09/06/2015 – Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.
Mt 5,13-16
El evangelio nos invita a no guardarnos ni acurrucarnos sino a salir afuera. Inmediatamente después de las Bienaventuranzas, Jesús dice a sus discípulos: «Ustedes son la sal de la tierra… Ustedes son la luz del mundo» (Mt 5,13.14). Pero esto nos sorprende un poco, si pensamos en quienes tenía Jesús ante sí cuando decía estas palabras. ¿Quiénes eran aquellos discípulos? “Ellos no comprendían nada” dice el evangelio de Marcos, sin embargo Jesús les dedica tiempo a enseñarles… a acompañarlos y a sostenerlos, e insiste. Ante la incomprensión y la imposibilidad de descubrir su propuesta, el Señor también nos espera pacientemente.
Jesús está en medio de pescadores, gente simple… Pero Jesús los mira con los ojos de Dios, y precisamente su afirmación se entiende como una consecuencia de las Bienaventuranzas. Él quiere decir: si serán pobres de espíritu, si serán dóciles, si serán puros de corazón, si serán misericordiosos… ¡serán la sal de la tierra y la luz del mundo!
Para comprender mejor estas imágenes, tenemos presente que la ley hebrea prescribía colocar un poco de sal sobre cada ofrenda presentada a Dios, como signo de alianza. La luz, además, era para Israel el símbolo de la revelación mesiánica que triunfa sobre las tinieblas del paganismo. Los cristianos, nuevo Israel, reciben por lo tanto una misión en relación a todos los hombres: con la fe y con la caridad pueden orientar, consagrar, hacer fecunda a la humanidad. Cuando uno contempla el escenario del mundo, en el barrio, la escuela, la universidad, la fábrica, vemos que cada escenario clama distintos aspectos de las bienaventuranzas donde el Señor nos llama a ser sal y luz. En algunos el espíritu de la austeridad y la pobreza viene a ser la contracara de la opulencia y la mala distribución, y el capitalismo que enferma… Hay lugares de mucho dolor como las madres del dolor que padecen cómo sus hijos son víctimas de las drogas, y cuánto de consuelo hace falta ahí con los que lloran. Son territorios donde hace falta empatía con el dolor, para traer el consuelo y la paz de Dios. Llorar con quien llora, acompañando y mirando hacia adelante en la esperanza tal vez sea hoy uno de los territorios donde hoy el Señor nos invita a ser luz.
En medio de un mundo tan acelerado hemos perdido el don de la alegría y de la paz.
Si los cristianos perdemos sabor, y apagamos nuestra presencia de sal y de luz, perdemos la eficacia. ¡Pero qué bonita es esta misión de dar luz al mundo! Pero es una misión que nosotros tenemos. ¡Es bonita! Es también muy bonito conservar la luz que hemos recibido de Jesús. Custodiarla, y entregándola hacerla multiplicar. El cristiano debería ser una persona luminosa, que lleva la luz, ¡siempre da luz! Una luz que no es suya, pero es el regalo de Dios, es el regalo de Jesús. Y nosotros llevamos esta luz adelante. Si el cristiano apaga esta luz, su vida no tiene sentido: es un cristiano de nombre solamente, que no lleva luz, una vida sin sentido. Pero yo querría preguntarles ahora, ¿cómo quieren vivir ustedes? ¿Como una lámpara encendida o como una lámpara apagada? ¿Apagada o encendida? ¿Cómo quieren vivir? ¡Lámpara encendida! Ésta es la vocación cristiana.
Las Bienaventuranzas son el programa de vida del cristiano que nos lleva al encuentro con el que es verdaderamente la luz y sabor a la vida que es Jesús.
Bienaventurados los pobres en el espíritu: Las riquezas no te aseguran nada. Es más, cuando el corazón es rico, está tan satisfecho de sí mismo, que no deja lugar para nadie, tampoco para Dios, y a veces ni siquiera para mí mismo. Ando deambulando, harto de mí. La pobreza del corazón es la que nos hace clamar a la espesura de la paternidad de Dios. Él la da a quien se sabe indigente. Reconocer que todo lo hemos recibido de Él es muy sano para poder caminar en libertad. Los pobres de corazón, dice Santa Teresa, tienen un cerco inmenso alrededor suyo, como un gran muro de protección para quienes viven sin nada. Pareciera que ahorrar en el banco es la seguridad para el futuro, pero el Señor dice que el reaseguro está en vivir en Él “miren los pájaros del cielo y las aves del cielo, no cosechan y sin embargo el Padre nunca permite que les falte el alimento”. Ojalá podamos ser luz para quienes saben que no es acumulando como se gana seguridad pero tampoco saben cómo.
Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados: “Pero el mundo nos dice: la alegría, la felicidad, la diversión, eso es lo bello de la vida. Pero ignora, mira hacia otro lado, cuando aparecen problemas de enfermedad, de dolor en la familia”.
“El mundo no quiere llorar, prefiere ignorar las situaciones dolorosas, taparlas. Sólo la persona que ve las cosas como son, y llora en su corazón, es feliz y será consolada. El consuelo de Jesús, no el del mundo”.
“Bienaventurados los mansos en este mundo que desde el principio es un mundo de guerras, un mundo donde se pelea en todas partes, donde en cualquier lugar se da el odio. Jesús dice: nada de guerras, nada de odio, sino paz y mansedumbre”.
Si yo soy “manso en la vida pensarán que soy tonto”. Que piensen lo que quieran pero tú sé manso, porque con esa mansedumbre recibirás de herencia la Tierra”.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: bienaventurados “los que luchan por la justicia, para que haya justicia en el mundo. Ese es el gran lugar del laicado, salir lejos de la sacristía para construir la justicia en los escenarios públicos. No es la solución quedarse en la sombra ni no involucrarse por miedo a mancharse, el Señor nos llama a ser sal y luz de la tierra en esos lugares.
“Es muy fácil entrar en las garras de la corrupción, en esa “política cotidiana del todo es un negocio”. Y “¡cuántas injusticias! ¡cuánta gente que sufre por estas injusticias!”. Jesús dice: “bienaventurados los que luchan contra estas injusticias”.
Bienaventurados los misericordiosos porque ellos encontrarán misericordia. Los misericordiosos “los que perdonan, los que entienden los errores de los demás”. Jesús, destacó, no dice “bienaventurados los que se vengan, los que recurren a la venganza”.
“Bienaventurados los que perdonan, los misericordiosos. ¡Porque nosotros somos un ejército de perdonados! . Todos nosotros hemos sido perdonados. Y por esto es bienaventurado el que va por el camino del perdón”.
Bienaventurados los puros de corazón, que tienen un corazón sencillo, puro, sin porquería, un corazón que sabe amar con esa pureza tan bella.
Bienaventurados los que trabajan por la paz. “Pero, lo común para nosotros es ser agentes de la guerra o trabajadores de malentendidos . Cuando escucho una cosa y voy a otro y la digo haciendo una segunda edición un poco más elaborada y la cuento… El mundo de la maledicencia. Esta gente que murmura, no hace la paz, son enemigos de la paz. No son bienaventurados”.
Bienaventurados los perseguidos por la justicia: Cuánta gente “es perseguida simplemente por haber peleado en pro de la justicia.
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