El servicio a Dios en el corazón del hermano

martes, 19 de enero de 2016
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19/01/2016 – Un sábado en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos comenzaron a arrancar espigas al pasar. Entonces los fariseos le dijeron: “¡Mira! ¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido?”.
El les respondió: “¿Ustedes no han leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus compañeros se vieron obligados por el hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en el tiempo del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió y dio a sus compañeros los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes?”.
Y agregó: “El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. De manera que el Hijo del hombre es dueño también del sábado”.

 

Palabra de Dios

 

San Marcos 2,23-28

 

Dios no se mide por las apariencias, Él conoce y sabe del corazón de cada uno de nosotros. Dios no mira como mira al hombre porque este ve las apariencias pero Dios ve el corazón.

Hay dos realidades que nos pueden ayudar a meditar el evangelio de Dios: la primer es que Dios mira solo el corazón y esto abre la puerta para poder entender como David en determinado momento cuando el ejercito tenia hambre tomas los panes de la proposición para alimentar a sus soldados. Este gesto es de compasión. Lo mismo sucede con los apóstoles cuando arrancan las espigas en día sábado. No estaban despreciando la ley solo estaban hambrientos.

Ésta es la primera parte que estamos llamados a meditar. Los hombres muchas veces nos dejamos levar por las apariencias. A partir de este momento se presenta el segundo momento del evangelio: donde Jesús se presenta como el Señor, también el Señor del sábado, está por encima de toda ley, es quien mira el corazón de cada hombre.

Jesús centra las normas y las leyes y las pone al servicio del hombre. Si las leyes dominan al hombre esas leyes no sirven porque el hombre es el centro de la creación. el Evangelio presenta de nuevo esta nueva noticia. Las normas, las leyes de por sí no salvan, son solo una ayuda no una meta. Solo Dios es el valor absoluto. Por el hombre Dios envía al Hijo a la tierra. ¿De qué aprovechan las cosas si no están al servicio del hombre? Esto nos lleva a la pregunta ¿Mi vida al servicio de quién está? De las leyes que a veces nos oprimen o al servicio de Jesús que es el hombre, mi hermano, tu hermano?

Esto nos lleva a la invitación a sentirnos al servicio de los demás.  ¿qué hacemos nosotros por la comunidad?

 

 

¡Buen día! Estamos compartiendo la catequesis junto al Padre Daniel Cavallo. La consigna para participar es la siguiente:¿Tu vida al servicio de quién está? ¿Qué haces por tu comunidad?

Posted by Radio María Argentina on martes, 19 de enero de 2016

 

 

“Todo es de ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios” dice San Pablo;  aquí radica nuestra dignidad, la dignidad del hombre, por tanto el sábado se hizo para el hombre no el hombre para el sábado. Cuando Dios pide algo al hombre es para bien del msmo. Todo o que él puede pedirnos responde a algo que el mismo puso en el corazón para encaminarlo a su realizan con madures y felicidad. Peroc uando estas leyes se absolutizan y las utilizamos para hacer sufrir a los demas ya no cumplen su misión.

Por eso tenemos que procurar que cumplir los preceptos solo lleven como misión nuestro encuentro con Dios en nuestros hermanos.

Cuantas veces solo nos mentimos a nosotros mismos porque solo nos ocupamos en el cumplimiento de la ley pero al no hacerlo desde el amor es una letra muerta que no significa nada.

Cuando legamos a esta pagina del evangelio recuerdo lo característico de mi zona, de mi arquidiócesis; cumplimos la ley, el precepto de no comer carne cuando lleva la Pascua, el viernes santo no comemos carne pero si una bagna cauda que es típica característica de la cultura piamontesa. De eso no nos privamos. Este es un ejemplo claro de cumplimiento de ley por la ley misma estando lejos de poner verdaderamente el corazón. Especialmente en aquellas realidades en donde el llamado es ver.

Un buen ejercicio es leer necesidades, esto nos ayuda a salir de los límites que nos pone el cumplimiento de la ley por la ley misma. Esto nos ayuda a ver más allá de la necesidad y poder hacer lo que hay que hacer y nadie lo hace, sin dejarme llevar por las apariencias, solo movido por el Espíritu de Dios.

