Jesús nos saca del encierro

lunes, 26 de octubre de 2015
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Mision (7)

 

26/10/2015 – Un sábado, Jesús enseñaba en una sinagoga. Había allí una mujer poseída de un espíritu, que la tenía enferma desde hacía dieciocho años. Estaba completamente encorvada y no podía enderezarse de ninguna manera.

Jesús, al verla, la llamó y le dijo: “Mujer, estás curada de tu enfermedad”, y le impuso las manos. Ella se enderezó en seguida y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la multitud: “Los días de trabajo son seis; vengan durante esos días para hacerse curar, y no el sábado”.

El Señor le respondió: “¡Hipócritas! Cualquiera de ustedes, aunque sea sábado, ¿no desata del pesebre a su buey o a su asno para llevarlo a beber? Y esta hija de Abraham, a la que Satanás tuvo aprisionada durante dieciocho años, ¿no podía ser librada de sus cadenas el día sábado?”.  Al oír estas palabras, todos sus adversarios se llenaron de confusión, pero la multitud se alegraba de las maravillas que él hacía.

 

Lc 13, 10-17

 

¡Bienvenidos a la Catequesis! ¿Qué cosas son las que nos ayudan en la Iglesia a librarnos del peligro del encierro y de la autorreferencialidad?

Posted by Radio María Argentina on lunes, 26 de octubre de 2015

 

Aparentemente, la mujer estaba allí, no es que fue a buscar a Jesús. Es Él quien le sale al encuentro, “al verla”. Él se da cuenta de su opresión, y por eso toma la iniciativa. La mirada de Jesús le devolvió la dignidad, y la volvió a la vida. Todos tenemos algo de esta mujer encorvada, pero el Señor no pasa de largo. Podemos estar encorvados en nosotros mismos, mirando el piso y sin horizontes, pero Él viene a levantarnos la mirada. Mientras nos ayuda, nos invita a que podamos levantar la mirada de otros.

Lo que le pasaba a ella es lo que nos puede pasar a nosotros cuando vivimos como una iglesia encerrada, mirándonos a nosotros mismos, dejando que la mundanidad espiritual se haga un picnic en medio nuestro. Para salir de la autoreferencialidad es necesario salir.

Decía el Papa Francisco a sus hermanos de la Conferencia Episcopal Argentina:

Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga, se enferma en la atmósfera viciada de su encierro. Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma. La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autorreferencial; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar “la dulce y confortadora alegría de evangelizar”.

Les deseo a todos Ustedes esta alegría, que tantas veces va unida a la Cruz, pero que nos salva del resentimiento, de la tristeza y de la soltenoría clerical. Esta alegría nos ayuda a ser cada día más fecundos, gastándonos y deshilachándonos en el servicio al santo pueblo fiel de Dios; esta alegría crecerá más y más en la medida en que tomemos en serio la conversión pastoral que nos pide la Iglesia.

Jesús conoce la realidad de nuestra fragilidad, por eso el Señor toma la iniciativa. Cuántas veces hemos estado encorvados sobre nosotros mismos, siéndonos invisible la realidad de miles de hermanos al lado del camino, descartados. Cuando experimentamos que Dios nos ha sacado, nos enderezamos y empezamos a alabar al Señor.

Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la multitud: “Los días de trabajo son seis; vengan durante esos días para hacerse curar, y no el sábado”.  El jefe de la sinagoga se indignó porque Jesús había hecho el bien. Por eso el Señor le dice “¡Hipócrita!”. Si es peligrosa la mundanidad, la hipocresía es peor aún. Nos acostumbramos a no mirar con ternura, y miramos con enojo la misericordia a los necesitados. Molesta que otros hagan el bien.

La hipocresía aparece cuando dejamos que el hombre viejo, al que le molesta todo, tome la preponderancia de nosotros. Así nos volvemos rabiosos, nada nos viene bien y pensamos a mirar con recelo a los demás, incluso a quienes hacen el bien.

“Jesús, no dejes de mirar nuestro encierro, nuestra autoreferencialidad.

Quiero mirar más allá pero me he acostumbrado a estar encorvado. Tené misericordia de mí. 

Que nunca mi mirada se convierta en hipócrita, molesta frente a quienes hacen el bien”.

Padre Alejandro Puiggari