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08/09/2014 –
Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.
Mientras pensaba en esto, el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados”.
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: “Dios con nosotros”.
Mt 1, 8-23
“Es su amor materno la que le permite tener tantos rostros como hijos, tantos modos como culturas a las que pertenecemos” @Pjaviersoteras — Radio María Arg (@RadioMariaArg) septiembre 8, 2014
“Es su amor materno la que le permite tener tantos rostros como hijos, tantos modos como culturas a las que pertenecemos” @Pjaviersoteras
— Radio María Arg (@RadioMariaArg) septiembre 8, 2014
Si hay un rasgo que caracteriza el corazón mariano es el silencio, un elocuente silencio que de hecho la Palabra se apropia de ella y se hace carne. Además ese silencio se hace gozo y canto ante la visita del ángel. Así uno se la imagina a María en aquella mañana en que recibe María el gran anuncio. Silencio, y escucha atenta espectante….
La mujer del silencio es la mujer del discernimiento, que van de la mano: escuchar e interpretar lo que acontece al readedor suyo. Supone una gran capacidad de entrar en sintonía con las señales que Dios va dejando. María, la mujer del silencio, ciertamente apredió esto en su infancia. La tradición indica que Joaquín y Ana fueron sus padres y seguramente en aquel matrimonio, el silencio orante y la oración a la escucha del querer de Dios era un rasgo predominante. “Escucha Israel” es el mandato de Dios a ese pueblo. De ahí nace este silencio espectante al decir de Dios.
“María es sensible a la voz de Dios con capacidad expansiva, de comunicación y de servicio” @Pjaviersoteras — Radio María Arg (@RadioMariaArg) septiembre 8, 2014
El de María no es el silencio de la interioridad que aisla o clausura, sino que la interioridad de María se vuelve expansiva. De hecho la alegría Mariana es un rasgo que se manifiesta en el momento en que el ángel le dice “Alégrate María” que la acompañará a lo largo de toda su vida. María es sensible a la voz de Dios con capacidad expansiva, de comunicación y de servicio. María no es la mujer del silencio que hace cosas tan diferentes al resto que se “corta sola”, lo suyo es el silencio en medio de la actividad y del servicio. Seguramente el servicio también forma parte del corazón de María desde que es niña.
La alegría de María va más allá del dolor, que también forma parte de su identidad. El dolor del desconcierto frente ala nuncio del ángel acompañado de la alegría; el dolor de la cruz viendo morir a su hijo en la cruz, hecho esperanza, que recibe junto al último suspiro de su Hijo la maternidad de la humanidad… María, la mujer de la pascua, donde el dolor se hace alegría, esperanza y redención.
María sale presurosa a visitar a su prima Isabel. Desde nuestro modo cultural, nosotros nos la imaginamos con el equipo de mate colgando, como signo de esa buena predisposición para compartir. En su espíritu cercano y abierto al servicio, superando los límites propios de lo que está pasando. Ella es joven, está embarazada, encima ese embarazo viene por parte del Espíritu Santo, lo que supone una gran movilización interior y exterior. ¿Qué piensan los demás de su embarazo? ¿cómo sería la cosa? Y a pesar de estas condiciones que la limitan, ella rompe, y sale al servicio.
La imagen de la Virgen Gaucha, es típica expresión de lo que hay en el corazón de María. Éstos rasgos no son improvisados sino que se trabajan. Seguramente de sus padres habrá mamado el servicio, como esa capacidad de entregarse a los demás, más allá de sus propios limites. María transgrede y va más allá por la fuerza de amor que la hace vincularse a los otros y desde allí construir su identidad. Ella es en función del servicio. “El Señor ha mirada la humildad de su servidora” cantará María en el Magníficat. El servicio es algo que la identifica y le da identidad.
María es morena y a la vez rubia, de ojos azules y oscuros… El amor nos ofrece la capacidad de hacernos semejantes a las personas amadas. El amor nos hace salir de nosotros mismos y nos permite, sin perder nuestros rasgos propios, hacernos parecidos a los que amamos. Esto viene del amor. Así María es la de Fátima y la de Lourdes, habla en francés y en español… Esta capacidad de estar a la altura de las circunstancias y de las culturas, nace de un amor inmenso. El amor la hace semejante a cada uno de nosotros, y la hace madre nuestra. Es su amor materno la que le permite tener tantos rostros como hijos, tantos modos como culturas a las que pertenecen sus hijos.
La delicadeza mariana es uno de los rasgos que también la acompañan. María es una mujer discreta, aparentemente no está pero a la vez sí. Cuando recibe el anuncio del ángel no hace a publicarlo a los 4 vientos, ni si quiera cuando Jesús predica ella aparece como madre orgullosa de la proeza de su Hijo.
Ella acompaña desde el silencio a su hijo en su misión y sosteniendo a los discípulos tras la resurrección. Ella llega en el silencio y en la discreción y a la vez cuando interviene es contundente: “Hagan todo lo que Él les diga” les dirá a los servidores de las bodas de Caná. Esto se aprende. El gran acontecimiento mariano que después se hace presente en la vida de Jesús, conforme a la misión que Dios le confía, ha sido educado por ella.
Así comenzó todo: cuando el ángel le anuncia ella se pone en camino; luego la peregrinación a Belén por el censo; luego la peregrinación a Egipto… María y José son viajeros. Así nosotros cuando nos ponemos en camino a Peregrinación… es un revivir esa marcha suya. María, la mujer peregrina, se alimenta en el cansancio de la marcha en la búsqueda de sus hijos y llevándonos en la marcha a donde su hijo nos espera. Las peregrinaciones que hizo de niña la acompañarán a lo largo de toda su vida.
Seguramente María ya peregrinaba junto a sus padres al Templo de Jerusalén, lo mismo que hará después junto a José y Jesús. María, la mujer peregrina que nos visita a cada uno de nosotros como templo de Dios y de la mano nos lleva al encuentro definitivo con Dios.
Ella aparece dando la vida a Jesús, envolviéndolo en pañales, acariciándolo, cantándole y haciéndolo dormir. Ella misma recibirá el cadáver de su hijo cuando lo bajen de la cruz. Así también cuida, acaricia y nos ayuda a crecer a cada uno de nosotros, sus hijos.
De ahí esto que se dice de ella, María como la luna, que no tiene luz propia sino que su luz le viene del sol, su hijo. Ella nos ofrece la luminosidad para la noche del camino.
Padre Javier Soteras
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