“Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo.” (Jn. 16,33)
El que ama sabe que tendrá que sufrir. No porque encuentre gusto en el sufrir, sino porque encuentra gusto en el amar. Por eso, aun sufriendo, no pierde la paz.
La paz para el que ama, puede darse aun en medio del sufrimiento pues está edificada sobre el cimiento de una certeza inconmovible: ‘que la victoria, la tiene el que ama’.
Él sabe que lo único que puede justificar, sostener y aliviar su sufrimiento, es el amor. No existe argumento, estructura, o medicina que lo pueda suplir.
La historia no avanza a base de sufrimientos engendrados por odios y rencores. Avanza, a partir de lo que el amor es capaz de construir, al costo, de su propio sufrimiento.
Sobre esta certeza se construye la justicia y, a partir de ella, se construye la paz. La justicia no se desanima ni se cruza de brazos. Se pone codo a codo a trabajar. Lo hace en la seguridad de que vale la pena; en la serenidad del que tiene ganada la batalla final (aun cuando parezca lo contrario).
En la Eucaristía, la paz queda expuesta como fruto del “triunfo final” del amor de Dios que (mientras tanto) llama a trabajar en el amor y la justicia.
En la Eucaristía, el sufrimiento amoroso de Cristo llama a encontrar la paz, en la victoriosa certeza del amor del Padre por todos sus hijos.
Javier Albisu
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