Estrategia de eternidad

lunes, 30 de marzo de 2009
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Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y lino finísimo, y cada día hacía espléndidos banquetes.  A su puerta, cubierto de llagas, yacía un hombre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico y hasta los perros iban a lamer sus llagas.  El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.  El rico también murió y fue sepultado.  En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán y a Lázaro junto a él.  Entonces exclamó:  “Padre Abrahán ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en la lengua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan”.  “Hijo mío”, respondió Abrahán, “recuerda que has recibido tus bienes en vida, Lázaro en cambio recibió males. Ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieran pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo. Y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí”. El rico contestó:  “Te ruego entonces padre que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, que él prevenga.  No sea que ellos también caigan en este lugar de tormento”.  Abrahán respondió:  “Tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen”.  “No padre Abrahán”, insistió el rico, “si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán”.  Abrahán respondió:  “Si no escuchan a Moisés y los profetas, aunque resucite algunos de entre los muertos, tampoco se convencerán.”

Lucas 16, 19 – 31

Una enseñanza en torno a la riqueza:

En realidad, delante de nosotros tenemos una enseñanza parabólica. Es decir, construida por Jesús a base de comparaciones, que trae un trasfondo de orientación en la lectura, en este caso en tres cuadros. La situación de ambos en la vida del rico y su banquete, la situación del pobre y su miseria. El cambio de escena, después de la muerte, uno va al seno de Abrahán, Lázaro; y el otro ve consumirse su vida entre llamas de fuego que lo atormentan. Al final hay un diálogo de Epulón, se le llama a este rico, y Abrahán.

En los dos primeros cuadros aparecen contrastes e inversión de situaciones: felicidad de uno, desgracia del otro. En el tercer cuadro está en realidad, la enseñanza de la parábola.

Y la enseñanza tiene que ver con el tema de la riqueza. Por ahí hay que centrar la mirada para no perdernos en los ricos detalles, que el texto de Lucas, nos va a ofrecer describir la situación de uno y de otro.

La desigualdad de destino de cada uno de los personajes no está marcada por una situación sociológica, sino por sus actitudes personales. El rico queda preso de un eterno padecer, no por su riqueza, sino por su falta de temor de Dios. ¿De quién prescinde negándose a compartir lo suyo con el pobre que muere de hambre a la vera, a la puerta de su casa?

El pobre no se salva por su pobreza, sino por su apertura a Dios, en quien espera que haga justicia a la gran situación de opresión en la que se encuentra.

La enseñanza, intención y finalidad de la parábola no es resaltar la escatología individual, la suerte final de cada uno de ellos. La parábola en esta Palabra, en todo caso, advierte sobre el peligro de la riqueza. ¿Por qué? Porque fácilmente crea olvido de Dios. Y se transforma en el propio Dios. Además ciega y trae sordera.

Fijate que en un momento determinado, el rico le plantea a Abrahán que lo envíe a Lázaro, resucitado de entre los muertos, para que levante a los que van en la misma suerte que él, y los haga reaccionar. Y Abrahán dice, “no, lo tienen a Moisés y a los profetas.” “No los van a escuchar, dice el rico Epulón”.

Porque la riqueza tal cual, la riqueza vivida como Dios genera ceguera, genera sordera, emparentada con el poder. Cualquier parecido a la realidad, sencillamente una mera casualidad.

Hay actitudes en estos tiempos, de algunos tiranos poderosos, cercanos a nuestro territorio, y dentro de nuestro territorio, que detrás de esa misma ceguera, no tienen la posibilidad de ver y escuchar lo que deben ver y escuchar. Y la suerte de todos se ve entonces bajo riesgo, ante esta imposibilidad que genera el poder cuando gana el corazón y se olvida del servicio.

Las consecuencias son la cerrazón al otro, al prójimo. Al punto que, dice claramente Abrahán, “ni la resurrección de un muerto va a poder movilizar esa dureza del corazón”.

Peladamente la Palabra está indicando, escuchar la Palabra de Dios, convertirse a la ley de su reino en la paz y la justicia, abandonándose a las seguridades de los bienes materiales, compartiendo con los hermanos más pobres, es la suerte de un tiempo nuevo y de una vida nueva.

ATENCIÓN! Hay que salir de esos lugares donde nos hemos instalado, teniendo nuestras grandes o pequeñas riquezas, pero que ocupan todo nuestro ser y todos nuestros huecos afectivos, atándonos a ellas, como si fueran nuestros dioses. Desprendámonos sabiamente y a tiempo, para abrirnos a la escucha de la Palabra del Dios Verdadero, y ordenar todo lo que somos y lo que tenemos, según el camino que Él nos indique como proyecto de vida.

