Las estrellas: símbolo del pueblo de Dios

martes, 10 de diciembre de 2013
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La gloria de las estrellas es la hermosura del cielo,
un adorno luminoso en las alturas del Señor:

por la palabra del Santo
se mantienen en orden
y no abandonan sus puestos de guardia.


(Eclesiástico 43,9-10)

 

¡Aleluya!

¡Alabad a Yavé desde los cielos,

alabadle en las alturas,

alabadle, ángeles suyos todos,

todas sus huestes, alabadle!

 

¡Alabadle, sol y luna,

alabadle todas las estrellas de luz,

alabadle, cielos de los cielos,

y aguas que estáis encima de los cielos!

(Salmo 148)

 

 

El hombre del antiguo oriente era sensible a la presencia de los astros. Sus ciclos regulares le permitían medir el tiempo y establecer su calenda­rio. Ese interés que tenían por los astros los llevaba a observarlos metódi­camente. Egipcios y mesopotámicos eran reconocidos por sus conoci­mientos astronómicos.

 

Los astros luminosos se les aparecían como la manifestación de poderes sobrenaturales que dominaban a la humanidad y determinaban su destino. A esas potencias el hombre rendía culto para asegurarse su favor.

 

La divinización de los astros, muy corriente en el antigo oriente próximo, siempre representó un peligro para la fe monoteísta. Por eso la Biblia señala constantemente que los astros fueron creados por Dios al servicio del hombre, sin capacidad para regir su destino, ya que Dios ha dado al ser humano el libre albedrío.

 

14 Dios dijo: “Que haya astros en el firmamento del cielo para distinguir el día de la noche; que ellos señalen las fiestas, los días y los años, 15 y que estén como lámparas en el firmamento del cielo para iluminar la tierra”. Y así sucedió. 16 Dios hizo los dos grandes astros –el astro mayor para presidir el día y el menor para presidir la noche– y también hizo las estrellas. 17 Y los puso en el firmamento del cielo para iluminar la tierra, 18 para presidir el día y la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y Dios vio que esto era bueno. 19 Así hubo una tarde y una mañana: este fue el cuarto día. (Gén 1,14-19)

 

 

Las estrellas, símbolo del pueblo de Dios

 

Las innumerables estrellas en el cielo se convierten en símbolo de la futura descendencia de Abram:

 

1 Después de estos acontecimientos, la palabra del Señor llegó a Abrám en una visión, en estos términos:

1“No temas, Abrám. Yo soy para ti un escudo. Tu recompensa será muy grande”.

2 “Señor, respondió Abrám, ¿para qué me darás algo, si yo sigo sin tener hijos, y el heredero de mi casa será Eliezer de Damasco?”. 3 Después añadió: “Tú no me has dado un descendiente, y un servidor de mi casa será mi heredero”. 4 Entonces el Señor le dirigió esta palabra: “No, ese no será tu heredero; tu heredero será alguien que nacerá de ti”. 5 Luego lo llevó afuera y continuó diciéndole: “Mira hacia el cielo y, si puedes, cuenta las estrellas”. Y añadió: “Así será tu descendencia”. (Gén 15,1-5)

 

 

 

Con el resplandor de la estrellas brillarán los justos en la resurrección:

 

En aquel tiempo,

1 será liberado tu pueblo:

1 todo el que se encuentre inscrito en el Libro.

2 Y muchos de los que duermen en el suelo polvoriento

2 se despertarán, unos para la vida eterna,

2 y otros para la ignominia, para el horror eterno.

3 Los hombres prudentes resplandecerán

3 como el resplandor del firmamento,

3 y los que hayan enseñado a muchos la justicia

3 brillarán como las estrellas, por los siglos de los siglos. (Daniel 12,1-3)

 

 

 

Y se abrió el Santuario de Dios en el cielo, y apareció el Arca de su Alianza en el Santuario, y se produjeron  relámpagos, y fragor, y truenos, y temblor de tierra y fuerte granizada.

Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza. Está embarazada, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz. (Ap 11,19-12,2)

 

El Apocalipsis presenta como “señal” a la mujer vestida de sol con la luna a sus pies. Ella está coronada con doce estrellas. Siempre el número 12 hace referencia a todo el pueblo de Dios reunido, donde se congregan las 12 tribus y los 12 apóstoles. Particularmente, en uno de los sueños de José, éste ve a sus hermanos, jefes de tribus, como estrellas:  Resulta que el sol, la luna y once estrellas se inclinaban ante mí (Gén 37,9).

Esta mujer puede representar a la comunidad mesiánica, la “hija de Sión” que sufre los dolores de parto hasta el alumbramiento del Mesías. También podemos ver en ella a María, la mujer que pasó en esta tierra el combate contra el dragón y nos anticipa el triunfo escatológico.

 

 

 

El significado de los Magos y la estrella

(Raymond Brown, Un Cristo adulto en Navidad, Ed. San Pablo)

 

La estrella como señal del Mesías Rey aparece en la profecía en la cual el profeta Balaam, obligado por un rey enemigo a maldecir a Israel, en lugar de hacer esto, lo bendice:

 

¡Qué hermosas son tus tiendas, Jacob,

y tus moradas, Israel!

Como valles espaciosos,

como jardines a la vera del río,

como áloes que plantó Yavé,

como cedros a la orilla de las aguas.

Sale un héroe de su descendencia

domina sobre pueblos numerosos.

Se alza un rey por encima de Agag,

se ensalza su reinado.

Lo veo, aunque no para ahora,

lo diviso, pero no de cerca:

de Jacob avanza una estrella,

un cetro surge de Israel. (Núm 24, vv.6-7.17)

 

1 Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén 2 y preguntaron: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo». 3 Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. 4 Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. 5 «En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta:

6 Y tú, Belén, tierra de Judá,

6 ciertamente no eres la menor

6 entre las principales ciudades de Judá,

6 porque de ti surgirá un jefe

6 que será el Pastor de mi pueblo, Israel».

7 Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, 8 los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje». 9 Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. 10 Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, 11 y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. 12 Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino. (Mt 2,1-12)

 

 

 

Dios se reveló a los paganos a través de la naturaleza (cf. Rom 1,19-20; 2,14-15), y así en el evangelio los Magos reciben una revelación mediante la astrología: la estrella del nacimiento vinculada al rey de los judíos les trae la buena noticia de la salvación. Esta es una revelación imperfecta: porque aunque los informa del nacimiento, no  les dice dónde pueden hallar al rey de los judíos. El secreto último de su paradero está depositado en la revelación especial de Dios a Israel, en la Escrituras. Los paganos iban a adorar (cf. Is 49,23; 60,6; Sal 72, 10-15); pero debían aprender de los judíos la historia de la salvación.

 

Dios se nos ha hecho presente en la ida de un hombre que caminó en esta tierra; tan presente, que ese hombre es su propio Hijo. Esta revelación resulta ofensiva  y contradictoria para algunos, pero es salvación para quienes tienen ojos para ber. De estos últimos, los magos son realmente los adelantados, la anticipación de todos aquellos que vendrían a adorar el Jesús resucitado proclamado por los apóstoles. El Libro de los Números 24,17 presentó a Balaam como uno del Oriente que podía decir “Lo veo, pero no ahora”, dado que la estrella no se elevaría de Jacob hasta el tiempo de David. Así, los magos del evangelio de Mateo, al ver elevarse la estrella del Rey de los Judíos, ven (pero no ahora) a aquel cuyo reinado no sería visible históricamente sino hasta que hubiera sido colgado en la cruz bajo el título El Rey de los Judíos y que no sería comunicable hasta que hubiera sido elevado a la derecha de Dios mediante la resurrección.