Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»
Jn 15, 1-8
Después de haber escuchado esta palabra es bueno preguntarnos si somos constructores de la unidad. En ese marco de última cena donde Jesús presenta a sus apóstoles su testamento, este mandato de unidad entra dentro de su pedido. La unión que Cristo espera de nosotros, sus discípulos, es a imagen del amor entre el Padre y el hijo. Dios es amor y solo podemos ser testigos suyos si vivimos unidos del verdadero amor que es el que viene de Él. Nuestra unión no puede consistir en meros acuerdos verbales, ni se impone la unidad. San Agustín tradujo muy bien este mandato del Señor cuando escribió “En lo necesario debe haber unidad, en lo dudoso libertad y en todo caridad”. Quienes hemos recibido la Palabra de Dios creemos en que la verdadera unidad viene del amor de Dios, por eso se lo pedimos.
Jesús suplica al Padre “los que crean en mí sean uno como el Padre y yo somos uno”. Es el deseo ardiente de Jesús. La fraternidad de los creyentes no solo es buena en sí misma, sino que es evangelio para los no creyentes. No puedo decir que amo a Dios a quien no veo y no amar a mis hermanos a quienes veo.
¿Cuáles son los motivos de las divisiones? De las más variadas, y a veces, por cosas insignificantes. Por celos, por broncas, porque no se hace lo que yo digo… Cualquier actitud si no la vivimos desde el amor, puede ser sembradora de desunión.
El trabajo por la unidad supone un esfuerzo constante. Jesús no ruega solo por sus discípulos sino por todos los que creerán gracias a ellos. Todos los creyentes están en su plegaria. Oró también por nosotros, y por ende también somos depositarios de su mandato de unidad. En esta oración se destaca una súplica: “que sean uno”. Para eso nos ha comunicado su gloria. Eso significa que la unidad de los creyentes sólo se explica por la acción de Dios. Por eso cuando en la comunidad reina la unidad hay presencia de Dios Trinitario, que personas diferentes se hacen una.
A esta unidad se le atribuye un efecto sobrenatural. La comunidad unida es el mejor signo para el mundo, una fuerza de atracción que invita a ingresar a esa unidad suya. Por el contrario, cuando hay desunión, es el mejor argumento para aquellos que no creen.
La división es trabajo del maligno, el padre de la mentira, que siembra entre nosotros esas maneras en que uno se encierra en sí mismo generando egoísmos y obstaculizando este modo creíble de transmitir a Jesús que es la unidad. En cambio, la unidad en el pluralismo es obra del Espíritu Santo. “Cuando el Señor ruega al Padre ‘que sean uno como nosotros somos uno’, abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrena a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia identidad si no es en la entrega de sí mismo a los demás” dice el documento del Concilio Gaudium et spes.
Padre Daniel Cavallo
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