Historias

lunes, 15 de septiembre de 2008
image_pdfimage_print
[Slideshow "historias-slider" no encontrado]

 
  Pero… ¿Cómo pudo decirte eso? Tere, mi compañera de oficina, sabía que lo que me había comentado ácidamente Sara, nuestra colega del piso de abajo, no era verdad. Yo estaba dolido y Tere, indignada. Según Sara, yo había favorecido a otra persona –y no a ella– para que ocupara un cargo superior en la empresa. Desde hacía mucho tiempo estaba ilusionada con ese ascenso. No sé por qué razón me atribuía la culpa de una decisión en la que, en realidad, yo no tenía nada que ver. “Pero cómo puede hacerte esto. ¿Eso sería ser una amiga?” decía Tere, dispuesta a tomar represalias con tal de defenderse.
“Así no llegaremos a ningún lado –le respondí–. Mejor va a ser tratarla como siempre. El ser humano es un misterio. Quién sabe qué le está pasando interiormente y por qué reaccionó así. ¿Me ayudás?”
Y lo hizo. En las semanas y meses siguientes nuestro trato hacia ella fue igual al que habíamos tenido previo al incidente. La respuesta, en cambio, fue de total frialdad hacia mi persona. Hubo más hechos que me dolieron, pero estaba convencido de que aunque Sara estuviera entendiendo la situación de modo equivocado, le había provocado un profundo dolor. Y de alguna manera, la comprendía. Por lo tanto, traté de mirarla como la persona que había conocido, alguien a quien apreciaba por sus muchas cualidades, sin dar peso al resto.
Un día, al enterarse por casualidad de la situación, nuestro jefe le aclaró a Sara cómo se habían dado las cosas. Era fin de año, y antes de irme de vacaciones le llevé un regalito. Entre lágrimas, Sara me entregó una tarjeta en la que había escrito: “Un nuevo año… y la oportunidad para recomenzar”.

Mariano L. (Santa Fe)
 
 


 
   “Debemos morir por nuestra gente”   
 
  Una mujer que trabaja con ahínco en lo social, ofrece esperanzas y no se deja vencer por las dificultades. Diálogo con Silvia Balduzzi.  
 
  Silvia Balduzzi transmite dulzura y fuerza a la vez. Uno la diría capaz de volver a comenzar siempre, tanta es su decisión en lo que emprende y el empeño por no claudicar. La risa es contagiosa; la mirada, inteligente, a veces severa y por momentos cómplice; la voz, grave. Viste de verde y lleva unos aritos de perlas. Maestra de grado con experiencia en ambientes muy humildes del Gran Buenos Aires, después de su formación en el Centro del Movimiento de los Focolares en Florencia, Italia, colaboró con actividades musicales en varios países y finalmente transcurrió cuatro años en México, donde trabajó en el campo social. Hoy es responsable del focolar de la calle Blanco Encalada, en el porteño barrio de Belgrano, y desde 1991 ejerce la dirección de la Casa del Niño en Florencio Varela, iniciativa surgida en el ámbito del Movimiento de Schoenstatt.
“Desde chica me gustaron muchas cosas, pero sobre todo la docencia, el atletismo, la guitarra… Y ayudar a los que están en la pobreza”, dice. Reconoce que siempre fue reservada, pero nunca tímida: “Poco a poco fui aprendiendo a estar más fuera de mí, a compartir con los otros todo lo que puedo tener de positivo”, explica con tono convincente y de calma seguridad.
Y se ilumina aún más cuando recuerda su paso por la nación azteca: “Me encantó México, la calidez de la gente, tan afectuosa; cuando me propusieron re