16/07/2015 – En la noche del miércoles 16 de julio, transmitimos desde los estudios de Radio María la primera parte del Retiro Arquidiocesano de Córdoba. El Arzobispo de Córdoba, Monseñor Ñañez junto a Mons. Pedro Torres, obispo auxiliar, participaron proponiendo un espacio de oración y reflexión.
El Padre Pedro Torres, comenzó invitando a este espacio destacando que “en cada rincón podemos sentirnos en familia, casa y casa de oración”. Luego realizó un hermoso recorrido por historias bíblicas que nos hablan del cuidado de Dios por su pueblo y por cada uno de nosotros.
El próximo miércoles desde las 20hs se emitirá la segunda parte predicada por el Mons. Ñáñez y la Hermana Luz, monja benedictina.
“Brochero invitaba en invierno, en épocas como éstas, a los serranos a dedicar un tiempo a la oración. Eran como 8 días, y en un primer momento lo hacían en la ciudad de Córdoba, lo que suponía casi 3 días de viaje para ir preparando el corazón. Incluso gente que no participaba de los ejercicios, al enterarse que Brochero y su gente iban de paso, llegaban en horas de la madrugada con temperaturas bajo cero para participar de la misa. Hoy tenemos una linda oportunidad para abrir el corazón a la palabra y rumiarla.
Brochero hizo popular los ejercicios de San Ignacio de Loyola, y habrá leído él aquella recomendación de San Ignacio de “no el mucho saber harta y satisface el alma sino el gustar interiormente las cosas de Dios”. “Ejercicios espirituales decía Brochero, para ordenar la vida, para hacernos sabios con la sabiduría de Dios, para llegar a un acto de amor y abandono, para sintonizar con la voluntad de Dios y para palpar su providencia.
Éstos ejercicios que transmitimos hoy por la Radio nos ponen en sintonía con una historia de gracia. Brochero conocía a las sierras como conocía su sotana, porque conocía no sólo la tierra sino a su gente, los nombres, las familias… los conocía porque quería anunciarles a Jesús. En este marco, Brochero, la familia, el cuidarnos… caer en la cuenta que Dios nos cuida, que Dios es providente.
“Confíen a lo más secreto de la providencia divina las molestias que encuentren y crean firmemente en que Dios los conducirá con dulzura en lo que hace a sus vidas y asuntos” decía San Francisco de Sales. Brochero también confiaba esos asuntos a Dios, y la propuesta de hoy es como él peregrinaba por las sierras, como Jesús que caminaba con los de Emaús que venían desalentados.
Es notable, Dios quiso comenzar una etapa nueva después del pecado. Abraham, un hombre anciano, un hombre que vivía en un lugar pagano, un hombre que aparece en la escritura con un corazón de hospitalidad… ese hombre fue elegido por Dios y desde el capítulo 12 del Génesis se cuenta su historia. En un vínculo progresivo y cada vez más hondo, y habiendo hecho una alianza con Dios, escucha la promesa de Dios a un hombre que en su matrimonio había experimentado la dificultad, eran viejos, no tenían hijos y Dios le promete una descendencia incontable. Abraham pudo contemplar el silencio y la inmensidad del cielo, y así soñar con su descendencia y así masticar la esperanza en el corazón.
Dice el Génesis que en el capítulo 18 Dios lo visitó y en esa visita estaba con Sara, también objeto de una promesa, su nombre significa princesa. El Señor se apareció a Abraham y él tiene un gesto religioso. Se postra ante las visitas. Y uno ve aquí algo que hacía Jesús, que se levantó de la mesa y los servía. Acá Abraham aparece como un servidor que con humildad invita a su casa. “Señor mío, si quieres hacerme un favor te ruego que no pases de largo”. Dios pasa y hay que pedirle que no pase de largo. Los de Emaús lo hicieron “Señor quédate que es tarde”. Ya en Abraham veremos gestos que también veremos en Jesús.
Abraham fue rápido a la carpa donde estaba Sara, a pedirle que tome la mejor harina para amasar tortas, luego corre al corral… todos corren como en la escena de la resurrección. Abraham podría anunciar “Dios me visita, Dios está vivo”. Él no se lo guardó y fue corriendo a donde estaba Sara. Dios quiso que el comienzo de un pueblo nuevo se diera en un matrimonio. Un matrimonio que había experimentado el desarraigo de su tierra, el fracaso de la edad avanzada al punto que a Sara le cuesta creer el anuncio, una pareja que habían experimentado tal amor que para Abraham su esposa es princesa. Compartían el proyecto y compartieron también errores, como cuando bajó a Egipto, en donde Abraham la veía tan bella que creyó que el faraón la querría. Que hermoso cuando el esposo sabe descubrir la belleza, qué hermoso cuando somos capaces de vivir el cuidado juntos, como Abraham y Sara que se ponen a servir a esta visita que algunos ven como imagen de la Trinidad. La visita del Señor le ensancha el corazón y participan Abraham, Sara, los sirvientes y hasta las cabras. Luego encontramos a un Abraham que en su disponibilidad es capaz de interceder, porque Dios le confía sus secretos, hasta sus dolores. Él es el hombre que elige la peor parte y trabaja ardientemente por la paz. Cuántas veces hay que hacer renuncias por la paz. La familia es un espacio donde se aprende a servir, a cuidarse, a ser agentes de paz. La vida se hace fecunda por el regalo de la visita de Dios, mas allá de las incertidumbres y de los fracasos.
