Texto 1:
Vamos a considerar la multiplicidad de imágenes que utilizamos para nombrar y representarnos la vida, ese dinamismo que todos llevamos con nosotros mismos y que nos transita en este continuo fluir de la existencia. Generalmente tenemos símbolos que, de alguna manera, designan y evocan el misterio de la vida y que se convierten en metáforas e imágenes que utilizamos como comparaciones que nos aproximan a describir mejor esta corriente vital que nos envuelve y nos lleva.
Nuestra imaginación saca como varias fotografías con las cuales figuramos algún cierto decir de la vida que, la mayoría de las veces, denominamos sin poder expresar demasiado. Son aproximaciones, descripciones, imágenes, metáforas que de ninguna manera explican la vida sino, más bien, la representan.
¿Vos qué imágenes tenés de la vida?; ¿qué es para vos?; ¿cómo la podrías nombrar?; ¿qué sentís cuando sentís la vida?
Empezaremos con un texto que es bastante conocido y que comúnmente se lo denomina “Desiderata” palabra que viene del latín y significa "cosas deseadas". Es un poema muy conocido de Max Ehrmann (1872-1945) abogado y poeta de Indiana, Estados Unidos. Este texto fue publicado en 1948 después de la muerte de su autor. Durante un tiempo se dijo que había sido encontrado en la iglesia de Baltimore, en Maryland, Estados Unidos y que había sido escrito en 1692, año de la fundación de esa iglesia. Esta confusión se debió a que el párroco de la iglesia usó el poema en una colección de devocionarios que él había recopilado y como la verdadera autoría del poema no estaba especificada en el devocionario, el editor lo interpretó como poema anónimo, encontrado en esa iglesia en el año de su fundación en 1692. Esto añadió más misterio al poema, el cual exhorta sobre actitudes que nos permiten una profunda madurez de la vida personal. Una vez más es bueno recordar sus hermosas palabras:
Texto 2:
La vida es un “mensaje cifrado” cuyo código cada uno intenta descubrirlo en la medida en que va transitando caminos. Hay una sola llave para todas las puertas. Cuando se da con ella, se abren todas las cerraduras. Se llega al centro del propio laberinto.
La vida es un camino y un paisaje; varios senderos y un único horizonte; un solo viaje y una consecución de variados y sucesivos panoramas; un proyecto y muchas obras, un solo fin y múltiples acciones; miles de circunstancias y una sola trama; innumerables tramos y un solo mapa.
La vida es una sola palabra con infinidad de resonancias y simultáneos ecos. Para los que creemos se nos hace un “relato” de fe, una “buena nueva”, una “parábola”, una “memoria de Dios”, un tapiz bordado con los «signos de los tiempos» (Lc 13,54-56). Una orfebrería divina, un don único, un tesoro escondido, un cofre por abrir, un milagro continuo, siempre naciendo y obrando nuevos prodigios. Es un despertar que nos visita, una luz que nos alcanza, nos envuelve y nos bendice. Un sueño que nos impulsa, nos sostiene y nos alumbra.
La vida es un canto y un poema. Es la propia música y su canción. Es también un libro abierto y cerrado; páginas escritas y otras aún en blanco. Es memoria y alfabeto de signos variados y palabras que, con el paso del tiempo, se llenan de significados. Es un puñado de secretos. Es silencio que nos acompaña en ciertos momentos. Es escritura prolongada y lectura reposada. Es un guión para un solo protagonista.
La vida lleva nombres y rostros, presencias y ausencias, señales y marcas, recuerdos y olvidos, heridas visibles e invisibles, penurias y fracasos, oscuridades y pasadizos, tiene caminos que no esperábamos y también posee algunas calles sin salidas, en la que nos encontrados y nos extraviados.
La vida es un adentro y un afuera, tiene tiempos y espacios, geografías e historias. Guarda algún ayer en su nostalgia y un cierto mañana en su anhelo.
La vida es un mar con una sola orilla. Una montaña que busca su propio cielo. Un valle que se hunde en su profundidad.
