Si tu ojo es simple

sábado, 2 de agosto de 2008
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Si tu ojo es simple

 

La lámpara del cuerpo es tu ojo. Cuando tu ojo está sano, todo tu cuerpo está iluminado(Lucas 11,34)

 

 

 En todos los prójimos que encuentras durante el día –de la mañana a la noche–, trata de ver a Jesús.

 

Si tu ojo es simple, quien mira a través de él es Dios. Y Dios es Amor, y el amor quiere unir conquistando. ¡Cuántos –equivocándose– miran a las criaturas y a las cosas para poseerlas! Y su mirada es egoísmo o envidia o, de cualquier modo, pecado. O miran dentro de sí mismos para poseerse, para poseer su alma, y su mirada está apagada, porque está aburrida o turbada.

 

El alma, a imagen de Dios, es amor; y el amor replegado sobre sí mismo es como la llama que, si no es alimentada, se apaga. Mira fuera de ti: no a ti, no a las cosas, no a las criaturas: mira al Dios fuera de ti para unirte con Él. Él está en el fondo de toda alma que vive, y, si el alma está muerta, es el sagrario de un Dios que espera, para alegría y expresión de la propia existencia. Mira, entonces, a cada hermano amando, y amar es donar.

 

Pero un don reclama otro don y serás, a tu vez, amado. Así, el amor es amar y ser amado: como en la Trinidad. Y Dios en ti arrebatará los corazones, y encenderá la Trinidad que quizá descansa en ellos, por la gracia, pero está apagada.

 

No enciendes la luz en un ambiente –aunque haya corriente eléctrica– hasta que no provocas el contacto de los polos. Así es la vida de Dios en nosotros: se pone en circulación para irradiarla más allá, para que testimonie, a su vez, Cristo: quien liga Cielo y tierra, hermano y hermano.

 

Mira por lo tanto a cada hermano donándote a él para donarte a Jesús, y Jesús se donará a ti. Es ley de amor: “Den, y se les dará” (Lc 6,38).

 

Déjate poseer por él –por amor a Jesús–, déjate “comer” por él –como otra Eucaristía–; pon todo a su servicio, que es servicio de Dios, y el hermano vendrá a ti y te amará. Y en el amor fraterno está el cumplimiento de todo deseo de Dios, que es mandato: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros.” (Jn 13, 34).

 

El amor es un Fuego que compenetra los corazones en fusión perfecta. Entonces reencontrarás en ti no más a ti mismo, no más al hermano, reencontrarás el Amor que es Dios viviente en ti. Y el Amor saldrá a amar a otros hermanos porque, simplificado el ojo, se reencontrará a sí mismo en los demás y todos serán uno. Y alrededor de ti crecerá la Comunidad: como alrededor de Jesús: doce, setenta y dos, miles…

 

Es el Evangelio que al fascinar –Luz en amor– arrebata y entusiasma.

 

Después, tal vez morirás sobre una cruz para no ser más que el Maestro, pero morirás por quien te crucifique, y así el amor tendrá la última victoria. Su linfa –esparcida en los corazones– no morirá. Fructificará, fecundando, alegría y paz y Paraíso abierto. Y la gloria de Dios crecerá. Pero tú debes ser aquí el Amor perfecto.

 

 

 

 

Chiara Lubich