Jesús subió a la barca y sus discípulos lo siguieron. De pronto se desató en el mar una tormenta tan grande, que las olas cubrían la barca. Mientras tanto, Jesús dormía. Acercándose a él, sus discípulos lo despertaron, diciéndole: “¡Sálvanos, Señor, nos hundimos!”.
El les respondió: “¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?”. Y levantándose, increpó al viento y al mar, y sobrevino una gran calma. Los hombres se decían entonces, llenos de admiración: “¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?”.
Mt 8, 23-27
30/06/2015 – Desde San Francisco, provincia de Córdoba, compartimos la catequesis del día junto al padre Daniel Cavallo.
Cada uno frente a una tormenta tiene una manera particular de responder . En este texto del Evangelio vemos un acontecimiento que conmovió muchísimo a los apóstoles. Fue una experiencia fundante. Experiencia que asume una realidad que no es común a todos.
Subir a la barca con Jesús exige aprender a soltar todo aquello que nos amarra, que nos trae seguridades humanas, porque subir a la barca con Jesús nos invita a confiar plenamente en Él. Navegar con Jesús es una cuestión de fe. Creer en ese hombre que se hace o estaba dormido.
Jesús aparece como aquel que nos suelta para que nosotros podamos gritar nuestra confianza en Él. Muchas veces espera que nosotros demos ese grito en medio de la necesidad, ese grito que nos permite tocarlo.
El evangelio del domingo pasado, el de la hemorroísa que se acerca para tocar el manto del Señor y el de la niña que estaba muerta y ante el imperativo de Cristo se levanta son dos hechos, escenas que nos muestras una definición hermosa de lo que es la oración. Cuando nosotros rezamos lo estamos tocando a Dios.
En la travesía de la vida, en los caminos que recorremos, se nos presentan tormentas, sacudones asi como la barca se ve amenazada con hundirse, así pareciera que sucede con nuestra vida. Queremos seguir andando pero no nos es fácil ver con claridad el camino para seguir. El relato de San Mateo es una pincelada de lo que es nuestra vida.
¿Cuántas veces dudamos de Dios, o de la Iglesia? ¿Te pasó alguna vez esto? ¿Cuántas veces? En la tribulaciones ¿te acobardas o la luchas,? ¿le pegas el grito al Señor “No puedo, me hundo”?
A veces tan limitados nos vemos ante las tribulaciones que tenemos ganas de bajar los brazos, de no poner el pecho para seguir luchándola. Es ahí en donde podemos dar el paso ¿cómo? con la fuerza de Dios. Gritale a Dios “Señor, me hundo” sabiendo que él como amigo te dice “¿Por qué tenés miedo, hombre de poca fe?”
Este relato está enmarcado dentro de una sección de 10 milagros agrupados con fines catequéticos. Es Jesús que quiere instruir a sus discípulos eseñándoles la importancia de la fidelidad y sobre todo que la fe este arragaida en Él que es el hijo de Dios. No pongamos la fe en las fuerzas humanas o en otras realidades que nos encantan y que quieren comprarnos.
Inmediatamente antes de calmar la tempestad Jesús les reprocha la poca fe a sus discípulos. Hay un matíz particualr porque esta unido al seguimiento de Cristo. “Jesús subió a ala barca y sus discípulos lo siguieron”; Allí ocurre luego la tempestad. Es muy importante resaltar ésta frase en donde se marca el seguimiento al que Jesús nos invita, a ser discípulos que no es ir detrás de una idea o de una doctrina. Nos hace seguidores de una persona que esta viva.
Somos seguidores de un Dios humanado que ha cauticado nuestra vida y da respeusta a nuestra existencia y que en medio de neustraas busquedas viene a taernos la luz en el camino. Ser discípulos nos hace seguidores de Aquel que está vivo, del Dios de la vida.
El primer acto de fe es poder renovar nuestro deseo de seguir a Jesús que es algo que debemos renovar cada día. En ésta realdiad que me toca transitar poder decirle “Jesus te sigo”.
El seguimiento de Jesús y la tempestad termina con ésta pregunta de los disciulos “¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?”.” la respuesta es conocida, sin responder, se conoce la respuesta, “Es Dios”. Ésta respuesta obvia es la respuesta de Fe.
Ésta suplica desesperada de los apóstoles demuestra una fe inicial en el poder de Jesús pero también despierta esa fe que tiene que arraigarse que tiene que madurar y ese es el camino que vamos madurando.
No se consigeu como ase magico es fruto de un proceso y que viene de que prendamos de ver nuestra vida y dificualtades. Que en alguno momentos de dificlulta personal puede dudar, flaquear pero que no tenmos ni que deasanimarnos ni darnos por vnecidos. Vamos experiemntado qque la fe se va acrisolando en medio de las pruebas. Como dice San Pablo, la fe tiene que purificarse en el crisol, como pasa con el oro. En determinado tiempo tiene que ponerse en el crisol. A veces se viven personalmente, otras en familia y/o en comunidad.
Esto no es para tirar todo y nos cancemos sino para que la fe comno el oro acrisolado se vuelva mas precioasa porque en el fondeo es fruto de la prueba y de la dificutad.
La fe no es una campana de cristal que nos aísla y nos hace no tener problema. Cuantas veces ante os problemas nos enojamos y decimos “¿Para qué rezo, para que voy a misa?” Todos creemos que tener fe es una vacuan que nos hace inmune a los problemas. La fe se da en la confianza que nos deja veer a veces para dónde vamos o tener las ideas claras para poder afrontar las dificultades y ver para donde seguimos
No nos faltaran los momentos de pruebas. Cuando el mal triunfa cuando se oscurecen los valores del bien y de a verdad, cuando la pobreza o la enfermedad hacen altamente un acto de presencia en nuestra vida. Cuando nos duele el silencio de Dios que parece estar dormido en la popa de nuestro barco y debemos tocarlo con nuestro grito que es la oración.
En el encuentro con Cristo queremos expresar la alegría de ser discípulos del Señor y de haber sido enviados con el tesoro del Evangelio. Ser cristiano no es una carga sino un don: La alegría que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos como el Hijo de Dios encarnado y redentor, deseamos que llegue a todos los hombres y mujeres heridos por las adversidades; deseamos que la alegría de la buena noticia del Reino de Dios, de Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte, llegue a todos cuantos yacen al borde del camino, pidiendo limosna y compasión (Cf. Lc 10, 29-37; 18, 25-43). La alegría del discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio. La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo.
En el encuentro con Cristo queremos expresar la alegría de ser discípulos del Señor y de haber sido enviados con el tesoro del Evangelio. Ser cristiano no es una carga sino un don:
La alegría que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos como el Hijo de Dios encarnado y redentor, deseamos que llegue a todos los hombres y mujeres heridos por las adversidades; deseamos que la alegría de la buena noticia del Reino de Dios, de Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte, llegue a todos cuantos yacen al borde del camino, pidiendo limosna y compasión (Cf. Lc 10, 29-37; 18, 25-43). La alegría del discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio. La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo.
Padre Daniel Cavallo
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