La vida es una suma de fragmentos unidos por un solo hilo. Un rompecabezas por armar. Un mosaico. Una artesanía de pieza única.
La vida es un beso intangible, un puñado de tibiezas y caricias; una colección de miradas que no se olvidan. Es también una recopilación de máscaras y disfraces para distintas ocasiones y una sola desnudez que nos recorre. Es una sonrisa y su risa, muchos llantos y una sola lágrima en una paleta de múltiples emociones.
La vida siempre queda abierta, inconclusa: es un recorrido sin terminar, un equipaje por hacer y rehacer, un viaje de un solo paso y una cadena de muchísimos tramos que nos llevan a los lugares menos imaginados, un vuelo que nos transporta lejos.
La vida nunca nos da suficiente tiempo. Jamás alcanza bastante. Es un cielo, un purgatorio y un infierno a nuestra medida. Es amor y desamor en un solo abrazo. Es promesa y pacto. Es un regalo con muchos dones.
La vida es viento fuerte y brisa suave, lluvia copiosa y mansa llovizna. Es otoño dorado y oscuro invierno, primavera límpida y verano intenso. Es una mañana que se levanta; un mediodía que crece, una tarde que declina; una noche que suspira y un crepúsculo que tiembla en el rocío.
La vida es aire, fuego, tierra y agua. Todo mezclado en la poderosa fuerza de una alquimia que renueva y transfigura.
La vida es lucha y batalla, conquista y vencimiento, triunfo y derrota, paz y descanso, tregua merecida y sufrida. Es pulsión y contracción, empuje y empeño, esfuerzo sostenido y continua labor, trabajo provechoso y conflicto doloroso. Es libertad y destino, providencia y gratuidad. Es un volver a empezar hasta tanto no se haya terminado, mientras todo empieza a girar nuevamente otra vez, abriendo y cerrando ciclos. La vida es poderosa fragilidad y extrema vulnerabilidad. Se lastima, se hiere, se rompe, se quiebra, se fractura, se disloca, se quema, se agota, se termina, se alarga, se tiende y se distiende. Todo en ella necesita de un precioso cuidado.
La vida muchas veces es también transformación y muerte. Ésta es su última y más hermosa sorpresa. Su más esperada incógnita. Su espejo póstumo.
La vida derrocha energía constante: la transforma, la recicla, la reinvierte, la revierte y la reinventa. Es una cadena de ritmos que se suceden sin pararse nunca; una escalera de acontecimientos que se repiten y se renuevan; mareas de un océano vivo, que sube y baja de continuo.
La vida es un conjunto de compases y sonidos; latido y respiración; movimiento y quietud; color y calor; pasión que nos agita, vehemencia que nos sacude.
La vida es minúscula y mayúscula. Es grande y pequeña, propia y ajena. Es un hecho extraordinario en medio de sucesos ordinarios. Un milagro que siempre sucede sin que nos demos cuenta. Todos la tenemos, la comunicamos y la prodigamos. Nunca se acaba, ni termina. Es un caminar a veces rápido; otras más lento. Es un tropezar y caer y levantarse y nuevamente proseguir para luego volver a trastabillar, perder el equilibrio, retomarlo y así volver a continuar. Es un lento y paciente aprendizaje. Por momentos, un dolor agudo y punzante; luego, un disfrute intenso. Es luz radiante y sombra opaca. Es desierto y oasis a la vez. Es caricia que alivia y herida sin cerrar.
En cualquiera de sus formas, la vida es siempre un don para cuidar, una fragilidad suprema, una vulnerabilidad expuesta. A veces es también un privilegio y, por momentos, casi un lujo. Nunca es un merecimiento. Es intensidad., una catarata que salta y salta sin parar. Un caudal incontenible. Un reloj que no se detiene. Un paisaje en movimiento y transición. Un fluir que no se para. Un experimento que siempre se realiza de nuevo.
La vida para algunos es un beso y un abrazo; para otros es lágrima y destierro; para unos es un suspiro y un encuentro. La vida es lo que has recibido y lo que has hecho de ella con tu libertad y tus opciones.
