03/06/2016 – El Padre Pío cargó en sus cuerpo con las heridas de Cristo, llagado con las heridas de la cruz que le causaban fuertes dolores corporales pero sobretodo espirituales. Sentía profunda confusión y no comprendía lo que le pasaba. En el día que la Iglesia celebra al Sagrado corazón de Jesús, contemplamos este episodio de la vida del Padre Pío.
“Que nadie me moleste en adelante, yo llevo en mi cuerpo las cicatrices de Jesús. Hermanos, que la gracia de nuestro Señor Jesucristo permanezca con ustedes. Amén”. Gálatas 6,17-18.
Este texto es el que eligió la comunidad franciscana para referir a las estigmas que recibió San Francisco. Al igual que San Pablo, el pobre de Asís también tuvo estas marcas de Cristo en su cuerpo, según se deduce de la lectura de la experiencia franciscana. El Padre Pío va a decir que todos de alguna manera llevamos las marcas de Jesús en lo profundo del corazón y solo a algunos pocos se les manifiesta en su cuerpo. Lo doloroso de la experiencia del Padre Pío con sus estigmas fue una clara expresión de la presencia de Jesús en su vida interior y exterior.
“Durante la mañana del 20 de Septiembre de 1918, en el convento de los frailes capuchinos de San Giovanni Rotondo, no había nadie. El Padre guardián se encontraba en San Marcos en Lamis para preparar la fiesta de San Mateo, Fray Nicolás, el hermano lego que se encargaba de la limosna, estaba de recorrida con la bolsa; los alumnos estaban en el jardín de recreo. ¡El Padre Pío, en el coro de la antigua iglesia, estaba solo! Permanecía inmóvil ocupando el sillón del padre vicario y desde hacía poco había comenzado la acción de gracias luego de la santa misa. De rodillas, quieto, frente al altar, contemplaba el gran crucifijo de ciprés, levantado sobre la balaustrada. La expresión de Cristo en la madera era impresionantemente dramática. Los ojos llenos de lágrimas, parecían mendigar amor, compasión. Aquella sangre, que brotaba de cada herida, parecía pedir otra sangre para el bien de las almas, de la humanidad. Hacía instantes el reloj había dado las nueve. Desapegado de las cosas que lo rodeaban, el religioso de Pietrelcina rezaba intensamente. Sumergido en el silencio, meditaba sobre el misterio de la cruz. Los sentidos internos y externos, las energías físicas y espirituales, las facultades del alma, la inteligencia, la voluntad, estaban todas suspendidas en esa quietud. Mientras la obra de la gracia, con fuerza sobrenatural, lo atraía hacia Dios, entró en un éxtasis de amor. En un determinado momento, por obra de ´un misterioso personaje`, se llevó a cabo uno de los prodigios mas inefables de la historia: el Padre Pío recibía el don de la estigmatización”. (1)
“Durante la mañana del 20 de Septiembre de 1918, en el convento de los frailes capuchinos de San Giovanni Rotondo, no había nadie. El Padre guardián se encontraba en San Marcos en Lamis para preparar la fiesta de San Mateo, Fray Nicolás, el hermano lego que se encargaba de la limosna, estaba de recorrida con la bolsa; los alumnos estaban en el jardín de recreo. ¡El Padre Pío, en el coro de la antigua iglesia, estaba solo! Permanecía inmóvil ocupando el sillón del padre vicario y desde hacía poco había comenzado la acción de gracias luego de la santa misa.
