19/10/2015 – En aquel tiempo: Uno de la multitud le dijo: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. Jesús le respondió: “Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?”. Después les dijo: “Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”.
Les dijo entonces una parábola: “Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: ‘¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha’. Después pensó: ‘Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida’.
Pero Dios le dijo: ‘Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?’. Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios”.
Lc 12,13-21
La parábola cuenta de un hombre que tiene que resolver un problema que se le ha presentado. Este hombre que acumula bienes en su granero ve aumentar su capacidad de producción, motivo por el cual piensa que derribando los graneros existentes y construyendo uno de mayor capacidad podrá hacer lugar a la creciente producción. Este hombre tiene sobreabundancia y eso le genera un problema, ¿cómo agrandar la capacidad de retener? Está haciendo cálculos desde sí mismo, piensa en clave de avaricia en relación a sí, más que para compartir. Si vemos en el evangelio, todo parte de una realidad de pregunta a Jesús en torno a una herencia de dos hermanos. El Señor ha pescado en lo más profundo del corazón de ellos que el problema está en no compartir.
El de la parábola piensa en cómo darse una buena vida sin problemas. Pero no se da cuenta que el acumular, el no compartir, es el principio del fin. Entre todas sus previsiones hay una que no estaba en sus cálculos: “Dios le dijo: ‘Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado? ”
A la hora de administrar, tiempos, bienes, recursos personales o comunitarios es necesario planificar. Obviamente que nos tenemos que sentar a pensar qué tenemos y cómo lo vamos a usar. Una básica planificación responde a cinco preguntas: ¿qué?, ¿cómo?, ¿con quién?, ¿cuándo?, ¿cuánto? A las cinco preguntas esenciales habría que sumarle la pregunta por el cielo y sus designios, es decir la voluntad de Dios. La planificación sería en el plano del proyecto de Dios si incluyéramos las preguntas que conducen al discernimiento y a la sabiduría ¿qué quiere Dios de esto? Es como la que no siempre incluimos en nuestras maneras de afrontar lo que se nos pone por delante como desafíos y que debería estar en el corazón mismo de toda tarea planificada o re planificada, hacer foco, focalizar.
Nos puede ayudar al comenzar la semana planificar: ¿Cómo va a ser mi semana? ¿qué voy a hacer? ¿qué lugar le voy a dar al Señor? ¿y a los demás?. Planificar implica mirar más allá, y para eso hace falta espíritu de esperanza y de alegría.
Si tu semana ya estaba planificada, ponerla bajo la pregunta del ¿para qué voy a hacer eso? ¿con qué objetivo?. Discernir es un don y hay que pedirlo al cielo. A veces la planificación puede hacer desdibujarnos la orientación y quedarnos en el orden por el orden en sí mismo. Cuando el orden en si mismo no está ordenado para el fin para el cual nos hemos ordenado, quedamos como atrapados en la red de nuestra racionalidad, de nuestros esquemas, de nuestras supuestas previsiones sin hacer contacto con la realidad.
Tenemos que darnos el tiempo para destrabar las desmotivaciones, los arrebatos de sinsentido que nos ganan el corazón y dar un paso hacia adelante en el orden de hacer de la vida un lugar planificado con sencillez, a tiempos cortos. El escenario en que se mueve nuestra vida en lo social, económico y cultural, está muy cambiante y uno tiene que ir haciendo pasito a pasito. Hacer con sentido de cielo y de eternidad. Tiene que haber un objetivo para ir, pero seguramente va a necesitar en más de una oportunidad reenfocar. Eso supone ductilidad, capacidad de reacomodarse poniendo el foco en lo que corresponde, con el objetivo amplio del cielo como lugar desde dónde preguntarnos qué, cómo, cuándo, dónde y con quiénes.
Dios habla y la confrontación de nuestro sentir interior ante lo que Dios estaría diciendo y los signos interiores de paz, gozo y alegría más los signos externos acompañados por la mirada de otros que quieren nuestro bien, es lo que nos ayuda a encontrar los mejores caminos, los de Dios. Cuando incluimos al cielo en la planificación, lo imprevisible se hace visible e inclusivo en el proyecto o planificación confirmada por el querer de Dios.
En todo proceso de planificación hay algo ciertamente inquietante, que es la inexactitud de lo precioso. Eso nos ayuda romper nuestros modos rígidos con los que por ahí entendemos a las personas y al mundo.
De los hombres más organizados que ha conocido la historia está el célebre filósofo Kant. Tan preciso en su orden que dicen algunos ajustaban su reloj de acuerdo al momento en que el pasaba. El problema fue cuando Kant pasó por otro camino y cambio la rutina nadie pudo saber exactamente qué hora era.
Cuando la mente es muy rígida, muy de cálculo, y no incluye otras variables en los modos de vincularse a la realidad, por inseguridad interior o incertezas, ciertamente estamos frente a un problema. En nuestro mundo confluyen múltiples variables a la hora de planificar.
Cuando las referencias son tan previsibles y no hay lugar para las sorpresas no se puede pasar del plan A al plan B. Cuando planificamos en Dios dadas las coordenadas básicas de orientación y querer de Dios, existen más de dos alternativas, se incluye al mismo fracaso ante el cual ya tenemos respuesta desde la cruz de Cristo.
Cuando leemos la parábola del rico que puso su riqueza en el cielo sentimos la tentación de pensar que el texto va dirigido a los que tienen mucho. La parábola nos amonesta a todos de una u otras maneras, porque todos hemos recibido mucho por parte de Dios. Ante los ojos de Dios todos tenemos una gran cantidad de bienes que administrar y la mejor forma de hacerlo es ordenándolos para que cada uno ocupe el lugar que se merece, ni mas, ni menos.
A ese orden le llamamos escala valórica, distinguiendo lo más importante de lo menos, lo esencial para la vida de lo accidental, lo que permanece de lo que pasa, lo que tiene consecuencias graves de lo que no, etc. Al planificar el día hay cosas que son sí o sí y otras que pueden esperar un poco.
Cuando decimos que la planificación de la vida se aclara cuando la riqueza la ponemos en el cielo, estamos poniendo como valor más alto la eternidad y por el cual debemos trabajar en primer lugar: allá vamos, eso queda, es nuestro destino final. Esto supone que los demás valores debemos orientarlos, ordenarlos en relación a este bien, el más alto. La vida es como un racimo de uva uno lo agarra desde el tallo y todo el racimo cuelga, uno agarra el racimo desde una uva y lo más fácil es que se quede con la uva entre los dedos y se caiga el racimo. Si la vida la agarramos desde arriba todas sus riquezas y posibilidades permanecen en la órbita de nuestra libre y responsable administración. Tenemos que preguntarnos cuál es el tallo, el lugar de donde vamos a agarrar la vida. ¿Cuál es el eje desde donde sujetarla? ¿El miedo, la planificación o la voluntad de Dios?
Padre Javier Soteras
Podcast: Reproducir en una nueva ventana | Descargar | Incrustar
Suscríbete: RSS