de los contrarios. Eso es aburrido: tenemos todo pero estamos hartos, por no tener nada en el fondo de nosotros mismos.

Sólo Dios es quien puede poner las cosas en su lugar.

El espíritu de la avaricia hace creer que el dinero puede ocupar el lugar que sólo Dios puede ocupar.