17/06/2016 – Estamos siguiendo a San Juan de la Cruz, en los versos que hoy nos vamos a adentrar son estos en donde se reflejan el amor que estremece el alma.
“¡Oh llama de amor viva que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro! Pues ya no eres esquiva, acaba ya, si quieres; ¡rompe la tela de este dulce encuentro!”
San Juan se pregunta en este poema: “¿qué es esto que me toca tiernamente con su ardor? “Que, por cuanto esta llama es llama de vida divina, hiere al alma con ternura de vida de Dios, y tanto y tan entrañablemente la hiere y enternece, que la derrite en amor, porque se cumpla en ella lo lo que en la esposa de los Cantares”. Porque si el corazón está cauterizado por el fuego del amor, no hay herida para él. Hiere pero estando sano. Hiere el amor de Dios pero encuentras al corazón herido por el pecado ya cauterizado por la presencia de este amor que hiriendo encuentra dulzura en el encuentro. Entonces, más que hablar de herida o lastimadura, deberíamos hablar de un estremecimiento o sacudón haciendo referencia al encuentro del hombre con el misterio profundo de Dios.
El Cantar de los Cantares, en el capítulo 5, versículos 4 y 5, expresa: “Mi amor pone la mano por la abertura, me estremece al sentirlo, al escucharlo se me escapa el alma. Ya me he levantado a abrir a mi amado, mis manos gotean perfume de mirra”. Habla de esto, de la grata sorpresa que estremece en el encuentro y que derrite por eso gotea “perfume de mirra”. Aquí el autor bíblico quiere decir que al encontrarse la amada con el amado todo su ser se estremece. Por eso es bueno volver a esta primera experiencia del amor. Que ocurre cuando de alguien nos enamoramos. Siempre queda vivo el encuentro primero que nos sacudió el alma. Cualquier tipo de amor, no solo el de pareja. Como dice Santo Tomás de Aquino, lo que está al principio, definitivamente hay que ubicarlo al final cuando del amor hablamos. Por lo tanto si la experiencia del amor es genuino hay que pensar que ese amor no acabara nunca. Por eso cuando uno piensa en el escenario de lo que vendrá es bueno pensar en los amores que le han dado significación a la historia. Eso que marcan la vida hasta la eternidad. Cuando el amor es autentico el cielo es lo que lo espera. Este es el amor del que habla San Juan de la Cruz. Es un amor que nos acerca cielo, por lo tanto la humanidad ante este tipo de amor se estremece. La reacción de los humano frente a la teofanía es de estremecimiento. Un amor que está en lo más entrañable del ser y si alguien lo despierta lo pone de cara frente a la eternidad. Hay presencias de amor en la vida que son realmente estremecedoras y nos abrea dimensiones nuevas.
Este estilo de amor del que habla San Juan de la Cruz pone en crisis toda esta dimensión de la cultura actual que pone en duda que puede haber un amor para siempre. No, acá parece ser que es para siempre porque tiene características de eternidad que te abre a horizontes de alegría y de gozo. No hay nada que pueda compararse a este tipo de hondura y estremecimiento ante ésta experiencia de amor.
“Se me movió el piso” solemos escuchar cuando alguien habla de su primer amor. “Me descolocó, me pudo”. De este tipo de amor es el que hablamos. Dios se comunica al alma, con este tipo de amor a través de amores que nos marcan.
San Juan dice que para llegar a corazón del amor de Dios es como sacar las capaz de la cebolla. En ese lugar Dios vive, se revela, le da consistencia a nuestra existencia en ese lugar central y centrarte.
La experiencia de los místicos es la de todo corazón humano Esa primera experiencia del amor es la que de algún modo habla de cómo será aquel encuentro con el Amor donde todo nuestro ser viene a ser estremecido. Lo que está al principio es lo que alcanzaremos al final. Y en ese final, a veces anticipado en el crecimiento del amor, cuando uno libera las fuerzas de sí mismo todo el tiempo en el encuentro se va estremeciendo. De ahí que la Palabra de Dios nos invite a volver siempre al primer amor.
Cuando San Juan de la Cruz habla del “centro del alma” no es porque el alma tenga modos o lugares distintos sino que en ella existen diferentes capas -o, como dice Santa Teresa de Jesús, hay muchas moradas- y hay una de esas capas que está en el centro, que es donde Dios nos espera para el encuentro. A ese lugar nos conduce la gracia de Dios cuando nos ponemos en profunda comunión con su misterio. Al llegar allí nos sentiremos libres y lejos de todo lo que pueda turbar nuestra alma. Cuando llegamos al centro solo podemos darle la bienvenida a Dios y dejar que Él sea quien haga lo que tiene que hacer. Llegar a ese lugar de centralidad espiritual es como recibir la lluvia que empapa la tierra, donde ya no se hace el esfuerzo de traer en baldes el agua para regar el huerto, sino que es el agua que brota del cielo la que inunda el corazón. En cada persona esta situación se expresa de diversas maneras. “Mi corazón no encuentra reposo hasta que no descanse en Ti”, dice San Agustín. “Mi alma tiene sed de Dios, ¿cuando llegaré a gozar de la presencia del Dios viviente?”, expresa el salmista en el Salmo 42, en su versículo 3. Es ése el lugar que el alma manifiesta. En cada ser humano está ese deseo de encuentro íntimo con Dios. Es por el camino del amor donde se va produciendo este encuentro que nos hace uno con Dios. El centro del alma es Dios. Cuando la persona llega a Él con toda la capacidad de su ser y con toda la fuerza de su obrar, entonces habrá llegado al último y más profundo centro en Dios. Esto sucederá cuando, con todas tus fuerzas, entiendas, ames y goces a Dios. Como dice San Pablo en el Libro de los Hechos de los Apóstoles, en el capítulo 17 versículo 28 “En Él vivimos, nos movemos y existimos”.
La vida tiene sentido en la medida en que de alguna manera se estremece frente a esta presencia centrante de Dios que está en el mundo. Cuando estamos centrados en Dios nos sentimos como bañados, como rodeados y compenetrados por el misterio divino, en unidad con el Señor. Ocurre como cuando la esponja se sumerge en el agua: al extraerla, todo lo que sale de la esponja es agua; así también el alma cuando se sumerge en Dios. Cuando esto se da, estamos como metidos en Dios, comunicando y trasuntando de lo más hondo de nuestro ser aquello que nos habita en lo profundo. ¡Lástima que tantas veces nos movemos sólo en la superficie! Por eso hay que hacer un camino de purificación donde Dios nos lleva a donde no sabemos, por donde no sabemos, saliendo de la noche de los sentidos, entrando en la noche de la fe, para penetrar en la noche de su misterio.
Padre Javier Soteras
Podcast: Reproducir en una nueva ventana | Descargar | Incrustar
Suscríbete: RSS