El verdadero valor del hombre

Después de Dios está el hombre. Solo en Cristo reconocemos el valor, que no tiene medida, de un hombre. Para entenderlo mejor, leemos en la Constitución Pastoral Gaudium Et Spes, en nro 26:

La promoción del bien común

26. La interdependencia, cada vez más estrecha, y su progresiva universalización hacen que el bien común -esto es, el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección- se universalice cada vez más, e implique por ello derechos y obligaciones que miran a todo el género humano. Todo grupo social debe tener en cuenta las necesidades y las legítimas aspiraciones de los demás grupos; más aún, debe tener muy en cuenta el bien común de toda la familia humana.

Crece al mismo tiempo la conciencia de la excelsa dignidad de la persona humana, de su superioridad sobre las cosas y de sus derechos y deberes universales e inviolables. Es, pues, necesario que se facilite al hombre todo lo que éste necesita para vivir una vida verdaderamente humana, como son el alimento, el vestido, la vivienda, el derecho a la libre elección de estado ya fundar una familia, a la educación, al trabajo, a la buena fama, al respeto, a una adecuada información, a obrar de acuerdo con la norma recta de su conciencia, a la protección de la vida privada y a la justa libertad también en materia religiosa.

El orden social, pues, y su progresivo desarrollo deben en todo momento subordinarse al bien de la persona, ya que el orden real debe someterse al orden personal, y no al contrario. El propio Señor lo advirtió cuando dijo que el sábado había sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. El orden social hay que desarrollarlo a diario, fundarlo en la verdad, edificarlo sobre la justicia, vivificarlo por el amor. Pero debe encontrar en la libertad un equilibrio cada día más humano. Para cumplir todos estos objetivos hay que proceder a una renovación de los espíritus y a profundas reformas de la sociedad.

El Espíritu de Dios, que con admirable providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra, no es ajeno a esta evolución. Y, por su parte, el fermento evangélico ha despertado y despierta en el corazón del hombre esta irrefrenable exigencia de la dignidad.

 

El Papa Francisco en la hermosa encíclica Evangelii Gaudium nos dice en el nro 187

 

Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo. Basta recorrer las Escrituras para descubrir cómo el Padre bueno quiere escuchar el clamor de los pobres: «He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, he escuchado su clamor ante sus opresores y conozco sus sufrimientos. He bajado para librarlo […] Ahora, pues, ve, yo te envío…» (Ex 3,7-8.10), y se muestra solícito con sus necesidades: «Entonces los israelitas clamaron al Señor y Él les suscitó un libertador» (Jc 3,15). Hacer oídos sordos a ese clamor, cuando nosotros somos los instrumentos de Dios para escuchar al pobre, nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto, porque ese pobre «clamaría al Señor contra ti y tú te cargarías con un pecado» (Dt 15,9). Y la falta de solidaridad en sus necesidades afecta directamente a nuestra relación con Dios: «Si te maldice lleno de amargura, su Creador escuchará su imprecación» (Si 4,6). Vuelve siempre la vieja pregunta: «Si alguno que posee bienes del mundo ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?» (1 Jn 3,17). Recordemos también con cuánta contundencia el Apóstol Santiago retomaba la figura del clamor de los oprimidos: «El salario de los obreros que segaron vuestros campos, y que no habéis pagado, está gritando. Y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos» (5,4).

188. La Iglesia ha reconocido que la exigencia de escuchar este clamor brota de la misma obra liberadora de la gracia en cada uno de nosotros, por lo cual no se trata de una misión reservada sólo a algunos: «La Iglesia, guiada por el Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor por la justicia y quiere responder a él con todas sus fuerzas»[153]. En este marco se comprende el pedido de Jesús a sus discípulos: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mc 6,37), lo cual implica tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres, como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos. La palabra «solidaridad» está un poco desgastada y a veces se la interpreta mal, pero es mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad. Supone crear una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos.

189. La solidaridad es una reacción espontánea de quien reconoce la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a la propiedad privada.

En esto el Papa hunde la espada al fondo del corazón haciéndonos cuestionar sobre el accionar, el verdadero sentido de mis acciones.

Padre Daniel Cavallo