Entregar la vida en Dios

lunes, 10 de agosto de 2015
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Alfarero3

10/08/2015 – Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.

Jn 12,24-26

 

Amar hasta el extremo

«Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto»

 

Jesús está en un momento cumbre de su vida, frente a la situación acordada con su Padre de darlo y entragarlo todo por amor. Jesús nos exhorta a ir por el camino sin guardar nada. Sólo hay vida cuando es entregada. La vida, el mayor bien por el cual se miden todos los demás, si es entregada no solamente es bien conservada sino que es fecundamente reproducida. La naturaleza tiende a guardar lo más valioso, pero el Señor nos dice que la mejor forma de ganar la vida es entregándola. Está acá el secreto que el Señor quiere entregarnos. 

Faltan pocos días para su muerte. Será dolorosa, humillante. ¿Por qué morir, precisamente él que se ha proclamado la Vida? ¿Por qué sufrir, él que es inocente? ¿Por qué ser calumniado, abofeteado, burlado, clavado en una cruz, el final más denigrante? Y, sobre todo, ¿por qué él, que ha vivido en la unión constante con Dios, se habrá de sentir abandonado por su Padre? También a él la muerte le da miedo; pero tendrá un sentido: la resurrección.

El Señor nos invita a vivir en profunda comunión con Él en éstas entregas constantes y cotidianas de la vida. Cuando el Señor invita a la ofrenda y a la entrega no busca algo de nosotros, sino lo fundamental, lo que está en la raíz, lo que hace a la existencia, lo más entrañable y amado. Este modo que Dios tiene de ir por lo esencial lo hace para constituirse Él en el centro mismo de la vida, porque sabe que si entregamos algo pero no lo más importante de nosotros mismos, el corazón, la vida no termina por reformarse. Eso mimos Dios le pide a Abraham, a Moisés y a Elías, lo mismo que le pide a María a quien no le pude algo sino todo. Porque solo el que da todo puede pedir todo: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos y ustedes son mis amigos”. Y el Padre amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único”. Ambos dan todos.

Sólo desde el Espíritu Santo podemos amar hasta el final, locamente. El único motivo y motor para dar la vida es haber recibido ese mismo amor. Por eso es importante la capacidad de dar la vida, pero más importante antes de hacer ese movimiento de ofrenda, disponerse a recibir la vida en Dios. La capacidad de dar la vida en Cristo, está vinculada al vaciamiento que debemos hacer de nosotros, para recibir tanto de Dios. Sólo recibiendo en sobreabundancia de Dios podemos capacitarnos a darlo todo en algo. Así abandonarnos al amor en cada gesto, en cada palabra, en cada actitud, incluso aunque no nos salga del todo bien, pero no guardándonos nada. 

Esta es la propuesta del evangelio y ahí es donde el corazón humano encuentro gozo, plenitud, y felicidad.  En 1944 escribía Chiara Lubich: ¿«Sabes que nos ha dado todo? ¿Qué más podía darnos un Dios que, por amor, parecía olvidarse de ser Dios?»

Cuando entregamos lo más íntimo de nosotros mismos es Dios quien termina por recibir y hacer fructífero lo nuestro, aunque sea poquito lo mucho que entregamos. Sólo podemos ver el amor en los gestos. A veces nos resulta tan imperceptible el amor, porque hay algo de él que se esconde detrás de cosas sencillas. Nunca el gesto agota el amor, porque es misteriosamente superior a cada gesto.  El Señor sabe que amamos “como mejor se puede”, y el amor cuando lo liberamos desde lo más profundo del corazón va creciendo.

Por eso, en Jesús crucificado, en su vida entregada hasta la muerte, podemos percibir el amor insondable de Dios. Un amor superior a todo lo que podamos imaginar. Es un misterio el amor de Dios y el nuestro también. Por eso los gestos son con delicadeza, todo como mejor nos salga, pero sin cosificarlo. Lo importante es que sea íntegro, esto es lo que vale a los ojos de Dios y lo que le resulta agradable. La invitación es a recibir el amor de Dios, y con alegría y gozo, morir. Porque en éstos gestos en los que estamos llamados a ofrecer la propia vida, se nos va la vida, y eso supone muerte. Cuando se lo hace desde Dios, aunque haya dolor profundo, se hace con alegría. En las bienaventuranzas se juega esta mezcla difícil de comprender para la razón humana: los que lloran, los maltratados, los perseguidos…. felices. Felices de poder entregarlo todo en éstas circunstancias porque Dios los sostiene y acompaña. ¡Qué lindo poder encontrar esta lógica de amor mientras la vida está tan maltratada!.