De rodillas, quieto, frente al altar, contemplaba el gran crucifijo de ciprés, levantado sobre la balaustrada. La expresión de Cristo en la madera era impresionantemente dramática. Los ojos llenos de lágrimas, parecían mendigar amor, compasión. Aquella sangre, que brotaba de cada herida, parecía pedir otra sangre para el bien de las almas, de la humanidad. Hacía instantes el reloj había dado las nueve. Desapegado de las cosas que lo rodeaban, el religioso de Pietrelcina rezaba intensamente. Sumergido en el silencio, meditaba sobre el misterio de la cruz. Los sentidos internos y externos, las energías físicas y espirituales, las facultades del alma, la inteligencia, la voluntad, estaban todas suspendidas en esa quietud. Mientras la obra de la gracia, con fuerza sobrenatural, lo atraía hacia Dios, entró en un éxtasis de amor. En un determinado momento, por obra de ´un misterioso personaje`, se llevó a cabo uno de los prodigios mas inefables de la historia: el Padre Pío recibía el don de la estigmatización”. (1)
Ésta ha sido una de las experiencias más dolorosas que llevó sobre sí mismo el Padre Pío, en una vida caracterizada por constantes ataques del mal. Este notable sacerdote también tenía el don de cardiognosis, que consiste en el conocimiento del corazón y de lo más profundo del alma de sus feligreses. Este don le significaba un gran dolor moral por la confusión que le generaba el llevar sobre su persona las marcas de Jesús y poder conocer los pecados de los hombres.
A veces nos encontramos marcados por algunas circunstancias de la que nos avergonzamos o que no sabemos cómo explicarlas. Estos hilos que se entrecruzan y no sabemos cómo interpretarlos, esconden mucha vida en sí mismos. Hay situaciones en las que hemos sido profundamente marcados por una pérdida, por un fracaso, por un dolor profundo, por una herida moral, física, por una enfermedad, por una separación. El Padre Pío nos muestra que detrás de esto se esconde un misterio de vida: allí donde está la herida, está escondida la vida.
Durante mucho tiempo no se supo en realidad lo que pasó aquel 20 de septiembre de 1918; no había testigos, no había nadie en la casa de los franciscanos capuchinos. Los detalles se pudieron conocer por una carta que Pío le escribió al Padre Benedicto un 19 de octubre del mismo año, contando lo sucedido:
“´¿Qué decirle acerca de lo que me pregunta, de cómo ha sucedido mi crucifixión? ¡Mi Dios, qué confusión y que humillación pruebo en tener que manifestar aquello que tú has obrado en ésta, tu mezquina criatura! Era la mañana del 20 del mes pasado, en el coro, después de celebrar la santa misa, cuando me sorprendió el sueño, un dulce sueño. Todos los sentidos internos y externos, así como las facultades del alma se encontraron en una quietud indescriptible. Reinaba el silencio a mí alrededor y dentro de mí mientras sucedía esto; me entró entonces una gran paz, un abandono a la completa privación de todo y un quedarme en mi misma ruina. Todo esto sucedió en un instante. Y mientras todo esto sucedía, vi delante de mí un misterioso personaje, parecido a aquel visto con anterioridad, la noche del 5 de agosto, sólo que se diferenciaba de éste, porque de sus manos, de sus pies y de su costado brotaba sangre. Me aterró mirarlo, no sabría decir lo que sentí en ese momento. Creí morir y habría muerto si el Señor no hubiera intervenido, sostenido mi corazón, que parecía que se me salía el pecho. La visión del personaje se esfumaba y advertí que mis manos, mis pies y mi costado estaban traspasados y chorreaban sangre` (Epist. I, 1093 s.s).
“´¿Qué decirle acerca de lo que me pregunta, de cómo ha sucedido mi crucifixión? ¡Mi Dios, qué confusión y que humillación pruebo en tener que manifestar aquello que tú has obrado en ésta, tu mezquina criatura!
Era la mañana del 20 del mes pasado, en el coro, después de celebrar la santa misa, cuando me sorprendió el sueño, un dulce sueño. Todos los sentidos internos y externos, así como las facultades del alma se encontraron en una quietud indescriptible. Reinaba el silencio a mí alrededor y dentro de mí mientras sucedía esto; me entró entonces una gran paz, un abandono a la completa privación de todo y un quedarme en mi misma ruina. Todo esto sucedió en un instante. Y mientras todo esto sucedía, vi delante de mí un misterioso personaje, parecido a aquel visto con anterioridad, la noche del 5 de agosto, sólo que se diferenciaba de éste, porque de sus manos, de sus pies y de su costado brotaba sangre. Me aterró mirarlo, no sabría decir lo que sentí en ese momento. Creí morir y habría muerto si el Señor no hubiera intervenido, sostenido mi corazón, que parecía que se me salía el pecho. La visión del personaje se esfumaba y advertí que mis manos, mis pies y mi costado estaban traspasados y chorreaban sangre` (Epist. I, 1093 s.s).