Dios los cuidó y se hicieron portadores de una bendición para toda la humanidad. Así lo dirá el profeta Isaías. Un matrimonio es portador de una bendición para toda la humanidad cuando se hace dócil al proyecto de Dios, cuando es capaz de descubrir que Dios nos visita, que Dios nos cuida, más allá de nuestros dolores, de nuestros límites.
De hecho Abraham también cuidó a sus hijos y gozaba viéndolos jugar. Isaac, el hijo de la promesa, significa risa. ¿Experimentamos la alegría, la risa, los gestos de cuidado entre los esposos? ¿de las cosas de la vida de la familia, de preparar la comida, de acoger a los hijos y sobrinos, de perdonar los errores?. Dios nos cuida a través de las personas que tenemos al lado. Que lindo rezar pensando en los momentos en que nos hemos sentido cuidados por los cercanos.
El Papa Francisco cuando estaba por asumir en su Pontificado, antes de hacerlo llamó a los argentinos y nos dijo bajo la imagen de San José “es tan lindo rezar porque es mirar hacia el cielo, mirar a nuestro corazón y saber que hay un Padre bueno que es Dios. Gracias por eso. Les quiero pedir un favor. Les quiero pedir que caminemos juntos todos, cuidemos los unos a los otros, cuídense entre ustedes, no se hagan daño, cuídense, cuídense la vida. Cuiden la familia, cuiden la naturaleza, cuiden a los niños, cuiden a los viejos; que no haya odio, que no haya pelea, dejen de lado la envidia, no le saquen el cuero a nadie. Dialoguen, que entre ustedes se viva el deseo de cuidarse. Que vaya creciendo el corazón y acérquense a Dios. Dios es bueno, siempre perdona, comprende, no le tengan miedo; es Padre, acérquense a Él. Que la virgen los bendiga mucho”.
Dios nos cuida como Padre bueno y también como una madre. La mujer, el genio femenino, tiene una sensibilidad especial para el cuidado, tal vez por la experiencia del embarazo de haber palpado la maravilla y la fragilidad de la vida en el niño recién nacido. La mujer experimenta el cuidado del Dios que la hace partícipe de este misterio, y a la vez lo comunica.
Hay un pequeño libro en el Antiguo Testamento, el libro de Ruth. Se trata de una mujer extranjera que sin embargo, en los proyectos de Dios, se convierte en bisabuela de David, está nombrada por Mateo en la genealogía de Jesús y con ella Jesús asume, como había prometido Dios a Abraham, a todos los extranjeros.
Se cuenta que durante los tiempos de los Jueces hubo una gran sequía en el país de los judíos y un hombre de Belén se mudó con su mujer y sus dos hijos. Éstos hijos se casaron y por esas cosas de la vida murieron jóvenes, y después de 10 años muere también el esposo de Noemí y ella queda viviendo con sus nueras. Ella decide volver y les dice “váyanse, vuelvan cada una a la casa de su madre y que el Señor tenga misericordia con ustedes como lo ha tenido conmigo”. Es una familia completa marcada por el dolor. Es una suegra que no acapara ni compite, da libertad a sus nueras para volver. Noemí, cuando llegue a Belén va a decir “cambienme el nombre por Mara, porque me visitó la amargura”.
Una de las nueras decide volverse a su casa, la otra le dice “no, yo voy a ir contigo”. Tienen un diálogo duro donde asumen que el futuro será difícil. Caminaron hasta llegar a Belén y su llegada conmocionó a la ciudad.
Ruth, la extranjera, no sólo decide volver sino compartir la vida, que hasta la muerte hay una alianza con su suegra. Sólo la muerte podrá separarlas, iré a donde tú vayas, tu pueblo será mi pueblo, tu Dios será mi Dios. No sólo quedó en vivir con ella, sino que salía cada día a recoger lo que quedaba en el campo de los trabajadores. Allí ella conoce a un pariente de la familia que terminará siendo su esposo. Es una mujer fuerte que sostiene el dolor de su suegra. Cuida que es acompañar, no abandonar, sostener el cuerpo y la vida, es saber superar los momentos de dolor juntos. Es un ejemplo de un vínculo de cuidado que supera razas, distancias, dificultades para cuidar a su suegra. Dice la historia que se casó y sin embargo siguió cuidado a su suegra tal y como lo había dicho.