No se trata de tirar todo, sino desprendernos de la atadura de lo que tenemos y de lo que somos, como si eso fuera el dios al que le rendimos culto. De nosotros mismos desprendernos. Del amor propio desprendernos. Y de lo que tenemos y que poseemos. No nos tiremos al olvido, ni arrojemos afuera rápidamente lo que poseemos. Sino pongámoslo bajo otra mirada que lo venga a ordenar. Y a poner en su lugar. Esta es la mirada del Señor, que viene a nuestro encuentro.

La riqueza, una seguridad que nos quita alteridad:

Cuando uno cree que lo tiene todo, en términos materiales, que ya nada nos falta, entonces comienza a cerrarse en un mundo de necesidades muy aprisionante, que impiden ver las necesidades de los demás. No hay otros, somos nosotros, y nuestro mundo un tanto reducido.

La dinámica del tener, que es la lógica de la sociedad de consumo, viene a tapar huecos afectivos desde una consigna unívoca. En un solo sentido quiere decir, somos lo que tenemos. Y lo que tenemos pasa a ser nuestro gran ídolo, nuestro gran dios. Sos, si tenés. Si tenés, pertenecés. Si no tenés, no sos, no pertenecés. Y si no pertenecés estás excluido.

La exclusión, en la sociedad contemporánea, viene de la mano de la no posesión de los bienes materiales. Una sociedad materialista y consumista como la nuestra ha constituido a estos dos valores, el tener y el poseer bienes materiales como el gran dios. Sobre ese lugar trabaja la sociedad de consumo, con su discurso de tener como lo que nos genera placer, y el placer como lo que nos da felicidad.

Analicemos sino, como hemos hecho en otras oportunidades, lo que es una publicidad. En una publicidad claramente se invita a comprar. Y siempre en la búsqueda de la compra se moviliza el mensaje que se envía a una parte de la persona, que tiene necesidad de equilibrar su contrapeso. Homeostasis le llama esto a este fenómeno, la ciencia psicológica. Es decir, cuando nosotros tenemos un desequilibrio de algún punto, en términos afectivos, hay que equilibrar con la llegada de lo que viene a generar contrapeso y poner las cosas más o menos en su lugar.

Cuando nos venden un producto, lo primero que nos dicen es que nos falta algo para ser totalmente felices, y esto que se nos ofrece viene a completar ese espacio vacío. Y eso que comprás vendría a ser como lo que establece la felicidad desde un placer, que se vincula rápidamente a un estar en compensación. Es un poquito limitado, es una mirada un poco reductiva de la felicidad. Al menos como la entendemos nosotros, como una realidad que trasciende y que va mucho más allá aún de las circunstancias dolorosas.

Se puede ser feliz, dice Jesús, en medio de persecuciones. Se puede ser feliz, en medio del dolor y del llanto, del hambre, de la pobreza, de los insultos. Se puede ser feliz, mientras se trabaja y se lucha por conseguir la paz. Entonces, no es el placer la felicidad, ni es este equilibrio de fuerzas, que pone las cosas más o menos compensadas dentro de nosotros.

La felicidad es algo que trasciende esta saciedad placentera. Cuando estamos en estado, como el mundo propone, de saciedad placentera, y estamos completitos nosotros mismos, los otros no cuentan. No hay lugar para los demás. De hecho, el egoísmo, el egocentrísmo, que genera este mecanismo de la sociedad de consumo, en la búsqueda de la propia compensación, hace que el otro no cuente. Por esto, el individualismo es como la hermana gemela de la sociedad de consumo. Y el individualismo trae como propuesta la ausencia del otro. Cada uno se salva por su propia fuerza y de buscar la manera de cuidar su propio pellejo.

El personaje del texto de hoy, el rico, se viste de púrpura, dice la Palabra. ¿Sabés quienes se vestían de púrpura? Pero por una cosa muy simple, era una sustancia preciosa que ponía un color rojo, y que ponía un color espectacular, y que era para los reyes tan sólo una pequeña estola, sobre su túnica blanca, ellos, los monarcas.

O sea que el personaje es un monarca. Se llama Epulón, que viene de epulare, que significa “banquetear”. Es un banquetero, que se viste todo de púrpura, no sólo con una estola roja, de este rojo fuerte. Todo él está revestido de púrpura, con lo cuál el texto de Lucas está exagerando los términos para mostrar el nivel de riqueza y, por tanto también, de ceguera, de sofisticado cuidado. Y por lo tanto, de gran ceguera con que vive.

Lázaro no forma parte de su paisaje, no entra en sus esquemas. Está a la puerta, pero él no lo puede ver, porque está en sí mismo. Porque está saciado de sí mismo. Y quien está saciado de sí mismo, no tiene otro, no hay otro. Lázaro no forma parte de su paisaje, no entra en el ángulo de su mirada. Lázaro, el pobre, no cuenta. No es nadie.

El banquete del cielo es todo lo contrario al banquete que celebra Epulón. El banquete del cielo es de todos con todos, es inclusivo. Es distinto a este banquete, cada vez más reducido, de la sociedad en la que vivimos. Donde sólo un 20 % participa de las riquezas de la humanidad, y el 80 % de la humanidad padece de lo necesario para vivir dignamente.

