Desde muy antiguo los seres humanos hemos perseguido la felicidad como un bien a alcanzar por medio del bienestar, del éxito, de la salud, del amor y muchos otros logros que consideramos buenos.
Pero muchas veces hemos olvidado el valor de encontrar nuestra propia identidad sin la cual no podemos alcanzar nuestra felicidad ni realizar las huellas, que sólo cada uno en su originalidad irrepetible puede realizar en la ruta de la humanidad.
La felicidad no depende básicamente del dinero que tengamos, ni de la salud que gocemos, ni de vivir en un clima soleado.
Tiene más efecto sobre el ser más o menos feliz: casarse y formar una familia, vivir en una democracia sana, forjar un entramado social rico en vinculaciones, vivir la espiritualidad y trascendencia de la religión, el efecto de la herencia genética y la relación con el trabajo como vocación y no como simple empleo.
Son muchas las experiencias que nos pueden ayudar a ser más felices: saber perdonar, dar gracias por lo vivido, saborear la vida, experimentar el estado de fluidez y vivir el amor en plenitud.