Detrás del acomodarse burguesamente el mundo no entiende la lógica de la ofrenda. Posiblemente nosotros también pertenezcamos en parte a esa cultura. Habrá que seguir avanzando hasta las zonas menos evangelizadas de nosotros, hasta que entendamos que no es algo lo que se nos pide sino todo… y hasta que no sea todo no es nada. Si no es para siempre el amor ofrecido no se sostiene ni un sólo minuto lo entregado. 

 

frutos

 

El fruto de la entrega

Hay un fruto claro y evidente: 50 días después de que el grano de trigo ha muerto en tierra, Jesús en la cruz, en la fiesta de Pentecostés florece la vida. Hay que darle tiempo a la entrega. “Atesoren tesoros en el cielo” dice el Señor. Por eso no es solamente entregarse, sino hacerlo en Dios, y decirlo y repetirlo, y pedirle al Señor la gracia de una conciencia serena de que en Él es puesto y soltarlo. Nos pasa que a aveces, es como un elástico, se lo damos a Dios y una vez que Él lo tiene en la mano nos vuelve. Tenemos como un elástico interior que a veces en la ofrenda el Señor lo toma y después se le va de la mano porque la fuerza del yo, del ego, hace que rápidamente nos vuelva. Es hasta que aprendamos, o hasta que se nos vaya tensando el elástico y ya puesto en las manos de Dios ya le pertenezca definitivamente. Es un ir aprendiendo a entregarnos pero hacerlo con absoluta intención puesta en Dios.

Es tan importante la entrega, que no se es uno mismo si no se entrega. Donde parece que uno se pierda, más se halla. Es difícil cuando la ofrenda se va haciendo dura: dolores familiares, pesares vinculares, muchas veces el no ser bien recibida la entrega, es profundamente doloroso. ¿Cómo esperar allí?. Si uno depende de la bienvenida del contexto de nuestra ofrenda es bastante complicado… pero si uno lo hace en Dios, allí está seguro.

No solamente entregate con generosidad, con buena intención, con certeza de bienaventuranza que mientras las lágrimas y el dolor la felicidad está en Dios, sino hacélo en el Señor. Esto se hace solamente permaneciendo en Él “ustedes pongan su tesoro en el cielo”. Que el cielo se nos abra y que baje el Señor a nosotros, que la Gloria del Señor haga que nuestra entrega esté marcada por el gozo en medio de las angustias, que sus certezas sean más claras que nuestras incertezas. Sólo viendo de cara al Resucitado nuestras ofrendas se glorifican.

Sólo cuando Dios basta el dolor, el sufrimiento, la entrega de alma, la contradicción, la negación a nuestra entrega, tiene sentido. Sólo cuando lo que hacemos lo hacemos en Él no se pierde. “Desasidos de todo pero asidos a Dios” dice Santa Teresa. Dejemos que Dios sea el gran resguardo de nuestra entrega. 

No solamente entregarse sino sostenerse en la entrega. Tal vez la espera a que aquel fruto se produzca es lo que hace que a uno se le vaya como desvencijando el alma en la entrega.

 “Aunque la visión tardara aún por un tiempo más se apresura el fin y no mentirá. Aunque tardare espérala porque sin duda vendrá. No tardará” (Habacuc 2:3-4)

En la cultura de lo inmediato esto de esperar el fruto nos cuesta. Es el tiempo posible de la ofrenda. Pentecostés es el lugar donde el fruto apareció con todo su esplendor cuando la ofrenda de Cristo hizo que fuera real la comunión de los pueblos por la que Él vino “todos hablaban en una misma lengua”, cuando se dio la explosión del anuncio…. Por eso te invito a que mientras vas haciendo tu ofrenda te acompañe la espera.  

“Aunque la visión tardará aún por un tiempo, mas se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará” (Habacuc 2:3-4).  Uno no entrega la vida porque no le queda otra, sino que la espera en esperanza de que la ofrenda dará mucho más fruto de lo que hasta ahora se ha visto. 