Es importante notar que el Padre Pío, en este precioso documento, no describió su ´estigmatización` sino su ´crucifixión`”. (2)
El Padre Pío lo vivió de esta forma extraordinaria, pero en la vida de cada uno de nosotros los dolores están llamados a ser un acontecimiento de gracia. Aprender a ponerle nombre y apellido a las heridas del alma, y ponerlas frente al Señor, para en comunión con su misterio de Pascua dar vida donde pareciera que triunfa la muerte.
Lo que siente San Pío cuando recibe los estigmas es que está con Jesús en la cruz. A tal punto logró identificarse con los sentimientos de Jesús en la Pascua que este proceso es el que lo llevó a encontrarse, al final del camino, con la posibilidad de dar vida desde los lugares que tanto dolor y sufrimiento generan. “Para manifestar lo que Dios había hecho en él, su ´mezquina criatura`, había probado la ´confusión` y la ´humillación`, dos sentimientos que derivan de la conciencia de haber recibido, a pesar de su indignidad, el extraordinario don de los ´sellos` del amor de Nuestro Señor”. (3)
En un escrito, el Padre Pío también da a entender cuál fue su reacción más interior ante este fenómeno místico:
“´Imagínese, el tormento que viví entonces y lo que voy experimentando casi todos los días. La herida del corazón derrama asiduamente sangre, en especial desde el jueves por la noche hasta el sábado. Padre mío, yo muero de dolor por el tormento y por la confusión consiguiente que pruebo en el interior del alma. Tengo temor de morir desangrado, si el Señor no escucha los gemidos de mi pobre corazón y no retira su accionar de mí. ¿Me concederá la gracia Jesús que es tan bueno? ¿Me quitará al menos esta confusión que experimento por estos signos externos? Alzaré fuerte mi voz a Él, y no desistiré en suplicarle que por su misericordia aleje de mí, no el dolor, porque lo veo imposible y yo deseo embriagarme de dolor, sino estos signos externos que me confunden y me producen una humillación indescriptible e insostenible (Epíst, 1094).
¿Pero quién era el ´misterioso personaje` que tenía las manos, los pies y el costado que derramaba sangre? El Padre Pío no le reveló la identidad al Padre Benedicto. Escribió solamente que era parecido a aquel visto en la noche del 6 de agosto, durante la transverberación. Diversas las posibles hipótesis.
El Padre Agustín de San Marcos en Lamis, que seguramente escucho en varias oportunidades el relato de los labios del Padre Pío, en el año1919, escribió en su ´Diario`: ´El 6 de agosto de 1918 apareció Jesús bajo la figura de un personaje celestial, armado con lanza, con la que le traspasó el corazón. Él sintió que éste se partía, efectivamente derramó sangre, que se esparció por todo su cuerpo, saliendo parte por la boca y parte por abajo. El viernes 20 de septiembre, luego de la fiesta de los estigmas de San Francisco, después de la misa él estaba en el coro para hacer la acción de gracias. Meditaba la Pasión de Cristo cuando se le apareció ese mismo personaje del 6 de agosto pero crucificado. Él se sentía traspasado y estaba fuera de sí. Del crucifijo salían cinco rayos, de las manos, de los pies, del costado, que hirieron sus manos, sus pies y su costado. La visión duró pocos minutos y vuelto en sí se encontró realmente llagado: las llagas sangraban, especialmente la del corazón. Apenas tuvo fuerzas para arrastrarse por la habitación para limpiar el hábito manchado de sangre.
