20/11/2014 – Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita.» Entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían, diciéndoles: «Está escrito: Mi Casa será Casa de oración. ¡Pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos!»
Lc 19, 41-46
La escena nos muestra un Jesús triste y apenado con un “ay” en el corazón. Así como están las bienaventuranzas están los “ayes” de Jesús, que expresan el tremendo dolor y angustia que llama a la conversión. Han hecho del templo un lugar comercio, de compra y venta. Jesús en el pasaje paralelo dirá que se destruya este Templo y que Él lo reconstruirá, aunque el evangelista aclara que se trata de su propio cuerpo. San Pablo dice que en realidad el templo de Dios somos nosotros mismos.
Es un gran dolor para Dios lo que hemos hecho con nuestras vidas, cuando todo se comercia en torno a nuestro cuerpo y nuestros vínculos. Es una advertencia y a Dios le duele porque allí, en nuestro corazón, no tiene lugar. Hay que limpiar el territorio de la globalización en donde ha quedado reducido sólo a la compra y venta como si todo pudiera ser comercializado. Necesariamente tiene que haber algo distinto que nos de un aire más puro donde respirar. De hecho hoy en los fines de semana los grandes templos donde la gente se reúne son los Shoppings. Y en su estructura, su forma, y demas, ocupan los lugares centrales de la ciudad donde antes eran templos; y hasta algunos lugares que eran religiosos luego se tranforman en lugares de comercio. Triste realidad de haberle dado tanto valor al dinero que hasta lo más preciado ha quedado valuado con este símbolo.
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