12/12/2014 – En el espacio de “Palabras de vida” de Entre Nosotros, el Padre Ángel Rossi nos invitó a reflexionar al comenzar la 3º semana de Adviento.
Así como las lecturas nos dicen en este tiempo “preparen los caminos”, uno de los caminos que hay que preparar es el del corazón, hay que irlo haciendo niño. Uno vive la Navidad teniendo la pureza de los niños o con la humildad de los que se atreven a inclinarse ante Dios que es el caso nuestro porque ya no nos da el cuero para la pureza de niños, entonces nos queda el otro camino. Experimentándonos pecadores, teniendo la humildad de inclinarnos ante de Dios, de agachar el “espinazo” de nuestro orgullo, de agachar la cabeza de nuestras seudoimportancia y hacernos niños.
Decía un autor que si hubiera que ponerle un carte al Pesebre o a la Navidad sería “Prohibido para mayores”, “Prohibido para los hombres o mujeres con alma envejecido”. Hay que ir recuperando y fortaleciendo el niño que quizás en nuestro corazón se ha envejecido.
Cuando veamos los niños en este tiempo, seguramente en torno al pesebre, nos preguntemos ¿por qué yo ya no tengo esa puereza o ingenuidad? ¿qué me quedó a mí de la fe luminosa que un día tuve cuando fui niño? Y así despoués de reconocernos frágiles y pecadores, después de comprobar que hemos perdido quizás lo más grande que Dios nos había regalado, podamos acercanor a Belén ya no como niños pero aunque sea avergonzados de nuestras “adulteces”. Sólo así, agachando la cabeza, podremos cruzar ese umbral, esa puerta reservada para la niñez. Aquella ante la cual rezaba Unamuno:
Agranda la puerta… Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar. La hiciste para los niños, yo he crecido, a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta, achícame, por piedad; vuélveme a la edad aquella en que vivir es soñar.
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