La Santa Indiferencia (II Parte)

jueves, 30 de julio de 2009
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    Indiferencia es una palabra a la que en general le damos un significado peyorativo: suena hoy a desprecio
nos da un mensaje como negativo. Indiferencia suele ser algo criticable. ¿A qué clase de indiferencia se refiere entonces San Ignacio de Loyola, que introduce este concepto de ‘santa indiferencia’ en sus ejercicios espirituales?

    Para San Ignacio “indiferencia” es “disponibilidad”, o “abandono” –no en el sentido de pereza o dejadez, sino el abandono en manos de Dios-. Es decir, es un desapego de nuestro propio ‘querer’, para ‘querer lo que quiere Dios’. Indiferencia es la disponibilidad para conocer la voluntad de Dios y seguirla. Nadie “es” indiferente, sino que debemos “hacernos” indiferentes.
    La regla ignaciana dice “el hombre ha de usar de las cosas cuanto le ayudan y tanto debe quitarse de las cosas cuanto le impidan para el fin para el cual ha sido creado”. ¿Qué significan ‘las cosas’ para San Ignacio? No son solo las cosas materiales sino también las personas, las instituciones, y también los pensamientos, sentimientos, los movimientos espirituales interiores. Es necesario hacernos indiferentes, disponibles a todas las cosas creadas de tal manera que no queramos de nuestra parte, en lo que de nosotros depende, más riqueza que pobreza, honor que deshonor, etc. Siempre uno elige o discierne entre dos cosas. Y la disponibilidad no significa sentir inclinación hacia un lado, no es la apatía. Naturalmente nos inclinamos hacia la salud. Nadie se inclina hacia la pobreza si no es por una opción, nadie se inclina naturalmente al deshonor, sino aunque más no sea al respeto. Hacerse indiferente es ‘ponerse al medio’ e inclinarse para el lado que Dios disponga: si Dios lo quiere –y solo si Dios lo quiere- (porque hay gente que supone que Dios siempre quiere cosas feas, dolorosas), lo acepto sea doloroso o lo contrario. Hay también gente que cree que si está dispuesta a todo, Dios siempre le va a pedir lo peor, le tienen por eso miedo a la voluntad de Dios. No se abandona a Dios porque tiene la imagen de un Dios que siempre está pidiendo cosas difíciles, y esto es un error. A veces la voluntad de Dios puede coincidir con nuestras inclinaciones o deseos. Muchas veces Dios pide menos de lo que imaginamos nos va a pedir, pero tenemos que estar dispuestos a más. Y es esto lo que a veces nos cuesta. Por lo tanto no se trata de contrariar porque sí nuestras inclinaciones prefiriendo lo que nos repugna, porque esto también sería malo: ni tampoco negando lo que nos gusta sino solo en el caso de que sea voluntad de Dios y la reconozcamos claramente como tal.
    La oración de Jesús en el huerto antes de la pasión es un claro ejemplo: Jesús expresa al Padre lo que siente y desea (“aparta de mí este cáliz”, es decir, “quitame este sufrimiento”), pero agrega “que no se haga mi voluntad sino la tuya. Expresar el sentimiento, el deseo, no tiene nada de malo, yo diría hasta que es esencial expresarle a Dios en la oración lo que sentimos y deseamos. Pero luego ir como Jesús hacia esa segunda parte, que es el ‘abandono a su voluntad’.

    Lo ideal es que lo que hagamos, además coincida con nuestro gusto. Hay gente que dice “yo hago esto, pero no tiene virtud porque es lo que me gusta hacer”. No es así: cuando lo que hago coincide con mi gusto, se plenifica. El gusto no le quita virtud a mi elecci&oacute