Ruth no condena a la otra nuera de Noemí. Pidamos la gracia de descubrir también en nuestras familias éstos vínculos que se van dando cuando la comunidad de amplía. En las pruebas muchas veces Dios nos cuida a través de los que no pensamos. En la escritura la mujer es signo de la debilidad, de lo que sobra, y aquí Dios cuida la vida a través de una nuera.
Dios nos cuida a través de otros, y quizás hoy nos está cuidado a través de éstas historias.
Tobías es el joven, modelo aún para los jóvenes, uno que va a buscar esposa y reza con ella. Él fue un hombre que fue a Nínive y allí le fue bien. Al comienzo hizo fortuna pero en su caridad, en eso que Jesús decía estaba con hambre, enfermo, desnudo, preso, de paso, en eso que abre el corazón y nos hace sintonizar con el corazón de Dios misericordioso, Tobías perdió todo: lo metieron preso por enterrar a los muertos. Es como tantos cristianos a lo largo de la historia que han dado sepultura, porque la muerte no tiene la última palabra, pero es entrega, es pascua y nos hace palpar el misterio de la vida que se transforma.
Es impactante comparar los textos del libro de Tobías con Jesús. “Amó hasta arriesgar la vida” y por ese mismo motivo “lo buscaban para matarlo” y apenas pudo escapar… Jesús vivía escapándose. Jesús no se cansó de amar, amó hasta el extremo. Incluso el amor de Tobías no es comprendido por la gente ni por su esposa. En el marco de sus dolores primero cuida a un pariente y su mujer vende tejidos.
La historia de Tobías es una historia de mucho dolor al punto que le agarró una depresión, le pide a Dios que se lleve, incluso llega a querer quitarse la vida, pero reza. Sigue rezando quizás casi en un Getsemaní anticipado. Y aparece un ángel, Rafael que significa medicina de Dios. Dios nos cuida también a través de los ángeles. Es un ángel que va a acompañar a su hijo, en la búsqueda de una deuda, una esposa, y se va a encontrar con otras historia de dolor la de la joven que se había casado 76 veces y había enviudado 7 veces. La oración une historias. Historias que se entremezclan en el dolor pero que se unen en la oración.
Tobbit es un hombre que invita permanentemente a la alabanza. Las veces en que nos llega el dolor, la enfermedad, cuando aparecen los cercanos que nos ayudan, qué hermoso animarnos a descubrir que la enfermedad también es un llamado a la caridad, que el dolor es un llamado a la oración, a ensanchar el corazón para vencer el dolor con amor y no ser ahogados en él.
El libro de Esther, marcado por la soledad. Notablemente una mujer que había sido huérfana, adoptada por su primo Mardoqueo, esa mujer es en la historia como la versión femenina de Moisés, una adoptada que termina viviendo en el Palacio, una adoptada que en el Palacio se convierte en la salvadora de su pueblo, en medio de dificultades muy grandes. Conmueve su oración “«Señor mío, único rey nuestro. Protégeme, que estoy sola y no tengo otro defensor fuera de ti, pues yo misma me he expuesto al peligro. Desde mi infancia oí, en el seno de mi familia, cómo tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones, a nuestros padres entre todos sus antepasados, para ser tu heredad perpetua; y les cumpliste lo que habías prometido”.
Esther con su vida es una denuncia del mal uso del poder. Porque un rey caprichoso, que en su borrachera contagiaba violencia, decide buscar esposas y a esta niña adoptada la llevan al palacio para hacerla reina. Antes de presentarla al rey tenían un año de tratamientos de bellezas y no se podían presentar al rey sin que él las llamara. Mientras en el palacio hay grandes fiestas y se derrocha en la sobreabundancia, el pueblo tiene hambre, el pueblo es perseguido y desde el capricho de un 1º Ministro se condena a muerte al pueblo de Israel. En ese marco aparece la historia de ésta mujer, que en su debilidad salva al pueblo, quizás en resonancia a la experiencia de Pablo “cuando soy débil entonces soy fuerte”.
Esther aprendió la ternura de su padre adoptivo, su primo Mardoquero. Cuenta el libro que él todos los días iba al Palacio a ver cómo estaba, la cuidaba. De hecho él mismo la pone al tanto del sufrimiento del pueblo y ella arriesga su vida. No es la habilidad, el poder, ni la fuerza la que vence y da la vida, sino esta mujer que se desmaya y cambia la ira en ternura y contagia con su belleza mansedumbre.
Ella nos muestra como la tristeza se transforma en gozo cuando asumimos la debilidad. El Papa Francisco que nos habla de una Iglesia de campaña también nos dice de una Iglesia pobre y para los pobres. Es el camino de la mansedumbre y de la ternura de Jesús que siendo hizo se hizo pobre, se despojó y se abajó. Esther es un ejemplo de María Auxiliadora, de la mujer que auxilia.
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