El banquete del cielo es un banquete inclusivo, porque así es el misterio de la Trinidad que convoca a la mesa. Dios Amor y nosotros invitados a sumarnos a Él, ya desde acá, donde se inicia aprender a ser con los demás, a ser con los otros.

Uno banquetea la eternidad, en el presente, cuando se da cuenta que uno es con los demás. Y que sin otros uno no puede ser. Cuando me duele el dolor de mi hermano, cuando me alegra la alegría del que está a mi lado. “Lloren con los que lloren, y rían con los que rían”, dice Pablo. “Háganse todo con todos”.

No por una estrategia evangélica, como puede ser entendido el texto de Pablo “yo me hice todo con todos para ganar algunos”, sino como una estrategia de eternidad. No de proselitismo. Sino de cielo instalado en medio de nosotros. De felicidad que permite trascender dolores y sufrimientos, y que rompe con el concepto de que es la saciedad personal y el equilibrio de peso lo que nos permite vivir de manera equilibrada.

No es verdad. No es que no deba estar en nosotros, una saludable compensación de fuerzas. Pera esa no es la felicidad. La felicidad viene de otro lado, y nace de esta capacidad de entrega. No nos podemos desentender de los otros. Es parte de mi mismo ser. Soy cuando soy con los demás. De ahí el mandato sabio de amarse mutuamente.

Jesús cuando invita a amar al otro hasta dar la vida está definiendo la razón de ser del ser humano. Que es semejanza de Dios. Donde las personas son unas para las otras.

Epulón no puede contemplar esto porque está saciado de sí mismo. Cegado por la riqueza, ciego y sordo por el poder.

A la alteridad, es decir al otro, como presente en mi vida, por el camino de la conversión del corazón:

Nosotros a los demás los descubrimos cuando nos abrimos. No los descubrimos a los demás cuando, encerrados en la dureza del corazón, no podemos generar vínculos desde un sentir con el otro. Ese camino de sentir con el otro se llama empatía. La empatía es el momento en el que se parte el velo interior, se rompen las durezas del corazón y nos permitimos contemplar un nuevo mapa de realidad alrededor de nosotros.

Es lo que no tiene el rico. No tiene un mapa más que el propio. Y los que alrededor suyo y del poder, se vinculan a él. Un mapa tan cortito, tan pequeño, que ni hasta el que está en la puerta puede contemplar como parte de su realidad.

Antes, para hacer un mapa el cartógrafo tenía que incorporarse. Es decir, poner el cuerpo sobre el territorio a explorar, para tener un dibujo más exacto de los otros, y de lo otro. Nosotros también para tener una mirada más clara de todo lo otro que hay alrededor nuestro, de alguna manera, hay que romper con nosotros mismos y poner el cuerpo. Para incorporarlos a nuestro esquema. Y así desde un modo de ser y de entender desde los demás, poder dibujar una realidad más parecida a lo que acontece y desde allí encontrarnos con el Dios, que vive en la historia.

Muchas veces las cosas no cambian, porque la realidad no es vista en su totalidad. Sólo cuando la asumimos tal cual es, comienza a ser distinta. Aunque resulte dolorosa la contemplación de las cosas tal cual son. Claro, el velo que nos ciega a la posibilidad de ver las cosas tal cual son, no puede rápidamente abrirnos toda la mirada, porque espantaríamos ante la contemplación de la realidad tal cual es, de golpe.

Es progresivo también nuestro encuentro con el acontecer del dolor de la humanidad, y en la medida que lo vamos asumiendo, lo vamos también pudiendo transformar.

A la alteridad, es decir a los otros, se va por el camino de la conversión de un corazón, que debe partirse de alguna manera. Para terminada su dureza, encontrarse empáticamente desde donde el otro se encuentra. Todo un ejercicio de conversión a los demás, que hoy veladamente nos propone la Palabra.

Aunque no lo veamos, como dice una canción, Él está. Y particularmente en medio de nosotros. Va construyendo nuestro nuevo ser y nuestra nueva identidad como pueblo. Este Dios, que en el silencio, va haciendo nueva todas las cosas. Y se percibe en cosas tan sencillas, tan simples, como el compartir fraterno, como el darnos de corazón.

Como de hecho, por esa misma Gracia, hoy estamos donde estamos, como obra de Radio María en noventa lugares de la República Argentina. Porque hay hermanos nuestros que entendieron esta Presencia de gratuidad, por parte de Dios. Tomó sus corazones y se animaron, en ese mismo sentido a embarcarse, en dar de lo suyo, para hacer posible que Radio María llegue a tantos lugares. Y tantos otros que nos están esperando.

Dar de lo tuyo, con generosidad, forma parte de esta corriente de renovación, con la que el Señor nos quiere haciendo del lugar donde estamos, un lugar más hermoso, más habitable. Incluyéndolos a todos.