La vida es: simple y sencillamente es.
Por eso permanentemente nos maravilla y asombra. No se puede explicar y a menudo ni siquiera entender demasiado. No es para razonarla sino para vivirla y compartirla. Es el reflejo más cercano de la bulliciosa, burbujeante y efervescente naturaleza de Dios, el Dios de la vida y de los vivos.
Texto 3:
¿Qué será la vida para los otros?; ¿qué será para los que verdaderamente la viven?; ¿qué será vivir y disfrutar verdaderamente la vida?
Las respuestas son tan personales en esto, que resultan todas válidas. Lo cierto es que casi todos coinciden que la vida se nutre de los afectos genuinos. La savia alimenticia de las raíces humanas están en la trenza vincular de los afectos que entretejen las fibras con las que se anuda el alma
Para muchos, la vida son los otros, los que nos dan vida, los que nos hacen sentirnos vivos.
La vida siempre tiene el nombre de algún “Tú” aunque sea el Dios.
El corazón humano necesita de algún amor para vivir. Sin esa vida estamos muertos, aunque respiremos.
¿Qué será la vida para aquellos que permanentemente la ensayan, una y otra vez, a pesar de los errores y fracasos?
Tal vez podamos preguntarle a alguien que la haya vivido intensamente, hasta extremo. Elijo a Madre Teresa de Calcuta que con su simplicidad, concreción y sentido práctico, nos recuerda esto:
Texto 4:
En algunas ocasiones tenemos la posibilidad de viajar en la vida: viajes cortos o largos, no importa; siempre se abren los paisajes a nuestro paso. Todo viaje -como un trayecto visible por la geografía del mundo- es como una “metáfora” de aquél otro itinerario invisible por la geografía interior del propio mundo personal en el cual nos sumergimos mientras conocemos lugares y culturas. El reconocimiento de los paisajes intangibles de nuestras búsquedas más profundas es visitado cuando nos adentramos en distintos espacios y lugares. El camino es como un signo del recorrido hacia nuestra propia y profunda peregrinación: la del encuentro con nosotros mismos.
Todo cristiano es un peregrino que tiene que recordar lo que de sí mismo dijo Jesús: “Yo soy el camino” (Jn 14,6). En su “Camino” hacemos el nuestro y en cada viaje profundizamos los senderos hacia nuestro propio santuario interior, celebrando el íntimo ritual del encuentro con nosotros mismos.
No hay mapas que nos enseñen a viajar por nuestro interior. No hay brújula, ni rutas trazadas. No hay señales, ni indicaciones. Sólo hay que aventurarse a hacer el viaje: ¿cuánto hace que no viajás hasta vos mismo?; ¿cuánto hace que no agendás una cita con vos para encontrarte a solas?, ¿no te extrañás?; ¿por qué tanta distancia?; ¿por qué no te hacés una visita?, ¿qué te dice tu corazón?…
Texto 5:
La vida de cada uno está llena de nombres, de rostros que dejan rastros, de geografías que se convierten en viajes y de historias que se hacen memoria.
Nos hace bien reconocer y dar gracias en cada paso del camino. El más largo trayecto es la suma consecutiva de pasos que no se detienen. Todo camino, los importantes y los intrascendentes, comienzan igual: con la decisión del primer paso.
Aquellos caminos que nos llevan a lo más importante transitan por el centro de nosotros mismos: somos el mapa que estamos dibujando.
Dios no tiene otra voz que la que resuena en los rincones de nuestra propia vida. Para escuchar a Dios hay que estar atento al relato de nuestra vida. Cada uno escribe un texto y la melodía junto a los otros.
No dejés de escribir la partitura de tu propia música. Descubrí qué formas nuevas tiene el amor para tu corazón y dónde están los afectos genuinos. Los que no mienten. Los que perduran siempre. Los que nos acompañan y sostienen, los incondicionales, los que permanecen pese a todo, incluso a pesar de nosotros.
