11/04/2016 – Después de que Jesús alimentó a unos cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la multitud que se había quedado en la otra orilla vio que Jesús no había subido con sus discípulos en la única barca que había allí, sino que ellos habían partido solos.
Mientras tanto, unas barcas de Tiberíades atracaron cerca del lugar donde habían comido el pan, después que el Señor pronunció la acción de gracias. Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo llegaste?”.
Jesús les respondió: “Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello”. Ellos le preguntaron: “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?”. Jesús les respondió: “La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado”.
Jn 6, 22-29
¡Bienvenidos a “Hoy puede ser”! En el evangelio de hoy, la multitud que había sido alimentada por las palabras y el pan… Posted by Radio María Argentina on lunes, 11 de abril de 2016
¡Bienvenidos a “Hoy puede ser”! En el evangelio de hoy, la multitud que había sido alimentada por las palabras y el pan…
Posted by Radio María Argentina on lunes, 11 de abril de 2016
A la luz del evangelio de hoy descubrimos 3 características del discípulo: sabe combinar los encuentros a solas con Jesús y a la vez se sabe parte de un pueblo; es un buscador innato, se ha encontrado con Jesús pero quiere más de Él; vive el regalo de la fe que nos une profundamente a Jesús y por ende, no tenemos miedo a los cambios, sino que nos invita a confiar y a transformar el mundo.
En el evangelio de Lucas aparece Jesús con grandes multitudes. Nunca encontraremos al Señor si no sabemos conjugar estas dos dimensiones de la vida: la soledad del encuentro con Él junto con la capacidad de encontrarnos con la multitud de hermanos que caminan con nosotros, hambrientos y sufrientes.
El Papa Francisco nos da un lindo ejemplo: amanece a las 4,30 de la mañana y pasa mucho tiempo a solas con Jesús en la capilla. Luego se encontrará con multitudes, con gran empatía, sintiéndose parte del pueblo y a la vez dejándose sorprender y cuestionar por él.
La primera característica que podemos sacar de un verdadero discípulo es la de quien sabe conjugar los encuentros personales con Jesús y el encuentro alegre con el pueblo. No somos solitarios buscadores de Jesús, sino también parte de un pueblo.
Además, desde el evangelio de hoy, el discípulo es un buscador insaciable, por eso uno nunca se “recibe de discípulo”. Nadie jamás les va a poder entregar un diploma de que son egresados de la escuela de Jesús. Cada día nos levantamos con oído de discípulos, intentando escucharlo, para aprender de Él. El cristiano es un buscador, que busca al Señor. Tenemos necesidad del Pan eterno, del rostro de Dios. Cuando nos encontramos con el Señor, queremos más de Él. No somos errantes ni vagabundos, sino peregrinos de la voluntad de Dios. Cada mañana pedimos encontrarnos con esa voluntad de Dios para nuestra vida.
El discípulo es un buscador, un buscador herido de amor, porque ha encontrado al Señor y por eso quiere conocerlo más, amarlo más y hacer que otros lo conozcan. Esa hambre no se sacia fácilmente, es un hambre de hacer su voluntad, y también de transformarnos nosotros en pan para otros. La eucaristía nos alimenta y fortalece, y sacia de algún sentido este hambre de eternidad, y a la vez la despierta más.
Las heridas de amor se curan con amor. “Yo busco tu rostro Señor” y por eso la eucaristía es fuente de “salida”. Recibimos el amor y el pan, para ser nosotros pan para los otros. Así entramos en la pedagogía de Dios: somos buscadores de Dios, lo buscamos y al encontrarlo lo buscamos más. Eso nos permite ser jóvenes, aún siendo grandes de edad. Cuando uno se encuentra con el Señor tiene esa hambre de Dios de una eternidad que lejos de hacerte fugar de la realidad te lleva a comprometerte más con tus hermanos, especialmente con los más sufrientes.
El discípulo es un hombre hambriento de Dios. Lo ha encontrado pero quiere más. Tiene el gozo de la presencia de Dios pero no se queda quieto, está movilizado.
El discipulo, tercera característica, es un hombre de fe. Porque tiene fe busca la soledad y a la vez sabe ser parte del pueblo. La fe del discípulo, desde el evangelio de hoy, es un don que nos llega dado, como regalo del cielo. La fe nos permite seguir buscando, inquietos en la búsqueda de un mundo mejor, de seguirlo más a Jesús aún en tiempos de cambio.
Por la fe yo me apoyo en alguien que es mi roca y mi baluarte, Jesucristo ahora y siempre. Por la fe puedo gritar “es el Señor”, reconocerlo, por eso la fe nos permite afrontar las dificultades y los cambios con paz. Si nuestra fe estuviera asentada en estructuras, caída la estructura se desmorona todo. Pero nuestra fe está puesta en el encuentro con una persona que es Jesús. “La fe indica el encuentro con una persona real. Por favor no aceptemos a un Dios spray” nos dice Francisco. Un Dios spray es un dios difuso, que con supuestas técnicas de respiración puedo adquirirlo, que me hace sentirme bien. Eso no es fe. La fe es un encuentro con una persona viva. Es un don, la obra de Dios, que nos da el regalo de creer. Quien tiene fe ya empieza a vivir en plenitud la vida eterna en la tierra.
Por eso quien tiene fe tiene alegría y así podemos vivir la alegría del amor, la alegría del encuentro, la alegría de ser pueblo. Hoy es muy fuerte la tentación del “teísmo” una especie de forma religiosa abstracta e irreal. El cardenal Bergoglio nos solía decir que tuviéramos cuidado porque hay una gran oferta religiosa que encontramos en góndolas, un conjunto de frases lindas o técnicas de relajación.
Porque tenemos fe, porque nos apoyamos en el Señor no nos asustan los cambios, porque en medio de la tormenta Él está. El verdadero discípulo, el que cree, es un hombre que asume la historia y la quiere cambiar, no se queda mirando pasivamente como en este mundo parece que sólo algunos tienen lugar. El verdadero discípulo es un testigo de la misericordia de Dios y actúa de forma concreto en el mundo.
P. Alejandro Puiggari
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