En esta búsqueda de poder hacer ofrenda del amor, sacando el todo del corazón sin quedarnos con nada, San Juan de la Cruz rezaba esta intención suya dejándose conducir por Él:

“Buscando mis amores
iré por esos montes y riberas;
no cogeré las flores,
ni temeré a las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras”

San Juan de la Cruz , es como si quisiera decir “no me detendré en nada, incluso lo más bello, para ir a donde Dios me conduce”. Es un ir yendo hasta el límite, hasta donde duele. Y al mismo tiempo Juan de la Cruz nos muestra el camino de la humildad de la ofrenda, no es un heroísmo, sino una ofrenda toda pero humilde.

“Cuanto más alto llegaba
de este lance tan subido
tanto más bajo y rendido
y abatido me hallaba”

Es decir, mientras esta ofrenda se va haciendo, la condición humana frágil queda más evidente. Pero no por esto queda sin valoración, sino una pobreza y una fragilidad en Dios bien considerada. Esa es la invitación de hoy, no detenerte en la entrega y animarte a ir hasta donde te dice la fuerza de un amor que vence “fuertes y fronteras”, con humildad y sencillez… yendo lejos y aunque nos sintamos abandonados, sabiendo que en Dios es bien recibido. 

Abrite a la iniciativa con la que Dios busca ir a tu encuentro. Antes de ofrecerte vos, que puedas descubrir cuánto el te ama, cuánto sabe de tus búsquedas,… después sí, habrá tiempo de entregas, pero antes abrí la puerta de tu corazón y dale la bienvenida a su amor. Que ingresando Él a tu vida pobre, desde ahí vos la entregues, no antes de eso.  Él ha tomado entre sus manos tu vida y está buscando por dónde hacerte sentir que está a la puerta y llama. 

Dios un paso más adelante

A veces pasa mientras uno va haciendo la ofrenda de su vida, tener la sensación de que uno hace lo mejor de sí y del otro lado no hay nadie que reciba. ¿Por qué hace Dios esto si Él mismo me pidió esta ofrenda?. Sigue rezando San Juan de la Cruz

“Pastores, los que fueres
allá por las majadas al otero,
si por ventura vieres
aquel que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero”

 Mostrando el dolor tremendo del corazón humano cuando no está en Dios

Buscando mis amores
iré por esos montes y riberas;
no cogeré las flores,
ni temeré a las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.

Cuando Dios a veces se ausenta pone en movimiento para que vayamos con más decisión detrás de Él. Y ahí en la noche se va aprendiendo a caminar.

Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura;
y, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de su hermosura.

El alma cuando sale empieza a descubrir la belleza de Dios dejadas en esas cosas por donde dejó su rastro.

¡Ay!, ¿quién podrá sanarme?
Acaba de entregarte ya de veras;
no quieras enviarme
de hoy más mensajero
que no saben decirme lo que quiero.

Es como si no encontrara consuelo sino en Dios, no le bastan los instrumentos.

Y todos cuantos vagan
de ti me van mil gracias refiriendo,
y todos más me llagan,
y déjanme muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo.

No está la esencia misma de Dios, entonces todo habla de Dios, pero todavía no el mismo Dios. El alma sigue buscando hasta hacerse una con Dios y no se detiene. No dejes, mientras te vas entregando, de buscar que la entrega sea en profunda comunión con Él.

Cada mañana es como si comenzaramos de nuevo. Dios cuando uno se despertó está un paso más allá de donde lo dejamos la noche anterior. Dios busca esconderse en lugares donde no conocíamos por eso el temor de ir hacia donde nos conduce. Por eso afrontar fieras, y dejar de lado, hasta lo más bello, en búsqueda de lo más bello que es Dios.

¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste
habiéndome herido;
salí tras ti clamando y eras ido.

Pero como dice Teresa de Jesús no dejes de buscar lo que se quiere encontrar. Dios se pone en otro lugar, a distancia, para que avancemos pero se deja encontrar. El Señor está cerca, solo que a veces, un poco escondido.

Padre Javier Soteras

 

Material elaborado en parte con el material

“Palabra de Vida” escritas por Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares. Año 2006
“El atractivo de Jesús” – José Antonio Pagola