La vida felizmente se re-inventa siempre, resucita y prosigue, nos lleva hacia delante, nos pone en el mañana, nos hace amanecer junto a un puñado de nuevas esperanzas.
Las heridas del camino tendrán sus olvidos y aquellas que persistan, algún día encontrarán su perdón.
Con el paso del tiempo, los sueños posibles tendrán la forma de pequeñas felicidades, tan esenciales que nos colmarán con el gozo sencillo de lo simple. Hay una felicidad que lleva tu destino. Sólo tienes que dejarte atrapar por ella.
Transitamos toda la vida con un solo corazón, el cual agita una sola alma y un solo fuego.
El secreto para no olvidar ciertas cosas está en haberlas vivido intensamente.
Texto 6:
Desconozco que sucederá próximamente en el tiempo que está llegando. Sólo sé que como un suave aroma a nuevo y como un cuaderno recién estrenado, no es tarde y aún podemos permitirnos algunos anhelos. Si quisiera desear algo que sólo fuera para vos. Éste sería mi regalo:
Te deseo la paz pero no una paz inmóvil e inerte sino una paz viva e inquieta, la de quien puede mirarse al espejo con dignidad, libre de reclamos y culpas para consigo mismo. Pretendo que a destiempo de las normativas vigentes, inaugures asombros de encuentros y ternuras. Que tengas aquella fortaleza nacida de la esperanza para que llegues hasta aquella región, más allá de sí, en el que el corazón, libre de toda atadura, obre su propia maravilla. Que también lleguen aquellos sueños que te lleven más allá de tus propias decepciones y miedos.
Que tengas descanso de todo lo que te hace mal y que disfrutes de un trabajo a escala humana que te permita trabajarte a vos mismo en relación a otros, con tus riquezas y tus límites. También es bueno, de vez en cuando, alguna sorpresa a la vuelta de la esquina, ya son que son lindas las buenas sorpresas, las que desmantelan rígidas solemnidades y nos hacen convivir con saludables interrogantes, sin padecer la ansiedad de resolverlo todo de inmediato.
Además es bueno que puedas gozar de la frescura de encontrar a Dios sin clasificaciones, cercano a la vida y a las situaciones de todos, incluidas tus propias flaquezas. Que disfrutes de un tiempo donde no haya que ir a ningún lugar, ni siquiera a vos mismo, salvo que lo desees o lo necesites. Que tengas un reloj sin números, que sólo de vuelta sus agujas porque le gusta, sin que eso obligue a nada, ni nadie. Que puedas sentarte en una tarde plácida a ver como declina la dorada luz y sentir el exhalar fragante y generoso del jazmín que perfuma todo y se expande envolviéndote con su tenue fragancia.
Que seas generoso de alma y de vida como la flor que entrega todo su aroma porque sí, gratuitamente, simplemente porque la tarde termina y te acaricia despidiéndote y perfumándote el alma. Que también, al costado del camino, encuentres un árbol añoso y frondoso en cuyo tronco puedas recostar la fatiga de toda tu espalda y sus cargas, mientras el horizonte despliegue para vos una mágica danza de pinceles y colores…y así, con el estupor en los ojos, no deje nunca, nunca de amanecer la luz frente a vos.
Que amanezca siempre en tu cielo, en la brisa tersa, en la frescura del agua límpida, en la piel fragante y estremecida. Que amanezca en el alma que escribe silencios nuevos y asombros. Me imagino que habrá muchos momentos así en el cielo, pero es bueno -de tanto en tanto- poder entrar un ratito al paraíso aunque luego haya que volver a salir y seguir.
Te deseo aquella inocencia en la mirada de quien ha encontrado el amor porque ese regalo siempre es un buen deseo en cualquier tiempo y espacio. Nunca viene mal y nunca está de más. Nadie sobra en el amor. Te deseo no tanto el amor que buscas sino sobre todo el amor que te está buscando. Te deseo que cuando llegue, no tengas miedo y te dejes sorprender cuando te nombre.
Eduardo Casas