A su paisano el Padre José Orlando, el Padre Pío, ´con labios temblorosos, el pecho agitado y los ojos llorosos` le contó: ´Estaba en el coro haciendo el agradecimiento de la misa y sentí que poco a poco me elevaba a una suavidad siempre en aumento que me hacía gozar en la oración, es más, más rezaba y este gozo aumentaba. En un determinado momento, una gran luz encandiló mis ojos y en medio de tanta luz se me apareció el Cristo llagado. No me dijo nada y desapareció. Cuando volví en mí, me encontré en el suelo y llagado. Las manos, los pies y el corazón sangraban y me dolían de tal manera que no tenía fuerza para levantarme`”. (4)
Lo que sucedió a continuación solo lo podemos imaginar, al no haber nadie con el Padre Pío, ni él tampoco ha dado detalles de lo sucedido. De allí en adelante la confusión siempre lo acompañó. Confusión que comenzó a establecerse entre él y Jesús. Jesús en él y él en Jesús, hasta llegar a decir, como San Pablo en la Carta a los Gálatas, en el capítulo 2 versículo 20: “Ya no vivo yo, es Cristo que vive en mí”.
Dicen testigos, hijos espirituales del Padre Pío que se les hacía presente en bilocación, que era muy similar la voz del Padre Pío a la de Jesús, y que no siempre era fácil distinguirlas.
“Tu has venido a vivir en mí y yo en tí, has venido a sufrir en mí” dice el Padre Pío en una escena que aparece en su película. Así vive él la intimidad del misterio con Jesús. Es un crucificado de amor en Cristo Jesús.
“Hacia mediados de diciembre de aquel año, mientras que el Seráfico crucificado del Gargano pasaba por un ´tormento amoroso y doloroso al mismo tiempo` por causa de las ´dulces heridas` que le hacían sufrir, pero, contemporáneamente, embalsamaban su alma, el ´misterioso personaje` realizó un tercer hecho.
El Padre Pío se lo describe de este modo al Padre Benedicto el 20 de diciembre de 1918:
´Desde hace algunos días advierto en mí como una lámina de hierro que de la parte inferior del corazón se extiende hasta la parte derecha de la espalda en línea transversal. Me causa un dolor insoportable y no me deja ni siquiera un minuto de descanso. ¿Qué es esto? Este nuevo fenómeno lo comencé a advertir luego de otra aparición del acostumbrado personaje del 5 y del 6 de agosto y del 20 de Septiembre, del que le hablé, si se recuerda, en otras de mis cartas` (Epíst. I, 1106).
Al fenómeno místico, del 5 de agosto le había transverberado el alma y el costado, se había agregado el ´nuevo` que ´durante más días` le había traspasado, en otras palabras, le había despedazado el corazón de abajo hacia arriba”. (5)
Sagrado Corazón Misericordioso de Jesús,
muéstranos al Padre y eso nos bastará;
abre tu corazón misericordioso a nuestra vida en camino de conversión;
lava con tu sangre gloriosa nuestros pecados y danos la gracia de vivir en santidad;
sostén con tu mirada de misericordia nuestra vida en la dificultad;
acompaña con tu paciencia nuestras angustias y ansiedades;
levanta con tu abrazo de amor a los que hemos caído o tropezado;
llévanos con tu mansedumbre a la reconciliación con los hermanos;
anímanos con tu humildad al servicio de los más pobres y necesitados;
acarícianos el alma con tu misericordia sin límites
para que experimentemos en nosotros tus mismos sentimientos;
y finalmente concédenos la gracia del perdón y la paz.
Padre Javier Soteras
Citas:
1- GENNARO PREZIUSO – Padre Pío. El apóstol del confesionario – Editorial Ciudad Nueva – Buenos Aires, 2009 – pág. 127. 2- Ib. pág. 128-129. 3- Ib. pág. 129-130. 4- Ib. pág. 130-131. 5- Ib. pág. 133.
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